22.07.2016
No
solo se ha convertido en superministro al liderar la cadena de distribución
alimentaria (Gran Misión Abastecimiento
Soberano); no solo será director de la Compañía Anónima Militar Petrolífera y
de Gas (Camompeg); no solo es el general en jefe de las FAN. Además de todo
eso, ha llegado a ser la primera instancia de poder de la nación.
Quien
controla a la economía, a la alimentación y a la vez al aparato militar del
Estado, concentra en sus manos a todo el poder. Maduro, bajo esas condiciones,
ha sido reducido a jugar el triste papel de un presidente simbólico. O si se
prefiere, Maduro es Presidente nominal y Vladimir Padrino López será el mandatario
real (el que manda).
En
Venezuela ha tenido lugar un proceso involutivo. El de Chávez fue un gobierno
político militar. Bajo Maduro, en cambio, la relación ha sido invertida. Sin
carisma, con una economía desvencijada, abandonado electoralmente por las
grandes masas, Maduro representa el fin del populismo político y el comienzo de
un gobierno militar.
Con
el ascenso de Padrino López hacia el ejercicio del poder total, la dialéctica
entre lo político y lo militar ha sido resuelta a favor de lo militar. El
actual gobierno ha pasado a ser definitivamente un gobierno militar-militar.
Maduro, por lo tanto, ya no es el “hijo de Chávez” sino el “ahijado de
Padrino”. En términos más precisos, la política de las armas ha sustituido a
las armas de la política. El régimen chavista ha sido convertido, gracias a la
casi-abdicación de Maduro, en un régimen bonapartista, tal como lo describiera
Karl Marx en su tantas veces citado “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”.
Marx
fue el inventor de concepto “bonapartismo”. Dicho concepto trascendió a la
ortodoxia post-Marx y pasó después a ser un instrumento de la moderna
politología. Hoy es usado por autores marxistas y no marxistas a la vez.
El
concepto es muy preciso. Marx lo aplicó a la persona de Luis Bonaparte (sobrino
de Napoleón) a quien el pensador alemán llamaba con humor “el sobrino de su
tío”. Después de consumado el golpe de estado de 1851, el ejército,
representado en la persona de Luis Bonaparte, intentó erigirse como máxima
autoridad de la nación a través de un poder situado más allá de las
contingencias políticas. ¿No es ese un papel similar el que ha sido encomendado
a Vladimir Padrino, el de ejercer una suerte de “padrinazgo” sobre toda la
nación a través de un poder omnímodo situado más allá de las contradicciones
políticas y sociales?
Sin
embargo, Marx –recordemos- no se cansó de repetir que el poder ejercido por
Bonaparte era solo aparente. Esa es la idea central de su libro. Al “sobrino de
su tío” le fue encomendada, según Marx, la misión de salvar al régimen
“burgués”, es decir, al sistema de dominación imperante. ¿No es parecida a la
que fue encomendada a Padrino López?
No
nos engañemos. Padrino López fue ungido como mandatario en los precisos
momentos en que la oposición unida, incluyendo a no pocos ex-chavistas, exige
el cumplimiento de los pasos constitucionales que llevan a revocar a Maduro. La
tarea de la distribución de alimentos es entonces –no se necesita ser demasiado
avisado para entenderlo- una simple apariencia. La misión esencial, la
bonapartista, es la de tender un muro armado de contención para, si no evitar
el RR, lograr al menos posponerlo hacia el 2017, salvando al régimen al precio
módico de deshacerse de un presidente inepto.
La
política gracias al ascenso de Padrino López ha sido, por lo menos, sincerada.
A un lado la inmensa mayoría exigiendo el RR16. Al otro, una minoría escondida
detrás de las armas de un Bonaparte criollo. Padrino va a intentar, con toda
seguridad, bloquear el RR16. Pero entre la inmensa mayoría y la exigua minoría
no hay términos medios y eso quiere decir: sobre el RR16 no se puede mediar.
Luego, ya no hay lugar para ningún bonapartismo. Ni a la francesa ni a la
venezolana.
Henrique
Capriles ha sido muy claro: El gobierno cambiaría el Revocatorio por cualquier cosa, pero es el
pueblo el que convoca y todos los estudios de opinión dicen que el
pueblo no renuncia al Revocatorio. Ese proceso electoral le pertenece
al pueblo venezolano y no a los actores políticos.