Fue un día de coincidencias. El
27 de Enero, día en que las tropas
soviéticas abrieron los portones de Auschwitz (1945) ha sido elegido en
Alemania como el día de conmemoración del Holocausto, día de recogimiento,
dolor, y sobre todo, de perplejidad. Y ese mismo día recibí del por mí muy
estimado historiador de Puerto Rico, Carlos Pabón, un sugestivo artículo
dedicado a las dificultades que tienen algunos historiadores para interpretar
la violencia cuando ésta va más allá de sus propios límites. Naturalmente
Carlos pensaba en el Holocausto.
Mires.fernando5@googlemail.com
1.
Carlos Pabón cita entre otros al
afamado historiador Eric Hobsbawm, quien confesó una vez su imposibilidad para
dar cuenta de las experiencias de los campos de concentración. Faltó agregar,
tal vez, que esa “ausencia” no sólo es
un problema personal de Hobswabm sino de su teoría de la historia. Pues según
los historiadores marxistas los “actores” principales son “los procesos”, “las estructuras”, “el “desarrollo”,
las “fuerzas productivas”. De ahí que
para dichos historiadores los testimonios sólo cumplen la función de confirmar
interpretaciones que anteceden a los acontecimientos y a sus reales actores.
La reacción frente a la
objetividad cientista ha llevado, apunta Carlos Pabón, a fortalecer el lado
contrario, a saber: a intentar reducir la historiografía al simple relato
testimonial. Así se explica por qué el rol de los historiadores ha sido ocupado
muchas veces por literatos. Primo Levi, Imre Kertész, Alexandr Solyenitzin y
más recientemente Herta Müller, entre tantos, nos han proporcionado magistrales
relatos testimoniales a los que ningún historiador debería renunciar.
Al fin, pareciera que el texto
de Carlos Pabón se inclinara hacia la obvia solución salomónica, a saber: la de
que no puede haber interpretación sin testimonio. Y evidentemente tiene razón cuando agrega que la historiografía no puede agotarse en la pura testimonialidad, la que
en muchos casos proviene de escenarios traumatizantes y, luego, carentes de precisión historiográfica. No obstante, el
problema persiste.
¿Qué sucede cuando el
historiador no puede dar cuenta de determinados acontecimientos si éstos
sobrepasan su posibilidad de interpretación? Pabón cita en ese punto la
acertada conclusión de Giorgio Agamben relativa a que el historiador también
puede dar, en determinadas ocasiones, testimonio de su incapacidad de
testimoniar, y eso es, sin duda, una parte importante del relato.
Y yo agregaría algo más: Hay
momentos en los que el historiador, si ha de ser honesto, debe aceptar la
posibilidad “objetiva” de su propia indecibilidad y como tal darla a conocer.
Eso quiere decir que hay capítulos de la historia que no pueden ser explicados
de acuerdo a una lógica racional, o por lo menos, no desde la lógica y la razón
del historiador, sino desde la de los hechores, sean estos torturadores,
verdugos o dictadores. Pero como el historiador no es ni lo uno ni lo otro, ha
de tropezar siempre con el muro de su propia indecibilidad.
La indecibilidad puede ser,
además, muy expresiva. Porque -y este es el punto- cuando la radicalidad del
mal no puede ser explicada o interpretada, ahí, justamente ahí, estamos
comenzando a entender la verdadera radicalidad del mal. Quiero decir: el
verdadero mal comienza allí donde no alcanzan las palabras para nombrarlo y,
por lo mismo, para pensarlo. Ese también es el momento en que el historiador
debe ceder, a través de su silencio, la palabra al lector.
La escritura y la lectura de un
texto son dos fases del mismo problema. Nadie, o muy pocos, escriben para sí
mismos. A la vez, el mismo texto puede ser entendido por dos lectores de un
modo muy distinto. Recuerdo, por ejemplo, a un conocido, pero también fatuo
crítico literario quien al referirse al Archipiélago Gulag de
Solhenitsyn, no tuvo mejor idea que comparar los múltiples relatos de tortura,
desaparición, prisión y muerte, con una guía telefónica. “Póngase usted mismo
en un sólo caso de los cientos que relata Solhenitsyn” -contestó el moderador del programa- “y quizás pensará diferente”.
Hay, evidentemente,
historiadores y lectores que carecen de esa mínima sensibilidad que lleva a uno
a “ponerse en el lugar del otro”. De ahí su incapacidad interpretativa. Pero
también hay quienes puestos en ese lugar no encontramos las palabras para decir
lo que sentimos.
La imposibilidad de interpretar
la extrema radicalidad del mal es también una incitación a pensar sobre lo
impensable.
2.
Fue quizás la intención de
pensar sobre lo impensable, la razón que llevó al Parlamento alemán a invitar
el mismo día 27 de Enero de 2012, al “Papa de la literatura alemana”, Marcel
Reich-Ranicki, a pronunciar el discurso central. Mas, como era de esperarse, el de Reich-Ranicki no fue un
discurso. Fue un testimonio. Así lo dijo el mismo: “No hablo como historiador
sino como un testigo del tiempo; mejor dicho: como un sobreviviente del Gueto
de Varsovia”
Marcel Reich-Ranicki cuyos padres y hermano fueron asesinados en
los campos de concentración nazi, se limitó a relatar un día, un solo día de
los muchos que vivió en el Gueto, donde era utilizado como traductor por las
autoridades. Entre otras funciones, el joven Reich-Ranicki debía traducir en
voz alta el expediente de la ejecución a los presos que iban a ser asesinados.
Con voz entrecortada por la edad
(91) y la emoción, Reich-Ranicki fue relatando punto por punto los
acontecimientos de ese día 22 de Julio de 1942 cuando, con eficacia
burocrática, los nazis realizaron el traslado de cientos de habitantes judíos
desde el Gueto hacia el campo de concentración de Treblinka.
Fue sólo al llegar al final de
su relato, en medio de un casi aterrante silencio, cuando Reich- Ranicki dijo
lo que todos sabían. “Esa operación tenía un objetivo; sólo un fin: la muerte”.
3.
Ese mismo día de recogimiento y
dolor, 27 de Enero de 2012, las organizaciones fascistas y fascistoides de Europa
asistieron a un baile de gala en Viena. Ahí, danzando, estaba también Marine,
la hija de Le Pen. Al saberlo, fue inevitable que me pusiera en el lugar de
“otros”: En el de los ciudadanos judíos
que viven en Viena, por ejemplo.
Si como historiador hubiera tenido que narrar los acontecimientos de ese
agitado día ¿habría encontrado las
palabras adecuadas para tratar de entender esos bailes de la muerte? Si, creo que sí. Pero esas palabras no son
publicablesMires.fernando5@googlemail.com
- Julieta Rudich
- Viena - 28-01-2012