El día sábado 12.01. 2019 no había nada digno de ver en la tele. Entonces nos decidimos por una película antigua. Escogimos al azar un video y apareció "The Artist". La vimos de nuevo y fue aún mejor que antes. Una gran película. De pronto recordé que -quizás, no estaba seguro- yo había escrito algo sobre ella. Busqué en el archivo de POLIS y, efectivamente, la encontré. Me decidí entonces a re-publicar mi texto.
16.11.12
16.11.12
La discusión entre un contendor heideggeriano -eximio filósofo de
profesión- y yo –modesto filósofo amateur arendtiano- sobre el tema del Nuevo Comienzo fue, por cierto, más larga e intensa
que una enjuta trascripción cuyo objetivo sólo es enunciar una experiencia que
para mí tuvo importancia. Eso sucedió cuando, agotado por esa inservible y por
lo mismo importante discusión, intenté después olvidarla con un pasatiempo, razón por
la cual eché a correr el video de la película El Artista la que, como es
sabido, ha recibido todos los premios internacionales habidos y por haber,
entre ellos, cinco Oscares
Fue la peor idea que pude haber tenido. Pues si quería
desactivar mi obsesión por el concepto de El Nuevo Comienzo solo logré
reactivarla. Efectivamente, ahí, en el tránsito del cine mudo al sonoro,
ejemplificado en el grandioso filme dirigido por Michel Hazanavicius, se repite
constantemente la idea del Nuevo Comienzo.
La historia de ese Nuevo Comienzo data desde 1927,
tiempos en los cuales brillaba el actor Georg Valentin (Jean Dujardin)
en alusión a Rodolfo Valentino, astro de la era del cine mudo.
En 1929, en medio de la depresión mundial, irrumpió el
cine sonoro, y en los años de recuperación, Peppy Miller (Bérenice Méjo)
-quien había sido actriz secundaria en un filme en el cual Georg fue principal
actor- llegó a ser una gran estrella.
Peppy amaba a Georg quien quizás por orgullo no se
resignaba a abandonar su reino del cine mudo. Peppy, en cambio, había logrado
adaptarse al Nuevo Comienzo del cine mundial. Así ocurrió que solo después de
haberlo perdido todo, caído en el alcoholismo y al borde del suicidio, Georg,
ayudado por Peppy, logró incorporarse al cine sonoro. La danza final de Peppy y
Georg señala el fin de la era de Rodolfo Valentino y el comienzo de la de Fred
Astaire y Ginger Rogers.
El Nuevo Comienzo ha sido un tema recurrente del cine.
Sobre historias de emigrantes que inician una nueva vida, buscando un nuevo comienzo, ha habido películas
grandiosas. Recuerdo entre otras el clásico de Elia Kazan América, América
(1963). Hace poco vi también una extraordinaria comedia (¿o drama?) titulada Bienvenida
en América (2009) dirigida por la joven cineasta Cherien Dabis, filme que
trata de las vicisitudes de una mujer palestina, una empleada bancaria llamada
Duna, quien emigra desde las zonas ocupadas de su país hacia los Estados
Unidos. Ese filme cuyo final utópico (un profesor judío baila con un médico
palestino en un restaurante) sugiere que en los nuevos comienzos lo imposible
puede ser posible. Pero siempre y cuando sepamos asumir el Nuevo Comienzo como
una chance y no sólo como tragedia. Eso lo sabemos quienes por diversas razones
hemos debido abandonar nuestra tierra para re-comenzar la vida en otra.
Hay quienes resisten el cambio. Hay otros que deciden
esconderse en un pasado el que, al ser pasado, jamás volverá. Lo mismo ocurre
en los periodos históricos de transición. Hay incluso quienes tienen la mala
suerte de ser atrapados, como emparedados, entre dos tiempos. El sociólogo
Richard Sennett relata en su libro The Culture of the New Capitalism uno
de esos casos: un emigrante de origen italiano en los EE UU quien no logra dar
el paso que va desde la llamada sociedad industrial a la sociedad digital. Caso
que me recordó a una secretaria de la Universidad de Oldenburg quien, cuando
todas las oficinas estaban dotadas de programadores, persistía, cual partisana
en resistencia, en seguir escribiendo en su máquina de escribir Olimpia (¿o
Rémington?)
En la cinematografía hay clásicos que relatan la vida en
tiempos de transición. ¿Quién no ha visto la hermosa y autobiográfica
Candilejas de Charlie Chaplin? A la mente se me viene también la filmación
hecha por Volker Schlöndorff del drama de Arthur Miller Muerte de un
Vendedor Viajero en la, para mí, más descollante actuación de Dustin
Hoffman.
El Artista pertenece sin duda a esa larga temática. Más
aún, El Artista agrega aspectos que no encontramos en otras filmaciones. Uno de
ellos reside en el hecho de mostrar como en el tránsito que va de un periodo a
otro hay siempre algo valioso, un sedimento, un resto que espera ser recuperado
bajo otras condiciones.
Así se nos dice, por ejemplo, que el cine mudo era mudo.
Pero eso no es tan cierto. Aparte de los breves textos escritos había en las
grandes filmaciones no-sonoras una permanente e intensa comunicación. Palabras
que al ser traducidas por gestos y miradas no dejaban de ser palabras. Pero
esas palabras no dichas, aunque expresadas, entraban en forma de palabras
sonoras en la mente del espectador. Por eso, pese a que El Artista no es sonoro
uno tiene la impresión de haber “escuchado” todo. Extraordinario.
Ese fue también el arte de grandes actores del cine mudo.
La mirada del andrajoso Charlie Chaplin cuando en su legendario filme Luces
de la Ciudad fue reconocido por la florista que había recuperado la vista,
vale más que cien palabras de amor. La carcajada abierta de Rodolfo Valentino,
que tan bien imita Dujardin, era francamente contagiosa. Y sonora sin serlo.
Cuando apareció el cine sonoro, en cambio, la expresión
gramatical sustituyó a la expresión mímica. Quizás esa es una de las razones
por la cual tantos filmes de los años cuarenta y cincuenta parecen muy acartonados, lo que no ocurría en las grandes filmaciones no-sonoras. Incluso me atrevería a decir que al ser el cuerpo un medio de
comunicación, muchos filmes “mudos” resultan más eróticos que supuestas
filmaciones eróticas del cine hablado. Peppy Miller, por ejemplo, con simples
movimientos de caderas, logra comunicar más erotismo que muchas escenas de
cuerpos desnudos del cine actual.
Tengo la impresión de que los grandes actores de nuestro
tiempo son los que habrían podido ser grandes actores en la época del cine
mudo. Pienso en Meril Streep, mujer que no sólo habla con la boca, también con
los ojos, con movimientos, rictus, lágrimas y sonrisas. Es una lástima que ella
hubiera nacido después del cine mudo. Habría sido, en esas escenas donde todo
el ser de la vida habla sin sonido, una de sus más grandes figuras. Con el fin
del cine mudo algo se perdió. Ese “algo” es lo que logra comunicar de modo
magistral Michel Hazanavicius.
Porque suele suceder que recién cuando estamos a punto de
perder algo, o cuando ya lo hemos perdido, descubrimos el valor que no habíamos
advertido en lo que tuvimos. Así sucede con algunos grandes filmes del cine
no-sonoro. Michel Hazanavicius lo deja muy claro cuando introduce ese instante
en el cual Georg, desesperado, quema todos sus filmes, salvando sólo uno: aquel
donde bailaba con Peppy Miller, cuando ella era una principiante. En ese
momento, el de la pérdida total, Georg descubrió que amaba a Peppy. Ahí, casi
con filosófica claridad, muestra Hazanavicius como ese difícil tránsito que
lleva desde un determinado final hacia el Nuevo Comienzo no puede ser nunca un
acto individual. Para comenzar de nuevo en esta vida, necesitamos de la ayuda,
de la solicitud, del amor de las otras y de los otros.
Georg Valentín realizó a duras penas el tránsito hacia el
Nuevo Comienzo pero pudo hacerlo porque no estaba solo. A su lado estaban su chofer, su amada Peppy y, no olvidar, ese perro fiel que le salvó la vida.
¿De dónde salió ese perro? Es uno de los mejores actores
que he visto en mi vida. A su lado Lassie es sólo una vulgar diletante. Sin
duda merece un Oscar.
Recuerdo que en el barrio de mis años juveniles había un
chico muy parecido al Manolito de las tiras de Mafalda. Ese chico creía que el
Festival de Cannes era un concurso internacional para perros (canes). Ahora
pienso que ese Manolito chileno no era tan bruto como parecía. Porque la verdad
es que después de haber visto la actuación de el perro de El Artista, pienso
que debería existir un festival de canes para que ese quiltro genial hubiera
recibido el premio que, con todos sus honores, le corresponde.
Queda entonces hecha la sugerencia. Después de todo nunca
será demasiado tarde para comenzar de nuevo. Esa era también una idea de Hannah
Arendt: Idea que viene de Heidegger.