Ya estamos en
Septiembre del 2016 y aún no asoma humo blanco en los vaticanos de la política
española. Todos los dirigentes políticos aducen que quieren evitar unas
terceras elecciones donde nadie, con excepción del abstencionismo, ganaría.
Todos piensan, a la vez, que la parte más grande de la responsabilidad política
yace en las inexpertas manos de Pedro Sánchez. Lamentablemente eso es cierto
El PSOE tiene tres
opciones. La primera, mantener el bloqueo al PP y a Rajoy y con ello abrir el
camino hacia terceras elecciones. La segunda, aliarse con Podemos y las
autonomías. La tercera, abstenerse y facilitar el acceso del PP -apoyado por
Ciudadanos- al gobierno.
La primera es la
peor para la política del país. La segunda es la peor para el PSOE. La tercera
permite al PSOE asegurar su rol de oposición sin comprometerse con el PP y a la
vez salvar el principio de gobernabilidad sin el cual ninguna democracia puede
existir. Frente a ese panorama tan simple, la pregunta es ¿qué impide al PSOE
tomar posición por la tercera alternativa y no postergar más un parto que ya
está llegando a los nueve meses?
Las encuestas han
hablado claro. Gran parte de los votantes del PSOE prefieren un gobierno PP a
nuevas elecciones (INE 20.08 2016). El problema hay que buscarlo entonces
al interior del propio PSOE, vale
decir, en las aspiraciones de algunos de sus miembros por alcanzar posiciones
de poder en un próximo gobierno, sea con la ayuda de Podemos o con las del
mismísimo demonio.
La alternativa
pretendida por Sánchez, la de formar una tríada con Podemos y Ciudadanos hay
que descartarla. Ciudadanos y Podemos han llegado a ser, después de las
erráticas aventuras de Pablo Iglesias, partidos antagónicos. La alternativa de
aliarse con Podemos significaría para el PSOE ceder toda la iniciativa al
populismo de Pablo Iglesias y a los secesionismos de ultraderecha y
ultraizquierda que lo secundan. Esa alianza llevaría a la destrucción del PSOE.
Tal vez por eso Iglesias apuesta a ella.
Puede ser que los
dirigentes del PSOE teman una crisis de partido si abren el camino a Rajoy. De
ahí que a última hora, los socialistas andaluces y Felipe González hayan convertido el antagonismo PSOE-PP en una
cuestión personal. La exigencia de que el señor de la investidura sea otro, no
Rajoy, dada la inmensa corrupción amparada por ete último, podría ser posible. Pero serviría únicamente para
salvar las apariencias. Con o sin Rajoy el PP es el mismo PP.
El PSOE, es cierto,
puede perder más de algunos puntos si permite que Rajoy sea investido. Pero si
no apoya a esa investidura, será sindicado como el partido más egoísta, el que
impidió la gobernabilidad, el que dejó en ridículo a la política de España.
Ya no hay más que
explorar. Nada más que conversar. El PSOE debe elegir entre Guatemala o
Guatapeor. Rajoy, con todos sus defectos a cuestas debe ir al gobierno y así el PSOE tendrá tiempo para
reinventarse (que mucha falta le hace) en la oposición, único lugar en donde
puede combatir al principal enemigo de España. Ese enemigo no es Rajoy. Es el
populismo ultranacionalista que cercena a la nación.
Bien harían los
dirigentes del PSOE en recordar las tres virtudes de la política expuestas por
Max Weber en su clásico libro “Política como profesión". Esas virtudes son la
pasión, la mesura y la responsabilidad. De las tres, la sobredeterminante es la
última. La pasión sin responsabilidad lleva a la locura. La mesura sin
responsabilidad lleva a los peores oportunismos.
En el PSOE luchan
en este momento la pasión contra la mesura. La responsabilidad todavía no ha
aparecido en escena.