Mi
estimado colega Demetrio Boersner al enviarme uno de sus interesantes artículos
de opinión titulado Socialdemocracia vs. Socialdictadura nos propuso –no
sé si ese fue su propósito- un concepto nuevo. Dio en el clavo: Socialdictadura
no solo es un término ingenioso; desde el punto de vista politológico podría
ser, además, muy productivo.
Por
de pronto, es posible afirmar que no todas las dictaduras son sociales. Bajo
socialdictadura tampoco debemos entender a dictaduras que han hecho unas u
otras reformas sociales. Socialdictadura debe ser entendida como una dictadura
que se hace del poder no en nombre de un gran cambio social sino en nombre de
un cambio de la sociedad.
Lenin
y Stalin fueron socialdictadores de la primera hora (Mussolini y Hitler no
fueron socialdictadores: no postulaban “otra sociedad” sino “otra nación”)
Después vinieron los del “socialismo real”. Fidel Castro, cuando invalidó el
programa democrático del 26 de Julio sustituyéndolo por otro destinado a cambiar
de raíz a la sociedad cubana, se convirtió en el primer socialdictador de
América Latina.
Franco,
Pinochet, Videla y otros del mismo calibre, no se propusieron cambiar a la
sociedad. El objetivo solo era cambiar el orden político.
La
diferencia entre un socialdictador y un “dictador en estado puro” no reside
entonces en el mayor o menor grado de maldad. Reside, antes que nada, en una
creencia, a saber, la de que para los socialdictadores las revoluciones no
acontecen; deben ser hechas. Los socialdictadores imaginan ser
ejecutores de una misión histórica de una historia que para ellos es una
“ciencia”. Es por eso que, aún sin haber leído a Marx, la gran mayoría de ellos
se declara marxista.
Las
revoluciones, lo dijo Marx, son las parteras de la historia. Pero como los
dictadores no son ginecólogos, recurren a los servicios de sus equivalentes
políticos: renombrados “científicos” (sobre todo economistas) quienes, con el
correr de los años revelan ser lo que siempre han sido: simples charlatanes.
En
la mente del social-dictador el mundo está dividido en dos: los que cambian la
sociedad y los que deberán ser cambiados. Esa fue la razón por la cual Hannah
Arendt escribió en su libro Sobre la Revolución que todo proyecto
destinado a cambiar a la sociedad ha conducido y conduce, por su propia lógica,
a una dictadura. Ahí, en ese proyecto, residen los orígenes del totalitarismo
moderno.
Demetrio
Boersner opina con mucha razón que la gran división de la izquierda mundial ha
sido entre socialdemocracia y socialdictadura. Según la primera opción, los
cambios sociales deben ser realizados sin renunciar a la lucha por la
democracia. De acuerdo a la segunda, el cambio de la sociedad solo puede
ser realizado mediante la supresión de la democracia.
Quizás
debe ser agregado que bajo el concepto de socialdemocracia no solo debemos
entender a militantes de partidos socialdemócratas. Si aplicamos la traducción
de Sozialdemokratie al castellano, el término exacto debería ser
“demócracia social”.
Demócratas
sociales somos quienes aceptando la necesidad de profundas reformas sociales no
estamos dispuestos a hacer concesiones sobre el tema de la democracia. La razón
es la siguiente: El concepto democracia ya no designa solo a una simple forma
de gobierno.
Democracia
es hoy la palabra que designa al conjunto de nuestras libertades políticamente
organizadas. Ese es el punto.