Los estudios favorables al populismo, que a
comienzos del siglo XXI son una verdadera legión, atribuyen una relevancia
excesiva a los (modestos) intentos de los regímenes populistas de integrar a
los explotados y discriminados, a las etnias indígenas y a los llamados
movimientos sociales dentro de la nación respectiva. Resumiendo toda
caracterización ulterior se puede decir aquí que estos estudios presuponen, de
modo acrítico, que las intenciones y los programas de los gobiernos populistas
corresponden ya a la realidad cotidiana de los países respectivos. Es decir:
los análisis proclives al populismo desatienden la compleja dialéctica entre
teoría y praxis y confunden, a veces deliberadamente, la diferencia entre
proyecto y realidad.
En el contexto de estos estudios se puede
constatar una cierta uniformidad desde la sencilla apología socialista de Heinz
Dieterich hasta los estudios sofisticados de Ernesto Laclau. El
esfuerzo teórico de Heinz Dieterich, que se distingue por una cierta
ingenuidad, tiene el propósito de construir una defensa cerrada del
personalismo de los caudillos, aseverando que estos últimos encarnan
fehacientemente una voluntad democrática clara y sin mácula, adecuada a las
necesidades contemporáneas de los pueblos latinoamericanos, que se
diferenciaría de manera inequívoca de la democracia liberal, representativa y
pluralista, presunta fuente de contubernios y engaños. La democracia directa y
participativa, basada en plebiscitos y elecciones permanentes, estaría
fundamentada en un sujeto colectivo responsable, activo y autónomo, aunque, al
mismo tiempo, Dieterich destaca y justifica por todos los medios la figura
decisiva y omnipotente del caudillo. Esta concepción personalista conlleva una
marcada devaluación del rol de las clases sociales, las instituciones estatales
y la opinión pública basada en el discurso libre y argumentativo. La teoría de
Dieterich se apoya en una curiosa exégesis de los cimientos económicos del
marxismo; simultáneamente este autor tiene la pretensión de haber producido una
"auténtica" interpretación de los padres fundadores del marxismo y
socialismo, aplicada ahora a la realidad del siglo XXI.
Para comprender mejor el nexo entre caudillo y
masa no es superfluo mencionar un teorema propuesto por un Ministro de
Educación del gobierno populista boliviano. El vínculo entre gobernantes y
gobernados en esos sistemas podría ser descrito como "una especie de
autoritarismo basado en el consenso", expresión que se halla bastante
cerca de la prosaica realidad cotidiana. Uno de los problemas de esta posición
es que este "consenso" ha sido creado desde arriba mediante
procedimientos poco democráticos. En el mismo tenor escribe Hans-Jürgen
Burchardt: el "aporte" de los partidos de oposición en los regímenes
populistas sería importante para vitalizar en general los procedimientos
democráticos, pero en países como Venezuela y Bolivia las fuerzas de oposición
a los gobiernos populistas sufrirían bajo una debilidad argumentativa y, en el
fondo, debilitarían el proceso democrático como una totalidad. El populismo
actual constituiría una "forma de política" que estaría en
condiciones de superar crisis de variado origen y crear un nuevo equilibrio
global, además de establecer una "novedosa" modalidad de comunicación
entre gobernantes y gobernados. Sería, por lo tanto, un nuevo vehículo de
amplia movilización política y desembocaría en el ensanchamiento de los
derechos democráticos, con lo cual la mera existencia de partidos de oposición
se convertiría en un asunto secundario.
Por lo general los autores de estos estudios no se
percatan adecuadamente de la dimensión de autoritarismo, intolerancia y
antipluralismo, contenida en los movimientos populistas, pues a menudo tienden
a subestimar la relevancia a largo plazo de aquella dimensión. Sus opciones
teóricas, influidas por diversas variantes del postmodernismo y por un marxismo
purificado de su radicalidad original, van a parar frecuentemente en un
relativismo axiológico y pasan por alto la dimensión de la ética social y
política. Para estos autores los regímenes populistas practican formas
contemporáneas y originales de una democracia directa y participativa, formas
que serían, por consiguiente, más adelantadas que la democracia representativa
occidental, considerada hoy en día como obsoleta e insuficiente.
La base argumentativa de Ernesto Laclau está
asentada en un imaginario populista tradicional, diferente y a menudo opuesto
al imaginario moderno. Se trata, en el fondo, de un enfoque teórico que analiza
y luego justifica los fenómenos prerracionales, colectivistas y premodernos del
populismo latinoamericano en su colisión con el ámbito de la modernidad, y les
otorga de modo compensatorio las cualidades de una genuina democracia, distinta
y superior a la democracia liberal pluralista. En un pasaje central de su obra
más ambiciosa, Ernesto Laclau afirma que la razón populista es idéntica a la
razón política. En el contexto de las teorías postmodernistas, entre las cuales
se mueve la concepción de Laclau, esto equivale a devaluar todo esfuerzo
racionalista para comprender y configurar fenómenos políticos, pues la razón
"occidental" representaría sólo una forma de reflexión entre muchas
otras que operan en el mercado de ideas para captar el interés del público
participante. La deliberación racional se transforma en uno más de los varios
procedimientos posibles, y no conforma el más importante. En el marco de un
claro rechazo a la tradición racionalista y liberal de Occidente, Laclau
asevera que la persona no debe ser vista como anterior a la sociedad; el
individuo no posee una dignidad ontológica superior al Estado y no es el
portador de derechos naturales inalienables, a los cuales la actividad estatal
debería estar subordinada. Laclau sostiene que todo individuo nace y crece en
un contexto cultural y lingüístico, del cual no se puede abstraer libremente
(por ejemplo mediante un acto de voluntad racionalista). Este contexto y su
conjunto de prácticas sociales es el que otorga sentido y dirección a las
actividades humanas. Usando una expresión de Sigmund Freud, Laclau dice que
desde un comienzo la psicología individual es simultáneamente psicología
social. Esta concepción tiende necesariamente a enaltecer el valor de la
tradición y a rebajar el rol de la acción racional; un legado histórico
autoritario aparece, entonces, como un fenómeno que paulatinamente adquiere una
cualidad positiva porque está profundamente enraizado en el alma popular. Además:
la racionalidad, afirma Laclau de modo explícito, no es un "componente
dominante", ni desde la perspectiva individual ni desde el aspecto
dialógico. Más allá del "juego de las diferencias", asevera Laclau,
no existe ningún fundamento racional que pueda ser privilegiado por encima de
fenómenos contingentes.
Uno de los fundamentos centrales de todo el
pensamiento de Laclau la celebración de
lo aleatorio es un relativismo
lingüístico fundamental. Apoyado en Gustave Le Bon y en autores cercanos
al postmodernismo, Laclau afirma que el lenguaje es liminarmente impreciso, que
no hay diferencias evidentes e indubitables entre teoremas científicos y
manipulaciones interesadas y, por consiguiente, entre "las formas
racionales de organizaciones social" y los "fenómenos de masas";
prosiguiendo esta argumentación se postula que no es posible discernir entre lo
normal y lo patológico, entre lo lícito y lo amoral. Puesto que, de acuerdo a
Laclau, la "indeterminación y la vaguedad" no constituyen
"defectos" de un discurso sobre la realidad social y la retórica no
es un "epifenómeno" de la estructura conceptual, la imprecisión y los
elementos retóricos se convierten en partes principales y obviamente positivas
del populismo y de la comprensión teórica del mismo. "[...] el populismo
es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo
político como tal". A esto no hay mucho que agregar, máxime si nuestro
autor admite que no importa mucho la calidad ética e intelectual de los líderes
populistas y que es indiferente cómo se mantiene satisfecho al elector. Lo que
importa es que la jefatura populista pueda establecer un orden estable y un
mínimo de homogeneidad. "[...] la identificación con un significante vacío
es la condición sine qua non de la emergencia de un pueblo".
La razón populista es una
obra de notables pretensiones conceptuales, muy apreciada en un ambiente
intelectual que premia la combinación de ambigüedad teórica con una vaga
reminiscencia de posiciones progresistas que se reclaman de un marxismo
actualizado, mejorado y "enriquecido" por la experiencia histórica. El
libro es una discusión sobre discusiones muy abstractas en el contexto del
postmodernismo político radical, sin mucha relación con la prosaica realidad y
ni siquiera con regímenes populistas concretos.
Uno de los peligros de las interpretaciones de
Laclau, Burchardt, Dieterich y autores similares consiste en lo siguiente. La
devaluación de los instrumentos y caminos habituales para la formulación y
canalización de voluntades políticas
los partidos, el parlamento, la opinión pública, el debate racional lleva a conferir una enorme importancia a la
voz del pueblo, de la calle y de los llamados movimientos sociales. Las
demandas y los postulados de esta voz, en la mayoría de los casos, no pueden
ser verbalizados de manera clara y directa, sino mediante "alguna forma de
representación simbólica". La voz del pueblo se manifestaría clara y
abiertamente por medio de plebiscitos y referéndums, es decir a través de
métodos relativamente simples, en los cuales la población se expresa de acuerdo
al binomio sí o no. Esto tendría la ventaja de una gran cercanía al pensamiento
popular y a la voluntad definitiva del pueblo. Esta alternativa decisoria,
evidentemente fácil de comprender, corresponde a la dicotomía "amigo /
enemigo", que, como se sabe, es parte integral de teorías e ideologías
autoritarias que, bajo ciertas circunstancias, son proclives al totalitarismo. Como
ya lo vio Carl Schmitt, la dicotomía "amigo / enemigo" ayuda a
expresar fácilmente la identificación del "pueblo" con el gobierno
que propone esta disyuntiva plebiscitaria, y esta identificación contribuye, a
su vez, a consolidar una democracia homogénea que expulsa sin grandes
complicaciones a los elementos heterogéneos. Este tipo de democracia con reminiscencias
rousseaunianas se exime de elementos liberales y pluralistas, como lo expuso
inequívocamente Carl Schmitt. Las teorías favorables al populismo comparten
estos aspectos con las doctrinas autoritarias. Ambas corrientes devalúan el
carácter racional de los discursos políticos en general, lo que, sin lugar a
dudas, sirve para exculpar de toda responsabilidad histórica a las tendencias
autoritarias y totalitarias. Y, finalmente, el antiliberalismo de ambas
corrientes se manifiesta en la disolución de la diferencia entre la esfera
privada y la estatal, pues en ambos casos el Estado toma a su cargo la
indoctrinación de la consciencia de los "ciudadanos" y la
manipulación de sus valores éticos. La mención de Carl Schmitt no es gratuita
ni fuera de lugar: este pensador ha pasado a ser uno de los más leídos y
"aprovechados" por todas las corrientes postmodernistas. Sus
postulados, de un gran refinamiento conceptual, han servido de inspiración a
los nuevos teóricos del populismo, especialmente en la devaluación del
individuo (en favor de la colectividad) y en la contraposición entre democracia
y liberalismo. Ambos elementos configuran nociones esenciales de corrientes
autoritarias y totalitarias.
De acuerdo a estos enfoques teóricos nos queda el consuelo, expresado por Marc
Saint-Upéry, de que el populismo venezolano y los otros de la región
constituirían un "autoritarismo anárquico y desorganizado", cuyo
resultado puede ser calificado como una desinstitucionalización considerable,
pero no como la supresión violenta de las libertades democráticas. Aguzando
esta tesis se puede llegar fácilmente a una de las conclusiones caras al
populismo contemporáneo: esta tendencia garantizaría, en el fondo, la
democracia y evitaría que esta última se convierta en la mera administración de
procesos formales.Título original - El retorno de las ilusiones asociadas al cambio radical. Una breve crítica de algunas concepciones teóricas sobre el populismo latinoamericano