Fernando Mires - CRISIS Y POLÍTICA



Con interés leí la última entrevista concedida al destacado historiador chileno Gabriel Salazar por el periódico digital "El Mostrador". Y no porque esperara alguna revelación. La verdad es que cada vez que leo a Gabriel Salazar, leo lo mismo. El cuento es el siguiente: Arriba hay una clase política desconectada de la realidad. Abajo hay un movimiento ciudadano formado por antiguos y nuevos actores quienes cuestionan al sistema político en su conjunto y, por cierto, al "neoliberalismo" (entendiendo cada uno lo que quiera por ello). 
En todo caso, si es así, no es un problema chilensis pues para donde uno mire en Europa ocurre algo parecido. Miro hacia Italia y veo movimientos sociales radicales, de izquierda y derecha, cuestionando a toda la clase política. Vengo llegando desde París, donde los automóviles no podían transitar debido a una infinita hilera protestando en contra de la clase política (creo que por el matrimonio gay, ya ni me acuerdo). En Grecia, como si fueran los años treinta, fascistas y neocomunistas lanzan piedras en contra de la clase política. De España, mejor ni hablo, están todos en las calles protestando en contra de la clase política. E incluso en la depresiva Suecia, los inmigrantes han decidido constituirse en un movimiento social organizado, uno que cuestiona, para variar, al conjunto de la clase política. De modo que Gabriel Salazar no inventó la pólvora en Chile. Lo único que sí me preocupó es que, por primera vez, el historiador anunció públicamente su soberana decisión de no votar en las próximas elecciones. Más todavía, piensa rayar el voto con garabatos. Es su derecho. Aunque dicho entre nosotros, creo que ese no es precisamente un gran ejemplo de ciudadanía.
Pero intento entender a Salazar. En Chile, siguiendo su lógica, se vive una crisis de representación, de modo que ya no estaríamos hablando de una crisis política sino de –nótese la diferencia- una crisis de la política. Eso quiere decir que los representantes ya no representan a los representados de modo que los representados, o se buscan nuevos representantes o deberán representarse a sí mismos. Ahora ¿Cuál es la exacta dimensión de esa crisis? Salazar piensa que es enorme. Aunque quizás -lo dice mi experiencia- cuando llegue el momento no será tan grande, y no pocos votarán con las narices tapadas -el modo más político de votar- siguiendo el ejemplo de Vargas Llosa cuando llamó a votar por Alán García en contra de Humala, o después, cuando llamó a votar por Humala en contra de doña Keiko. 
El ejemplo peruano no es casual. En esas dos elecciones la gente fue a votar con decisión, seña de que ahí no había crisis de la política. Sobre todo el 2011. Los que votaron por Humala lo hicieron en contra del regreso político de Fujimori. Los que votaron por Keiko, en cambio, en contra de la posibilidad de un "Chávez peruano". ¿Qué nos enseña ese ejemplo? Algo simple: Cuando las diferencias son muy marcadas entre, por lo menos dos bandos, la política no está en crisis. Todo lo contrario, nunca vibra más la actividad política como cuando se desatan antagonismos. Pues la política crece de modo proporcional a la intensidad de sus conflictos. La que constata Gabriel Salazar en la política chilena es, por tanto, una crisis de la política que sólo podría ser superada por una crisis política que surja "desde abajo y desde fuera del sistema", esto es, con una ruptura histórica monumental entre los ya no representados con los ya no representantes.
El tema no deja de tener cierta connotación teórica. Porque si la crisis de la política sólo puede ser superada con una crisis política (una revolución, una revuelta popular, un nuevo partido, un mesías) puede ser que bajo esas condiciones lo más político sea preservar la crisis de la política antes de intentar resolverla mediante una crisis política. La razón es que no todos los movimientos sociales son "buenos" solo porque se mueven. Incluso el nazismo fue en su origen un movimiento social redencionista, enfilado en contra de una clase política que desde los tiempos de Weimar vivía en profunda crisis. Hitler, digámoslo así, resolvió la crisis de la política con una crisis política. Hitler era revolucionario y el nacional-socialismo, partido de la plebe y de la chusma, llevó a cabo una revolución. Sobre los costos de esa revolución, no hablaremos hoy. 
Puede darse también, desde otra perspectiva, el caso excepcional de una nación que viva ambas crisis al mismo tiempo. Es el ejemplo de la Venezuela post-chavista. Por una parte, los dos partidos de la coalición gobernante, los "vampiristas" (Cabello) y los "castristas" (Maduro), practican una política orientada a destruir la vida política. Militarizan organizaciones populares, reprimen a la oposición, se apoderan de medios televisivos, insultan e insultan, corrompen las instituciones públicas, inventan conspiraciones, mienten como orates. En suma, no sólo viven una crisis sino, además, aceleran la crisis de la política. Pero por otra parte, al carecer de la legitimación que otorga una mayoría honradamente contada, los dos “partidos” estatales han creado condiciones para el advenimiento de una crisis política. 
El post-chavismo -que otrora fuera un movimiento popular desde "abajo", de esos que gustan a Gabriel Salazar- no puede ocultar más sus divisiones; sus luchas internas se ven desde Marte, y el mandatario vive en condición impugnada, rodeado de milicos por todos lados. La oposición, cada vez más numerosa, aguarda con budista paciencia su momento histórico el que probablemente será electoral y pacífico. Bajo esas condiciones votar -en un referéndum, o en elecciones regulares- será, antes que nada, una decisión existencial. Tan existencial como fue votar "si" o "no" en el legendario plebiscito que terminó con la dictadura chilena, el año 1990

No tengo la más pura idea acerca de qué es lo que diría el historiador chileno Gabriel Salazar frente a circunstancias como las que viven países como Venezuela (de Cuba, ni hablar). Porque en verdad, Chile es hoy un país priviligiado si comparamos su situación política con las de otras latitudes. Allí, como en todo el mundo democrático, los políticos pueden ser buenos o malos, la justicia social puede ser precaria, y, por lo mismo, puede haber descontento popular. Pero la dignidad del voto, la que tanto costó conquistar, no merece ser garabateada por nadie. Así, al menos, pienso yo.

¡Cuánto daría un demócrata venezolano por emitir su voto -el mismo que el historiador chileno intenta llenar de garabatos- con la seguridad de que nadie se lo va a robar!

Entrevista a Gabriel Salazar: AQUÍ