Fueron
dos días y medio. Poquísimo para obtener una sola impresión, puede pensar
alguien. Lo desmiento. En esos dos días y medio pude aprender sobre Venezuela
más que en un año.
Compruebo
una vez más: el tiempo debe ser medido no solo en extensión sino en intensidad.
Hay un tiempo extensivo y otro intensivo, creo que fue una tesis de Henri
Bergson. Si es así debo decir que pocas veces en mi vida he vivido el tiempo
con tanta intensidad como en ese breve lapso .
La
primera pregunta que tuve que contestar en el 8. Festival de la Lectura de
Chacao ya la imaginaba: ¿Cree usted que en Venezuela hay una dictadura? Sí y no
respondí. En todo caso no es una dictadura total pues si así fuera no estaría
yo aquí hablando ante ustedes y al aire libre. Durante la noche pensé que esa
respuesta era insuficiente. Si yo podía hablar al aire libre hay muchos que
viven y sufren bajo el encierro de una dictadura. Los presos políticos y sus
familiares, por ejemplo.
¿Cómo
definir a ese gobierno? Para los venezolanos parece ser la pregunta del millón.
Algunos piensan incluso que de cómo se defina al gobierno depende la acción
política a escoger. Si es una dictadura hay que pasar a la lucha de
resistencia. Si no lo es, hay que adaptarse a los caminos constitucionales.
Para
mí, sin embargo, las definiciones tienen más importancia académica que
política. Lo que importa en política son los acontecimientos –lo aprendí de
Hannah Arendt- y no las grandes definiciones teóricas. La política es una práctica
existencial y por lo mismo debe ser reformulada día a día de acuerdo a como se
presenta cada situación. No podemos dejarnos manejar por definiciones rígidas.
No actuamos recibiendo ordenes de una definición como un automático de una
moneda. La realidad es más compleja.
¿Democracia
o dictadura? Me preparé para reformular mi respuesta en las próximas
oportunidades. Lo que dije fue lo siguiente: en Venezuela hay una coexistencia
de espacios. Hay espacios dictatoriales y hay espacios democráticos. ¿Cómo se
explica eso? Intenté ejemplificar: el Festival de Chacao es un espacio
democrático, pero, además, hay otros.
Hay
gobernaciones, alcaldías, incluso barrios controlados por la oposición. Más
aún: si hacemos un recuento, veremos que los espacios democráticos han
aumentado y los dictatoriales disminuido. Dentro del mismo Estado hay un gran
espacio democrático representado por la AN. El del gobierno en cambio es un
espacio dictatorial. Hay luego, una lucha de poderes, tanto al interior como al
exterior del Estado.
Venezuela
entera está cruzada (y agujerada) por espacios democráticos y dictatoriales.
Eso es lo que en su estupidez eterna no logran entender los extremistas de
escritorio que se dicen de oposición. Porque de lo que se trata en Venezuela es
de continuar ampliando los espacios democráticos hasta que llegue el momento de
ocupar el recinto clave: el ejecutivo. Y bien, ese momento, en mi opinión, ya
está llegando.
Quienes
piensan que en Venezuela hay “solo” dictadura, en su propósito de descalificar al
gobierno, lo único que logran es descalificar a la oposición.
Primero
-así lo formulé en mi segunda intervención en el Festival- ya durante Chávez
fue formada en Venezuela una oposición cuyo nivel unitario es superior a la de
muchos otros países latinoamericanos. Segundo, esa oposición, desde 2007 hasta
ahora, ha continuado avanzando, conquistando nuevos reductos. Luego, si en
Venezuela no hay una dictadura absoluta, eso no debe ser atribuido a la
generosidad del gobierno –cuyo carácter militarista, militar y dictatorial es
innegable- sino, y esto es lo decisivo, ha sido y es una conquista de la
oposición.
Dicho
con cierta ironía: si hay algo que ha salvado a Chávez y a Maduro de ser
dictadores absolutos, ha sido la lucha opositora. Los chavistas inteligentes
–vamos a suponer que los hay- deberían estar agradecidos de la oposición. No obstante, la estupidez extremista -
afortunadamente minoritaria en la oposición- piensa igual que los chavistas y
los militares. Para ellos el único poder que cuenta es el instrumental (armas).
Para ellos no existe el poder social, el poder cultural, el poder territorial,
el poder popular. Si, el poder popular.
Ramón
Muchacho, el socialmente muy comprometido alcalde de Chacao, me llevó a conocer
las largas colas “desde dentro”. Fue una experiencia vital. Pude observar que
en las colas predomina una estricta disciplina, que la gente dialoga entre sí y
es muy accesible a las preguntas de los foráneos (quizás pensaban que yo era un
periodista). La gran mayoría localiza el origen del problema: la incompetencia
sin límites del gobierno. Sin que yo les preguntara mucho me contaron como los
policías se repartían entre sí los productos dejando solo lo que restaba a los
miembros de la cola. Luego, como estos los revendían a los bachaqueros. Señor,
me dijo una anciana de estatura muy bajita: “aquí nos faltan a cada segundo el
respeto”. La frase me tocó el alma.
Yo
creo que la gente puede entender ciertas razones que provocan la escasez e
incluso perdonar la mala administración, pero no que le falten el respeto.
Todos, hasta el más pobre y desamparado necesita de un mínimo de
reconocimiento. Pero ese respeto no existe en Venezuela. Los jerarcas dan el
ejemplo. Duplicando las obscenidades del presidente muerto no paran de insultar
en los términos más ofensivos a todo quien se les oponga. Mienten además, pero
sin cansancio. Inventan conspiraciones y magnicidios. Destruyen todos los días
a la palabra y con ello a la política.
No
culpo por supuesto a Maduro de haber inventado la delincuencia. Pero sé que la
delincuencia aflora donde no hay normas, ni reglas, ni leyes, es decir, justo
lo que no respeta el gobierno. Ese gobierno no solo ha destruido la economía,
ha destruido a la nación civilmente organizada.
Tuve
oportunidad de conversar directamente con dirigentes políticos y activistas
sociales. Compartí por supuesto con Henrique Capriles. Pude confirmar así mis
apreciaciones previas. Capriles no es un hombre de frases marmóreas ni habla
contemplándose en el espejo de la historia. Para mí siempre ha sido un líder,
un conductor en el exacto sentido de la palabra. Sabe –como un experto
conductor automovilístico- cuando hay que avanzar, frenar, desviar la ruta, y
cuando es necesario apretar el acelerador hasta el mismo fondo. Me pareció que
eso es lo que se aprestaba a hacer en ese momento cuando el CNE por orden del
ejecutivo se negaba a entregar las planillas destinadas a dar curso al
referéndum revocatorio. Pero, además, Henrique, a diferencia de otros líderes
que he conocido, tiene una particularidad muy propia: sabe escuchar. No lo digo
por mí –al fin y al cabo yo era un invitado- sino por la forma como indagaba y
seguía las opiniones de los otros dirigentes políticos presentes en la reunión.
La
reticencia del gobierno a entregar las planillas me hizo salir de Venezuela muy
preocupado ese Miercoles 27 de Abril. Sabía que si el gobierno no hacía caso de
la presión en su contra iba a ocurrir un estallido muy cruento. Fue recién en
París, cuando conectado al Wifi del aeropuerto y al revisar la correspondencia
leí la cáustica noticia que me enviaba un amigo: “las van a entregar”. Respiré
hondo. Otra vez Venezuela, al borde del abismo, se había salvado de una
tragedia masiva. Otra vez había sido probado que cuando la unidad es compacta,
que cuando las decisiones son tomadas en conjunto, el gobierno cede y otro
nuevo espacio será conquistado. Desde ahora los venezolanos comienzan a vivir
en el espacio de las elecciones revocatorias.
Destaco
la palabra elecciones. El referéndum será otra elección más, al igual que las
regionales que deberían tener lugar este año. Estas últimas no son
contradictorias sino complementarias con el plebiscito revocatorio. La
oposición, pese al gobierno y a sus descentrados críticos internos, seguirá
transitando por la vía democrática, electoral, constitucional y pacífica.
Fueron
para mí dos días y medio que en términos de intensidad fue mucho tiempo. Aún
tengo en mi memoria los rostros de Lilian Tintori y Diana López haciéndome
entrega del libro que escribió Leopoldo López en prisión. Diana me contó que
partes del libro de su hermano habían sido escritas sobre su propia piel.
Lilian me hizo un preciso relato de las vejaciones que sufren cada vez que
visitan a Leopoldo. Cuando mirándome con esos ojos intensos que tiene me preguntó:
¿Qué le digo a Leopoldo? mi respuesta
fue espontánea: “Todo mi respeto Lilian, toda mi solidaridad, todo mi apoyo”
Conversar
en solo dos días con una buena parte de la clase política y con lo más granado
de la cultura de un país fue para mí un gran privilegio. No olvidaré las
palabras que intercambiamos con César Miguel Rondón, Tulio Hernández, Leonardo Padrón, Ramón Guillermo Aveledo,
Teodoro Petkoff (cuyos ojos mantienen la lucidez que antes expresaba en sonoras
palabras), Ramón Muchacho, Julio Borges, Alonso Domínguez, Elías Pino Iturrieta, Paulina
Gamus, Sergio Dahbar; y paro de contar. No olvidaré a Mariaca Semprún cantando
igualito a la Lupe. Y no olvidaré a ese joven de 86 años sentado en la primera
fila el día de la presentación de mi libro “El Cambio”. Me refiero a Rafael
Cadenas, para mí el más grande poeta vivo de todas las Américas.
Una
mención especial a Albe Pérez, organizadora del evento y “mi amiga de toda la
vida” como ella misma se definió con mucha gracia una hora después de habernos
conocido. Pocas veces he visto tanta dedicación, talento y simpatía unidos en
una sola persona.
Cuando
entre tanto libro, canciones y recitales, alguien me preguntó que opinaba del
Festival de Lectura, mi respuesta fue: “Esto es una pequeña Atenas”. Con ello
quise decir que esa luz una vez aparecida en la polis griega, rodeada de
enemigos y de bárbaros, aparece de pronto alumbrando en los lugares más
inesperados. Pienso que alguna vez Venezuela llegará a ser toda entera, igual a
ese festival.
Al
fin y al cabo, hasta un anti-utópico radical como yo tiene derecho, de vez en
cuando, a creer en alguna utopía.