Según encuestas el 2013 arrancó en Alemania con un amplio
margen de ventaja a favor de Ángela Merkel (41%) contra su adversario
socialdemócrata Peter Steinbrück (27%). Las razones parecen obvias. Mientras
Merkel ha brillado por su eficacia gubernamental, por su apoyo a la zona del
euro, y últimamente por una política internacional que -debido a la
incompetencia del ministro del exterior, el liberal Guido Westerwelle- ha
debido manejar ella misma, Steinbrück se ha caracterizado por sus
desafortunadas intervenciones públicas.
Para comenzar, causó sensación la noticia de
que Peter Steinbrück hubiera obtenido en pago por sus conferencias, increíbles
cantidades de dinero de empresas alemanas. ¿Por qué esas empresas dispensan
tanta fortuna a alguien que está muy lejos de poseer verdades
reveladoras? No queda más que pensar –se decía en los mesones cerveceros– que
las empresas realizan una inversión redituable. De este modo, el candidato del
que fuera una vez partido de los trabajadores, aparece hoy como candidato de
las grandes empresas. No es la mejor imagen para un socialdemócrata.
En lugar de limpiar esa imagen; Peter Steinbrück ha
contribuido a opacarla. Al terminar el año 2012 Steinbrück se quejó
públicamente de que el sueldo mensual de un canciller (17.000 Euros) era muy
poco comparado con el que obtienen directores de empresas, hecho que incluso
entre socialdemócratas motivó una airada reacción. Evidentemente, Steinbrück en lugar de ideas sólo tiene cifras en la cabeza. Lo peor es que el
mismo no se da cuenta. La socialdemocracia tampoco pues debido a esa dudosa
virtud fue elegido como contrincante de Ángela Merkel.
En cierto modo la SPD ha hecho suya una de las
características de la política de nuestro tiempo, a saber: las elecciones no se
ganan con argumentos políticos sino haciendo uso de la lógica de la razón
económica, la que Steinbrück parece dominar. El mismo Steinbrück es un producto
de marketing y no del debate público.
El problema es que Steinbrück fue durante la era de la
gran coalición CDU/CSU/SPD (2005-2009) ministro de finanzas de Ángela Merkel.
Más todavía: la actual política financiera de Merkel es la misma que diseñó
Steinbrück. De este modo, en las próximas elecciones Steinbrück será presentado
por la SPD como una alternativa en contra de Steinbrück. Un total despropósito
pues en esa lucha de Steinbrück contra Steinbrück sólo podrá perder Steinbrück.
"¿No tenemos otro candidato?" –decía un viejo amigo socialdemócrata-
“ese tipo es “inelegible” (unwählbar)”. Así parece. Pero la alternativa a
Steinbrück habría sido el ex candidato derrotado: Frank-Walter Steinmaier, antiguo burócrata
del gobierno Schroeder, bautizado por periodistas como “el hombre más aburrido
de la nación”. No había mucho entonces donde elegir. Pero el hecho objetivo ya
no puede ser ocultado: la crisis de personal al interior de la SPD alcanza
dimensiones gigantescas.
¿Crisis de personal o crisis política? Por lo general la
una es expresión de la otra. De ahí que cuando muchos
socialdemócratas añoran a líderes como Willy Brandt o Helmuth Schmidt,
añoran más bien un periodo en el cual los socialistas eran
representantes de una alianza histórica contraída con los poderosos sindicatos obreros con quienes en la práctica co-gobernaban. Bien: esa alianza ya no existe.
Los antiguos sindicatos se han transformado en
corporaciones independientes abiertas a las ofertas de cualquier postor, y los
restos de la “clase obrera” (sobre todo los de la industria automotriz, del
hierro y del carbón) han pasado a ser miembros de la sociedad bien establecida.
Más abajo existe un nuevo mundo del trabajo al cual los socialistas no tienen
acceso.
El mismo Steinbrück, a fin de contrarrestar sus “metidas
de patas”, se refirió recientemente a Alemania como un país donde coexisten dos
sociedades paralelas. Es la tesis del “dualismo estructural”, muy antigua entre
sociólogos. Mas, no estamos seguros si a eso se refería Steinbrück. Más bien se
tiene la impresión de que hablaba de un sector rico y otro más pobre,
descripción que no corresponde con el tema en cuestión. Pues, por lo menos en
sentido estricto, una de esas “sociedades” no es una sociedad sino un
conglomerado de sectores disociados entre sí. Tampoco es sólo paralela; además
es transversal. Y no todos sus miembros son pobres.
En esa segunda “sociedad” encontramos un muy desarrollado
sector de servicios, proveedor de empleos baratos y ocasionales. A ello se suma
la reaparición de antiguos oficios, como el de las empleadas caseras, las que
en el pasado eran llamadas “las perlas” y hoy “las rusas”, aunque a veces son
también polacas, rumanas, serbias y otras provenientes del ex mundo comunista.
En los sectores de la construcción, de reparaciones, de limpieza pública, ya
casi no se ven trabajadores alemanes, sólo “hombres nuevos” llegados desde el
Este europeo. No hay que olvidar tampoco actividades como la prostitución
ilegal, el robo de autos a ser vendidos en ciudades de países ex comunistas y
otros delitos similares –incluyendo el de las drogas- que atraviesan a toda la
“sociedad formal”. En fin, muchos personajes siniestros como los de las novelas
de Henning Mankell no son invenciones literarias suecas sino parte consustancial
a la socioeconomía de gran parte de Europa.
Ahora bien, a ese nuevo mundo del trabajo –no
proletarizado sino precarizado- no tiene acceso la SPD. Quizás tampoco le
interesa. Muchos de los miembros de ese mundo no tienen domicilio fijo. Otros
no poseen papeles (no existen jurídicamente) y por lo mismo, aunque la
importancia socioeconómica que poseen es inmensa, su importancia electoral es
ínfima. No votan ni les interesa votar. Son parte de la población aunque en el
sentido político del término, no son ciudadanos.
La SPD ha perdido así su clientela tradicional, el
“proletariado industrial”, sin lograr sustituirla por otra. Sigue siendo un
partido democrático pero ya no es un partido “social”.
No puede sorprender entonces que bajo tales condiciones,
tecnócratas sin formato político y sin sensibilidad social como Steinbrück,
sean quienes ocupan los puestos de dirección y liderazgo en la SPD.
El gran problema es que con el descenso de los
socialistas podría producirse en Alemania (ya hay indicios) una muy profunda
anomia política. En otros países, en cambio, ese vacío ya ha sido ocupado por
populismos demagógicos: de extrema derecha como el que comanda Marine Le Pen en
Francia, o de extrema izquierda como el que representa el Syriza en Grecia.