Fernando Mires – EL REGRESO DE ALEMANIA A LA POLÍTICA INTERNACIONAL

Ya era hora. Un país como Alemania no podía seguir dándose el lujo de renunciar a mantener una política internacional acorde con su lugar geográfico, con su capacidad militar y con su potencial económico. Puede que algunas potencias deban hacerlo por razones estratégicas. Es el caso de Japón, de India o de Brasil. Pero no es el de Alemania cuyo significado en la EU es por lo menos tan enorme como debería ser su responsabilidad en el espacio internacional.
Ya han quedado atrás los días en los cuales por un mal entendido pacifismo y en nombre de una neutralidad no equivalente con el rol que debe jugar una nación que aspira a formar parte del Consejo de Seguridad Internacional de las Naciones Unidas, Alemania aparecía en la ONU adoptando posiciones (resoluciones frente a Libia, por ejemplo) junto con gobiernos tan poco democráticos como son los de Rusia y China.
La mediación activa del Ministro del Exterior Frank-Walter Steinmeier en el reciente conflicto de Ucrania hizo recordar en cambio los mejores momentos de  sus eximios colegas del pasado reciente: Hans- Dietrich Genscher y Joschka Fischer. 
El socialdemócrata Steinmeier, a diferencias de su predecesor liberal, Guido Westerwelle, es un reconocido experto en materias de política internacional. A él se debe en gran parte la construcción de la troica -Francia, Polonia y Alemania- que logró tender un cerco frente a los intentos intervencionistas de Putin en los momentos más decisivos de la revolución ucraniana.
Es importante destacar que el cambio de orientación alemán ya había comenzado a ser puesto en marcha detrás de las espaldas de Guido Westerwelle, un deslavado representante de la doctrina de la neutralidad internacional. Precisamente en los días en los cuales Alemania decidió tomar posiciones favorables a los rebeldes ucranianos fue dado a conocer desde el Ministerio de Relaciones Exteriores un informe con el interesante título “Nuevo Poder, Nueva Responsabilidad” publicado por la “Stiftung Wissenschaft und Politik” (Fundación Ciencia y Política)
Más sintomático fue el hecho de que el máximo representante simbólico del poder en Alemania, el Presidente Joachim Gauck, hizo referencia a ese informe en su discurso inaugural en la Conferencia Anual de Seguridad que tuvo lugar en Munich (Febrero 2014). A partir de ese momento el informe adquirió el carácter de documento oficial.
Solo de acuerdo al espíritu del documento citado pueden entenderse, además, las críticas observaciones con respecto a la política anterior emitidas por el ministro Steinmeier en una entrevista concedida al periódico español El País. Vale la pena citar un fragmento:
“Alemania no puede contentarse con comentar la política internacional desde la barrera. Debemos asumir responsabilidad frente a lo que pasa a nuestro alrededor. No se trata en absoluto de defender una militarización de nuestra política exterior. Sigue siendo correcta la política de moderación en las acciones militares, siempre que ésta no se utilice como excusa para no implicarse, sea por pura comodidad o por falta de valor. Vemos cómo las crisis internacionales se acercan a las fronteras de Europa. Estados Unidos es cada vez más reservado cuando se trata de proteger la solidaridad europea. Como alemanes y como europeos debemos poder echar mano de toda la paleta de instrumentos diplomáticos. Su éxito se medirá día a día, según nuestra actuación” (El País 23 de Febrero de 2014)
La nueva política internacional alemana aparece en los momentos más oportunos. Por una parte, debido a la ausencia de línea política común, la EU -contradiciendo los objetivos que dieron origen a su fundación- había llegado a convertirse en una simple institución monetaria. Por otra, la abstinencia en política internacional de Alemania impedía la restauración del eje histórico que durante la Guerra Fría había constituido junto a Inglaterra y Francia, la mejor garantía de la democracia europea. Por último, y quizás es la parte más decisiva, Putin desde Rusia aprovechaba el abstencionismo alemán para realizar su utopía destinada a lograr la restauración del edificio geopolítico del antiguo imperio soviético.
Por cierto, Putin continuará en su proyecto de formar una Federación Euroasiática como alternativa a la EU. Pero tiene un “leve” problema: ¿Puede realizarlo sin Ucrania? Evidentemente, no. Ucrania es la pieza clave en la reconstrucción putinesca del antiguo imperio soviético. Esa es la razón por la cual el autócrata ruso niega reconocer al gobierno surgido de la insurgencia ucraniana. Esa razón explica también porque Putin ha movilizado tropas hacia los límites con Ucrania.
Pero si Putin pensó que con sus amenazas los países europeos iban a recular en sus intentos por reconstruir un frente político, se equivocó medio a medio. Un día después de la movilización de tropas rusas, el parlamento británico (17 de Febrero de 2014) aplaudió con entusiasmo la visita de la Canciller Ángela Merkel, cuya hábil mano no es nada ajena al cambio de orientación internacional de Alemania.
En otras palabras, lo único que hasta ahora ha logrado la agresiva política exterior de Putin, ha sido la  reunificación política de la EU, la restauración del eje político-militar europeo prevaleciente durante la era de la Guerra Fría, y no por último, la reactivación de la tan mal traída Alianza Atlántica.
Por supuesto, ningún gobierno europeo, ni siquiera el polaco, habla de Putin como de un enemigo, pero sí –digámoslo de modo algo sutil- como de un “interlocutor contrario”. La diplomacia europea hará en ese sentido todos los esfuerzos para convencer al gobernante ruso de que las puertas están abiertas al tráfico comercial y de que todos los gobiernos de Europa desean relaciones amistosas con Rusia. Pero siempre bajo la condición de que la Rusia de Putin abandone sus proyectos hegemónicos y territoriales, sobre todo en Ucrania, y se resigne a aceptar lo que Rusia es: una nación con un alto potencial militar pero con una economía inestable y con un nivel democrático muy por debajo del promedio europeo. En fin, una nación que no es un ejemplo para nadie en Europa Occidental.
La buena vecindad de Putin con la EU pasará, si hablamos en términos macro-históricos, por una mayor democratización interna de Rusia. Si ella puede ser alcanzada con Putin –por el momento muy empeñado en que el ejemplo ucraniano no “infecte” a otras naciones de su “patio trasero”– es algo que muy pocos creen en la Europa democrática. Esperemos: vendrán sorpresas.