Como en películas de gángsteres, cuando un asesino
intenta borrar huellas del crimen falsificando documentos que lo podrían
involucrar, han procedido personeros del ministerio de Educación chileno con
respecto a ese pasado inmediato del cual muchos de ellos provienen, si no
física, por lo menos ideológicamente.
Mientras la noticia recorre el mundo frente a ese
procedimiento tan aberrante como ha sido el de borrar la palabra “dictadura” de
los textos de estudio y reemplazarla por el inofensivo término “régimen
militar”, algunos de ellos han declarado –mostrando así que la excusa puede ser
en algunos casos peor que la ofensa- que se trata de “un tema sin importancia”.
¿Todavía no se dan cuenta, desdichados, que la de
Pinochet fue una de las más monstruosas
dictaduras habidas en suelo latinoamericano? ¿Cuántas veces habrá que repetir
como durante el mandato del degenerado dictador no sólo hubo subordinación de
los poderes públicos al ejecutivo -lo que de por sí bastaría para usar la
palabra dictadura- sino que allí tuvieron lugar las torturas más horripilantes
que pueda concebir la mente humana? ¿Cómo explicarán a nietos y bisnietos de
los cientos de mujeres violadas, de padres y madres desaparecidos, a las
víctimas de tantos dolores y traumas, que en el Chile de Pinochet no hubo
dictadura sino un simple “régimen militar”?
La noticia recorre el mundo y desde la capitanía
general, como suele ocurrir, no se enteran del escándalo. Razón por la cual uno
se pregunta si el ministro Harald Beyer vive en otro planeta. “Yo reconozco que
fue un gobierno dictatorial” –adujo- pero “se” usa el término más general que
es régimen militar” ¿Quién será ese “se”, ministro? ¿Usted, su familia, sus
compadres? No obstante hay declaraciones peores que las del ministro: Loreto
Fontaine del Ministerio de Educación afirma: “puede haber distintos puntos de
vista y experiencias sobre ese periodo”. Evidente, Sra. Loreto, puede haberlas.
La experiencia vivida por el torturador no es la misma que la del torturado, ni
la del violador la misma que la de la mujer violada. El problema es cual
experiencia va a pasar a la historia: ¿o las dos tienen para usted el mismo
significado?
¿No se da cuenta distinguida dama, adonde nos puede
llevar su pluralista idea de aceptar todas las interpretaciones posibles en los
textos escolares? ¿Se imagina que en lugar de referirnos a la dictadura de
Hitler dijéramos “régimen ario”, de la de Stalin “régimen industrial de
estado”, de la de Franco “régimen autoritario-católico”, de las que regían en
Europa del Este “democracias populares” (así se designaban a sí mismas) de la
de Corea del Norte, “régimen filial” y de la de Cuba “régimen hermanal”?
Hay, además, otras interpretaciones de antología:
Osvaldo Andrade, Presidente del Partido Socialista, afirma: “Eso es dictadura,
le pongan el nombre que le pongan”.
Nadie está pidiendo, por supuesto, que Andrade
conozca la semiótica de Saussure o el Tractatus de Wittgenstein. Pero a
estas alturas de la vida todo el mundo sabe que las palabras no sólo designan,
además construyen la realidad. Debido a esa razón la destrucción de la realidad
pasa por la desrealización de las palabras. No es verdad entonces que las cosas
son iguales cuando les cambian su nombre. Todo lo contrario: con el cambio de
los nombres cambian las cosas. Si al Partido Socialista de Andrade le
cambiáramos el nombre por el de Partido Surrealista –es un ejemplo- todo el
mundo lo conocería como surrealista y no como socialista. Lo mismo pasa con la
palabra dictadura, Andrade. Si la cambiamos por la palabra “régimen”, la
dictadura de Pinochet será conocida como “régimen” y no como dictadura
Es cierto, reconozco, en la vida cotidiana no usamos
siempre el término exacto para designar acontecimientos cuya sola mención podría
despertar discordancias o avivar odios reprimidos. En España, por ejemplo,
cuando se reúnen las familias, la gente en lugar de nombrar la dictadura de
Franco suele decir, “durante Franco”: En Alemania, en lugar de la dictadura
nazi se usa la expresión “en tiempos de guerra”, y así sucesivamente. En estos
casos no se trata de mentiras sino de verdades a medias (o verdades
secundarias) las que, al ser verdaderas, cumplen la función de ocultar la parte
más verdadera de la verdad. Pero en el caso chileno no estamos hablando de una
convivencia cotidiana en la cual muchos podríamos decir “durante Pinochet”.
Estamos hablando de textos oficiales de estudio, es decir, estamos hablando de
letra escrita –inamovible- impresa en libros de educación, escritura cuya función
es pre-escribir en las mentes de los niños
Recordemos que en el país totalitario que nos
describió la novela 1984 de George Orwell, la verdad era sustituida por una
mentira (democracia popular en lugar de dictadura comunista es en ese sentido
un clásico término “orwelliano”) Sin embargo, el post-pinochetismo ha dado un
paso más allá de Orwell. En lugar de cambiar las verdades por mentiras, es
cambiada la parte principal de la verdad por su parte secundaria o, lo que es
peor: es cambiado el sujeto por el predicado. ¿Quién puede negar que una
dictadura (sujeto) es un régimen militar (predicado)? Esa es la trampa, la
ignominiosa trampa chilena.
Suele decirse que la historia la hacen los
vencedores, lo que no es tan cierto. La historia la hacen los historiadores y
no todos son vencedores. Pero en Chile no la están haciendo ni vencedores ni
perdedores sino un hato de sinvergüenzas y patanes quienes –sabe uno por qué
descuidos- han tenido acceso a los textos de educación oficial de la nación.
Hay que sacarlos lo más pronto de ahí, cambien o no cambien el eufemismo
“régimen militar”. Le educación no puede ser un lugar para negocios, trampas y
juegos sucios.