En toda América Latina no hay quizás una mejor revista dedicada a temas de filosofía y teoría política que la Revista Nueva Crónica, editada en La Paz, Bolivia. No sólo su formato es excelente, incluso elegante; hace también honor al nombre: es una publicación plural en el mejor sentido del término. En ella escriben plumas destacadas de la intelectualidad y de la política boliviana, dándose también, y cada cierto tiempo, cabida a aportes internacionales de interés continental. Hay que destacar, además, que la mayoría de los textos que la revista edita son desplegados a ras de suelo, que es el espacio donde transcurre la política, sin perderse en rodeos academicistas, pero a la vez lejos de apologías panfletarias, tan propias al estilo político que impera en algunos países de América Latina.
Desde hace algún tiempo la Revista Nueva Crónica ha abierto sus páginas a uno de los temas más relevantes de la Bolivia actual: el de la relación entre democracia y Estado. Está quizás de más decir que ese tema tiene gran importancia en otros países de la región, sobre todo si se tiene en cuenta que algunos atraviesan una fase fundacional en lo que se refiere al tema de la reconstrucción civil del Estado. Esa fundacionalidad es una de las ideas que defiende el intelectual marxista, también Vicepresidente de la República, Álvaro García Linera (de aquí en adelante AGL) en un artículo publicado en el número 51 de la revista (26 de febrero hasta el 11 de marzo de 2010) titulado “Del Estado aparente al Estado integral” (pp.10-12). En ese número aparece, además, un breve y también interesante artículo del ex-Presidente del país, Carlos D. Mesa Gisberg, titulado “¿Valores occidentales o valores universales?” dedicado al tema de los Derechos Humanos. En fin: estamos frente a un debate muy importante.
Estoy seguro de que quien quiera confrontarse en serio con el tema del socialismo del siglo XXl no podrá obviar el texto de AGL, entre otras cosas porque -hay que advertirlo- no tiene nada que ver con los panegíricos chabacanos lindantes en lo grotesco que escriben los “intelectuales orgánicos” que rodean al presidente Chávez y con los cuales, dado el primitivismo que ostentan, es imposible polemizar. Discutir el artículo de AGL es, en cambio, casi un lujo de la inteligencia. Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con el tenor y sentido del artículo de AGL –y como se verá yo estoy radicalmente en desacuerdo- pero es imposible negar que es un aporte a una discusión que ya no puede ni debe ser postergada.
1. Como no todos los lectores conocen el texto de AGL me permitiré resumir a continuación sus principales puntos de vista.
El artículo comienza formulando la tesis de que “el Estado es una síntesis connotada y aceptada de fuerzas, los pactos, las jerarquías y los horizontes compartidos, en torno a una hegemonía social al interior de una comunidad política territorializada llamada nación o país”. A partir de esa definición el autor sugiere que si la sociedad política es “condensada” en el Estado se produciría una “relación orgánica óptima” entre Estado y sociedad. En la Bolivia actual según AGL, gracias a la acción de un bloque de clases subalternas, el punto óptimo está en vías de ser alcanzado. Dicho punto se encuentra fundado en el principio (gramsciano) de hegemonía histórica, lo que da lugar a la formación (otra vez Gramsci) de un “Estado integral”. Esa, a su vez, sería la base para iniciar “una expansiva socialización de la democratización de los bienes públicos (materiales e inmateriales)”.
De lo que se trata según AGL, es de superar “el Estado aparente” (Zavaleta) que no daba cuenta de la totalidad de la sociedad política, sino sólo de una parte reducida de ella.
El “Estado aparente” (al que en otras ocasiones AGL llama “patrimonial”) que regía en Bolivia antes del gobierno de Evo Morales, al representar sólo una reducida parte de la sociedad política, posibilitó que aquella parte no representada – la mayoría indígena-plebeya, en los términos de AGL- se organizara a sí misma al exterior del Estado “por vía de sindicatos, comunidades agrarias, juntas vecinales y comités cívicos, en los que la sociedad civil construyó sus prácticas políticas”. Esa dualidad entre una parte de la sociedad civil no representada y otra precariamente representada es la razón que explica la inestabilidad que caracteriza a la historia política de Bolivia desde la independencia hasta nuestros días. Según AGL, esa fue la razón por la cual “el Estado republicano nació como mutación simbólica, pero no material del Estado colonial”.
A través de la presidencia de Evo Morales tendría lugar entonces el acceso de los sectores subalternos no representados, hacia el mismo interior del Estado. “Ese programa de refundación estatal es lo que se llamó Asamblea Constituyente”, escribe AGL. En ese sentido, la revolución boliviana del siglo XXl realizará las tareas pendientes que dejó la revolución de 1952. Ese es el proyecto que dará lugar a la por AGL llamada “revolución del Estado”. Léase bien: no contra, tampoco desde, sino en el Estado. La “revolución en el Estado” es, sin duda, una invención teórica post-marxista de AGL. Ya hablaremos más de ello.
En fin, la argumentación de AGL se dirige a demostrar que Bolivia atraviesa un momento fundacional dirigido a la construcción de un nuevo Estado apoyado en un bloque indígena-plebeyo, tradicionalmente excluido de la política, bloque que se hace presente a través del gobierno de Morales, comenzando así un proyecto de revolución en el Estado avalado por la Asamblea Constituyente, fase preliminar que llevará a la realización del ideal socialista.
2. Para comenzar, debo afirmar que la definición de Estado que desliza AGL es problemática. El Estado, y pienso que en ese punto estoy junto con la gran mayoría de los juristas políticos de nuestro tiempo, no puede ser considerado como una institución independiente de la nación, tampoco como parte de la superestructura jurídico política como postula el marxismo más vulgar, y mucho menos como resultado automático de una correlación determinada de fuerzas sociales que ejercen su hegemonía sobre otras fuerzas sociales, como postula la definición de AGL. Sin intentar definir nada, el Estado, en su más amplia acepción puede ser considerado como la representación jurídica y política de la nación, o también, como la nación jurídica y políticamente constituido. En este sentido hay en la definición de AGL una confusión –no sé si premeditada- entre lo que es un gobierno y lo que es un Estado.
A diferencias del Estado cuyas instituciones y constituciones trascienden a las diversas correlaciones sociales que se dan en el transcurso del tiempo, un gobierno está sujeto a la contingencia que resulta de las diferentes correlaciones que se dan en el caleidoscópico juego político de una nación. O sea: mientras un gobierno es contingencial, el Estado tiende a la constancia. Un gobierno puede reformar determinadas instituciones del Estado, dictar nuevas Constituciones y ejercer su hegemonía durante el periodo de su permanencia en el poder. En ningún caso –estamos hablando en un sentido republicano y democrático- puede un gobierno sustituir al Estado. Precisamente, el intento de sustitución del Estado por un gobierno o, en el mejor de los casos, la asimilación de la idea de gobierno con la de Estado, lleva a las peores dictaduras –y Bolivia ha sufrido demasiadas como para seguir insistiendo en esa absurda idea. No debemos olvidar que tanto las dictaduras militares que hasta hace poco regían en el continente, así como las comunistas de Europa del Este, pretendían erigirse como representantes de la Nación, del Estado y del Gobierno a la vez, de tal modo que –como ocurre hoy en Cuba- cada enemigo del gobierno era estigmatizado como enemigo de la Nación y del Estado.
3. La sustitución del Estado por un gobierno es planteada por AGL en clave gramsciana. Sin embargo, en la intención y sentido nos encontramos con una argumentación plenamente leninista, lo que no por eso debe ser incorrecto. Mas, para la transparencia del texto habría sido mucho mejor referirse a la verdadera fuente de inspiración que, repito, no es Gramsci sino Lenin. Me explico:
Fue precisamente Lenin quien en sus diversos artículos acerca de la NEP (Nueva Política Económica) desarrolló a partir de 1921 y en términos muy precisos, la teoría del capitalismo de Estado como fase preliminar en el proceso que, según el revolucionario ruso, llevaría a la construcción del socialismo. Es, en cierto modo, lo mismo que hace AGL.
De acuerdo a Lenin, las fuerzas productivas en Rusia no estaban lo suficientemente desarrolladas para que la clase proletaria gobernara directamente de modo que previo a la construcción del socialismo era necesaria la creación de un capitalismo de Estado que, dada la condición incipiente del proletariado ruso, sólo podía ser ejercido por el Partido del Proletariado en nombre del Proletariado. Ahora, del mismo modo que Lenin, AGL ha planteado en diferentes ocasiones la necesidad de construir un capitalismo de Estado, pero esta vez no proletario, sino dirigido por un bloque indígena-popular. Por ejemplo, en una entrevista que realizó Pablo Ortiz a AGL, este último defendió de manera muy leninista dicha tesis: “El Estado es lo único que puede unir a la sociedad, es el que asume la síntesis de la voluntad general y el primer vagón de la locomotora económica. El segundo es la inversión privada boliviana; el tercero es la inversión extranjera; el cuarto es la micro-empresa; el quinto, la economía campesina y el sexto, la economía indígena. Este es el orden estratégico en el que tiene que estructurarse la economía del país” (“El Deber”, Santa Cruz de la Sierra 21 /1/ 2007).
Ahora, si quitamos el concepto indígena- plebeyo, tenemos plenamente reconstituido el programa estatista del Lenin de la NEP. Eso no tiene que ver nada con Gramsci quien se ocupó de muchos temas, pero rara vez de la construcción de un capitalismo de Estado. O dicho así: AGL nos quiere vender un postulado leninista envuelto en papel de regalo gramsciano. Sin embargo, en un punto fue Lenin mucho más sincero que AGL.
Lenin, con su brutal franqueza, afirmaba que el capitalismo de Estado será realizado en representación del proletariado por “su partido”, es decir, Lenin reconocía al menos el principio de la representación política, la que en muchas ocasiones implica la opacidad e incluso la ausencia del actor representado. No así en AGL. Para el político boliviano –digámoslo de una vez- no existe ninguna diferencia entre representantes y representados. Para él, lisa y llanamente, son las clases subalternas las que sin mediación alguna han penetrado electoralmente al Estado con el fin de realizar una revolución en su interior. Hay, en este caso, una identidad total entre Gobierno, Estado, Nación y Pueblo. Esa es la razón por la cual la contradicción que AGL dibuja como central en su esquema, la del “Estado aparente” contra el “Estado integral”, no es muy inocente. Pero antes que nada es incoherente. Como es obvio, lo contrario de lo aparente es lo real, o si se quiere, lo verdadero, pero nunca lo “integral”. Si la contradicción hubiese sido presentada entre un Estado aparente y un Estado real o verdadero, no habría por cierto, objeción posible. No obstante, la antípoda de lo aparente es, para AGL lo integral ¿Por qué?
El concepto “Estado integral” corresponde, es cierto, a una formulación fortuita –aunque no afortunada- de Gramsci. Pero cuando Gramsci escribió en su “Cuaderno 6” acerca del Estado integral no se refería a un proyecto de Estado sino a un momento histórico ideal (y por lo mismo irrealizable) a saber: el de la plena identificación de la sociedad política con la sociedad civil. Como seguramente AGL sabe, la realización del encuentro pleno entre sociedad civil y sociedad política (o Estado) era un visión hegeliana y no gramsciana. El hecho de que ese encuentro no es plenamente realizable, es decir, que siempre hay un desencuentro entre la lucha por el poder y el poder es -como ha constatado entre otros Claude Lefort (“La invención democrática”)- lo que hace posible a la acción política. En este caso, la acción política se funda sobre un ideal imposible, imposibilidad que, a la vez, la hace posible. Eso quiere decir que si el Estado es definitivamente ocupado, termina la lucha por el poder; y luego, ya no hay más hegemonía sino simple dominación. El Estado, al ser vaciado de su propio vacío, se transforma en una entidad no política: algo parecido al Leviatán de Hobbes.
El concepto “Estado integral” tiene, sin embargo, una segunda connotación histórica mucho más conocida que la formulación gramsciana. “Estado integral” fue llamada en España a la centralización que tuvo lugar durante la “segunda república” (1931) destinada a someter la autonomía de las nacionalidades y naciones bajo la égida de una rígida dirección política. Dicha noción, como es sabido, fue aplicada después, y hasta sus últimas consecuencias, por el gobierno integrista de Francisco Franco. No es ese seguramente el ideal de AGL, pero por eso mismo sería mejor que él cambiara el nombre de su mentado Estado integral pues se presta a muchas confusiones. Suena parecido a Estado total, o a Estado absoluto, que imagino, no es el ideal de AGL. Aunque de verdad, no estoy muy seguro. ¿Por qué no lo llamó por ejemplo Estado inclusivo? ¿O simplemente Estado representativo? No lo sé.
4. Otro motivo que impulsa a dudar de las convicciones democráticas de AGL es su creencia de que “la revolución en el Estado” obedece a una determinada correlación de fuerzas favorable a los “sectores subalternos”. Si eso fuera así, tenemos dos posibilidades: la primera es que cada vez que se produce una nueva correlación de fuerzas, el Estado podría ser sometido a una revolución interna. La segunda posibilidad, es que desde Evo Morales hacia adelante no habrá correlaciones de fuerza diferentes a las que hoy operan, esto es, con Evo Morales habríamos llegado al fin de la historia boliviana.
De acuerdo a la primera posibilidad, en la medida en que cada gobierno implica un reacomodo tectónico de las relaciones hegemónicas, el Estado debería ser transformado por ese gobierno, cambiando a su medida la Constitución y creando nuevos poderes instituyentes. De acuerdo a la segunda posibilidad, a través de la correlación de fuerzas favorable, las clases subalternas bolivianas al acceder al gobierno habrían resuelto de modo definitivo el tema de la lucha por el poder. Pueblo, gobierno y Estado y un sólo socialismo y no más, sería en este caso la no santísima trinidad de la post-política boliviana. El Estado-Nación se habría convertido así en una Nación-Estado. Que ese fue el ideal staliniano de la nación, es algo muy sabido.
Las dos posibilidades son por cierto, absurdas. Pero ellas se desprenden de la propia lógica de AGL, una lógica que, a pesar de uno u otro condimento gramsciano adhiere definitivamente a un riguroso reduccionismo de clase, aunque a veces, en vez de clases, escriba “fuerzas”. Efectivamente, en el texto de AGL sólo encontramos dos bloques: el subalterno convertido por acción y gracia del gobierno en hegemónico, y el económicamente dominante que al no poder ser hegemónico ha debido retirarse de los aposentos del Estado. La tarea siguiente será la de despojar paulatinamente a la clase dominante de su poder económico –permitiéndosele por bondad del gobierno, una existencia transitoria- a fin de entrar a la senda que lleva a la plena felicidad socialista. De este modo, para AGL “La nueva Constitución Política del Estado no sólo es la consagración legal e institucional de una nueva correlación de fuerzas sociales en el Estado y de un nuevo bloque de poder histórico; es, a la vez, por la naturaleza clasista y cultural del bloque de poder constituyente, el proyecto político material de resolución real, de superación de esas fallas tectónicas de larga data que hicieron del Estado boliviano un Estado aparente, sin hegemonía histórica ni óptimo orgánico con la sociedad civil”
Salta a primera vista que el concepto de clase o fuerza social con que opera AGL es, aún desde un punto de vista marxista, una cosificación petrificada de agrupaciones sociales, las que en la realidad política están sometidas a permanente transformación. En tal sentido hay que tener en cuenta que –a diferencia de lo que supone AGL- las clases no son objetos unívocos, históricamente congelados, sino procesos de formación intermitente. Además, una clase no existe de modo singular y eso significa que debe ser entendida como la suma y síntesis de sus diferentes fracciones las que se articulan y desarticulan de modo indefinido en el curso de sus propias historias. De ahí que cada gobierno, el de Evo Morales también, representa una simple articulación momentánea de fracciones de diversas clases que no sólo luchan por la hegemonía hacia el exterior sino también hacia el interior del bloque que hoy las representa en el poder. De este modo, las perspectivas para nuevas combinaciones políticas permanecerán siempre abiertas. Si no fuera así, nunca habría cambios de gobiernos en ninguna parte del mundo. Y hay que convenir en que tampoco el gobierno de Evo Morales tiene asegurada la eternidad sobre la tierra.
Por cierto, el propio concepto de clase como estructura significativa es más que problemático puesto que “la clase” es sólo una entre diversas identidades de grupos y personas. Alguien puede ser obrero o campesino en su trabajo; conservador, liberal o comunista en política; ateo, o creyente; ciudadano en la vecindad; feminista o machista en su vida privada. En fin, de una manera u otra, todos somos portadores de múltiples identidades, y quien no me crea, que analice su historia y la de su familia. La reducción del ser humano a una sola identidad, la socioeconómica de clase, aunque perfeccionada por el marxismo leninismo, tiene su origen en el “homo economicus” de las visiones liberales, y esa es la que asume, en nombre de Gramsci, AGL. Reducir a las personas a su simple representación clasista significa, además, sustentar una muy pobre opinión de la condición humana.
Precisamente el hecho de que cada uno de nosotros, también AGL, trascienda a su clase, es una de las condiciones que hacen posible a la vida política. Para poner un ejemplo que no será del gusto de AGL: cuando los hacendados que redactaron la Constitución surgida de la revolución norteamericana, introdujeron en ella el espíritu de la declaración de los Derechos Humanos, trascendieron sus propios intereses de clase. El artículo de la Constitución de 1787 que señala que “todos los seres humanos son iguales ante la ley”, entraba en plena contradicción con el régimen esclavista de producción que primaba en la hora de la independencia. Esto quiere decir que Paine, Jefferson, y Washington trascendieron sus propios intereses en función de un ideal de Estado que todavía no podía ser realizado, pero que ya llevaba en sus leyes el germen de su transformación. Gracias a la capacidad de esos seres para trascender sus propios intereses pudo ser posible, pero muchos años después, que un hombre como Obama hubiera llegado a ser Presidente de los EE UU. En ese contexto, si es cierto que el Estado boliviano cobija en sus interiores al bloque subalterno anteriormente excluido del poder, eso no dice mucho si la Constitución del Estado no trasciende los intereses de ese bloque. Pensar lo contrario significaría suponer que los excluidos, sólo porque han sido excluidos, tienen siempre y para siempre la razón histórica, lo que no es tan cierto.
Los así llamados excluidos del poder pueden apoyar a un sistema democrático, pero también pueden apoyar a una dictadura, y hay muchos casos históricos que así lo han demostrado. Para poner el más extremo de los ejemplos: la mayoría de los trabajadores alemanes apoyaron una vez a Hitler. En cierto modo, gran parte de la clase obrera alemana siguiendo la lógica de sus intereses sociales y económicos, encontró en el nazismo un medio y una forma para articularse con el Estado (corporativismo) Naturalmente, en éste como en muchos otros casos, hay que hacer la diferencia entre los representados y los representantes. Ahora bien, esa es la diferencia que no hace AGL. Y ese no es un detalle sin importancia: es el ABC de la política; un ABC que explica cómo y porqué la política ha sido, es y será representativa. Sin representación no hay política. Sin política no hay representación.
Pero como ya hemos visto, según AGL es el bloque subalterno mismo, es decir, una fuerza histórica que sin recurrir a ninguna mediación representativa, el que ha ocupado el Estado. Luego, hay en el discurso de AGL una relación de identidad, más todavía, de simbiosis entre la clase política, que son los representantes, y la clase social, que son los representados. Eso es gravísimo: si se piensa así, quiere decir que la suerte de Bolivia ya está echada. Cualquier crítica al MAS, o a Evo Morales, pasará a convertirse en una crítica a los trabajadores bolivianos, y viceversa también. Ocurrirá igual que con las dictaduras de Europa del Este las que al imaginar que no sólo eran la representación de la clase, sino la clase misma en el poder, difamaban a sus críticos como “enemigos de clase”, aunque esos enemigos provinieran de la misma clase que ellos decían representar. Así, en la URSS, Polonia, Hungría y en la Alemania comunista, fueron cometidas pavorosas masacres a los obreros en nombre de los intereses históricos de los obreros.
Lo que las Nomenklaturas comunistas nunca pudieron reconocer fue que efectivamente en esas masacres tenía lugar una lucha de clases: una lucha entre la clase dominante de Estado, la Nomenklatura, y los intereses sociales de los trabajadores de las respectivas naciones. Y con este ejemplo llegamos a tocar un punto fundamental de nuestro análisis, y es el siguiente:
El Estado no sólo es un aparato de dominación de clase, tampoco es el espacio de simple representación de una o más clases. El Estado, sobre todo cuando ese Estado es ocupado por fuerzas representativas que se mantienen durante mucho tiempo en su interior es, además, un aparato productor y reproductor de clase: la clase de Estado. Es por eso que una vez escribí que no hay nada más clasista que un Estado socialista (La Revolución)
La diferencia entre un Estado democrático y uno socialista es que mientras en el primero las clases se forman y orientan alrededor del Estado, en un régimen socialista se forman y existen al interior del Estado. Esa es la razón por la cual nunca ha habido socialismo sin Nomenklatura. Acerca de ese tema hay una amplia bibliografía escrita por intelectuales disidentes en los países comunistas. Tanto, Milovan Djilas en la ex Yugoeslavia, tanto Jacek Kuron y Karol Modselewski en Polonia, tanto Giörgy Konrad e Ivan Szelény en Hungría, tanto Rudolph Bahro en Alemania comunista, y varios más, demostraron en diversos y profundos análisis como en sus naciones, y en nombre del socialismo, las Nomenklaturas se transformaron desde el poder en clase política y económicamente dominante. Quizás a la luz de lo que está ocurriendo en algunos países latinoamericanos será necesario reactualizar esa interesante bibliografía. En Venezuela, por ejemplo, muchos opositores ya detectaron la existencia de una nueva clase en formación: la clase que controla el Estado, el gobierno y el petróleo; la Nomenklatura venezolana a la que con ingenio llaman “boliburguesía” o “chavoburguesía”.
Ignoro si en Bolivia está formándose una especie de “evoburguesía”, pero lo más probable es que en la construcción de un capitalismo de Estado como el que propone AGL, llegará a formarse. Pues así como no hay socialismo sin Nomenklatura, no puede haber capitalismo de Estado sin una clase capitalista de Estado. Por lo demás, es lógico y natural que eso ocurra.
Construir un capitalismo de Estado es un proceso muy complejo que requiere del concurso de una amplia burocracia, de una tecnocracia, de sectores del Ejército, ideólogos, funcionarios políticos, militantes, policía secreta y no secreta, e incluso banqueros, en fin sectores que al interior del Estado desarrollan sus propios e incluso nuevos intereses. El problema, a mi juicio, no reside por lo tanto en la formación de una nueva clase, sino en el hecho de que esa nueva clase oculte sus intereses, ideologías y visiones, en nombre de otra clase a la que ya no pertenece (si es que alguna vez perteneció) o en nombre de utopías políticas metafísicas y metahistóricas que no son más que simples ideologías de (auto) legitimación.
Para despejar dudas: en este artículo no se está criticando la formación de un capitalismo de Estado como el que, de modo preciso, esquematiza AGL. Quienes nos ocupamos desde hace tiempo con temas políticos y sociales hemos aprendido que en el desarrollo económico de las naciones no hay dogmas ni ningún tabú. Tampoco hay recetas válidas para todos los países del mundo. Para algunas naciones, y a esas naciones pertenece seguramente Bolivia, podría ser necesario que el Estado deba hacerse cargo de tareas productivas y sociales que no pueden ser realizadas desde fuera del Estado. Ello pasa sin duda por un proceso de transformación del Estado (¿por qué llamarlo revolución?). De la misma manera, puede que en otras naciones sea necesario recurrir a fórmulas descentralizadoras para activar el desarrollo económico, a privatizaciones de sectores que el Estado no está en condiciones de tutelar y a ciertas de-regulaciones del mercado. Las condiciones y las políticas a implementar varían de tiempo a tiempo y de lugar a lugar. Por lo mismo, no toda economía estatista es socialista ni toda economía privada es neo-liberal.
Aquello que sí se critica, es que un proyecto de capitalismo de Estado que bien puede ser revolucionario (eso se sabe muchos años después), nos sea presentado como un programa destinado a identificar a un Estado con un gobierno en función de un futuro ignoto. Un proyecto integralista que apunta a desmontar el andamiaje del Estado- Nación en aras de la construcción de una Nación- Estado. Quiero decir que ya hay algo que sabemos a través de tantas y tantas experiencias históricas; y es lo siguiente: cuando el Estado y la Nación se confunden en una sola entidad, cuando la sociedad política y la sociedad civil devienen una sola unidad, cuando es concebido un Estado perfecto o integral que es aquel que según AGL resuelve para siempre la diferencia entre sociedad civil y sociedad política, no podemos seguir hablando más del socialismo como resultado de una radicalización de la democracia. Y no podemos hacerlo por la sencilla razón de que lo que se quiere radicalizar, la democracia, ya ha dejado de existir.