Fernando Mires: LAS CAUSAS Y LAS COSAS


Max Weber


En su propósito de obtener deducciones objetivas Max Weber solía comparar los procesos que llevan a la construcción del pensar científico con los que se dan en el derecho penal, práctica esta última en la que es necesario agotar todos los recursos posibles antes de emitir un veredicto, sobre todo si de ese veredicto depende la libertad o el encarcelamiento de un ciudadano. Debido a esas razones, la responsabilidad de un juez es mucho mayor -por lo menos en términos inmediatos- al de un historiador que al juzgar un hecho y emitir un juicio coloca en un lugar falso (o no adecuado) las relaciones de causalidad. Ha habido historiadores que han absuelto tanto a Stalin como a Hitler de sus horrendos crímenes; o por lo menos, los han relativizado. Eso podría ocurrir con un juez frente a determinados criminales, pero su responsabilidad es frente a seres vivos y víctimas recientes.

Un juez, después de constatado un delito, debe delimitar la dimensión de la culpa. Para eso ha de escuchar los argumentos, tanto de un fiscal acusador, como las de un abogado defensor. Ambos deben argumentar en primer lugar, con leyes. En segundo lugar, con interpretaciones de las leyes. En tercero, con relativizaciones, circunstancias atenuantes y sólo al final, con apelaciones emocionales. El juez al final dicta el veredicto, al que, como ocurre con las tipologías weberianas, es posible apelar e incluso revocar. Hay juicios que han durado más que la vida de un acusado. Las tipologías–ideales, se mantienen a veces, durante muchas generaciones.

Quizás la diferencia más grande entre el veredicto científico y el jurídico es que en el primero las argumentaciones son más decisivas que las reglas. En cambio en el segundo el veredicto debe siempre ajustarse a la letra de la ley. Las reglas, en los veredictos de la ciencia, tienen que ver con los momentos de regularidad que son posibles de observar en determinados procesos; pero siempre, hay que constatar que las excepciones a la regularidad son muy grandes. Pongamos un ejemplo: A un aumento de la demanda, dice una ley económica, deben subir los precios. Pero no pocas han sido las ocasiones en las que frente a un aumento de la demanda ha habido tal crecimiento de la oferta, que los precios en lugar de subir, bajan . En las ciencias sociales las excepciones confirman la regla con tanta frecuencia que muchos dudan de la validez de sus reglas, y con más motivos, de sus supuestas leyes. Y una ciencia sin leyes, apenas es una ciencia, es la dramática conclusión que de ahí se deriva. Es por esa razón que el procedimiento que sugiere Weber: adecuar las causas a determinadas cadenas argumentativas, es bastante precario, incompleto, y hay que decirlo ya, conformista, pues si de adecuación hablamos, hay que realizarla en función de un determinado orden que por lo general es paradigmático con lo que la ciencia pierde su carácter innovativo y, en cierto modo subversivo.

El sentido innovador del trabajo científico se realiza en plenitud cuando se produce una trascendencia del pensamiento, más allá aún del paradigma vigente; es decir, cuando la cuota de adecuación es más baja que alta. En ese sentido Kant iba más lejos que Weber pues, recordemos, Kant proponía una determinada a-priorización metafísica con el objetivo preciso de que el pensamiento siguiera avanzando y alcanzara alguna vez a situarse en las orillas de otras realidades. Los conceptos eran, para Kant, producciones meta–reales del pensamiento.

Adecuaciones

Desde luego, hay que adecuar el pensamiento al nivel de conocimiento alcanzado. Poner en actividad el programa Up Date es tarea cotidiana, tanto para los programadores como para los científicos. Hay, en ese sentido, relaciones de causalidad que son patrimonio de la modernidad, a las que no podemos renunciar si es que no tenemos otras a mano. Si es que, por ejemplo, queremos encontrar la causa de la lluvia, podríamos dar una respuesta infantil (o encantada), científica, o poética. La primera, la infantil, dice que la lluvia se produce cuando los angelitos hacen pipí. La segunda, la científica, enseña que la lluvia tiene que ver con la condensación de la humedad de la atmósfera. La tercera, la poética, dice que la lluvia es el llanto que derrama Dios sobre la miseria de su propia creación. Aunque, a veces, dada la cantidad de pruebas que la verifican, no resisto la tentación de creer que la verdadera causa de la lluvia es la tercera, si respeto al patrimonio del pensar científico debo suscribir, muy a mi pesar, la segunda causa. Es decir, tengo que adecuar mi pensamiento al nivel de conocimiento ya establecido

 Pero, convengamos; con simples adecuaciones interparadigmáticas el pensamiento científico no habría avanzado demasiado en la historia pues, aquello a lo que adecuaríamos una nueva teoría sería sólo a la última verdad, es decir, a la que cuenta con la mayor aprobación cuantitativa. Ahí reside a mi juicio la “falla” de la teoría weberiana de la causalización. Los procesos de adecuación son sobre todo válidos cuando se practican –para decirlo en los términos de Kuhn (1993)– en los períodos normales de la ciencia, que son aquellos marcados por líneas de continuidad. Pero en el desarrollo de la ciencia también hay momentos caracterizados por rupturas paradigmáticas, y en ellos las tareas de adecuación propuestas por Weber no sirven demasiado. La verdad, aunque es discursiva, no es plebiscitaria. Y toda adecuación se decide, al fin y al cabo, de acuerdo al principio de mayoría. No; la verdad es por lo general, minoritaria; y a veces es disidente

Pero Weber intuye las limitaciones que ofrece su teoría de la adecuación. De otra manera no se explica que recurra a una conocida afirmación del historiador Leopold Ranke, en el sentido de que una de las tareas de la historia es “adivinar” el pasado (Weber 1906/1991, 116). Con ello nos está diciendo Weber que la adecuación causativa que vincula un hecho con su pasado no es puramente objetiva. Es decir, que el pasado no es un dato “dado”; además, debe ser (re) construido. Si el pasado debe ser “adivinado”, la tarea del historiador o del cientista no es tanto dar con un pasado objetivo,sino vincular (o adecuar, según Weber) coherentemente el hecho o el proceso histórico con un pasado convencionalmente construido (o imaginado). Eso significa que el proceso de adecuación no se realiza desde el pasado hacia el futuro, o desde atrás hacia adelante, sino en sentido inverso: desde adelante hacia atrás. Esa, que no es una tesis de Weber sino una idea de Hannah Arendt que ya explicaré, ayuda, en todo caso, a salir del callejón sin salida al que nos había llevado Weber con su teoría de las “adecuaciones causativas”. Si hay que adecuar algo, efectivamente, no es el hecho a sus causas, punto en el que Weber está de acuerdo, sino más bien, las causas al hecho. El hecho, digámoslo de modo simple, condiciona sus causas y no las causas al hecho. O hablemos con la poética de Nietzsche: “Sólo desde las más importantes fuerzas del presente, podéis significar al pasado” (1873/1983, 54).

El pasado pasa

Pueden haber todas las causas para que aparezca un hecho y el hecho no se produce. Si hay un hecho, en cambio, deben ser ordenada sus causas; y siempre de acuerdo al hecho; no a su posibilidad. Sólo así podemos entender a los hechos. Gran parte de la polémica teórica de Weber, no olvidemos, va dirigida en contra de los marxistas de su tiempo quienes de acuerdo a términos como “fuerzas productivas”, “desarrollo del capitalismo”, etc, querían dar cuenta de la realidad antes aún de que los hechos aparecieran.

Adivinar el pasado, en cambio, significa pre–decirlo, es decir, ordenar en términos gramaticales las secuencias causativas más allá aún de su filiación puramente cronológica. Lo que ha sucedido ayer no es necesariamente la causa de lo que ocurrirá hoy. Luego, el hecho o proceso en cuestión determina también las propias relaciones de tiempo que hicieron posible su “aparición”. Eso quiere decir también que el pasado del hecho no es necesariamente un “pasado objetivo” sino, para decirlo con Weber, un pasado selectivamente “adecuado” al hecho. Y aquí encontramos una inevitable analogía entre los procesos de construcción histórica y ciertos procedimientos que se dan en la escena psicoanalítica donde se trata también, de reconstruir, adivinar, o predecir el pasado.

Hay, por supuesto, como en todas las disciplinas científicas, un psicoanálisis primitivo que pretende, a partir de determinadas tipologías, clasificar la mente de los llamados pacientes. No obstante, a partir de las premisas sentadas por el propio Freud en sus lecciones sobre los procesos de transferencia, se ha desarrollado una tendencia cuyo objetivo es, antes que nada, el redescubrimiento del pasado –tanto consciente como inconsciente– por medio de la palabra del paciente. Suele suceder que los pacientes individuales, como los pueblos, han perdido en algún momento traumático de sus vidas la relación con el pasado. 

Se trata, por lo tanto, de reencontrar ese, o por lo menos partes, de ese perdido pasado. Pero el reencuentro con ese pasado es el pasado que surge asociativamente en la misma escena analítica; es decir, en un tiempo que se da siempre en presente. Incluso, como argumentaba Freud, no es tan decisivo que el pasado reconstruido corresponda exactamente con el pasado objetivo. Sólo se trata de encadenar secuencialmente hechos en relación a los temas que perturban o bloquean la vida de una persona en un determinado presente. Tampoco se trata de revelar “todo” el pasado, ni sacar a luz a “todo” lo reprimido; ni mucho menos a “todo” lo inconsciente. Pues si hemos olvidado algunas cosas es porque a veces necesitamos olvidarlas. Conocida es en ese sentido lla frase de Donald Winicott: "Hay que respetar los secretos del paciente". Quiere decir: Si hemos reprimido determinados episodios del pasado, es porque queremos protegernos de visiones fantasmales o recuerdos desgarrantes. Nadie podría soportar la absoluta verdad sobre su propia vida. 

De tal modo que la construcción analítica del pasado tiene de común con la histórica la de ser, en primer lugar, factual, es decir, surge de hechos concretos o reales que constituyen la vida de una persona o grupo de personas; en segundo lugar subjetiva, pues es actualizada por determinadas personas de acuerdo a sus propias representaciones; en tercero, selectiva pues toma del pasado sólo los momentos que un hecho “necesita” para ser entendido; y en cuarto lugar, adecuativa, ya que de lo que se trata es de producir cadenas más o menos coherentes de pensamientos, justamente las que sirven para “amarrar”al pasado con los hechos del presente y no perder, como decía Hamlet, “el hilo que ata a los días”.

Acontecimientos

Para Weber se trata de secuensializar el pasado con el objeto de producir adecuaciones discursivas con el estado actual del pensamiento. De tal modo que el proceso de actualización que implica adecuar las causas a los hechos es interparadigmático. El problema que no resuelve Weber es como se puede producir adecuación en circunstancias donde el pensamiento científico tiende a avanzar más allá del propio paradigma desde donde se ha originado o, para decirlo con Kant, cuando comporta un determinado potencial metafísico (o metaparadigmático) pues la razón como si fuera un organismo vivo tiende a expandirse aún más allá de sus límites. Una indirecta solución a ese dilema la otorga Hannah Arendt cuando en consonancia con Heidegger afirma que el pasado no es un derivado del presente sino que siempre es reconstruido desde el presente en relación a un futuro hacia donde proyectamos toda la intensidad de nuestra voluntad de ser.

El humano actúa, según Arendt, en ese hueco que se da entre un pasado infinito y un futuro también infinito. En ese vacío situado entre dos infinitudes, el ser, conocedor de su muerte, trata de salvarse de ella proyectando el pasado hacia aquel infinito que se sitúa más allá de su propia mortalidad. Esa proyección hacia el futuro, y ninguna otra razón, es la que da sentido y forma al pasado. El deseo presente de ser en el tiempo del futuro configura el tiempo del pasado. Los seres humanos que vivían en la Edad Media, por ejemplo, no sabían que estaban en una “edad media”. Fueron situados en ese arbitrario lugar por los historiadore modernos. Del mismo modo los pueblos llamados tradicionales no saben que son tradicionales. Nosotros, o mejor dicho, nuestros historiadores y sociólogos, al creer en el “avance del progreso” los han convertidos en tradicionales. De tal manera que si la energía del pasado viene de un futuro que se desea, la adecuación que propone tan empíricamente Weber para resolver el problema de la causalización de los hechos en la historia es siempre una adecuación a ese deseo de futuro y no, como parece a primera vista, una simple adecuación al orden de cosas tal como éstas se presentan. Se disuelve así el dilema entre adecuación y trascendencia metafísica. La adecuación es, y será siempre, una proyección. Las causas se originan a partir no sólo de un hecho, sino a partir de la proyección de un hecho hacia el desconocido e infinito futuro (Arendt 2000, 17). Quizás lo mismo se podría decir del paciente en la escena psicoanalítica. En la medida en que comienza a descubrir su voluntad de ser en y hacia el futuro su pasado comienza a ordenarse, selectivamente, bajo el comando de esa voluntad.

El pasado comienza a ser pasado, efectivamente, cuando ha pasado. Dejar atrás el pasado significa avanzar hacia el futuro. Si uno no se libera del pasado no hay pasado, porque el pasado está presente; y por eso mismo, tampoco hay futuro; hay sólo presente; y como dice Arendt, el presente es sólo un hueco, un vacío entre dos tiempos infinitos. Es por eso que quien ha perdido la voluntad de futuro (y la voluntad en su forma de deseo siempre existe hacia el futuro) yace suspendido en el vacío, el que como todo vacío es tenebroso y desolador. Solamente podemos encontrar la causa de los hechos del pasado después que hemos abandonado a ese pasado; en un viaje sin regreso a través del tiempo; hacia ese futuro que nos contiene y seguirá adelante después de nuestra muerte, llevando consigo hasta el polvo de aquellos lugares donde una vez estampamos nuestras huellas, dejando detrás un recuerdo, o quizás sólo el recuerdo de un recuerdo (una melodía, un libro, un par de frases, una casa vieja, un árbol; y hasta algunos odios).

De acuerdo a la teoría weberiana de la causalización, las causas, así en la historia, como en la justicia penal, deben ser ordenadas y/o adecuadas alrededor de un hecho. Pero no se trata de cualquier hecho, sino que de hechos a los cuales se les ha asignado una cierta significación histórica. Es decir, por acontecimientos, como llama Hannah Arendt a los hechos más significativos. Es por eso que aquí se opina que la teoría de la causalización de Weber es perfectamente compatible con la teoría de los acontecimientos de Hannah Arendt.

Muchas son, efectivamente, las diferencias entre ambos autores, razón que explica por qué tan pocas veces Arendt hiciera referencia a Weber. Arendt era antes que nada, filósofa; aún a pesar de ella misma. Weber, en cierta medida, también era filósofo; pero en mayor medida, era un científico social, y contra esa especie, la de los “científicos sociales”, tenía Arendt –al igual que el autor de estas líneas– más de algún fundado prejuicio. Pero hay que constatar, pese a todo, los dos autores mencionados tienen algo muy en común: la persistente polémica que libraron, a lo largo de sus diferentes trabajos teóricos, en contra de las tendencias historicistas, particularmente representadas en la visión marxista de la historia.

Para Arendt un acontecimiento sólo puede tener lugar en un mundo no historicista, es decir, en un mundo donde las causas no existan más allá de los hechos pues, si es así, ningún hecho puede ser jamás un acontecimiento. Un acontecimiento es en primer lugar un hecho significativo, y en segundo, nuevo; o si se prefiere, es un hecho que comporta consigo una novedad significativa. En un mundo historicista donde las causas –más aún, las leyes de las causas– preceden a los hechos, ningún hecho, al estar ya teóricamente previsto, puede ser auténticamente nuevo. Ahora bien, gracias a los acontecimientos una historia puede ser narrada, es decir, no sólo ser una historia, sino también –como dice Arendt– una story. Para que se entienda mejor la idea conviene quizás hacer un paralelo entre tres formas de presentación de los hechos históricos: 1) un hecho presentado como un momento de un proceso previsto de desarrollo 2) un hecho presentado como un milagro 3) un hecho presentado como un acontecimiento.

Si el hecho representa un momento de un proceso previsto de desarrollo, lo importante, primero, es conocer el “tipo” de desarrollo pues éste da cuenta de todos los hechos que lo componen. Los hechos tienen, bajo estas condiciones, una importancia secundaria. Lo más decisivo es el desarrollo de los hechos. La tarea del historiador no puede ser otra, en este caso, que descubrir las principales líneas de desarrollo, y catalogizarlas en diferentes tipologías de acuerdo al dictado de una teoría histórica (o historicista) del desarrollo.

Si el hecho es un milagro, como aparecen muchos hechos, incluso ante personas tan (post–) modernas como nosotros, es porque sus causas no se pueden conocer, por lo menos no muy rápidamente. Cuando no existían las teorías de la causalidad, la mayor parte de los hechos importantes de la historia eran interpretados como milagros. Milagro es, efectivamente, un hecho importante cuyas causas no pueden (ni deben) ser conocidas; y con ello, tampoco sus consecuencias. Un milagro no tiene antecedentes. Es una simple aparición. Es por eso que la historia precientífica era la historia sagrada; y en ella, los acontecimientos eran milagros.

Un acontecimiento, al igual que un milagro, también es una aparición importante o decisiva. Pero, a diferencias de un milagro, tiene causas, es decir, puede ser explicado desde sus orígenes. A diferencias también del hecho historicista que es expresión de un determinado desarrollo, el acontecimiento, revela, e incluso construye, sus propias causas. Pues, antes que aparezca, el acontecimiento no tiene pasado, y el lugar donde habitan las causas, es el pasado. O como escribe Arendt: “el propio pasado es originado gracias a los acontecimientos” (2000, 122) En breve: no es la historia, como ocurre en el caso del historicismo, la que “hace” a los acontecimientos, sino exactamente al revés: los acontecimientos “hacen” a la historia. “Siempre que sucede un acontecimiento, que es suficientemente grande como para iluminar su propio pasado, surge la (su) historia” (Ibíd..) “Recién cuando ha ocurrido algo irreversible, podemos intentar seguir su historia desde atrás” (Ibíd.) Así cobra sentido una de las más famosas frases de Hannah Arendt: “la historia es una narración (story) que tiene muchos comienzos y ningún final” (Ibíd.., 124). Cada acontecimiento, en la medida que es significativo o importante, comporta en sí la posibilidad de “un nuevo comienzo” (Ibíd.., 124). En estricto sentido del término, para Arendt la causalidad no existe. Reinterpretándola, es posible decir, no existe antes del acontecimiento

Vale la pena quizás mencionar que la noción de acontecimiento de Arendt tiene que mucho que ver con la del “hecho que hace historia” de Nietzsche. En ese sentido Nietzsche hacía una diferencia entre lo a-histórico y lo “sobre histórico”. Escribía Nietzsche: “Como “histórico” entiendo el arte y la fuerza de poder olvidar e incluir en un horizonte limitado. “Sobrehistórico”, nombro yo a los poderes que apartan la mirada del futruro.....(es decir, a las ideologías FM). (Nietzsche 1873/ 1983, 70)

Podemos así concluir afirmando que la objetividad en los hechos históricos no puede existir más allá de los acontecimientos que la constituyen. Eso lo sabemos todos; y muy bien. Son los acontecimientos los que dan sentido y orden a nuestras biografías. Gracias a esos acontecimientos podemos narrar nuestra historia a los demás.

Sin acontecimientos somos algo parecido a una existencia sin vida.

 Referencias:
Arendt, H. In der Gegenwart, Piper, Münich 2000
Kuhn, Th. Die Struktur wissenschaftlicher Revolutionen, Suhrkamp, Francfort 1993
Mires, F. Crítica de la Razón Científica, Nueva Sociedad, Buenos Aires-Caracas 2002
Nietzsche, F. Von Nutzen und Nachteile der Historie für das Leben (1873) Caesar Verlag, Tomo 3, Salzburgo 1983
Weber, M. Objektive Möglichkeit und avdäquate Verursachung in der historischen Kausalbetrachtung (1906) Reclam, Stuttgart 1991