Fue una exageración literaria, la de Joschka
Fischer. El ex Ministro del Exterior alemán se refirió en su más reciente
artículo ("La ausencia de los EEUU") a un supuesto "periodo
post-americano" para describir la ausencia militar de los EE UU en
determinados conflictos internacionales, sobre todo en el Oriente Medio.
¿Quiere decir Fischer que el rol de EE UU como superpotencia ha disminuido? ¿O
estamos escuchando por enésima vez la tan propagada "caída del imperio"?
Es cierto, han surgido otras potencias en la
escena mundial, pero ninguna todavía puede disputar a los EE UU su supremacía
en la tecnología militar, mucho menos en la digital, y en ningún caso, su
influencia política y cultural. Para decirlo de modo plástico, los jóvenes
chinos bailan música norteamericana. Pero en ninguna discoteca norteamericana
los jóvenes bailan música china. Me atreveré a afirmar incluso que los EE UU
ejercen hoy mayor liderazgo político internacional que durante la Guerra Fría.
Trataré de explicarlo
Hay que entender sí, que las condiciones
históricas ya no son de la Guerra Fría. Mientras en el pasado reciente los EE
UU estaban envueltos en un conflicto bi-polar, hoy se confrontan con un
crucigrama de conflictos múltiples. Eso significa que la política de los EE UU
con respecto a otras naciones estaba orientada por el mayor o menor grado de
adhesión a su enemigo fundamental: la URSS. Hoy ese enemigo no existe, y por lo
mismo los EE UU deben adecuar su política a la naturaleza específica de cada
conflicto. Sólo así se explican las vacilaciones que ha mostrado Obama para
intervenir directamente en Siria. Vacilaciones necesarias. Pues tanto
intervenir como no intervenir son decisiones que implican riesgos grandes; y no
solo para los EE UU.
Sin embargo, a diferencia de lo que opina
Joschka Fischer, los EE UU durante Obama no han estado ausentes en la región.
Solo que su presencia -y es lo decisivo- ha sido más política que militar.
Las tres rebeliones democráticas, las de
Túnez, Egipto y Libia, contaron con el apoyo explícito del gobierno Obama. Y
cuando los rebeldes libios solicitaron ayuda, tampoco le fue negada. Más aún,
desde su legendario discurso de El Cairo (2009), Obama ha logrado mantener
excelentes relaciones con sectores no fundamentalistas del Islam. A sus ya
buenas relaciones con el gobierno de Erdogan en Turquía, ha sumado un directo
contacto con el islamismo político de Mursi en Egipto. Por lo demás, las
rebeliones de la región no tuvieron un carácter anti-norteamericano (y ni
siquiera anti-israelí) como en el pasado reciente.
Dicho en breve, podemos detectar tres líneas
estratégicas en la política de EE UU hacia el Medio Oriente.
1) Apoyo político a todos los movimientos
antidictatoriales.
2) Apoyo militar directo cuando es solicitado
por fuerzas políticas afines
3) Actuar en conjunto con gobiernos de la EU
y del Medio Oriente.
Las tres líneas han estado presentes en la
política de Obama hacia Siria. Los rebeldes han contado con respaldo político
de los EE UU; y eso es innegable. En cuanto al apoyo militar, éste ha sido más
bien informal, pero existe. De tal manera, si los EE UU no se han comprometido
con mayor decisión ha sido por razones que escapan a la competencia del
gobierno Obama.
La más decisiva es que el tirano Asad tuvo
éxito en la empresa en la cual fracasó Gadafi en Libia: la de transformar la
rebelión democrática en guerra civil. Así planteado el conflicto, la rebelión
-representada por "La Coalición Nacional Siria"- pasó a ser
controlada por sectores militares y grupos islamistas con los cuales el
gobierno de los EE UU no tiene relaciones muy positivas.
No obstante, por razones estratégicas, el
gobierno de EE UU no puede dejar de apoyar, aunque sea desde lejos, a los
rebeldes sirios. En efecto, derrocar a Asad es indispensable para desarticular
un nuevo "eje del mal" formado por Siria e Irán apoyado abiertamente
por Rusia, y de paso aislar a las milicias chiítas del Hezbolá. De tal modo, la
de Siria es una guerra en la cual las tropas sirias ya no representan sólo
intereses sirios. Situación que recuerda al Vietnam de los años sesenta. Pero esta vez los roles están invertidos. Mientras en Vietnam
la URSS apoyó a un movimiento popular dirigido en contra de una dictadura
corrupta, hoy Rusia apoya a una dictadura corrupta en contra de un movimiento
popular apoyado por los EE UU. La legitimidad política de la intervención está
esta vez al lado de Obama.
Del mismo modo, de acuerdo a la segunda
línea, los EE UU se inclinan a buscar aliados sobre la base de una mínima
afinidad política. La estrategia de "criar cuervos" -tras haber
apoyado a los talibanes en contra de la ocupación soviética y a Saddam Hussein
en su guerra en contra de Irán- ya no tiene validez en los EE UU. Por esa razón
a Obama no le entusiasma demasiado que en la oposición siria aumente el peso de
grupos islamistas, e incluso terroristas. Aunque entre abandonar Siria en manos
de Asad, o negociar con un frente opositor predominantemente islamista, Obama
deberá elegir la segunda opción. En cierto modo, con reservas y cautelas, ya la
ha elegido.
"Yo no quiero otro Irak", dijo
Obama enfáticamente (Mayo 2013). Pero para que Siria no sea otro Irak, Obama se
verá obligado a seguir la tercera línea, a saber, una estrategia multilateral
en conjunto con sus aliados europeos y con los del Medio Oriente. La paradoja
es que su mejor aliado europeo es un gobierno islámico: Turquía.
El entendimiento entre Erdogan y Obama –si es
que la repentina “primavera turca” no lo echa todo a perder- es óptimo. No
ocurre lo mismo con los demás gobernantes europeos. Con excepción de su aliado
natural, el británico, los gobiernos en condiciones de ejercer liderazgo
practican la política del avestruz. Hollande sólo está preocupado de su débil
administración y Merkel es una líder económica pero no política.
La política internacional alemana, hay que
decirlo, es la misma de la Cruz Roja. Cuando surge un conflicto militar, se
limita a enviar médicos, enfermeras y psicólogos. Por si fuera poco, la mayoría
de los países europeos son dependientes del gas ruso, y nadie quiere pasar el
invierno calentándose con leños, sobre todo ahora,
cuando en Europa ya no quedan árboles.
En cualquier caso, el levantamiento del
embargo de armas a Siria aprobado por la EU en Mayo del 2013, deberá ser
considerado como un punto a favor de la política internacional de Obama en la
región.
Pero los mejores aliados de EE UU están, sin
duda, en el Medio Oriente. Aparte de Israel, los más seguros son los gobiernos
post-revolucionarios (Túnez, Egipto y Libia). Con Arabia Saudita, su principal
socio económico, la relación es más complicada. Naturalmente los saudíes envían
armas a Siria, pero ellas van a parar a las manos de sus amigos íntimos: los
sunitas más radicales.
La situación como se ve, no sólo es
complicadísima; además es peligrosa, y en cualquier momento puede escalar en
toda la región. Y ahí, Israel juega un papel clave.
Obama ha logrado convencer a Netanyahu de
mantener por el momento a Israel en posición defensiva, aunque nadie puede
asegurar si Netanyahu logrará contener a los sectores más beligerantes de su
país, sobre todo ahora, cuando el líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, ha decidido
entrar a la guerra en Siria desde el Líbano, apoyando con todo a Asad. Así, y para variar, los libaneses se aprestan a morir en masas por una guerra que no les incumbe. Por otra
parte, Asad, si es que se ve perdido, podría seguir el ejemplo de Saddam Hussein
y, armado hasta los dientes por Putin, hostigar abiertamente a Israel
declarando una "guerra santa" a fin de constituirse tardíamente en el
nuevo líder del mundo islámico en guerra contra "el imperio y el
sionismo". En esas condiciones, Israel no tendría más alternativa que
atacar a Siria. Irán pasaría a la acción y Arabia Saudita, en sincronía
indirecta con Israel, las emprendería en contra de Irán. En otras palabras, el
Apocalipsis bíblico se convertiría en profecía cumplida. Esa, y no otra, es la catástrofe
horrenda que intenta impedir Obama. ¿Cómo? Probablemente ni el mismo lo sabe.
¿Negociando con Rusia? Putin puede vender
algo, pero Putin es carísimo. ¿Dar tiempo al tiempo? Irán, por ejemplo, entra
en un periodo electoral. ¿Una salida
negociada entre la dictadura de Asad y la oposición siria? Es la alternativa menos
probable. Hay mucha sangre, mucho muerto, mucho horror de por medio. ¿O un
milagro? Quien sabe.
En el marco
de la constelación descrita, un milagro sería quizás la alternativa más
racional. En la historia ha habido algunos