Los
medios periodísticos daban por descontado que en las múltiples conversaciones
mantenidas con representantes del gobierno de Grecia, el Ministro de Finanzas
Wolfgang Schäuble y la Canciller Ángela Merkel, practicaban el conocido juego
de “el policía malo y el policía bueno”. Pocos pensaban que entre ambos
-compañeros de trabajo desde hace más de treinta años- pudiera haber
diferencias. Pero las había.
Terminadas
las negociaciones, la división al interior de las huestes socialcristianas fue
más que notoria. Sesenta diputados de la CDU/CSU votaron en el Parlamento en
contra de las recomendaciones de Merkel.
La
verdad, tanto Alexis Tsipras como Ángela Merkel terminaron después de las
conversaciones como pájaros desplumados. Era el precio que tenían que pagar por
haber aceptado un acuerdo que no dejó felices a ninguna de las dos partes. Al
gobierno alemán porque deberá dar cuenta a sus electores de las inmensas sumas
de Euros lanzadas al “agujero negro” de la economía griega. Al gobierno griego
porque hubo de romper con todas las promesas que le permitieron ganar, primero
las elecciones, y el insólito referendo, después.
Afortunadamente
tanto Merkel como Tsipras hicieron lo que debieron hacer. Merkel fue fiel a la
idea de la unidad europea. Tsipras demostró poseer ciertas dotes de estadista
al aceptar su propio deterioro antes de huir fuera de Europa como sugerían, de
modo no sincronizado, los ministros de finanzas, Schäuble y el renunciado
Varufakis. Este último, además de burócrata, reconocido demagogo.
Desde
un punto de vista técnico, Schäuble y Varufakis tenían, sin embargo, razón.
Grecia no se encuentra ni siquiera en un mediano plazo en condiciones de saldar
su deuda externa. Ambos ministros opinaban que fuera de la zona del Euro,
Grecia podrá curar sus heridas financieras, para después, y en mejores
condiciones, reintegrarse a la comunidad europea. Sin embargo, lo que ambos no
supieron percibir fue que el problema griego no es técnico sino político.
Grecia
juega tanto en sentido simbólico como geoestratégico un rol fundamental en el
difícil proceso que llevará a la construcción de la unidad europea. Lo que
estaba en juego en el problema griego –y ese es el punto que no ha querido
entender Schäuble- era la idea de una Europa políticamente unida, una unión que
va más allá de cálculos financieros, es decir, una Europa que decide unirse
para enfrentar no solo a problemas comunes sino, sobre todo, a enemigos
comunes.
Merkel
a diferencias de Schäuble sabe muy bien lo que está en juego en Grecia. Sabe
por ejemplo que las aspiraciones de Rusia para convertir partes de Europa en
zonas de influencia no son simples fantasías. Sabe que Putin apoyó el referendo
griego y que en conversaciones con Tsipras se refirió sin ambages a los lazos
de identidad religiosa (el cristianismo ortodoxo del cual el ex -ateo Putin se
ha convertido en ferviente devoto) que unen a Grecia y Rusia. Sabe, además, que
el concurso estratégico de Grecia es fundamental en la zona mediterránea, tan lejos
de Dios y tan cerca de los ejércitos del ISIS. Sabe, por último, que Grecia ha
mantenido fuertes tensiones con Turquía (problema de Chipre). Y, no por último,
sabe que el presidente de Turquía, Erdogan, no solo no es excesivamente
democrático sino, además, imprevisible y poco confiable.
Por si hubieran algunas dudas, el mismo Erdogan ha terminado por dar la razón a la política internacional de Ángela Merkel.
Por si hubieran algunas dudas, el mismo Erdogan ha terminado por dar la razón a la política internacional de Ángela Merkel.
Erdogan
ha iniciado una campaña militar en la región islámica declarando una guerra
paralela en contra de los ejércitos del ISIS por una parte y en contra del
Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) por otra, atacando las posiciones que
este último mantenía en Siria e Irak.
Con
sus maniobras, Erdogan intenta matar a dos pájaros de un tiro. Primero, dejar
claro a Occidente que Turquía y no los kurdos son sus aliados “naturales” en la
guerra en contra de ISIS. Segundo, erigirse en baluarte en la “guerra en contra
del terrorismo kurdo” y así, por medio de la vía militar recuperar en su país
posiciones políticas perdidas en la vía electoral.
El
problema es que el PKK ha logrado contar en la guerra en contra del ISIS con un
decidido apoyo militar de EE UU y la UE. Al liquidar el complicado proceso de
paz entre el PKK y otras organizaciones kurdas y Turquía, Erdogan corre el
riesgo de apagar los incendios provocados por el ISIS con parafina kurda. No
sin razón la aparentemente frágil, pero muy decidida ministra de defensa
alemana, Úrsula von der Leyen, criticó duramente a los procedimientos bélicos
de Erdogan.
Nadie
sabe si al burocrático ministro Schäuble le ha dicho alguien que Grecia está
situada muy cerca de Turquía cuando él estaba tan ocupado sacando cuentas con
números griegos y alemanes. Lo cierto, es que más allá de su miopía política,
casi todo el mundo se ha dado cuenta que, si bien Grecia necesita
económicamente de Europa, Europa necesita política y estratégicamente de
Grecia.
¿Imagina alguien lo que habría sucedido si
en estos precisos momentos, justo cuando el gobierno alemán necesita mostrar
suma firmeza frente a las pretensiones militaristas de Turquía, Grecia hubiera
sido expulsada de Europa?
Muy
interesante habría sido conocer la opinión de Schäuble. Hasta ahora nadie la
conoce. Pero el problema, en el fondo, no es Schäuble. El problema es la
existencia de una clase política burocrática –no solo alemana- que intenta
asumir los destinos políticos del continente. Frente a esa clase se levantan en
casi todos los países europeos los eurofóbicos movimientos nacional-populistas.
Entre ambos flancos aparecen de vez en cuando algunos destellos políticos como
los que impulsaron a Merkel a jugárselas por la permanencia de Grecia en la UE,
lugar al que los griegos pertenecen por razones históricas, culturales y
políticas.
Ángela
Merkel ha probado, una vez más, ser entre los estadistas de Europa, la mejor.