Con dominio pleno de la
ironía dice Paulina Gamus que nos va a narrar su “fugaz” paso por la profesión
política (1968-1999). Uno que, como todo paso, fue seguido por otro: el de la
observadora sagaz de la política desde el momento en que el estado de su nación
fue ocupado por Hugo Chávez Frías y su gente, hasta llegar a nuestros días,
cuando en medio de “inciertas incertidumbres”, otro capítulo de la ya no corta
vida política venezolana está a punto de ser cerrado.“Permítanme contarles”, solicita Paulina. Y el título
de su libro no puede ser más exacto. Porque en el verdadero sentido del
término, Paulina narra una historia que ella, como casi nadie, está en
condiciones de testimoniar. Con eso estoy diciendo que, como ocurre con muchas
cosas en la vida, el libro que estoy prologando es una unidad tridimensional. Es
una historia, una narración y un testimonio a la vez.
Existe, por cierto, en círculos historiográficos, una ya larga
discusión acerca del valor de los testimonios. Los testigos, aducen algunos
historiadores, juzgan el pasado de acuerdo a vivencias y sus relatos son por
lo mismo subjetivos. Puede que eso sea así en algunos casos; y no lo niego. Pero
hay por otra parte diferentes tipos de testigos. Y si el o la testigo es una
persona cien por cien política, y si a ello, además, se suma talento para
secuensializar acontecimientos, quiere decir que estamos frente a un testigo
privilegiado. Más aún; si a esas dotes agregamos una pluma brillante y mordaz,
quiere decir que el libro de Paulina Gamus es una obra destinada a marcar hito
en la narrativa política e historiográfica venezolana. Un libro que –esa fue mi
experiencia- habiendo comenzado a leerlo, atrae como imán, impide conciliar el
sueño y habiendo terminado su lectura, incita a volver a leerlo. O lo que es
igual: a disfrutarlo.
Puedo imaginar que quienes sustentan la tesis de “la historia como
ciencia” no estarán de acuerdo en conceder el título de narración histórica a
un libro como el de Paulina Gamus. Según esa corriente la historia no se ocupa
de seres humanos, sino de “procesos y estructuras”. Las personas, de acuerdo a
tan aburridísima historiografía no son más que prolongaciones secundarias de
supuestas “leyes objetivas”. Más aún, todo lo que tenga que ver con el humano
existente y real, es relegado por dicha historiografía al lugar de lo subjetivo
e, incluso, de lo literario. Así, para los marxistas y liberales, la historia
es el resultado de relaciones socioeconómicas; para los hegelianos, de una
astucia que sólo la historia conoce; y para los darwinianos, el producto de una
evolución natural.
Paulina Gamus demuestra, en cambio, y sin habérselo propuesto, que
el curso de la historia, por lo menos el de Venezuela, está condicionado por
seres como tú y yo, y por eso mismo, la historia, según las medidas de la
sastrería humana, será siempre como sus actores: imprevisible, precaria,
defectuosa, inconsistente. Pero también, y por eso mismo, alcanza de pronto
instantes luminosos que, aunque sea de modo efímero, nos hace ver, como una vez
versara la inolvidable Violeta Parra: “al bueno tan lejos del malo”.
O en otras palabras: precisamente porque Paulina nunca se propuso
escribir un libro de historia escribió un libro de historia. Una historia que
es su historia, o biografía, pero que a la vez es parte de la historia de su
nación. En cierto modo confirma una sospecha; y es la siguiente: hay momentos
en que la verdadera historia no puede sino ser autobiográfica, es decir vivida.
Y aquí no hay necesidad de citar a Nietzsche para afirmar que todo lo que no es
vivido carece de interés. El mundo pertenece a los vivos y no a los muertos. Esa
última frase, como ustedes saben, no es de Nietzsche.
En el exacto sentido del término, biografía no sólo es escribir
“sobre sí mismo”, sino “desde sí mismo hacia los demás”, hasta alcanzar ese
punto alcanzado por Paulina, punto en el cual lo subjetivo se hace objetivo y
lo objetivo se hace subjetivo. Es por eso que reitero: estamos frente al
testimonio de una testigo privilegiada. Una que no sólo tiene conocimiento
preciso de lo que aconteció en el pasado reciente, sino, además, de los actores
principales de una trama de acontecimientos formados por incidencias,
accidencias: gestos de valor y vilezas innombrables cometidos por seres reales,
en muchos casos todavía actuantes o activos.
Pero se trata -no olvida nunca Paulina- de una trama política, es
decir, una en donde se cruzan enemigos y amigos políticos quienes no tienen
siempre que ver con amigos y enemigos personales pues, como confidenciara una
vez Carlos Andrés Pérez a Paulina: “Hay que diferenciar entre los amigos y los
amigos de cargo”. Creo que lo mismo vale para los enemigos. Y con estos últimos
es Paulina implacable. Fue esa la razón por la cual al leer uno de esos
incisivos artículos con los que cada cierto tiempo nos confronta, escribí a
ella: “no quisiera contarme entre tus enemigos”. Pero esa es también una
opinión digna de ser revisada.
Si bien Paulina Gamus es una difícil enemiga política, siempre
hace la diferencia entre la enemistad política y la enemistad personal. Como
excelente conocedora de la condición humana sabe que al ser cada uno de
nosotros portadores de opiniones, podemos cambiar de opinión sin que eso nos
haga peores o mejores que antes. No son pocas las veces en las cuales a lo
largo de libro Paulina reconoce aspectos positivos en sus enemigos políticos y
a la inversa, grandes deficiencias en algunos de sus amigos. Eso quiere decir,
la amistad o enemistad política no es en Paulina –mujer política-
incondicional. La política, eso lo aprendió muy bien, está sujeta a
condiciones. Cambian las condiciones, cambian las relaciones. En ese punto,
Paulina no cierra las puertas a nadie. La vida -comprueba su propio libro- da
muchas vueltas.
Portadora de una tradición religiosa y humanista, la judía, sabe
que nadie, ni aún el mejor entre nosotros, puede ni debe erigirse en juez
absoluto de la historia. Ese oficio no nos corresponde. Pertenece solo a
Alguien. Es por eso que Paulina, a través del libro, no niega la reconciliación
con sus contradictores
Sólo dos veces apela Paulina –y en eso estoy totalmente a su lado-
a la irreconciliación radical. La primera es contra aquellos que nos niegan el
derecho a la palabra. Hay en el texto un no breve pero muy bello párrafo
dedicado a la defensa de la libertad de palabra. A través de ese párrafo, y
siguiendo el mandato de su tradición, Paulina es muy consciente de que si somos
lo que somos es porque hablamos, y nunca hablamos para nosotros, sino para “los
otros”. Y sin los otros no somos “nos- otros”. La negación de la palabra hablada o escrita es para Paulina – quien como parlamentaria fue un ser
parlante- un pecado mortal. Así lo entendí yo, al menos.
La segunda es el antisemitismo.
Pero no sólo se trata, aunque también se trata, de la defensa de
una religión, de un pueblo; de una tradición e historia. No sólo es la suya una
auto-defensa. Es también la defensa del derecho de cada ser humano a ser como
es y lo que es. Me explico:
Todos podemos ser atacados y los que nos hemos ocupado de esa
“cosa”, la política, lo hemos sido más de alguna vez. Pero es muy
distinto ser atacados por opiniones, por argumentos, incluso por principios,
que ser atacados por lo que somos: miembros de una familia, de una historia, de
un pueblo, de una tradición. En ese caso, si somos atacados por lo último, lo
somos en nuestra propia “razón de ser en el mundo”. Y quien ataca a nuestro
ser, no puede ser sino un enemigo total. Eso es el antisemitismo.
Las opiniones, los argumentos, los principios, los podemos
cambiar. Incluso podemos cambiar de territorio, de “hábitat”, de nacionalidad,
en algunos casos de religión y en los últimos tiempos, hasta de sexualidad. Lo
único que no podemos cambiar es la pertenencia a una familia, a un pueblo, a
una tradición. De ahí que ser atacado en esa última relación, no por lo que
hacemos, digamos, pensamos, sino por lo que somos, es un acto criminal. Contra
ese acto no caben reconciliaciones.
En un discurso, el Presidente Chávez, llevado por su irrefrenable
verbo, gritó: “Te maldigo, Estado de Israel”. Si Chávez hubiera dicho: “te
maldigo gobierno de Israel”, habría sido algo distinto.
Todos podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con un determinado
gobierno. Pero maldecir no a un gobierno sino a un Estado, es decir a la
representación jurídica y política de una nación, es un insulto de otro
calibre. Es racismo; es antisemitismo en su más primitiva y fascista expresión.
Chávez en esa ocasión se declaró enemigo absoluto, no sólo del
Estado de Israel, sino del ser humano. Contra ese ataque no hay peros que
valgan. Chávez, desde ese momento se convirtió en el enemigo absoluto de
Paulina Gamus. Después de tan maligna declaración, Chávez no dejó ninguna otra
alternativa. Y, no obstante, Paulina, aunque no perdona, quiere entender. ¿Cuáles
son las razones que llevan a cruzar los límites que posibilitan la coexistencia
humana?
Paulina Gamus, aunque ella no lo quiera, es una intelectual. Por
eso intenta analizar desde una perspectiva psíquica el antisemitismo de Chávez.
El narcisismo agudo que según algunos psiquiatras han detectado en el
presidente, será objeto de su atención. También indaga en la formación
ideológica de Chávez y ahí se encuentra con los textos de Norberto Ceresole, su
mentor ideológico: un fascista argentino de antisemita profesión. Y no por
último, en la fascinación que ejerce en Chávez la teocracia persa, enemiga
jurada de Israel. A los enemigos hay que entenderlos; esa parece ser una de sus
divisas.
A los amigos también. Sobre todo a quienes fueron sus amigos
políticos en el pasado reciente. Sin embargo, quien espera una apología del
pasado pre-chavista o una exaltación de su militancia “adeca” se desengañará. Del
mismo modo, quien espere que Paulina haga un “borrón y cuenta nueva”, también
se sentirá frustrado. En ese punto Paulina ha sabido encontrar el justo término
medio. No se deja alinear junto a los “reivindicacionistas” quienes añoran un
supuesto pasado esplendoroso, lleno de magistrados sabios y presidentes
honestos. Pero tampoco cae en la “leyenda negra” cultivada por el chavismo, a
saber: que todo ese pasado sólo fue un pantano de corrupción hasta que apareció
Chávez, enviado por Bolívar, a salvar a su nación. Política avezada, Paulina
sabe muy bien que los cambios no ocurren en contra de la continuidad histórica
y que, en muchos casos, las grandes transformaciones no son sino reproducciones
del mismo pasado que se quiere denostar. Pero no sólo frente al pasado es
ella crítica.
La vida política es vida polémica y no hay polémica sin crítica. De
acuerdo a esa premisa, Paulina se aleja de una actitud maniquea de acuerdo a la
cual basta estar en contra de Chávez para poseer la razón histórica. Por el
contrario: Paulina ha debido librar al interior del propio espacio
antichavista, duras polémicas. Sus adversarios (no enemigos) internos han
experimentado de modo duro sus críticas. Sean aquellos que durante un tiempo
jugaron con la idea de la insurrección de masas; sean los que, de modo
irresponsable llamaron al abstencionismo electoral; sean los que confundieron
al enemigo y atacaron entre otros a Rosales y a Petkoff con más furia que a
Chávez; sean los que se dejaron llevar por tentaciones “antipartidistas”,
contra todos ellos Paulina ha debido librar gramaticales batallas. Y no
obstante, aún en los momentos de mayor tensión, Paulina Gamus ha sabido
mantener uno de sus principales dones: un muy agudo sentido del humor. Un humor
que la ha llevado a reírse incluso de sí misma, sin perder jamás la compostura.
Ese buen humor cruza casi todas las páginas de su libro, haciendo de su lectura
un fino placer.
El libro termina en ese
espacio de incertidumbres que vive la Venezuela de nuestros días (escribo en el
justo medio del 2012) Pero, ¿no es siempre la política algo incierto?
Nadie tiene en sus manos
las llaves del futuro. Y, precisamente porque nadie las tiene, necesitamos de
la política, actividad que, como enseña Paulina, debe ser conjugada en tiempo
presente. La política es existencial o no es.
No obstante, para
construir ese futuro incierto, precisamos conocer el pasado. Sobre todo
necesitamos conocer lo que nos dicen quienes lo vivieron y lo pensaron.
Permitamos entonces a Paulina Gamus que nos cuente lo que tiene que contarnos.
Es mucho y, además, muy, pero muy importante. Lo puedo asegurar