El
acuerdo nuclear entre los EEUU, el P5+1 e Irán, dado a conocer el 14 de Julio
de 2015 abre una nueva era en las relaciones internacionales de EE UU tanto en el Oriente Medio como en todo el espacio musulmán. El centro del acuerdo es
energético y en él ambas partes obtuvieron lo que se proponían. Irán tendrá
acceso abierto y formalizado hacia lo que de hecho ya tenía: la energía
nuclear, y EE UU más el P5+1, limitan el acceso de Irán a la bomba nuclear por
un plazo de 10 años.
El
acuerdo es muy político. Se trata de un contrato revocable, es decir, a prueba.
Aunque
aparece como tripartita el acuerdo es dual: solo entre los EE UU e Irán. Los
del P5 + 1 jugaron más bien el rol de observadores y ratificadores. Interesante
fue la neutralización de Rusia. Algo debe haber obtenido Putin a cambio de su
silencio. El mandatario ruso no otorga nada gratis.
El
acuerdo -quizás esto es lo más importante- no termina en sí mismo. En gran
medida llevará a otros de tipo no-nuclear, precisamente los que estaban
bloqueados por el tema nuclear. Sin la visibilidad de esos post-acuerdos, el
nuclear no solo no habría tenido sentido sino, además, nunca habría sido
posible.
Desde
el punto de vista norteamericano el acuerdo se ajusta plenamente a la ya
estatuida “Doctrina Obama” a la que también podríamos denominar “doctrina de
construcción hegemónica”. La diferencia entre la Doctrina Obama y las que
prevalecían en el pasado reciente reside en que la primera, sin renunciar a los
enfrentamientos militares cuando estos son ineludibles, apunta hacia otras
direcciones
La
primera dirección busca la obtención de soluciones mediante la integración de
diversas naciones es decir, se trata de una renuncia explícita al bi-lateralismo
de corte kissengeriano para en su lugar adoptar un multitaleralismo que lleva el
inconfundible sello de Obama. La segunda, privilegia los medios diplomáticos
por sobre las presiones militares. La tercera busca entendimientos con
“naciones llaves”, esto es, con las que abren puertas hacia espacios
regionales. En ese sentido, pero solo en ese, el acuerdo Roahní-Obama es
comparable al acuerdo con Cuba. En ambos casos, ambos abren otras puertas.
El
tratado nuclear conducirá a nuevos contactos comerciales, eso es evidente. Irán,
aún más que la India o Brasil, es uno de los países que está más cerca del punto que lleva desde una “nación umbral” a una potencia económica regional.
Para lograr ese despegue los monjes iraníes necesitan de la cooperación
tecnológica norteamericana, muy superior en su sofisticación a la que puede
ofrecer Rusia o China. EE UU tendrá a su vez un más fácil acceso a las materias
primas y al petróleo que no solo ofrece Irán sino, sobre todo, Irak. Ese punto
obliga precisamente a pensar en la dimensión militar del acuerdo.
Despejada
la problemática nuclear que separaba a Irán de los EE UU, Irán puede llegar a
convertirse –si es que ya no lo es- en el mejor aliado militar de los EE UU en
la guerra en contra de los ejércitos del Estado Islámico. Por una parte, Irán,
por razones de seguridad nacional, necesita expulsar lo más pronto posible al
ISIS de los territorios de Irak. Con ello será evitada una nueva (y
catastrófica) intervención directa de los EE UU en el territorio de Irak. Por
otra, las compatibilidades religiosas, culturales y políticas entre Irán e Irak
son muchas. En ese sentido Irán puede jugar el mismo rol pacificador en Irak
que el que jugó China con respecto a las naciones del sudeste asiático durante
la época de Kissinger.
Todo
hace predecir que a partir del acuerdo nuclear entre los EE UU e Irán aparecerán
nuevas constelaciones geoestratégicas. Por ejemplo, EE UU se encontrará en
mejores condiciones para liberarse de los chantajes de Arabia Saudita, sin duda
su mejor socio comercial en la región, pero a la vez, y ese es un secreto a
voces, el mejor proveedor de los ejércitos del ISIS cuyos contingentes
pertenecen predominantemente a la confesión sunita.
Si
la alianza militar con Irán prospera a mediano plazo, Turquía y Egipto dejarán
de ser los únicos socios militares de los EE UU y de Europa en la región.
Después
de Arabia Saudita el enemigo más declarado del acuerdo nuclear es Israel. Pero
esto puede ser solo una apariencia. Es evidente que Netanyahu no puede
contrariar al electorado que lo llevó al gobierno, muy radicalizado por el
terror –agitado por el mismo Netanyahu- ante un eventual ataque nuclear proveniente desde
Irán.
Sin
embargo, un mínimo de inteligencia política deberá hacer pensar a Netanyahu
que, con acuerdo o sin acuerdo, Irán ya avanzaba en el terreno nuclear apoyado
por Rusia y potencialmente por China. Por el contrario, bajo el directo control
de los EE UU, el acceso a la bomba nuclear será mucho más difícil de lograr
para Irán, sin considerar la enorme cantidad de beneficios que Irán perdería si
aventura sus pasos en esa dirección. En cualquier caso, un ambiente de
hipertensiones como el propiciado por Netanyahu era el más favorable para empujar a
Irán hacia el armamento atómico.
Por
el contrario, un Irán cooperante con los EEUU lleva automáticamente a la
neutralización del Hezbollah en el Líbano cuya directriz sigue las
orientaciones que provienen de las autoridades del schiísmo iraní, hecho que
solo puede convenir a Israel. En fin, si razones de poder político interno no
lo impiden, la clase política israelí entenderá que bajo las condiciones
previstas en el acuerdo, Israel estará más protegido de una amenaza nuclear que
si ese acuerdo no existiera.
Definitivamente
se trata de un acuerdo que contiene perspectivas promisorias para la región y
para la paz mundial. No obstante, esas perspectivas no aseguran su definitivo
éxito. En Irán, Rohaní es acechado por fracciones islámicas fundamentalistas y
las fuerzas anti-occidentalistas que ayer apoyaron al siniestro Ahmadineyah no
han desaparecido del todo. Y en los EE UU nadie sabe lo que puede suceder en
las próximas elecciones presidenciales.
En
otras palabras, hay que calcular, por lo menos en parte, con los avatares de
esa inevitable locura humana, la misma que no pocas veces ha logrado imponerse
por sobre todos los criterios que provienen de la lógica y de la razón.