Fernando Mires: EL ESPÍRITU DE BIN LADEN SIGUE VIVIENDO



                                                       
 

El gran simplificador

En gran medida, la obra de Sayyid Qutb – de ahora en adelante S.Q.- puede ser considerada como la mejor condensación, la más teológica y la más fundada de la ideología del terrorismo islamista. No sin cierta razón muchos creyentes islámicos, aún aquellos a los que en ningún caso podría imputárseles simpatías por actividades terroristas, veneran el nombre de S.Q. habiendo incluso algunos que no trepidan en alinearlo, si no entre los profetas, al menos entre los grandes maestros del Islam. Y leyendo parte de sus trabajos no se puede sino confirmar la idea de que S.Q  fue eximio erudito en materias islámicas. Además, cuando sólo se refiere a su religión es, amén de creyente ferviente, un excelente escritor, lindando su prosa, muchas veces, con la más espiritual poesía.
Pero sin duda la mayor virtud de S.Q. es que a diferencia de muchos intelectuales fue un maestro en el difícil arte de las simplificaciones. Casi todas sus exposiciones están basadas en dicotomías muy sencillas como son las que representan la lucha del bien en contra del "mal" –el ateismo y todas las religiones no islámicas-  lucha en la cual siempre se impondrá el bien, representado por el Islam. 
La obra de S.Q. no está concebida para pensadores críticos –tengo la impresión de que en el mundo islámico no son mayoría- sino para gente sencilla o de mentalidad esquemática como al parecer era la de Bin Laden. De ahí que no es errado afirmar que en la obra de S.Q. yace gran parte del espíritu que un día iba a reencarnarse en los crímenes de Bin Laden y sus secuaces. Para que se entienda mejor: no estoy afirmando que  S.Q. incite directamente a la ejecución de actos terroristas. Quiero sí afirmar que sus argumentos no dejan ninguna otra opción para sus seguidores sino acudir, en supuesta defensa del Islam, a la violencia, sea ella terrorista o no. En fin, pienso que el autor intelectual del 11.09 no fue Bin Laden. Fue el pensamiento de S.Q. del cual Bin Laden sólo era un de sus mejores ejecutores, del mismo modo –a fin de usar una antípoda como ejemplo- como Arthur Rubinstein fue uno de los mejores realizadores del espíritu de Chopin.
Tienen entonces razón ciertos creyentes islámicos cuando afirman que la muerte de Bin Laden sólo fue la de su cuerpo ya que su espíritu continúa viviendo entre sus seguidores. Despojando a esa afirmación de su contenido épico y leyendo los textos que escribiera S.Q. puede llegarse a la conclusión de que eso es desgraciadamente cierto. Significa que la lucha en contra del islamismo terrorista deberá ser realizada en dos niveles. En el de la guerra- esa opción es inevitable- y en el de la confrontación argumentativa a la que los islamistas rehuyen como a la peste.
Quiero decir: el espíritu de Bin Laden, a diferencias de su cuerpo, no puede ser liquidado a balazos. No queda más entonces que realizar un esfuerzo para confrontarse de modo político con la ideología dominante al interior del espectro terrorista. Y esa ideología tiene mucho, pero mucho que ver con S.Q. Ese, y no otro, es el propósito del presente texto.

El Manifiesto Islamista

A fin de realizar una confrontación con el pensamiento de S.Q. he elegido su libro titulado Islam, el camino (también ha sido publicado bajo el título ISLAM: La Religión del Futuro) La razón es que entre los seguidores del pensamiento de S.Q. dicho libro es usado como un manual del dogma islamista. Al llegar a este punto debo aclarar que existe una diferencia radical entre la creencia religiosa islámica y el dogma islamista pues este último no es una interpretación religiosa sino más bien un derivado ideológico de la religión cuyo propósito no tiene nada que ver con las prácticas de la fe.   
Al igual que el nazismo y el comunismo que fueron fenómenos de masas anti-, pero también  inter-occidentales, el islamismo, aunque recurre a métodos modernos, y a pesar de ser parte de la propia modernidad (subscribo en este punto una de las tesis de John Gray en su libro  Black Mass. Apocalyptic Religion and the Death of Utopia) es una amenaza extra-occidental de enormes proporciones, amenaza que sin duda marcará gran parte de la historia del siglo XXl.
El significado del libro Islam, el camino es entre los islamistas parecido a lo que fue El Manifiesto Comunista de Karl Marx para millones de comunistas. Una síntesis, una guía de acción, un texto básico, un manual de principios generales. En cierto modo el título correcto del libro debió haber sido “El Manifiesto Islamista”.
La comparación de Islam, el camino con el Manifiesto Comunista es pertinente. En ese libro básico inició S.Q. su furiosa campaña anti-occidental atacando a su más notorio equivalente: el marxismo.
Sin dudas S.Q. captó la intrínseca ambivalencia del marxismo: por un lado representa la negación más radical de los principios políticos nacidos en Occidente pero, por otro, es parte del pensamiento occidental. El marxismo, sobre todo en su expresión soviética es, o fue convertido en una ideología, quizás la más ideológica de las ideologías que ha conocido la historia. Y como S.Q. ha construido sobre la base del Islam una ideología, necesitaba imperiosamente de otra ideología para fundamentar el dualismo excluyente con el que siempre operaba.
Como a todo ideólogo a S.Q. no interesaba abrir un debate. Lo único que a él importaba era construir un dualismo excluyente, uno que hiciera imperiosa la lucha a muerte en contra de un enemigo total. En fin, S.Q. vio en el marxismo soviético lo que en gran parte fue: una ideología extrema de la modernidad más extrema. En su ateismo, en su materialismo, en su lógica determinista,  creyó ver S.Q.  – y no sin ciertas razones- una de las religiones más fanáticas de Occidente: la religión de los sin Dios (p.24). Peor todavía: una religión idolátrica expresada en los tiempos de S.Q. en el culto a la personalidad de Stalin. Así, a través del marxismo soviético pudo S.Q. iniciar su lucha en contra de todo el pensamiento occidental.
Pero hay otra razón que explica el antimarxismo de S.Q. Durante el periodo en que escribió El Islam, el camino la URSS –depositaria geográfica del espíritu marxista- avanzaba triunfante sobre más de la mitad de Europa, erigiendo bastiones en Asia y creando condominios en el propio mundo islámico, en la Turquía de Mustafá Kemal Atatürk, en el Egipto de Gamal Abdel Nasser y en otras dictaduras militares (como la de Sadam Husein) de las cuales las actuales dictaduras socialistas (sin comillas) del Yemen, de Siria, de Sudán o de Libia, son sus últimos exponentes. Para S.Q. dichas dictaduras simbolizaban la usurpación del poder de Dios representado en los antiguos “califatos” y su reemplazo por  gobernantes no religiosos, partidarios de la modernidad occidental y de sus proyectos centralizadores, industrialistas y estatistas. Ese era el enemigo que según S.Q. había que derrotar en términos inmediatos, para después emprender una lucha de avanzada en contra de todo el Occidente político, socialista o no. Así podemos entender por qué Bin Laden, uno de los discípulos más aventajados de S.Q., inició su brillante carrera de asesino no en contra de los EE UU pero sí en contra de las tropas de la URSS apostadas en Afganistán.
El comunismo soviético representaba para S.Q. una concepción integrista de la vida. Por eso mismo se adecuaba perfectamente, en su rol de polo antagónico, a la visión también integrista que él propagaba. En efecto, S.Q. incorporó en su visión del Islam los fundamentos propios a las ideologías totalitarias occidentales: el fascismo y el comunismo. No deja de llamar la atención en ese sentido que tanto el fascismo (sobre todo en su versión nazi), el marxismo (sobre todo en su versión soviética) y el islamismo (sobre todo en la versión de teólogos como S.Q.) partan de la premisa de que existe, en el ser humano, un estadio natural del que hemos sido “alienados” (para usar la expresión hegeliana- marxista), estadio al que es necesario retornar.
Así como la doctrina nazi propagaba la idea de que existen razas superiores, así como el estalinismo postulaba la existencia de una “especie social superior” -el Hombre Nuevo, libre y desalienado cuya simiente es portada por una clase históricamente elegida: el proletariado-  la teología de S.Q. también postulaba la (supuesta) liberación de la “verdadera” naturaleza humana, naturaleza revelada ya en el Corán.
El Islam es definido por S.Q. como una religión natural y, por lo mismo, como “la religión del futuro” (p.15), vale decir, como la fuerza espiritual que liberará a todos los humanos de sus cadenas, devolviéndoles su naturaleza enajenada por el materialismo occidental. Eso quiere decir: las sociedades no islámicas, al vivir en desacuerdo con la naturaleza humana, “están condenadas a muerte” (p.22). El Islam, en cambio, al representar la verdad natural, es una doctrina de redención. Por lo mismo es una religión “superior”. Todas las demás religiones, al ser inferiores (sin darse cuenta S.Q. pensaba como un consumado darwinista) están condenadas a muerte. De este modo, el terrorismo islamista sólo llevó el pensamiento de S.Q. a sus consecuencias lógicas: todo no islamista no sólo es un infiel; además es un ente anti-natural, una especie religiosa “inferior”, un ser espiritualmente descapacitado. Matar a un infiel no será, por tanto, un crimen. En el peor de los casos significa la eliminación de un personaje anormal, tan anormal como era “la raza judía” para los nazis, o “la clase burguesa” para los estalinistas.
El marxismo era para S.Q. la tercera religión falsa de Occidente. Las otras dos religiones falsas fueron la judía y la cristiana. De ahí que luego de saldar cuentas con la tercera, S.Q. dirigió toda su artillería ideológica en contra de las dos primeras, consideradas por él –en ese punto tenía razón- como las que dieron origen al pensamiento político occidental, según S.Q., el enemigo mortal del Islam.
De acuerdo a S.Q. tanto la religión judía como la cristiana eran verdaderas hasta un determinado punto de sus respectivas historias, cuando fueron traicionadas por sus representantes oficiales. Mahoma, en cambio, recoge el legado verdadero propagado por  Moisés primero y Jesús después. Los tres profetas de “la religión verdadera” son por lo tanto Moisés, Jesús y Mahoma. Este último reivindica la tradición profética pre-islámica y la reorienta a través del “verdadero camino”, el del Islam, aquel que conduce directamente al encuentro de los humanos con Dios (pp.28-29).

 

Prejuicios y adulteraciones

Los argumentos de los cuales se vale S.Q. para desacreditar a las otras dos religiones abrahámicas están constituidos por una suma increíble de pre-juicios y adulteraciones. 
Sirviéndose del antisemitismo imperante en Europa, afirmaba por ejemplo S.Q. que los judíos renegaron de la Thora, despojándola de su espiritualidad y transformándola en una guía de simples preceptos prácticos. Más todavía, endilga a todo el pueblo judío y a sus descendientes la culpa colectiva referente a la muerte del judío Jesús (p.36), tomando para sí la versión predominante en los periodos más oscuros del cristianismo medieval.
Con respecto al cristianismo S.Q. fue aún más implacable. Mientras según su versión los judíos traicionaron a Moisés después de siglos, los discípulos de Jesús, sobre todo los de origen griego, al adoptar la tradición helénica traicionaron a Jesús durante los tiempos de Jesús. Está de más decir que para  S.Q. el traidor más grande fue Paulo, precisamente el fundador de la cristiandad. Según la interpretación muy particular de S.Q., Paulo “el falsificador” (p.39) introdujo el legado helénico entre los cristianos y eso es precisamente lo que S.Q. no puede perdonar al apóstol. Pues dentro de esa tradición se encuentran latente las nociones de la política, de la democracia y, sobre todo, de la separación de poderes, tres nociones que para S.Q. son satánicas.
Según S.Q. el mayor estigma del cristianismo fue haber separado el mundo religioso del profano, separación que tuvo lugar desde el momento en que fue instaurado el sacerdocio, institución que dividió a los humanos “entre los que rezan y los que pecan” (p.45). Dicha tesis distaba, por cierto, de ser novedosa.
Siglos antes que S.Q.  la crítica a la institución sacerdotal había sido formulada, y en toda su radicalidad, por Martín Lutero. No sin cierta razón Max Weber encontró en sus estudios sobre las religiones universales, paralelos asombrosos entre las nociones islámicas sunitas y el protestantismo europeo, hecho que ignora deliberadamente S.Q. Y afirmo, deliberadamente, pues S.Q. vivió en los EE UU donde tuvo ocasión para informarse de las divisiones internas de la cristiandad. ¿Por qué no mencionó S.Q. este hecho elemental? La respuesta no puede ser otra: eso habría significado aceptar que el cristianismo no es una unidad monolítica sino una religión que contiene y acepta diversas fracciones que deliberan, disputan y compiten entre sí, en fin, una religión tan heterogénea y compleja como la islámica, lo que tampoco reconoce S.Q. 
El cristianismo que necesitaba S.Q. no es el cristianismo en sí, sino su caricatura. En cualquier caso, lo que a él interesaba reafirmar es que el cristianismo fue el principal culpable de la secularización occidental, vale decir, “del golpe decisivo”: la separación institucional entre Iglesia y Estado (p.49). Esa separación es calificada por S.Q. como “la horrenda esquizofrenia occidental” (p.35)

La horrenda esquizofrenia

Occidente se encuentra, según S.Q. , mentalmente enfermo. Idea que tampoco es de S.Q. La tesis de la decadencia de Occidente tiene diversos predecesores occidentales, entre otros Oswald Spencer y Arnold Toymbee. Lo novedoso de S.Q. es la utilización de una categoría clínica -la esquizofrenia- para designar a la secularización occidental. En ese sentido S.Q. sigue al pie de la letra el ejemplo nazi al utilizar supuestas teorías científicas -biológicas en el caso de Hitler, psiquiátricas, en el caso de S.Q- para denigrar a sus enemigos. No deja de ser interesante constatar que en algunos de los pasajes de su libro, S.Q. nombra a la psiquiatría como una de las prácticas pecaminosas llevadas a cabo en Occidente (p.76),  hecho que no le impide servirse de sus términos, del mismo modo como los terroristas se sirven de los programadores, de los celulares y de las armas occidentales.
S.Q. utiliza el concepto de esquizofrenia como un simple sinónimo de dualidad, división y separación. Sin embargo la esquizofrenia no tiene nada que ver con esa caricatura literaria surgida de la pluma de  R. L. Stevenson al crear a sus célebres Doctor. Jekyll y Mister Hyde. El dualismo, hay que reafirmarlo, no es una alteración del pensamiento sino su propia condición. O dicho de modo parecido: el pensamiento surge de un dialogo interior entre (mínimo) dos instancias, las que para dialogar necesitan ser diferentes entre sí. A veces nuestro cuerpo dialoga con nuestra conciencia. Otras veces pensamos en conjunto, dialogando con los otros. Esos diálogos –está casi de más decirlo- no son siempre armónicos y en la política son polémicos. Lejos de ser una anormalidad, la escisión, la división y sobre todo la contra-dicción (decir algo en contra de) son las herramientas que hacen posible el pensar. Incluso pensar en Dios -ese y no otro es el sentido de una oración religiosa- requiere de una dualidad. Cada individuo es –digámoslo así- un “di-viduo”. O también de otro modo: para alcanzar la unidad entre nosotros, y sobre todo en nosotros, requerimos de la desunión. Sólo se puede unir aquello que se encuentra separado. Unir lo que está unido es una imposibilidad.
Ahora, ¿cuando surge la alteración mental?  No cuando existe una dualidad sino cuando las diversas instancias del pensamiento no logran comunicarse entre sí, o para decirlo en clave freudiana: cuando nuestras pasiones no logran articularse con nuestros ideales. De tal modo, la "horrenda esquizofrenia occidental" no es más que una horrenda invención del teólogo S.Q.
La por S.Q. llamada esquizofrenia es el atributo fundamental de la propia condición humana. Defender esa división interna del ser es defender nuestra propia indentidad. Porque ese Occidente, el mismo que quieren destruir los terroristas, no es sólo un lugar geográfico. Tampoco es, como intenta entenderlo S.Q., una cultura. En sentido estricto del término no existe la cultura occidental. Occidente es multicultural, multi-religioso y multi-político. En fin, se trata de un espacio de confluencias contradictorias y antagónicas.
Ahora bien, para que las diversas culturas que pueblan las naciones del mundo occidental puedan coexistir entre sí, se requiere de una sola condición: que esas diversas culturas reconozcan un nexo común, y ese nexo no puede ser sino algo que las constituya como partes de una unidad, por más heterogénea que esta sea. Ese "algo" que unifica las diversidades sin que éstas pierdan su diversidad es la Constitución. Y la  Constitución para que sea aceptada por las diversas culturas no puede ser religiosa y, por lo mismo, ha de ser civil. La Constitución Civil, en fin, no está hecha para consagrar las igualdades sino para garantizar las diferencias, tema que incluso muchos habitantes de Occidente no logran entender.
Ser diferente a los demás, seguir a esta u otra religión, o a ninguna, no es una dádiva otorgada por un Estado benevolente, como también los hay y ha habido en el mundo islámico. En Occidente ese es un derecho. Uno inalienable a la propia condición humana y por esa razón, uno por el cual vale la pena seguir luchando.
Para explicarnos mejor vamos a suponer por un momento que, como afirma S.Q., el Islam es la religión más natural, la más verdadera, la superior, y por lo tanto, la religión del futuro. Pues bien, ¿cómo los seres humanos que siguen a otras religiones podrán llegar alguna vez a la misma conclusión? La respuesta es obvia: mediante el convencimiento. Pero nadie puede convencer a otro sin argumentos. Y para argumentar necesitamos discutir. Y para discutir necesitamos tener diferentes opiniones. Luego, para discutir necesitamos de la división entre nosotros. Y esas divisiones, para que no nos matemos unos a otros, necesitan de una civilidad constitutiva, esto es, de una  Constitución Civil ¿Aceptaría J. Q. esa alternativa? Nunca, jamás. Las divisiones  son para él síntomas de la degradación de la vida, algo que hay que erradicar definitivamente de la realidad. ¿Qué otro camino queda entonces a la teología de S.Q. para imponerse alguna vez? La respuesta la conocía Osama Bin Laden: El camino de la violencia y del terror. Pero esos tampoco son los caminos del Islam.
El terrorismo islamista es la obra de seres incomunicados, sobre todo de los que no han logrado comunicarse consigo mismos ni tampoco entre sí. Los terroristas viven incomunicados del mundo donde habitan. El mismo Bin Laden dirigía sus asesinatos desde diversos escondrijos. Primero en las montañas afganas, después en cuevas inaccesibles, y finalmente en casonas rodeadas de militares. Y no olvidemos:  S.Q. escribió gran parte de sus obras en calabozos, más aislado del mundo no podía estar. De la soledad de las montañas, de los más oscuros escondrijos, en los cadalzos, surgen los mensajes del terror. Allí mora el espíritu de Bin Laden.
No quisiera terminar este artículo sin un breve comentario. El terrorismo surge, como ya ha sido dicho, desde la oscuridad: en un mundo sin polémica y sin política. En ese sentido no hay nada políticamente más oscuro que una dictadura, islamista o no. Lo cierto es que muchos islamistas, entre otros S.Q., han padecido bajo diversas dictaduras, más su reacción no ha sido la opción por más democracia, ni mucho menos por más libertad. Por el contrario: sólo buscan cambiar una dictadura por otra. Hoy vemos, por ejemplo, como grupos islamistas egipcios usan la libertades por las cuales ellos no lucharon, atacando a las iglesias cristianas (coptas) de la nación.
Los movimientos democráticos que signan el curso de las revoluciones árabes del año 2011 traen consigo, en cambio, la promesa de la democracia, promesa que no podrá ser cumplida en plazos demasiado cortos; es comprensible. Pero si las dictaduras militares que hoy perviven en la región son alguna vez desmanteladas, los grupos que forman parte del islamismo terrorista habrán perdido su campo natural de existencia y reproducción.
Lamentablemente los egoístas  gobernantes de las naciones europeas no han comprendido en toda su intensidad el sentido del dilema que los acosa. Pues restar apoyo a los rebeldes libios, sirios, yemenitas y muchos más, cualquiera sean las razones que se esgriman, significa colaborar para mantener las condiciones de pervivencia del terrorismo en todas sus formas. Y las principales víctimas de ese terrorismo –de eso no me cabe la menor duda- serán las propias naciones europeas. El Espíritu de Bin Laden sigue viviendo.

Referencia: Sayyid Qutb: ISLAM, der Weg, Enero de 2010, Bosnia Verlag, no se indica lugar de publicación.