No es casualidad.
Podríamos afirmar que esas tres líneas forman parte de la naturaleza de los
grandes procesos de cambio. Surgen bajo distintas rúbricas pero se parecen como
una gota de agua a otra. Ya en los tiempos bíblicos actuaban como zelotas,
fariseos y saduceos. Hoy pueden denominarse moderados, revolucionarios y
realistas. O dialoguistas, radicales y políticos.
En la gran
Revolución Francesa de 1789 aparecieron como girondinos, jacobinos y sans
culottes. En la rusa de 1917 como mencheviques, bolcheviques y anarquistas.
En la mexicana de 1910 como maderistas, zapatistas y villistas; y así
sucesivamente.
Esas tres líneas
son la constante de cada proceso de cambio histórico. Podríamos afirmar incluso
que el aparecimiento de esas tres líneas es la prueba de que, efectivamente, un
gran cambio histórico ha comenzado a tener lugar.
Esas tres líneas
trazadas en lugares y tiempos tan diferentes, bajo condiciones tan dispares y
entre personajes tan distintos, hacen pensar que para entender las razones de
su persistencia hay que indagar en conocimientos que se encuentran más allá de
la razón política. Me refiero a condicionamientos psíquicos.
En cierto modo, las
tres líneas corresponden a diferentes posturas frente a la vida y por lo mismo,
frente a la muerte. Líneas que no se hacen presente en todas sus dimensiones
durante la realidad cotidiana sino en los momentos más excepcionales. Son los
momentos del cambio histórico.
Todo gran cambio
histórico en la medida que emerge cuando un pasado muere y un futuro comienza a
nacer, trae consigo la posibilidad de un enfrentamiento entre la vida y la
muerte. Por lo mismo, todo cambio histórico es un encuentro con la posibilidad
de la muerte.
Hay quienes deciden
enfrentar el cambio histórico poniendo en peligro sus propias vidas y, por
supuesto, las de los demás, huyendo hacia adelante. Son los llamados radicales.
En momentos de insurgencia suelen ser personas muy heroicas. Pero en periodos
previos, cuando debe imperar la lógica de la razón por sobre el imperativo de
las pasiones, pueden provocar grandes catástrofes.
Los radicales, por
lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias posiciones
radicales. Los radicales son siempre radicales, sobre todo cuando no hay que
serlo.
Lo mismo, pero al
revés, ocurre con su polo contrario: los moderados.
Los moderados
enfrentan a la posibilidad del cambio histórico de otro modo: huyendo hacia
atrás.
En periodos
normales los moderados suelen ser muy importantes para administrar las grisuras
del ajetreo político cotidiano. No así en los grandes periodos de cambio. Pues,
como todo cambio es riesgoso, los moderados intentan negociar con los
representantes del antiguo régimen, cediendo posiciones hasta llegar en muchos
casos a la colaboración con el enemigo.
A diferencias de
los radicales que se mueven sobre la base de principios abstractos, los
moderados suelen actuar según conveniencias inmediatas, al margen de todo
principio. Lo importante para ellos es que todo siga siendo igual.
Los moderados, por
lo tanto, no son los que asumen bajo determinadas circunstancias posiciones
moderadas. Los moderados son siempre moderados, sobre todo cuando no hay que
serlo.
Los centristas en
cambio, son aquellos que viven la política de acuerdo a sus circunstancias.
Pueden aparecer como moderados cuando hay que dialogar (retrocediendo cuando
hay que retroceder, cediendo cuando hay que ceder). Pero cuando llega el
momento del enfrentamiento decisivo -entre lo que muere y lo que nace- suelen
ser confundidos con los más radicales. Y efectivamente, en ese momento lo son.
Cada política tiene
su momento. Cada momento tiene su política.
Pero mientras los radicales exigen confrontación en momentos de diálogo,
los moderados suelen exigir diálogo en momentos de confrontación.
No hay lugar más
difícil en el curso de un proceso de cambio histórico que asumir una posición
equidistante fente a los dos polos extremos. Ese lugar solo puede ser ocupado
por personas centradas, en condiciones de mediar entre sus propios deseos y
pasiones y los intereses de los grupos que representan asumiendo en toda su
intensidad el principio de realidad en contra de pasiones incontroladas y de
concesiones desmedidas al enemigo.
No hay ningún
cambio histórico exitoso en el cual no haya terminado por imponerse el centro
político. No hay nada más revolucionario que el centro, entendiendo por centro
el lugar que con-centra los puntos principales de la acción política. Por eso
la salida es y será siempre por el
centro. Nunca por las puntas.
El centro es la
política.