No resistiré la
tentación de decir lo que pienso; y lo diré de golpe: Mick Jagger fue por un
momento el sustituto imaginario y transitorio de Fidel Castro.
No fue el Papa, muy
lejano y quizás demasiado bueno, la persona indicada para cumplir el rol sádico
que los pueblos suelen encomendar a sus líderes. No fue Obama. Podría haberlo
sido si lo hubieran dejado hablar más largo. Pero estaba sujeto a las
convenciones, a los reglamentos, a su función de jefe de Estado. No, el hueco
del padre anárquico e irrespetuoso que una vez supo llenar tan bien Fidel
Castro, solo podía ser ocupado por alguien tan radical y tan poco convencional
como el propio Fidel Castro. Ese fue el papel cumplido por el flaco bocón, como
cariñosamente llama Yoani Sánchez a Mick Jagger.
Y La Habana casi se
volvió loca.
¿Qué tiene Mick
Jagger que no tengan otros? Eso es lo que estoy tratando de dilucidar. Lo
cierto es que el pueblo con esa rara inteligencia que a veces solo los pueblos
y los niños tienen, lo puso ahí para que llenara el vacío de el becerro dorado,
el del a-dorado. Y por un momento las multitudes lo a-doraron con esa pasión
que no había aflorado desde los años en los cuales Fidel Castro fue aclamado
como un dios bajado del Olimpo a visitar la tierra de los mortales.
Sí; porque Fidel
Castro, nos guste o no, fue amado por su pueblo. Si no reconocemos eso no
podremos entender nada. No lo decimos en son de elogio. Hitler, Stalin y otros
canallas también han sido amados. Pero al igual que ellos, Fidel Castro fue
adorado no porque el hubiera sido un canalla sino porque el pueblo lo ungió
para que lo fuera.
Quiero explicarme:
Fidel Castro fue seguido con devoción, y no solo en Cuba, no porque el hubiera
cumplido el rol del padre, como quizás imaginan los freudianos, sino porque él
fue, en cierta medida, un anti-padre. O si lo decimos en clave de compromiso:
Fidel fue el anti-padre destinado a ocupar el lugar del padre durante ese
momento de transición en el cual los niños y los pueblos luchan para adquirir
el certificado de su mayoría de edad. Fidel fue, efectivamente, el objeto que
sujetaba a muchos jóvenes cubanos y latinoamericanos frente al vacío de sus
propias insignificancias personales e históricas.
Vuelvo al comienzo:
de acuerdo al psicoanálisis tradicional, el padre ocupa el lugar del poder en
la infancia de cada uno, pero no porque sea padre sino porque aparece como
poder frente a la madre la que por ser madre no deja crecer al niño muy lejos
de su cuerpo. Luego, hay que deducir, el vacío de poder existe antes de que
aparezca el padre. El padre temporal está destinado a ocupar ese vacío.
Provisoriamente, diría Freud, vale decir, en espera de que bajo el abrigo del
árbol del padre, nazca y crezca el “yo en uno” y así cada uno sea el portador
de su propio padre, instancia yoica destinada a regular y administrar nuestros
permanentes conflictos entre los objetos que deseamos y los que debemos desear.
Siguiendo al mismo
Freud, la liberación del padre biológico no se da de un día a otro. En el curso
de la vida atravesamos momentos de transición en los cuales vamos eligiendo
(probando) a determinados objetos sustitutivos del padre (o amo) originario.
Puede ser un profesor, un tío, un amigo experimentado, un líder político, un
cantante de rock. Y bien: en ese punto, justo en ese punto, conectan Fidel y
Mick.
Siguiendo ahora no
a Freud pero sí a cierta lógica que se deduce de Freud, el padre sustitutivo,
para que cumpla el poder de la sustitución otorgada, no debe ser muy parecido
al padre biológico. En cierto modo tiene que ser un padre diferente y, además,
disidente; una antítesis del padre originario.
De tal manera, si
el ideal del padre opera como un agente del orden, el ideal del post-padre debe
operar en muchos casos como un agente del desorden (puede darse también una relación inversa). En cierto modo el nuevo
padre debe reencarnar el rol del sujeto que destrona al padre originario.
Recordemos entonces de nuevo a Fidel
Castro llegó a ser
Fidel no porque hubiera sido precisamente un hombre de orden. Todo lo
contrario. Fue amado por su desorden, ya fuera el de su apariencia, ya fuera el
mental. En su vida privada era conocido como un disoluto; no se atenía a normas
ni a principios. Predicaba la violencia sin ningún pudor. Su entrada en la
historia la realizó mediante un absurdo acto terrorista (el asalto al Moncada).
Ya en el poder,
predicó el desorden y la desobediencia en contra de los poderes (padres, amos)
establecidos. Desafiar a los EE UU era una gran audacia. Unir el destino de un
país tropical con un país de hielo como la URSS, una locura. Mandar soldados a
morir al África, una maldad sin nombre. Intentar conquistar un continente
mediante la lucha armada en contra de regímenes democráticamente elegidos, una
empresa diabólica. Hablar sin decir nada durante cinco horas, nadie sino un
loco desatado como él lo podía hacer. Y bien: Fidel era todo eso: representante
de una rebelión enardecida en contra de la normalidad vigente.
Que para realizar
todas sus locuras Fidel hubiera exigido obediencia absoluta, parecía ser una
condición para entrar a los patios de la libertad. Pues más que un
revolucionario, Fidel era un rebelde. No por casualidad quienes lo siguieron en
Cuba y en otros países no fueron obreros organizados sino multitudes de jóvenes
que necesitaban con urgencia transitar desde la niñez hacia la fase adulta.
Fidel, para ellos, era el puente apropiado. El padre prometeico, el más
radicalmente opuesto a esos hombres tan decentes que eran nuestros padres
reales. Podríamos decir, a modo de corolario, que Fidel Castro fue un invento
(o un reflejo) de las masas juveniles de los años sesenta.
Pero el tiempo
pasa; y no pasa en vano. Fidel Castro probó ser, como todas los padres, un ser
vulnerable y mortal. Más muerto que vivo cedió el poder a su hermano,
representante de cualquier cosa, menos de una rebeldía generacional.
El segundón
obediente no podrá jamás ser el adalid de una rebelión edípica como lo fue su
hermano. No solo es un monumento a la mediocridad. Además es la representación
neta de un padre injusto y opresor.
Es cierto, Fidel
era más represivo, más cruel y malvado que Raúl. Pero la represión de Fidel
estaba puesto al servicio de una metafísica del poder. En cambio el poder de
Raúl se agota en su pura física. Es un poder que se sirve de sí mismo. Nunca
nadie ha visto ni verá en él un depositario de una promesa histórica. Le falta
esa locura básica que no tienen los tiranos ordinarios (pienso,
inevitablemente, en Pinochet, quizás el más ordinario de todos). Raúl, es, sin
más ni menos, otro dictador más en una larga galería continental.
Mick Jagger no es
por cierto ningún dictador. En un simple cantante de rock. Pero desde su
escenario hizo vibrar a las masas como antes solo lo había podido hacer Fidel.
En cierto modo Mick ocupó, durante algunas horas, el lugar de Fidel.
¿Qué tiene que ver
Mick con Fidel? Nada: nada, salvo un punto. Al igual que Fidel en el pasado,
Mick fue ungido representante de una rebelión edípica en contra del orden del
poder establecido. Pero para entender la rebelión de Mick tenemos que entender
a Mick.
Mick y los Rolling
Stones son personajes rebeldes. Lo fueron siempre desde que aparecieron como
estridente alternativa frente a los melodiosos Beatles. Ahora, ya viejo, Mick
es más rebelde que antes. Y lo es hasta el punto que se rebela en contra de su
propia naturaleza. En lugar de cumplir con el destino asignado, el de un abuelo
que riega maceteros y juega embobado con sus nietos, sigue bailando y cantando
con su bocaza abierta de par en par.
Mick, como el Fidel
de los años sesenta, es un agente del desorden. Esa fue la razón por la cual
las multitudes cubanas lo amaron como mucho tiempo atrás amaron a Fidel. No por
lo que es sino por lo que representa. Sin embargo, Mick fue aún más allá que
Fidel.
Mientras el joven
Fidel interpelaba a una población predominantemente joven, Mick lo hace con
viejos y jóvenes por igual. Las imágenes no mienten. Los viejos se movían junto
con los jóvenes coreando las mismas canciones. Pero las razones sí son
diferentes. Mientras para los viejos Mick representaba razones vindicativas, para
los jóvenes era una esperanza.
El baile y el canto
de los viejos eran una dolida protesta en contra del destino. Mick aparecía
frente a ellos como el símbolo de un pasado no vivido. Bailando y cantando los
viejos protestaban en contra de esa llamada revolución que en nombre del futuro
les había arrebatado la alegría de ser como otros jóvenes del mundo. Bailando y
cantando los viejos querían, frente a ese otro viejo estrambótico, recuperar al
menos un pedacito de ese pasado que nunca tuvieron.
Los jóvenes en
cambio protestaban exigiendo un futuro. Mick para ellos es un símbolo de
liberación: representa a su modo, el anhelo de ser distinto, la recuperación de
la espontaneidad y de la alegría. Viejos si se quiere, pero viejos rebeldes,
los Rolling Stones son la antítesis perfecta de los grises y monótonos bonzos,
guardianes del pensamiento único.
Ya está dicho. La
visita de Mick Jagger y de los Rolling Stones tuvo mayor significación para los
cubanos que la de los tres últimos Papas e incluso que la del propio Presidente
Obama. Pero séame, al llegar a este lugar, permitida una pregunta: ¿Habría sido
posible la visita de Mick Jagger sin las visitas anteriores?
Los tres Papas,
cuando visitaron Cuba echaron abajo, solo con su presencia, la ideología del
ateismo oficial. Mostraron que Dios (el Padre) es uno, y a la vez es para todos
e incluso -ante el escándalo de los perfectos idiotas de la política
latinoamericana- lo es también (y quizás aún más) para los pecadores. No por
último los tres Papas consignaron que por sobre el poder temporal hay un poder que atraviesa a los
tiempos y que a ese poder ningún mortal podrá
tener acceso.
Por la última
puerta, la abierta por Francisco, entró
después Barack Obama. Consigo traía el Presidente un mensaje de paz y reconciliación,
el anuncio de que la guerra fría había llegado a su fin y que el ejercicio de
la política supone el conflicto pero también el dialogo entre los gobernantes y
los opositores.
Mick Jagger, la
guinda de la torta, trajo la noticia definitiva: Cuba regresa al mundo.
Bienvenida sea. En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo y del rock
and roll.
27.03.2016