Fernando Mires: BENEDICTO:Una clase de filosofía política

 
Análisis del discurso del Papa Benedicto XVl en el Parlamento alemán
No fue empresa fácil para Benedicto XVl pronunciar un discurso en el Parlamento alemán (Bundestag).
La Iglesia católica -esa fracción de la cristiandad que representa el Papa- no pasa por uno de sus mejores momentos. El extremo rigorismo sexual que como a todas las confesiones del mundo también caracteriza al catolicismo -rigorismo que contrasta con aberraciones cometidas por quienes lo han adoptado como profesión y norma de vida- es un peso enorme que debe arrastrar consigo la Iglesia. A Benedicto le ha correspondido regir en estos tan malos tiempos y hacerse cargo de problemas que datan de muchos años, quizás de siglos. Problemas que no fueron asumidos por otras administraciones, incluyendo la de Juan Pablo ll. En esas condiciones Benedicto XVl ha tenido dos alternativas: Iniciar un camino de reformas al interior del catolicismo institucional- y seguramente sabe que tarde o temprano llegará ese momento- o consolidar el tronco más tradicional de la Iglesia en espera de mejores tiempos. Benedicto XVl  ha optado por la segunda alternativa de modo que tal vez pasará a la historia como uno de los pontífices más conservadores y tradicionales de la modernidad. Y quizás no tiene otra salida: Religión es tradición; religión es conservación; religión es, en el sentido literal y no periodístico del término, fundamentalismo. Toda religión se sostiene sobre una institución y una doctrina que se rige de acuerdo a fundamentos establecidos por “escrituras”. En ese sentido el cristianismo ha conocido un sólo revolucionario: Cristo, quien, además, no era cristiano.
De modo que quien espere, no sólo de la Iglesia Católica, sino de cualquiera religión o confesión un programa radical de renovaciones sociales, sexuales, y políticas, está profundamente equivocado. Para eso están los partidos, los movimientos sociales, las redes sociales, las ONG, pero no las religiones. O dicho así: para toda religión la revelación se encuentra en el pasado y no en el futuro. Será vano buscarla en otra parte.
Profundamente equivocados estaban también esos parlamentarios de la “Izquierda”, de la Socialdemocracia y de los “Verdes”, quienes intentaron boicotear con su inasistencia la visita papal. Por un lado, hicieron grosera muestra de mala educación puesto que el Papa había sido invitado por el mismo Parlamento. Por otro, el Papa es, desde el punto de vista jurídico y político, un representante de un Estado y merecía por lo menos el mismo respeto que Putin o Bush cuando hablaron frente al Parlamento. Quizás algunos de esos parlamentarios intentaron posar de “esclarecidos”, “liberales”, “progresistas”, “socialistas” y así obtener créditos que no han logrado en su profesión política. No faltaron tampoco quienes sólo tienen un condón en la cabeza y reducen el tema de la fe a la pura sexualidad. Se prueba una vez más que así como hay sacerdotes que faltan a su profesión religiosa, hay también parlamentarios que faltan a su profesión política. En cualquier caso esos desdichados perdieron la posibilidad de escuchar en vivo y en directo una excelente conferencia de filosofía política –harta falta les hace- como fue la pronunciada por el académico Papa.
A continuación me limitaré a comentar algunos puntos de esa conferencia que, a mi juicio, son relevantes en el proceso de permanente reformulación de la filosofía política, disminuyendo, en la medida de lo posible, los alcances teológicos de la misma. En esa dirección no es despropósito comenzar por el comienzo, cuando el Papa aludió a su condición alemana.

El Derecho y el Poder

Parece obvio que el Papa diga que él es alemán; pero jurídicamente no es tan obvio. Benedicto XVl hizo, y de modo indirecto, la diferencia entre nacionalidad y ciudadanía, diferencia que el derecho positivista –contra el cual polemizará Benedicto XVl- no reconoce. Con esa declaración tan diplomática, Benedicto sentó una premisa, a saber, la de que antes del Derecho constitucional existe uno natural lo que en su caso quiere decir: “De acuerdo al derecho natural (o de origen) yo soy alemán. De acuerdo al derecho constitucional, pertenezco al Vaticano”. O para decirlo en una fórmula: “Joseph Ratzinger es alemán; Benedicto XVl no lo es”. Cierto; lo mismo había establecido Juan Pablo ll al destacar siempre su nacionalidad polaca. La diferencia es que Benedicto XVl introduce la diferencia en el marco de una polémica en contra de los adversarios de la “ley natural”. Esa es, a su vez, la diferencia que sirve como punto de partida al tema de la ética política, tema que cruza de punta a cabo toda la conferencia. ¿Pero no existía esa diferencia en el mismo Jesús cuando enfrentado a Pilatos no negó ser “Rey de los judíos” al mismo tiempo que reafirmaba su condición de Dios de los humanos?
Pues bien, en su representación vaticana el Papa es también, como ha reiterado el mismo Benedicto XVl, un gobernante del “pueblo cristiano”. El Vaticano es, en ese sentido, el Estado político de un pueblo religioso repartido en casi todas las naciones del mundo. Por lo mismo, afirmará Benedicto XVl en su conferencia, la Santa Sede tiene un lugar asegurado dentro de la “comunidad de los pueblos y de los estados”. Y en esa representación habló a los parlamentarios. Su tema inicial fue “los fundamentos del Derecho” y como corresponde a un Papa, comenzó citando a la Biblia.

Derecho Constitucional y Derecho Natural

Cuando Benedicto cuenta que en lugar de otros dones el joven rey Salomón pidió sólo tener un corazón dócil, más de una mirada inquieta fue posible percibir en parlamentarios quienes entre sus supuestas virtudes no suman la de la docilidad. Sin embargo, hay en el texto del discurso una cierta sutileza. El adjetivo alemán utilizado por Benedicto para decir dócil fue “hörende”. Pero “hörende” es también una palabra vinculada al verbo “hören” (oír, escuchar). En ese sentido la palabra “hörende” tiene dos significados: ser dócil y “saber oír”. Ahora, si juntamos los dos significados en uno, podemos afirmar que “hörende” es quien sabe escuchar al otro con docilidad (paciencia, atención, respeto) Luego, en el caso del político, su principal deber sería escuchar las voces de los “otros” con atención. El político que sólo escucha a sí mismo no es un buen político, quiere decir Benedicto XVl. Y no deja de ser casualidad que lo diga en momentos cuando tantos “indignados”, europeos o no, se quejan de lo mismo: “Los políticos no nos escuchan, no nos representan, viven encerrados entre ellos”. El Pontífice parece así haber captado “el espíritu del tiempo” en la crisis de representabilidad que padecen algunos gobiernos democráticos de nuestros días.
Benedicto XVl procedió enseguida a alabar las bondades del Estado de Derecho. Los políticos deben perseguir los ideales de la justicia y de la paz en el marco de la Constitución, agregó. Sin apelación y respeto al Derecho –afirmó el Papa- cualquier gobierno, hasta el mejor intencionado, se convierte en dictadura. Y citando, como es su costumbre, a San Agustín, afirmó que si el Estado prescinde del Derecho se convierte en una “cuadrilla de ladrones”.
Es evidente que con esas palabras Benedicto XVl estaba refiriéndose al pasado alemán. Pero por lo mismo hacía mención indirecta a naciones en las cuales los tribunales de justicia no siguen la letra de la Constitución sino la voz del partido de gobierno y, lo que es peor, la de algún caudillo alucinado. En ese contexto Benedicto XVl dejó muy claro que la alianza entre el catolicismo y el Estado de Derecho ha llegado a ser irrenunciable e irreversible. Esa es, de acuerdo a la tesis del Papa, la sustancia política de la cristiandad contemporánea: su compromiso indeclinable con la democracia política. Pero la alianza entre Iglesia y Derecho, aclarará Benedicto XVl, no es nueva. Ella viene del “contacto histórico” que se dio entre la cristiandad europea originaria y el Derecho Romano.
Como buen académico Benedicto XVl no ignora las tesis formuladas por Max Weber en su legendaria “Política como Profesión”. Al igual que el gran sociólogo acepta que la política es “lucha por el poder”. Y como Max Weber, se pronuncia en contra de la separación entre el Derecho y el poder. De la misma manera, y esta vez en concordancia con Kant, reconoce la enorme potencialidad destructiva que anida en el ser humano cuando sus acciones no están protegidas por el Derecho, sobre todo si éste ha sido avalado por mayorías a través de elecciones libres y soberanas. No obstante -y ese fue uno de los puntos cardinales de su conferencia- si bien el Estado de Derecho y la voz de las mayorías son insustituibles en el ejercicio político, no son “en sí” autosuficientes.
Habiendo conocido de cerca el capítulo más infame de la historia de su patria, Benedicto XVl sabe que el Derecho no siempre es neutral y por lo mismo puede ser puesto –como ocurrió durante la dictadura nazi- al servicio de los fines más horrendos. Gracias a la misma experiencia sabe que la voz de las mayorías no siempre es la de Dios y en algunas ocasiones puede ser, además, la del demonio. En ambos casos, el ciudadano, afirma Benedicto XVl, no sólo puede, además debe situarse en contra del Derecho establecido y de las ocasionales mayorías. En fin, Benedicto XVl comienza a pisar uno de los terrenos más pantanosos de la Filosofía Política. Pues, ¿cómo diferenciar cuando un orden es justo o injusto, legítimo o ilegítimo? Pregunta difícil, admitirá el Papa Benedicto, aunque la respuesta es, para él, mucho más sencilla.
La respuesta no es otra sino la de recurrir a la fuente de donde dimana todo Derecho escrito, y esta fuente, según Benedicto XVl, es el Derecho Natural.
Polemizando con una de las tesis centrales del positivismo jurídico de Hans  Kelsen, quien no ve ninguna relación entre “el ser” y el “deber ser”, vale decir, entre naturaleza y razón, Benedicto XVl afirma que la naturaleza contiene en sí una lógica y una razón, y esas no son otras que aquellas que devienen de la lógica y de la razón de la Creación y, por supuesto, del Creador.
De acuerdo a Benedicto XVl la lógica y la razón no sólo anteceden al Derecho. Además le dan forma y sentido. De este modo la lógica y la razón no deben ser impuestas de un modo forzado a la naturaleza –tesis positivista- pues ambas están contenidas en ella. Simplemente deben ser encontradas (halladas, descubiertas). No hay, por lo tanto, ningún antagonismo entre naturaleza y razón. La naturaleza es racional y la razón es natural. Pensar significaría, de acuerdo a Benedicto XVl, buscar el contacto perdido entre la naturaleza y la razón y eso, quizás tan bien como Benedicto XVl, lo saben muchos psicoanalistas.
El mal, también el mal en la política, es todo aquello que niega y contradice la lógica y la razón natural. De este modo el humano debe recurrir a su memoria (Agustín) y “recordar” esa razón natural que está viviendo y latiendo en nosotros mismos. Sólo así podemos saber cuando algo es justo o injusto, bueno o malo, moral o inmoral.
Dios, por cierto, no es la naturaleza pero está en la naturaleza, y eso significa –es la tesis de Benedito XVl- que en tanto formamos parte de la naturaleza, Dios está en y dentro de nosotros. En ese sentido lo racional es todo aquello que existe de acuerdo con el orden natural y nunca en su contra. La separación entre naturaleza y razón – en la cual, agrego yo, la propia Iglesia Católica tiene más de alguna responsabilidad– es, según Benedicto XVl, antinatural y, por lo mismo, irracional.
En cierto modo la tesis de Benedicto XVl es similar a la de Albert Einstein quien al contradecir a científicos que postulaban a la casualidad como principio universal de la física, dijo: “Dios no juega a los dados”. Eso significa que la tarea de la ciencia no es modificar el orden natural sino descubrirlo, o expresado en palabras agustinas: “recordarlo”. En términos políticos eso quiere decir: hay un Derecho no escrito que precede y convive con el Derecho escrito. Antes de que la Ley fuera es-crita, ella estaba ins-crita en la naturaleza humana o sino nunca habría podido ser pre-escrita. Tesis que fue formulada de modo preciso por Ernst- Wolfgang Böckenförde a quien Benedicto ha citado en diversas ocasiones. La ya célebre tesis dice: “El Estado liberal secular se sustenta sobre premisas normativas que él mismo no puede garantizar”
De este modo un ciudadano que sigue la letra de la Ley justa es una persona loable. Pero quien sin necesidad de leer o conocer la letra de la Ley justa actúa de acuerdo a la Ley justa, es una persona justa. Esa persona es la Ley, dirá Benedicto XVl citando a San Pablo. ¿No dijo lo mismo el no muy religioso Emmanuel Kant cuando postulaba que en desconocimiento de la Ley uno debería actuar de acuerdo a máximas que pudieran ser parte de una Constitución racional?

Por una radicalización de la Ecología Política

En su propósito de resaltar el significado basal de la naturaleza en la política fue muy interesante y sorpresivo el elogio que hizo Benedicto XVl a los parlamentarios ecologistas. Y estos fueron sin duda los primeros en sorprenderse frente a tan inesperado apoyo.
Según Benedicto XVl, el ecologismo político tuvo la virtud de habernos alertado frente a aquella disociación entre razón y naturaleza que estaba (está) teniendo lugar como consecuencia de la idolatrización del llamado “crecimiento económico”. Los ecologistas, en ese sentido, siguieron la sugerencia de Salomón y mostraron un “corazón dócil” al escuchar los gritos de auxilio emitidos por la naturaleza (y sus habitantes). Podría agregarse que esa es también una propuesta para entender otros gritos de auxilio, u otros mensajes, como son los que provienen de los ciudadanos “indignados” del año 2011, para poner un ejemplo. En efecto, los movimientos sociales hacen su puesta en escena cuando existe un malestar colectivo frente a un desajuste ostensible entre representación y representados. La exigencia por más justicia proviene de un desajuste. “Los Verdes” con su simple aparición, ajustaron en parte el ostensible desajuste que padecía Alemania entre el orden económico y el orden natural.
“Los Verdes” alemanes, mediante la politización de la ecología, lograron interrumpir el discurso positivista que surgía de una racionalidad antinatural y por lo mismo –valga la tautología- irracional. Sin embargo, así como hay una naturaleza externa al ser- agregó el Papa- hay también una interna, de modo que el segundo paso en el desarrollo del discurso ecológico debe ser escuchar otros clamores que vienen de la naturaleza. Dicho en términos más simples: no se puede estar en contra de la destrucción del ambiente, de los experimentos atómicos y de las emisiones automovilísticas -esa es la posición papal- sin estar en contra de la manipulación de los genes, de la inseminación artificial y del “embriocidio”. Desde esa perspectiva, Benedicto XVl está pidiendo por una mayor radicalización del discurso ecologista. Si “los Verdes” entendieron esa petición, no estoy muy seguro. Apostaría que no.
Actuar políticamente de acuerdo al Derecho significa para Benedicto XVl no sólo ajustarse a la Ley. Significa también acatar sus fundamentos los que al ser naturales son, por lo mismo, racionales. Esa es la noción del Derecho que ha hecho suya la Iglesia a través de largos, interrumpidos y siempre dolorosos procesos. Por lo demás, desde una perspectiva racional no religiosa, la proposición es la misma. Recordemos a Kant cuando dijo que el ser humano no debe hacer todo lo que puede o sabe hacer. Esos son los límites de la razón, dijo Kant. Esos son los límites que impone la naturaleza del ser a la razón, agregará Benedicto XVl.
No ha sido ni es fácil para la Iglesia Católica asumir la idea de la unidad entre la naturaleza y la razón. Sin embargo, para Benedicto XVl, esa es parte de la propia identidad del cristianismo. Venido desde el Cercano Oriente, portando consigo la infinita profundidad de la fe judía y la radical racionalidad de los griegos, la cristiandad adoptó el Derecho Romano como medio de interlocución (política) con el espacio no-religioso que la rodeaba. Tuvo así lugar, al interior de la propia cristiandad, la alianza entre Atenas, Jerusalén y Roma, una trinidad geográfica que es, además, política. La “latinización de Europa” –fue una de las últimos percepciones de Jacques Derrida- no habría sido posible sin el cristianismo. El cristianismo, tal como lo conocemos, tampoco habría sido posible sin la “latinización” de Europa. Una “latinización” que no es idiomática, no es geográfica, en algún sentido es cultural, y en todo su sentido es política.
La fe del pueblo judío, la lógica de los griegos y la exactitud asombrosa del Derecho Romano son elementos insustituibles de la identidad política cristiana. Pero a la vez son los elementos insustituibles de Europa. Sin ellos, Europa se convierte –como está a punto de convertirse- en una simple unidad financiera pero religiosa, cultural y políticamente vacía, posible de ser llenada, como ya ocurrió, por extremismos ideológicos de todas las especies. La des-europeización de Europa es un proceso paralelo a la des- cristianización de Europa. O Europa es cristiana – parece decirnos Benedicto XVl- o nunca más será. 

 Tres críticas a Benedicto XVl

En aras de la brevedad que requiere una exposición, los académicos tienden (tendemos) a cometer dos faltas. Uno es la de la inevitable imprecisión conceptual. Otra, quizás la peor, es dar por sabidas tesis que han sido elaboradas sólo al interior del campo académico. Ni siquiera un académico tan excelente como Benedicto XVl está exento de caer en tales veniales faltas. De ellas, tres parecen ser importantes, y por eso, dignas de cierta aclaración. Son, a mi juicio, las siguientes:

1. No haber acentuado (la verdad: ni siquiera mencionado) el carácter esencialmente polémico de la actividad política.
2. No haber explicado con cierta detención la relación histórica que se ha dado entre Iglesia y poder político. Eso es muy importante, sobre todo si se tiene en cuenta la activa participación que ha mantenido la Iglesia durante su historia con proyectos de poder que no han sido precisamente democráticos
3. No haber especificado claramente las diferencias entre la Europa geográfica y la Europa cultural y política.

La primera falta no desconoce pero no menciona la naturaleza polémica de la política, lo que no deja de ser una paradoja pues la conferencia de Benedicto XVl fue radicalmente polémica. De este modo, al sostener Benedicto XVl que la tarea principal de un político reside en la búsqueda de la justicia y de la paz de acuerdo al Derecho, no quedan claras las diferencias entre el deber de un político y el de un jurista. Así, la recurrencia al principio del Derecho Natural aparece como un ejercicio intelectual, filosófico o teológico, y no político.


No obstante, si entendemos bien la alocución de Benedicto XVl, el Derecho Natural es mucho más que una caja de fondos puesta sobre la base inferior del Derecho Constitucional. Al contrario: el Natural inspira, sobredetermina y explica al Constitucional. Más aún, esa ley no escrita o esa noción de justicia pre-constitucional, es la condición que hace posible que podamos discutir sobre el sentido, vigencia y validez de las leyes establecidas. Y al hacerlo polemizamos. O dicho así: la política debe ser dialógica o no ser.


La dialogicidad de la política supone la confrontación de opiniones contrarias y por eso es imposible que la política exista sobre un espacio que no esté dividido por lo menos en dos frentes antagónicos. La política es una práctica agónica (de lucha) y por lo mismo necesita de la antagonía. Ahora, el antagonismo político no sólo requiere de la libertad política. Es, además, su condición. Es por eso que el proyecto final de toda dictadura es suprimir los antagonismos políticos, eso es, a la propia razón política. Luego, toda dictadura es políticamente irracional, y por lo mismo –siguiendo las tesis de Benedicto XVl –antinatural. Es por lo tanto una lástima que Benedicto haya omitido el carácter polémico de la política. Si lo hubiera introducido habría reforzado su propia intención democrática.

La segunda falta u omisión, la de no haber mencionado las complicaciones históricas que ha mantenido cada cierto tiempo la Iglesia con poderes seculares anti- o no democráticos, quita fuerza a una de las principales afirmaciones del Papa. Me refiero a la que dice: “Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de alguna revelación”.
Eso es muy cierto, pero faltó decir a Benedicto que así ha ido no porque la Iglesia lo haya querido (Benedicto no puede desconocer la existencia de corrientes integristas que hasta hoy perviven en la cristiandad) sino simplemente porque no ha podido. Y no ha podido por una razón muy sencilla: El cristianismo, a diferencias de otras religiones. no tiene, no posee un derecho jurídico revelado. No se trata entonces de una renuncia de la Iglesia a imponer un derecho revelado pues nadie puede renunciar a lo que no tiene. Se trata, digámoslo de modo directo: de una carencia. Más aún: de una carencia intencional.


Desde que Jesús dio al César lo que es del César, la cristiandad carece de un orden jurídico-político destinado a reglar la vida secular. O dicho en breve: no hay ninguna Constitución Cristiana, no hay ningún Derecho político cristiano. El cristianismo no tiene ninguna Scharia, ni siquiera una Torá, destinada a ordenar la vida política o civil de sus fieles. “Mi reino no es de este mundo”: lo dijo claramente Jesús; y no lo dijo porque sí.


Ahora bien, esa carencia intencional de ley terrena ha sido la razón que ha obligado a la Iglesia (cuyo reino, por lo menos en parte, sí es de este mundo) a contraer asociaciones con ordenes políticos no religiosos. Una de esas asociaciones, la destaca el propio Benedicto XVl, fue la históricamente afortunada alianza con el Derecho Romano. Otras alianzas, en cambio -Benedicto debió haberlo dicho- no fueron tan afortunadas. Sin embargo, aún en los peores casos -y quizás el peor fue la prestación de servicios que realizó la Iglesia al poder secular a través de la terrible Inquisición- nunca pudo imponer la cristiandad al Estado lo que esa cristiandad no tenía, no tiene y, gracias a Dios, nunca tendrá: un orden político revelado. Precisamente esa ausencia intencional de revelación política es la que permite hoy a Benedicto configurar una alianza de la fe cristiana “con” la democracia política. Alianza en donde la preposición “con” es muy importante. No por sobre la democracia política, no como democracia política eclesial, sino “con”, simplemente “con”. Yo creo que con esa última formulación, Benedicto XVl estaría de acuerdo.


La tercera omisión de Benedicto XVl, tiene importancia más que semántica, política, pues a lo largo del discurso no queda claro a cual Europa se refiere, si a la geográfica (a la cual pertenece Turquía y una parte de Rusia) o a la política, o a la cultural. Cierto es que Benedicto dice que la alianza entre Atenas, Jerusalén y Roma es vital en la conformación de la identidad europea y cristiana a la vez. Cierto también es que dice que Europa es la “cuna” de la democracia política. Pero faltó agregar a Benedicto XVl que la idea de la democracia política ya no es sólo europea. Al ser adoptada por muchas otras naciones no europeas (entre ellas por las de las tres Américas) ha pasado a ser una idea, primero occidental (en sentido político, y no geográfico) y potencialmente universal. Eso quiere decir que aún si Europa renegara de sus propios principios formativos, ellos continuarán viviendo en muchas otras naciones de la tierra del mismo modo como la racionalidad griega continuó existiendo al interior del Derecho Romano, Derecho que continúa existiendo al interior de cada Constitución política-democrática de nuestro tiempo.

No obstante, y dejando de lado esas o quizás otras omisiones papales –hasta ahora nadie ha inventado la conferencia perfecta- es imposible negar que el discurso del Papa frente al Parlamento alemán constituye una breve obra maestra de la filosofía política moderna. Más aún, se trata de un texto no solo valioso por sí mismo, sino por las discusiones que puede desatar. Es una lástima entonces que no sólo los periodistas, además gran parte de la academia politológica y filosófica alemana, y lo que es peor, los propios políticos, lo hayan casi pasado por alto. Pero ese ya no es un problema de Benedicto XVl.