Detrás de
encuentros tecnocráticos y económicos con siglas inofensivas suelen esconderse
complejas alianzas políticas internacionales. Fue el caso del XXlll Congreso de
la Energía celebrado el 10 de Octubre de 2016 en Estambul.
En la sesión
inaugural posaron demostrativamente frente a las cámaras tres autócratas:
Tayyip Erdogan, Vladimir Putin y Nicolás Maduro. Signo de que estamos en
vísperas de una nueva coalición geopolítica.
Sin intentar
reeditar la expresión de Bush, “eje del mal”, resulta evidente que Putin está
formando otra estructura destinada a reafirmar sus propósitos hegemónicos, no
solo en el espacio “euroasiático” sino a nivel mundial. Luego, solo después de
las alianzas políticas, vendrán los acuerdos económicos. Por de pronto Putin ha
alargado sus pipelines hacia Turquía. Los pipelines no llegarán a Caracas pero
sí los tentáculos del Kremlin, más largos aún que los pipelines.
Las condiciones
objetivas favorecen a Putin. Erdogan intenta desligarse del contexto europeo
occidental para, libre de todo compromiso, construir su hegemonía militar y
económica en el Oriente Medio. En Europa, las políticas anti-UE de los nuevos
autócratas europeos y de los movimientos ultranacionalistas –todos pro-rusos-
avanzan a pasos agigantados. Y en los EE UU, Hillary Clinton y Donald Trump
discuten acerca de sus respectivos problemas sexuales.
¿Qué une a Putin,
Maduro y Erdogan? En primer lugar, una aversión radical a la democracia
liberal. Para los tres gobernantes del “i-liberalismo” (Víctor Orban, dixit), la
democracia no es un modo de vida sino un aparataje instrumental del que se
puede hacer uso en términos tácticos según conveniencias del momento. En
segundo lugar, la adhesión a un sistema político que apunta al desconocimiento
de la división de los tres poderes públicos, a la relativización de los
derechos humanos y a la destrucción de la oposición como fuerza política. No es
de extrañar entonces que entre los tres mandatarios reunidos en Estambul tenga
lugar una suerte de mutuo reconocimiento.
La alianza
turca-rusa ha permitido a Putin avanzar más allá que Stalin: Ha asestado un
golpe militar a Occidente sin disparar un solo tiro. Ese golpe ha sido la
neutralización de la OTAN. Pues, si la alianza política entre Putin y Erdogan
continúa, el lugar estratégico hasta ahora cumplido por Turquía dejará de tener
relevancia para los EE UU y Europa. Por si fuera poco –aún no se sabe como irán
a reaccionar los EE UU después de la fiesta electoral- hay que agregar la
central nuclear de Akkuyu, la primera en suelo turco, la que será construida
con tecnología rusa. Si después de eso no se encienden las alarmas en los
países democráticos, no se encenderán jamás.
Si bien la
incorporación de Venezuela al eje anti-democrático internacional no es
relevante, para Putin y Erdogan puede al menos ser una carta a negociar con los
EE UU. Putin y Erdogan no ignoran que, a diferencia de ellos, después de todo,
líderes de amplias mayorías, Maduro está lejos de ser algo parecido.
Para Maduro la incorporación
a la alianza de los autócratas sí es crucial. Probablemente avista que, si
logra destruir la posibilidad del revocatorio –es su propósito- deberá
enfrentar a un fuerte rechazo internacional. Putin, Erdogan, y otros
dictadores, podrán ofrecerle a cambio de su subordinación ese mínimo de
respaldo internacional que necesita para sobrevivir políticamente por un tiempo
más. Al fin y al cabo –eso lo sabía Chávez, furioso amante de todas las
satrapías del mundo- entre dictaduras hay más solidaridad que entre
democracias. Y el diablo siempre termina por juntarlas.