Fernando Mires - MAR Y CIELO



Intérprete: Los Panchos. Autor: Julio Rodriguez
Me tienes/ pero de nada te vale/ soy tuyo/ porque lo dicta un papel/ mi vida/ la controlan las leyes/ pero en mi corazón/ que es el que siente amor/ tan sólo mando yo/ El mar y el cielo/ se ven igual de azules/ y en la distancia/ parece que se unen/ mejor es que recuerdes/ que el cielo es siempre cielo/ que nunca, nunca, nunca/ el mar lo alcanzará/ Permíteme igualarme con el cielo/ que a ti te corresponde ser el mar/

Éste, me decía un amigo, es un bolero que esposas y maridos cantan en clandestinidad
A primera vista ha de parecer un bolero cínico, y quizás de ahí viene su éxito. Puede que el cinismo sea también un modo de expresar la verdad de modo superficial. 
A través de su cinismo, Mar y Cielo da cuenta de una contradicción que no es ajena a la existencia de muchos. Nos referimos a aquella que surge de la conflagración entre las dos leyes: la del derecho y la del corazón. Y como suele suceder con muchos ciudadanos, el del bolero vive de acuerdo al derecho, acata sus leyes, pero en su intimidad no comparte su dictamen.
La mencionada conflagración no se da solamente en las relaciones de amor sino, además, en diversos ámbitos de la vida. Por ejemplo, yo pago mis impuestos aunque estoy convencido de que algunos no son justos. Hago lo que la ley me ordena, pero no estoy de acuerdo siempre con la ley. Esa es por lo demás un atributo de la condición ciudadana. Una sociedad en donde todos estuviésemos de acuerdo con todas las leyes sería tan insoportable como otra en la que los ciudadanos no cumplieran las leyes con las cuales no están de acuerdo. Acatar la ley y vivir en desacuerdo con ella es algo normal. Así sucede también con la mayoría de nosotros.
Nadie puede reprochar, luego, al sujeto del bolero que no cumpla con las formas legales. Las cumple, y hasta tal punto, que subordina la ley de su corazón a la ley civil. En cierta medida él es una víctima del derecho, tanto público como privado. Por ser fiel a la letra del derecho sacrifica sus sentimientos más íntimos aunque no hasta el punto de negarlos porque eso no lo puede determinar ninguna ley. El sentimiento del corazón es el espacio de su soberanía, adonde no llega ni debe llegar la Constitución ni el Estado. El espacio de los sentimientos es también el de la libertad privada. Sólo las dictaduras totalitarias quieren apoderarse de los sentimientos de los ciudadanos. Los gobiernos democráticos se conforman con que los ciudadanos cumplan las leyes, aunque no estén de acuerdo con ellas. Todo hasta aquí estaría muy bien.  Pero hay un problema.
El problema es que no estamos frente a un tratado de teoría política sino frente a un bolero y en un bolero aquello que está en juego no es la vigencia de la ley civil sino la de los sentimientos que vienen del alma. En tal sentido la civilidad del individuo bolérico es irreprochable, más todavía si tenemos en cuenta de que trata de un latinoamericano. Porque convengamos en que el respeto irrestricto a las leyes no es una de las principales características de nuestra cultura cívica. De ahí que al César lo que es del César y al bolero lo que es del bolero.
El bolero trata de un dilema. El dilema viene del hecho de que amar y vivir en sociedad es algo problemático. Sobre todo es problemático para la vida social ya que ésta no se rige por sentimientos sino por leyes -en primer lugar-, y por costumbres, reglas y normas -en un segundo lugar-. Una sociedad ideal sería efectivamente aquella cuyas leyes están de acuerdo con nuestros sentimientos, pero en algún momento habrá que confesar que esa es una total imposibilidad. Una utopía más. Cierto es que Hegel mediante un conocido artificio dialéctico logró hacer coincidir la ley moral con el Estado al afirmar que el Estado es el representante de la idea moral. Frase que pareció una broma siniestra a J. L. Borges, quien no pensaba en el Estado alemán sino en el argentino. Lo importante en este caso es que las leyes han sido dictadas no con el propósito de que cada uno haga lo que quiera sino de que cada uno haga lo que debe; lo que es muy distinto. 
El deber y el desear, en algún momento hay que admitirlo, no sólo no son sinónimos sino casi siempre antónimos. Si fueran sinónimos no habría necesidad de leyes ya que con sólo realizar lo que deseamos estaríamos cumpliendo nuestro deber. Pero justamente porque son antónimos es que tuvimos en algún momento de la historia que dictar leyes que regularan nuestra conducta. De allí que vivir en la cultura implica aceptar cierto malestar, como constató en su tiempo la genialidad de Freud quien además comprobó que la neurosis que padecían la mayoría de sus pacientes derivaba de aquella contradicción casi nunca resuelta que se da entre lo que deseamos y lo que debemos hacer.
Sin embargo, el paciente del bolero hace un diagnóstico exacto de su malestar al confesar con dolida voz que su vida la controlan las leyes. En otras palabras, su corazón, donde él cree que manda, se encuentra prisionero detrás de una jaula legal. El no vive la vida que su corazón manda sino la que las leyes mandan. Razón de más para suponer que estamos frente a un ser profundamente desdichado quien, como suele ocurrir, hace desdichados a los demás a causa de su propia desdicha. Porque según el texto del bolero hay tres víctimas: el del corazón controlado por las leyes; el de aquella con quien vive y a quien no ama y el de aquella a quien ama pero no puede dar su amor. Razón tenía Freud. Sin esa contradicción básica que delata el bolero -la que se de entre la cultura y nuestros impulsos- los consultorios psicoanalíticos estarían vacíos.
El ideal, si no de buscar una coincidencia, por lo menos un menor distanciamiento entre la prescripción legal y los sentimientos, se encuentra en el centro de toda filosofía. Y ha sido un tema de la filosofía porque siempre, afortunadamente, hay un espacio de la vida que no puede ser regulado por el derecho. De ahí que la vida social acepta como complementos de regulación, la ética, la moral y la religión, disciplinas que orientan a los seres humanos allí donde la ley no alcanza.
Tanto la ética como la moral y la religión están de acuerdo en un punto fundamental, uno que se puede expresar a través de la siguiente máxima: haz siempre lo que las leyes obligan, acata todo lo que las leyes prohíben, pero no hagas todo lo que las leyes permiten. De acuerdo a esta máxima el personaje del bolero cumple aparentemente con la prescripción ética, con la moral y con la religiosa. Él acata la ley y no hace todo lo que las leyes permiten. No obstante, aun reconociendo que actúa conforme a la razón de las leyes, el personaje del bolero no está libre de transgresiones éticas. Para entenderlo mejor creo que es necesario establecer, antes que nada, la diferencia entre ética y moral. Difícil no es.
La diferencia es que ética es una palabra que viene del griego y moral es una palabra que viene del mundo romano. La diferencia no es banal. En Grecia el destino de la polis era regido de acuerdo a las discusiones que libraban los ciudadanos políticos y en Roma el destino del Imperio era regido de acuerdo a los dictados que provenían de la autoridad estatal. Es por eso que la ética es una disciplina discursiva. Y moral es una determinación pre-scriptiva. Es posible discutir acerca de ética. Sobre moral, todos sabemos, no se discute: lo pre- escrito será escrito y lo escrito no podrá borrarse. Luego, para los griegos, todo dictamen ético debía estar precedido de una fundamentación lógica y gramática. 
Como parte de la filosofía, el juicio ético estaba sometido al pensamiento que para los griegos era dialéctico, es decir, polémico, porque todo pensamiento surge de una oposición que es en la polémica una contra-dicción. Para poner un ejemplo, Sócrates después de muchísimo discutir llegó en el Diálogo llamado Gorgias a una radical deducción ética, a saber: “Es preferible ser víctima de una injusticia que cometer una injusticia” .
Si alguien comete una injusticia –para seguir con el ejemplo- y es reconocida por quien la comete como una injusticia, quien la ha cometido vivirá el resto de su vida acusado en su alma por aquel tribunal de la conciencia donde uno es el juez de uno. Y quizás peor todavía: uno es el juez y el acusado a la vez.
En el caso del personaje del bolero Mar y Cielo la injusticia ha sido cometida no sólo frente a dos personas sino sobre todo frente a él mismo. En ese sentido el bolero no es ético. No lo es tampoco porque de su texto no encontramos ninguna lógica que lleve a pensar si la situación descrita debe considerarse “buena” o “mala”. Al cantante le basta -en estricto sentido notarial- constatar que no es ilegal. El suyo es un dictamen jurídico, no una argumentación ético- filosófica.
¿Es entonces una argumentación moral? Pregunta difícil de responder, sobre todo si tomamos en cuenta que al ser la moral una determinación pre-scriptiva, no existe una moral universal, a diferencia de la ética cuya universalidad deriva no de sus dictámenes sino de sus métodos. Lo que es moral en un pueblo o nación puede que sea radicalmente inmoral en otro pueblo o nación. Mas, como no se trata en este caso de un bolero islámico ni budista, podemos medir sus declaraciones de acuerdo a ciertos valores que rigen en la llamada moralidad occidental, que a ésa y no a otra pertenecemos. Ahora bien, los dos filósofos que más se han ocupado de los valores morales de Occidente han sido Nietzsche y Kant. El primero para combatirlos, el segundo para fundamentarlos. Habrá entonces que consultar a ambos.
Nietzsche fue el máximo representante de una moral de la antimoral. Toda la poesía de Zaratustra, por ejemplo, está orientada a denunciar el daño que ha causado la ley moral, sobre todo aquella que viene del cristianismo, en el alma de los seres humanos. Como consecuencia de la dictadura de la moral hémos destruido, según Nietzsche, nuestros impulsos más vitales y por ello no hemos podido elevarnos sobre nosotros mismos, habiéndonos así reducido a una lamentable condición pre-humana. De ahí que para Nietzsche era necesario retornar al origen de la humanidad, refundar al ser humano, y alcanzar una nueva espiritualidad que surja del ser mismo y no de su negación. Desde esa perspectiva el texto del bolero Mar y Cielo no puede ser considerado en ningún caso nietzscheano. Todo lo contrario. Su personaje, en lugar de subvertir la legalidad que reprime sus sentimientos, acata la ley y repliega su amor en la más recóndita privacidad de su corazón. Nietzsche, con su proverbial gentileza, habría dicho que el héroe del Mar y Cielo no es más que un mísero cobarde.
Kant, de quien Nietzsche se consideraba su polo contrario, fue muy mal leído por Nietzsche. Tengo la impresión además, de que Kant ha sido mal leído por distintos filósofos quienes le adjudican el rol de un moralista, que en verdad nunca fue. Tampoco fue un defensor de la idea moral, entre otras cosas porque, a diferencias de Hegel, nunca la moral fue para Kant una “idea”. Cualquiera que alguna vez se haya ocupado con la Crítica de la razón Práctica o con la Metafísica de las Costumbres podrá concluir que en Kant no hay contradicción entre moral y existencia, como suponía Nietzsche, sino todo lo contrario: las nociones morales resultan para Kant de las experiencias humanas.
Aquellas hijas de la razón práctica que son las nociones morales son traspasadas al Derecho pero a la vez ningún Derecho cubre todo el espacio de las nociones morales, de tal modo que si hemos de llevar una “buena vida”, hemos de regirnos, según Kant, no sólo por leyes sino también por máximas, las que a su vez se deducen no de la letra pero sí del sentido de las leyes. Así pudo llegar Kant a una conclusión que para la filosofía moral tiene una importancia decisiva. La conclusión es: “Actúa de tal modo que las máximas de tu voluntad puedan valer al mismo tiempo como principios de una legislación general” . Ahora bien: el hecho de que la autonomía del corazón que proclama Mar y Cielo no sea un hecho ilegal, tampoco es un principio que pueda servir para una legislación general. De tal modo, siguiendo a Kant, el texto del bolero no puede ser considerado moral o inmoral. Probablemente es –no tengo por el momento otra deducción-  a-moral.
Donde aparentemente menos problemas deberían surgir, es desde la perspectiva religiosa, pues aquello que condenan las religiones es el adulterio. Y el personaje del bolero no comete adulterio en sentido estricto. Simplemente constata que la ley de su corazón no se rige por la de la Constitución. Luego, para las religiones de la Ley, vale decir, para las religiones que siguen la letra de un libro, en tanto el personaje del bolero no transgrede la ley religiosa, no comete pecado. Está libre de polvo y paja. Sin embargo, hay sí una religión que lo condena, y el problema para el cantante del bolero es que esa es la dominante en el medio cultural desde donde surgió el bolero. Me refiero al cristianismo, en todas sus formas y expresiones.
Por cierto, no todo delito es un pecado ni todo pecado es un delito. Por suerte, pienso yo, vivimos en un mundo no teocrático donde prima la ley y no la moral, sea religiosa o no. De otra manera este interesante bolero jamás habría podido cantarse. No obstante, nos guste o no, hay que reconocer que en nuestro occidente muchos rigen sus conductas de acuerdo al dictamen religioso, en especial cristiano, de ahí que resulte muy importante conocer la posición cristiana al respecto. Y para decirlo brevemente: a diferencia de la posición legal que establece el primado del derecho sobre la ley del corazón, o de la posición ética que se declara dispuesta a abrir un espacio de contienda argumentativo entre las dos leyes; o de la posición moral, que dictamina sobre las bases de la experiencia histórica, el cristianismo subvierte radicalmente la lógica de la legalidad, incluyendo la legalidad religiosa, y postula un primado radical de la ley del corazón. Ese fue precisamente el punto de discordia entre las fracciones legalistas del judaísmo, particularmente la farisea, con respecto a la cristiana.
   En el Sermón de la Montaña dijo Jesús: “Oyeron ustedes lo que se dijo: no debes cometer adulterio” (Mateo 5:27). En ese punto seguía Jesús la ley mosaica. Pero inmediatamente agregó estas palabras claves: “Pero yo les digo que todo el que quiere a una mujer a fin de tener una pasión con ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5: 28). De donde se desprende que de acuerdo con Jesús no sólo había que acatar la ley frente a los demás, sino, en primera línea, frente a sí mismo. Este es el sentido radical y profundo de la conversión (o Metanoia): ser otro en sí mismo hasta el punto de situar al corazón sobre la ley y no la ley sobre el corazón. El desafío es enorme para cualquier ser humano y, para muchos, imposible de cumplir. ¿No bastaría con prohibir el cumplimiento del deseo? ¿Cómo prohibir el deseo mismo? La respuesta cristiana es durísima y, aunque parezca paradoja, está muy cerca de la respuesta nietzscheana: sólo siendo otro distinto al que tú eres, o como dirá Pablo de Tarso, hasta llegar a aquel punto (sobrehumano) donde sea posible decir: “deseo lo que no deseo”, lo que significa asumir la capitulación definitiva del cuerpo mortal frente al espíritu inmortal. Así entendemos porqué a un cristiano como Kierkegard las palabras de Jesús lo llevaron a la desesperación. Ser cristiano de verdad es casi imposible. Por eso quizás hay tantos cristianos que no lo son de verdad.
La imposibilidad cristiana supone en definitiva unir en cada corazón al cielo con el mar, hasta el punto de que cielo y mar sean una sola unidad, inseparable e indisoluble.[1]
La imposibilidad cristiana es también la imposibilidad final del amor de los mortales puesto que mientras sigamos viviendo en esta tierra, el cielo es siempre cielo (y) nunca, nunca, nunca, el mar lo alcanzará. Pero el amor -y ya no me refiero sólo al amor cristiano- si bien es de este mundo, no sólo es de este mundo. Ese es mi más profundo convencimiento. Viene de un cielo que es mar y de un mar que es cielo. Nunca uniremos al cielo con la tierra, pero desear unirlos, eso es el amor, deseo que en este magnífico, trascendental y filosófico bolero, aparece en toda su radical ausencia.

Texto extraído del trabajo "Somos"- "la verdad oculta de los boleros"

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[1]             Profunda  conocedora de la teología cristiana, Hannah Arendt ha articulado esa idea de un modo muy hermoso: “Del mismo modo que el arcoiris  une al cielo con la tierra, que trae a los seres humanos su mensaje, así, el pensamiento y la filosofía unen al cielo con la tierra” (Arendt, H. Vom Leben des Geistes, Münich 1998, p. 143)