Desde hace más de un
decenio, cuando se trata de realizar un balance y situar las perspectivas para
el año entrante, los comentadores latinoamericanistas han estado de acuerdo en
dos puntos:
1. Los regímenes de orientación
electoral han impuesto su hegemonía sobre las dictaduras militares de las
cuales Cuba es su único -aunque quizás no último- reducto.
2. Entre los regímenes
electorales ha sido establecida una suerte de rivalidad. A un lado, el proyecto
autocrático, estatista y proto-militar liderado por el chavismo desde
Venezuela. Al otro, las democracias liberales del continente. Aunque los
gobernantes, por obvias razones diplomáticas niegan dicha rivalidad, esa ha
sido, es, y -por un tiempo indeterminado- será, la contradicción política
fundamental de América Latina.
También la mayoría de los
analistas ha estado de acuerdo en que la primera corriente mantenía un
ritmo ascendente. Sin embargo, la noticia de 2013 es que la corriente
menos democrática ha sido revertida por primera vez. No el autocratismo sino la
democracia política tiende a establecer supremacía continental. Sin duda, una
muy buena noticia
Algunos regímenes
autocráticos no han sufrido mermas. Ortega en Nicaragua ha reestablecido las
estructuras somozistas, y al igual que el antiguo dictador, ha ligado la
economía de su país a los dictados del FMI, pero en nombre de la revolución. El
bloque que llevó a Evo Morales al poder no muestra grietas profundas, solo uno
que otro desgaste. Y el reelegido Rafael Correa parece ser el último caudillo
decimonónico del continente. Pero ninguno de esos países posee condiciones para
ejercer un liderazgo continental. En el caso más óptimo solo conforman la
periferia del ALBA.
Y bien, esa federación
ideológica llamada ALBA ha terminado 2013 con su núcleo central definitivamente
deteriorado.
El proyecto declarado de
Raúl Castro ya no es el comunismo sino un capitalismo de Estado basado en la
superexplotación intensiva de la fuerza de trabajo, sujeta a la dominación de un
régimen corporativo en cuya cima se ubica la alianza entre el Ejército y la
burocracia civil (Partido). El proyecto de Maduro, a su vez, apunta a
fortalecer el Estado rentista y a destruir el aparato productivo, sobre la base
de una alianza de poder similar a la cubana, a saber, la burocracia del
Partido-Estado (PSUV) y un ejército cuyos generales engordan gracias a la
teta petrolera (¿Junta Cívico-Militar?)
La diferencia entre
ambos regímenes es que el venezolano no ha logrado en 15 años lo que logró el
joven Fidel Castro en dos meses: destruir a la oposición políticamente
organizada. Venezuela ya no es el centro del ALBA, al contrario, es el eslabón
político más débil de la cadena autocrática. Ni las elecciones presidenciales
del 14-A, ni las alcaldicias del 8-D, permiten al post-chavismo cantar gritos
de victoria final. Todo lo contrario.
El proyecto autocrático
carece de liderazgo continental. Ni Cuba ni Venezuela ofrecen una nueva utopía.
Ni siquiera un modo viable de gobernabilidad. Tan repelentes han llegado a ser
que incluso Zelaya, otrora peón de Chávez, debió distanciarse retóricamente del
chavismo en las elecciones que su esposa perdió en la ex albista Honduras. Y al igual que
Honduras, Paraguay consolida una democracia de orientación "centro-derecha"
y su adiós al "socialismo del Siglo XXl" parece ser definitivo.
Incluso Argentina cuya
presidenta coqueteaba con el chavismo, da muestras de dinamismo democrático.
Las elecciones parlamentarias de 2013, mas una creciente movilización cívica,
apuntan hacia la formación de un peronismo renovado. En cualquier caso, la
reelección presidencial -marca de fábrica de toda autocracia- parece
ser ya un objetivo casi imposible de alcanzar para Cristina Fernández.
Por cierto, Argentina
continuará siendo peronista –es más fácil que el Vaticano deje de ser cristiano
a que Argentina abandone el peronismo-. Pero, y es al fin lo importante, nunca
el peronismo ha sido igual a sí mismo.
2014 será decisivo en
Venezuela. Por primera vez un año sin elecciones en un país en el cual la
oposición, a pesar del más atroz ventajismo electoral, ha llegado a ser mayoría
en las áreas más pobladas. Los estallidos sociales -producto de la política
económica practicada por el dúo Chávez-Giordani y continuada por Maduro- seguirán
apareciendo por doquier. Si la oposición logra conservar su unidad básica, y si
además desarrolla un fuerte trabajo social para otorgar así formato político a
las luchas reivindicativas, podrá convertirse en una verdadera
alternativa de poder. Todavía, hay que decirlo, no lo es. Venezuela vive ese
difícil momento en el cual un gobierno no sabe gobernar y la oposición no puede
todavía gobernar.
Las necesarias adaptaciones
que requiere una práctica política no electoral, en el marco determinado por un
gobierno que controla todos los poderes fácticos, solo podrá ser posible en
Venezuela si la oposición, en aras de su propia unidad, logra neutralizar, y en
lo posible desembarazarse, de una delgada franja golpista y militarista cuyos
adalides ven en la MUD y en Capriles a sus enemigos mortales. Esa derecha
endógena -existe por cierto en todos los países latinoamericanos- ya ha causado
en Venezuela mucho daño. Es la misma derecha fanática que hoy sueña con calles
ensangrentadas y asonadas militares. Se trata, para decirlo claro, de una
derecha que no suma; por el contrario, resta. Sobre todo resta en momentos en
donde la tarea más importante de la oposición será la de obtener un perfil no
solo democrático -ese ya lo tiene- sino acentuar su representación social entre
los sectores más empobrecidos del país.
Que el bloque de naciones
democráticas haya crecido en América Latina no significa que han sido
creadas condiciones irreversibles. Todo lo contrario: Hay países en los cuales
sus gobiernos caminarán sobre cuerdas muy flojas durante 2014. Dos de ellos son
por el momento los más desafiados: Colombia y Chile.
Si a través de diálogos e
inevitables enfrentamientos el gobierno colombiano logra desarmar a la mal llamada
guerrilla, distanciándose a la vez de opciones militaristas como son las que
representa el ex presidente Uribe, la contribución colombiana al proceso que
llevará a América Latina hacia la democracia plena, será enorme.
En Chile a su vez, todos
saben que la gobernabilidad de Bachelet será tan difícil como fácil fue su
elección. Si el gobierno logra la tarea de sentar las bases para una
economía social de mercado sin que sean deteriorados los fundamentos del Estado
de derecho, los mismos que tantos sacrificios costó obtener, y a la vez, si
Bachelet logra realizar ese objetivo sin que se caigan los naipes de una baraja
que agrupa desde democristianos a comunistas, estaremos frente a una verdadera
obra de joyería política. Si no es así, será lamentable para una Mayoría que no
es tan Nueva.
El crecimiento económico de
América Latina continúa, aunque a ritmo más pausado. Los problemas de hoy son
más bien de naturaleza política. ¿Cómo lograr cierta equivalencia entre la
producción de bienes materiales y la producción de bienes políticos? El caso
peruano parece ser sintomático. La economía camina bien sobre las cifras, a pesar de
cierto lógico retroceso. Pero casi toda las noticias que llegan desde Perú son sobre escándalos y
casos de corrupción. Solo Brasil y Uruguay parecen estar atravesando el umbral
que lleva del desarrollo económico a un desarrollo político sustentable. Dilma
Rousseff ha demostrado en momentos de crisis ser una excelente administradora
del capital lulista y José Mujica ha sabido combinar gestos populistas con un
acentuado liberalismo político y un evidente pragmatismo económico.
Naturalmente estamos
hablando de democracias imperfectas. ¿Pero no sería una democracia
perfecta todo lo contrario a una democracia? La democracia vive de la
lucha en contra de sus imperfecciones. Solo las dictaduras son perfectas