El triunfo obtenido por Barack Obama en las elecciones
que tuvieron lugar en Noviembre del 2012 ha descompuesto el ánimo de diversos
grupos ideológicos. Y no sólo en los EE UU. Esa es el motivo por el cual en
esta ocasión he decidido referirme a los enemigos latinoamericanos de Obama. A
fin de simplificar, los he clasificado en tres sectores.
- Los gobiernos antimperialistas
- La ultraderecha ideológica
- Los tecnócratas de la economía pseudocientífica
Las gobiernos antiimperialistas de América Latina
organizados en el ALBA requieren de una política agresiva norteamericana -tipo
Reagan o Bush- para así poseer un enemigo simbólico y perfilarse como adalides
del antiimperialismo continental. Por eso Romney era para ellos su candidato
secreto.
Un gobernante que no invade pueblos, que se abre al
diálogo, que hace caso omiso a insultos, que busca el debate, y que perfila su
acción en plazos largos, es lo menos que conviene a los ideólogos antiimperialistas.
No es casualidad que los argumentos del radicalismo de
izquierda coincidan en ese punto con los segundos enemigos: la ultraderecha
continental. Según opinión compartida, Obama es un gobernante débil: retira sus
tropas de Irak, pronto hará lo mismo en Afganistán, no invade Cuba, no
bombardea Teherán ni ataca a Siria, en fin, no se hace respetar en el escenario
internacional y por eso los EE UU han perdido su lugar en el mundo.
Sin embargo, cualquier balance muestra lo contrario.
El apoyo tácito, a veces explícito de los EE UU a las
rebeliones árabes, ha hecho posible que por primera vez surgieran movimientos
políticos en la región que no hacen del anti-norteamericanismo su bandera. También
en América Latina: la era de las invasiones ha quedado atrás y los
antiimperialistas ya no tienen en contra de quien gritar.
Ese éxito no lo soportan ni los antiimperialistas ni los
ultraderechistas del continente.
Estos últimos, acostumbrados a apoyar salidas de fuerza,
golpistas por convicción, belicistas por doctrina, añoran esos días
antipolíticos de la Guerra Fría de la cual ellos son sus sobrevivientes
ideológicos.
El tercer sector latinoamericano anti-Obama es el formado
por una tecnocracia pseudocientífica,
ligada políticamente a la ultraderecha, aunque también se encuentran ahí
teóricos del capitalismo salvaje de Estado –entre otros, los fans de China:
nuevo paraíso de la tecnocracia internacional -. Según opinión predominante,
Obama es para ellos un demagogo que enfrenta la crisis dividiendo a la nación y
movilizando de modo populista a las clases pobres en contra de las clases
pudientes.
Siguiendo la opinión de dichos tecnócratas, la crisis
sólo puede ser enfrentada de acuerdo a criterios “científicos”, los que para
ellos son siempre los mismos: des-estatización radical, privatizaciones,
reducción del monto circulante, disminución drástica de impuestos, despidos
masivos. La otra alternativa, arguyen, sería imitar a la “decadente Europa”: La
Europa del “Estado del Bienestar”.
Lo que callan los tecnócratas es que esa masa de sectores
empobrecidos no la creó Obama. Es, por una parte, el resultado de las medidas
reguladoras de los gobiernos republicanos, los mismos que condujeron a un
hiperdesarrollo de las especulaciones en el sector inmobiliario. Por otra, es
resultado de migraciones, particularmente de latinos, las que ningún gobierno
norteamericano ha podido controlar. Se trata –no hay que recurrir a Huntington
para afirmarlo- de una masa migratoria difícil de integrar. Ahora bien, el
dilema es integrarla o no. Crear un Apartheid social o no. Y los medios de
integración sólo pueden ser dos: representación política y ayuda social, aunque
eso signifique recrear estructuras similares a las de la “decadente Europa”.
Sobre ese punto, valga un comentario.
El diagnóstico proto-fascista acuñado por Oswald Spengler
en los años veinte del pasado siglo, la “decadencia de Occidente”, tiene hoy su
réplica en la visión de la “decadencia de Europa”, visión compartida por ultraizquierdistas,
ultraderechistas y tecnócratas de diversos países de América Latina.
Pero quizás habría que recordar que la crisis económica
de nuestro tiempo no comenzó en Europa sino en el ultraliberal Estados Unidos
de Bush.
Tampoco estaría de más recordar que la crisis económica
no ha afectado ni a Alemania, Holanda, Suiza, Austria, ni a los países
escandinavos, ni a la misma Inglaterra y muy levemente a Francia. Y esas son
precisamente las naciones en las cuales
fue erigido desde hace mucho tiempo un Estado social que ha funcionado en el
bien-entendido de que la economía no comienza ni termina en números sino en
seres humanos. Hay que convenir entonces en que la avanzada política social de
esos países, lejos de acelerar la crisis, ha sido su eficaz muro de contención.
Ni Europa está en decadencia ni Obama es
populista. Al contrario, la suya es una política que busca la integración de
los hasta ahora excluidos. Lo contrario sería aceptar pasivamente la
desintegración social de la nación. Pero como dijo Obama en esa pieza maestra
de oratoria que fue el discurso pronunciado con motivo de su
reelección:
“Creemos en un Estados Unidos generoso, un Estados Unidos
compasivo, un Estados Unidos tolerante, abierto a los sueños de una hija de
inmigrantes que estudia en nuestras escuelas y jura fidelidad a nuestra
bandera. Abierto a los sueños del chico de la parte sur de Chicago que ve que
puede tener una vida más allá de la esquina más cercana. A los del hijo del ebanista de Carolina del Norte que quiere ser médico o
científico, ingeniero o empresario, diplomático o incluso presidente; ese es el
futuro al que aspiramos. Esa es la visión que compartimos. Esa es la dirección
en la que debemos avanzar. Hacia allí debemos ir”.
Y hacia allá va Obama.