7 poemas de la muerte (y una Introducción) (2011)

(Este texto fue publicado originariamente el 05.05.2011



Fernando Mires: 
Introducción


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La muerte anda rondando alrededor de cada vida como un ratón al queso.

O, como decía Lacan, vivimos entre las dos muertes: la que nos precede y la que nos seguirá. Cada uno de nosotros es, siguiendo esa línea, una simple y tenue aparición que fulgura en medio de la más intensa oscuridad de una larga noche cuya duración nunca lograremos precisar, o si se prefiere decir de otro modo: no somos más que la más diminuta fracción de un instante en medio de un tiempo que es, de acuerdo a nuestras dimensiones, infinito. Y si alguien no me cree, salga de ronda cualquiera noche y mire las estrellas; nada más. Puede que en momentos como ese, si asumimos nuestra radical insignificancia, podamos entender el sentido de esas palabras que una vez escribiera Don Jorge Manrique frente al recuerdo del cadáver de su padre.

Las Coplas a la Muerte de su Padre lo dijeron todo. O casi todo lo que hay que decir sobre la vida,  pues siempre hay un resto en el decir. Ese resto: “lo no-dicho”, la des-dicha que nos permite seguir diciendo en busca de una dicha donde seremos dichosos, una dicha no dicha que en este mundo no está, y que es la que buscó con pasión de amante clandestina Santa Teresa de Ávila (o de Jesús).

Ella, la Teresa, mujer al fin, no resistió la tentación de mostrarnos a través de sus candentes versos, el secreto de la tragedia de toda vida que es, a la vez, la tragedia de la poesía: su irremediable condición humana

El secreto es también que para alcanzar a Dios -o, desde un punto de vista filosófico: a la Verdad- hay que transitar más allá de la vida hasta  llegar a ese momento en que Teresa ya no puede ni quiere vivir más en ella misma. Su deseo de vivir se transforma así en el más intenso deseo de morir, un deseo tan grande que no cabe en su vida porque esa vida ya no es de este mundo.

Vivo Sin Vivir en Mí es, sin embargo, la confesión de un rotundo fracaso. Porque ese amor que pide escapar del cuerpo de Teresa, habla a través del cuerpo, con los deseos del cuerpo, con la materia del cuerpo de Teresa. El amor a Dios de la Santa es –no puede escapar así a su humano designio- terriblemente erótico; más aún: desvergonzado e incluso, libertino. 

Queriendo tocar con las manos el cielo, las de Teresa se hunden en la tierra señalando así que la verdadera trascendencia  -y sin deseo de trascendencia no hay poesía, ni arte, ni religión, ni filosofía- nos lleva hacia la más inapelable inmanencia.

Quizás el secreto de la poesía es el mismo que el de la física cuántica: cuando tú quieres ver la materia, ves la luz; cuando tú quieres ver la luz, ves la materia. En la poesía (y en gran medida, en la filosofía) sucede que cuando quieres acceder al espíritu, tocas un cuerpo; y cuando tocas un cuerpo; aparece el espíritu. Un lío.

Varios siglos después, la divina Gabriela de Chile demostraría a través de sus estremecedores Sonetos de la Muerte como la verdadera inmanencia ha de ser la única ruta que lleva a cierto encuentro con la imaginada trascendencia, vale decir: como el amor humano puede ser tan  profundo que pide escapar de esta tierra pero sin llegar al cielo, aunque sí a un vacío que ya no es parte del mundo de los vivos. No obstante, la tragedia de Gabriela Mistral no es menor a la de Teresa de Jesús.

Al amar más allá de la muerte al hombre muerto, nos dice Gabriela que el amor más grande es aquel que llega cuando lo amado ya no está. En cierto modo eso ya lo había dicho Sócrates: el deseo de amar surge frente a lo que no tenemos. El amor es, luego, inseparable del deseo de amar. Sin embargo, y de nuevo estoy recordando a Lacan, lo que amamos no sólo es lo que amamos sino “otra cosa” que  atraviesa a lo amado y que está más allá de lo amado, en una “otra parte” a la que para llegar se hace necesario traspasar los siniestros patios de la locura. Y yo agregaría: los de la poesía. Al fin y al cabo son los mismos (o casi los mismos). Esos son también los patios donde transcurren  los versos de Teresa y Gabriela. No son, empero, los de César Vallejo.

Los Heraldos Negros que nos anuncian la muerte aparecen no antes sino en medio de la vida. Son las, en cierto modo, consoladoras palabras del gran poeta del Perú. ¿Será la razón por la cual cada vez que la vida me ha propinado golpes duros –lo que ocurre a cada mortal cada cierto tiempo- he pensado de inmediato en los Heraldos de Vallejo?  La muerte, nos dice el poeta, atraviesa a la vida anunciando su existencia a través de los bordes de todo lo viviente. La vida es así la condición de la muerte. Si lo contrario es posible, a saber: que la muerte sea la condición de la vida, no lo afirma el poeta, aunque puede deducirse, dialécticamente hablando, que sin lo uno no hay lo otro.

Todo lo que está naciendo está muriendo. Cada minuto que pasa muere algo en uno, aunque nadie quien no sea un poeta de verdad, quiera aceptarlo. Luego, la muerte no sólo nos espera en un más allá inescrutable. Ella, buena amiga, nos acompañará siempre como si fuera nuestra sombra. Y a veces, no cabe duda, el alma muere antes que el cuerpo. Aunque otras veces el cuerpo muere antes que el alma. En cualquier caso siempre se anuncia susurrándonos, aunque de pronto irrumpe con sus heraldos negros al llamado de la metálica estridencia de sus maléficas fanfarrias.

Somos, queramos o no, un espacio en donde coexisten de un modo no siempre pacífico la vida y la muerte: la novia vestida de blanco y la viuda vestida de negro. A veces estamos más cerca de una o de la otra. Solos no estamos nunca. En cierto modo uno puede elegir, pero también ella, la muerte, sabe elegirnos.

Puede, y así lo creo, que no fue Alfonsina Storni quien eligió su muerte sino la muerte la eligió a ella. Sólo así podemos dar alguna respuesta al dilema que nos planteó una vez Albert Camus: “el problema de toda filosofía es el porqué no nos suicidamos”. Ese problema no existió para Alfonsina. Antes de haber encontrado “las causas” de su muerte, la suerte estaba echada. Su caminar hacia las aguas del mar fue para ella un regreso a los orígenes del ser: un simple dormir entre caracolas marinas y algas: los comienzos de toda vida.

Voy a dormir”, dejó escrito Alfonsina en sus últimos versos. El llamado de la muerte suele ser también poético.

Tanto Ariel Ramirez, Félix Luna y sobre todo, Mercedes Sosa, supieron encontrar el justo tono de las palabras que se disuelven en la música de un piano y una guitarra que imita el vaivén de las olas bajo las cuales todavía yace el cuerpo inerte de Alfonsina Storni.

El cuerpo del revolucionario ruso, Lenin, no yace, sin embargo, ni bajo el agua ni bajo la tierra. Convertido en momia por designio de su sucesor, Stalin, no pasa de ser un simulacro, o una parodia de esa eternidad que el mismo Lenin buscó encontrar en donde menos podía ser hallada: en esta tierra.

El poema de Lenin, traducido del ruso al español por el poeta chileno Waldo Rojas, contiene dos sorpresas: una menor y otra mayor. La sorpresa menor es saber que Lenin escribía poemas. Menor, creo yo, porque casi no hay ser humano que no haya intentado, al menos una vez en su vida, escribir un poema. Por lo tanto, que un intelectual como Lenin hubiera escrito uno u otro poema, es lo más natural del mundo. La sorpresa mayor, en cambio, fue constatar que el poema de Lenin es esencialmente religioso, mucho más religioso aún que los de Santa Teresa de Jesús. Pero no lo fue porque recurrió al nombre de Dios o de algún santo sino porque imaginó encontrar lo que nadie podrá encontrar: el paraíso en la tierra.

Gracias al poema de Lenin podemos entender los motivos por los cuales el leninismo se convirtió en religión pagana de tanta gente. El leninismo – y esta es su similitud con el marxismo- traía consigo la promesa del paraíso. Pero –a diferencias con el marxismo- el leninismo suponía la destrucción total del pasado desde cuyas cenizas emergerá el Ave Fenix del futuro luminoso. En ese sentido el poema de Lenin es un llamado a la muerte colectiva.

La religión de Lenin no sólo era apoteósica. Era, sobre todo, apocalíptica, y por lo mismo necrológica. En fin, quiero decir que en el poema de Lenin encontramos todo el trasfondo emocional de la estrategia leninista: la revolución como mensajera de la muerte cuyo brazo ejecutor no podía ser alguien menos malvado que Stalin. El secreto del éxito de las tesis “científicas” de Lenin –y eso es lo que demuestra el poema del revolucionario- se debió al simple hecho de haber activado el programa de autodestrucción que todos - al venir de la muerte e ir hacia la muerte (Freud)- portamos.

He dejado para el final un poema mío. Escrito el año 1968  Ha sido incluido en la presente edición de la revista POLIS (2011) ya que, entre otras cosas, ese poema linda también con la muerte. En efecto, lo escribí inmediatamente después del asesinato de Martin Luther King. 

Hoy- está casi de más decirlo- al releer ciertas alucinadas estrofas, casi no me reconozco en sus espejos. Razón de más para pensar que uno no siempre es uno sino un simple transmisor del espíritu del tiempo que habita en uno. Ese poema es, por lo tanto, uno más entre los miles de fragmentos que portan consigo los signos de los años sesenta. Fue, además, el último poema que escribí bajo mi nombre. ¿Por qué?

Quizás fue porque decidí seguir el ejemplo de Rimbaud y abandonar la poesía para dedicarme a actividades más prácticas y racionales. O simplemente intenté hacer un favor a la literatura universal, retirándome de sus caminos antes de que fuera demasiado tarde (loable ejemplo que muchos poetas deberían seguir) O  tal vez fue el hecho de haberme dado cuenta de que quien quiera escribir poesía de verdad –que no es lo mismo que encadenar versos más o menos ingeniosos- debe arriesgarlo todo. Y no porque piense que la poesía lleva necesariamente a la muerte. Y no porque piense que la poesía deberá caer en el abismo. Sí, porque pienso que lapoesía debe llegar al borde de un abismo. Sí, porque pienso que la poesía, la que al final se salvará, es la que lleva sus palabras al otro lado del abismo. Y no porque piense que el abismo es infranqueable. Sí, porque pienso que para alcanzar al otro lado del abismo hay que atravesar durante la noche más oscura, un puente. Y ese puente –eso es lo que pienso- se encuentra, para muchos mortales, quebrado. Quebrado de punta a cabo.





SIETE POEMAS DE LA MUERTE



 


Jorge Manrique


Coplas a la muerte de su padre





Texto en español antiguo






Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo después, de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo passado
fue mejor.
Y pues vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por passado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio,
porque todo ha de passar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos                                              
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
A Aquél solo me encomiendo,
Aquél solo invoco yo,
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conosció
su deidad.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenescemos;
assí que, cuando morimos,
descansamos.


Santa Teresa de Jesús (1515-1582): Vivo sin vivir en mí



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Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,*
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.



Gabriela Mistral : Los Sonetos de la Muerte (1914)



Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido,

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!


II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el por qué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...


III

Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

Y yo dije al Señor: - "Por las sendas mortales
le llevan ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".

Se detuvo la barca rosa de su vivir...
¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor! 








César Vallejo: Los Heraldos Negros (1919)

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


ALFONSINA Y EL MAR 
Escuchar en 
http://www.youtube.com/watch?v=IAMdTdgSNh4


VOY A DORMIR

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. 
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...



Un Poema de Lenin

 1907                    

Trastornados los elementos y los hombres,
Los corazones oprimidos por una inquietud oscura,
Jadeaban los pechos de angustia,
Resecas las bocas se cerraban.


Mártires por millares han muerto en las tempestades sangrientas,
Pero no en vano han sufrido ellos lo que han sufrido, su corona de espinas.


En el reino de la mentira y de las tinieblas,
Por entre esclavos hipócritas,
Ellos han pasado como las antorchas del porvenir.


Con trazo de fuego, con un trazo indeleble,
Ellos han grabado entre nosotros la vía del martirio,
Y en la carta de la vida, han estampado el sello del oprobio
Sobre el yugo de la esclavitud y la vergüenza de las cadenas…


Rosas rojas nacieron de la sangre ardiente,
Flores de purpura se abrieron,
Y sobre las tumbas olvidadas
Trenzaron coronas de gloria.


Tras el carro de la libertad,
Y blandiendo la bandera roja,
Fluían multitudes semejantes a ríos,
Como el despertar de las aguas con la primavera.


Los estándartes rojos palpitaban sobre el cortejo,
Se elevo el himno sagrado de la libertad
Y el pueblo canto con lágrimas de amor
Una marcha fúnebre para sus mártires.


Era un pueblo jubiloso,
Su corazón desbordaba de esperanza y de sueños,
Todos creían en la libertad que venía,
Desde el sabio anciano hasta el adolecente.


Pero el despertar sigue siempre al sueño.


La realidad no tiene piedad.


Y a la beatitud de las ensoñaciones y de la embriaguez
Sigue la amarga decepción.


Las fuerzas de las tinieblas se agazapaban en las sombras,
Reptando y silbando en el polvo.


Esperaban.


Y repentinamente hundieron sus dientes y sus bocas sucias,
Bebían la sangre calida y pura,
Cuando los inocentes amigos de la libertad,
Agotados por penosas caminatas,
Fueron cogidos por sorpresa, somnolientos y desarmados.


Se esfumaron los días de luz,
Los reemplazo una serie interminable y maldita de días negros.
La luz de la libertad y el sol se extinguieron.
Una mirada de serpientes acecha en las tinieblas.


Los asesinatos crapulosos, los pogromos, el lodo de las denuncias,
Son proclamados actos de patriotismo,
Y el rebaño negro se regocija con un cinismo sin freno.


Salpicada con la sangre de las víctimas de la venganza,
Muertas de un pérfido golpe
Sin razón ni piedad,
Victimas conocidas y desconocidas.


En medio de vapores de alcohol, maldiciendo, mostrando el puño,
Con botellas de vodka en las manos, multitudes de granujas,
Corren, como tropel de bestia,
Haciendo sonar las monedas de la traición,
Y bailan una danza de apaches.


En el combate desigual
Cayeron victimas sin nombre por la liberación del trabajo.
Sus miradas llamean de amenazas…


¡Marchad, marchad, campesinos!
Vosotros no podéis vivir sin la tierra.
¿Os estrujaron los señores,
Os oprimirían aun por mucho tiempo?


¡Marchad, marchad, estudiantes!
Muchos de vosotros serán sagrados en la lucha.
¡Cintas rojas envolverán los ataúdes de los que hayan caído!


¡Marchad, marchad, hambrientos!
¡Marchad, oprimidos!
¡Marchad, humillados,
Hacia la vida libre!


¡El yugo de las bestias reinantes es nuestra vergüenza!
¡Expulsemos a las ratas de sus madrigueras!
¡Al combate, proletario!
¡Abajo todos los males!
¡Abajo el zar y su trono!


Ya brilla la aurora de la libertad estrellada
Y expande su llama.
Los rayos de la felicidad y de la verdad
Aparecen ante los ojos del pueblo.
El sol de la libertad
Nos ilumina a través de las nubes.


Extirpemos de la raíz
El poder de la autocracia.
¡Morir por la libertad es un honor,
Vivir en las cadenas es una vergüenza!
Echemos por tierra la esclavitud,
La vergüenza del servilismo.
¡Oh, libertad, dadnos
La tierra y la independencia!




 (1968)

Fernando Mires: HARLEM ESTÁ LLORANDO (1968)

Memphis, Tenneseee, EUU (AFP) - El Pastor Marin Luther King, Premio Nobel de la Paz y apóstol de la no-violencia, falleció hoy en el hospital Saint Joseph de Memphis, tras haber sido víctima de un atentado, anunció la policía local

Qué fácil se hace todo con una bala, pensó el mismo
que había resuelto la democracia con un fusil
cambiando al presidente por un cualquiera

Qué fácil la bala –pensó- haciendo desde lejos los puntos

Dar en el blanco para dar en el negro

Pero no era el hombre. Te quisieron matar el color
Una sola bala destituye las ideas, pero los colores 
no los cambian a balazos y menos el negro profundo
del Rey Martin Luther
Aquel que nos habla de Dios 
y del amor; y de tantas cosas raras
El que desde un balcón ahora te ama 
y ofrece su cuello para el sacrificio.
Pero ya van a terminar las paces: la bala va volando 
y el negro del amor –ay- se nos va a morir por tu culpa
Bien: por ahora ganas. Pero cuidado cuando llegue la bala 
porque Harlem ya está llorando
Harlem llora como el Hudson y caramba 
cómo ruegan a gritos a Dios: ruegan los negritos
y los negrazos y que Dios más ennegrecido el de hoy día 
míralo como con el cuchillo destripa la paloma: 
porque la bala ya llegó al blanco.
Y se acabó la paz

Memphis, Tennessee, EEUU (AFP) – El Pastor King se había dirigido al Pastor Ben Branche, de Chicago, para decirle: “No te olvides de cantar esta noche “el Señor sea loado”; y, sobre todo, cántalo bien

El agazapado disparó la rabia al Negro Santo:
El Señor entonces escupió sangre hacia las alcantarillas 
y los rapazuelos corrieron a esconderse bajo los delantales
Harlem lloró de pena el llanto triste 
de todos los días, de todos los años, de todos los siglos
La sangre salpicó la tierra y alcanzó 

el algodón del Sur
la boca de la trompeta
la gorra del chofer
el cesto de basket-ball
el cajón del lustrabotas
la torta de la cocinera
la corbata del cantante
la camisa del mayordomo
y los dientes de la noche

Y todos los negros juntos cantaron por última vez: 
“Qué el Señor sea loado”
Y –sobre todo– lo cantaron bien

Nueva York, 4 (UPI).- La mayoría de  los negros lloraban, otros caminaban como autómatas. “No tenía ninguna necesidad de volver allí abajo”, clamaba una mujer sollozando. “Quizás quiso demostrar algo”, respondía otra. Un joven negro declaró: “yo no puedo decir lo que siento”

“Nos mataron al Rey y es malo que te quedes ahí parado
Debes salir a la calle a defender su cuerpo
No es justo que nos lo hayan robado. Él era de nosotros
Él sólo hablaba para nosotros; sus palabras, qué lindas
Creo que nunca pude entender lo que quería decirnos
Pero ahora niño parece que entiendo porque las uñas, 
míralas, se me pusieron rojas. Es sangre, niño
Fue eso lo que quiso explicarnos el Rey Martin Luther
Por tanto yo te digo ahora: tú has de ir a buscarlo a la calle 
y no te quedes ahí parado. Rápido
has de traer su cuerpo antes de que ellos lo devoren”

El humo de las chimeneas: el luto
Olor a cuerpos descompuestos desde las ventanas 
de los departamentos, y los preservativos, uno tras otro 
caen sobre las aceras. Ellos saben 
que son los últimos días y esperan la muerte: la bala 
puso fin a la úlima esperanza. Lo has perdido todo
Ya no hay  amor posible ni Dios más grande que pueda 
lavar la sangre derramada
Ya no esperes más al Negro Santo. Ya no vendrá a redimirte 
con una cruz negra en las manos 
Ya no escucharás más el himno dulce que acompañaba la luna 
y jamás esa mano extendida volverá a coger una rosa blanca
porque el Señor, después de escuchar el último himno 
ha lanzado el crucifijo por los aires y la sangre 
de las palomas la escupió hasta las alcantarillas 

Martin Luther King 
Avanza con su enorme puño levantado 
mientras miles de hombres lo siguen por las noches

Nueva York, 5 (UPI).- En Minneápolis, en el Estado septentrional de Minessota, la policía informó que un joven ex presidiario negro que oyó la noticia de la muerte de King, prometió liquidar al primer blanco que viera y  ultimó a tiros a un vecino de ese color






 
                                   
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