Hablar
de política no pública es un contrasentido. La política es cosa pública por
definición. Hablar de política secreta es parecido a decir en una sola palabra
“bueno-malo”. Algo definitivamente imposible.
Eso
no significa, sin embargo, que todo lo que se dice en política debe ser
conocido en detalle por el público. Pues la política no solo es pública. Es,
además, representativa y al ser representativa, es delegativa. Con nuestros
impuestos pagamos a determinados ciudadanos para que nos representen en
diferentes espacios a los cuales no tenemos acceso, incluyendo las dimensiones
secretas de la política que son, predominantemente, las de la diplomacia.
Entonces
podemos afirmar: la política como cosa pública contiene dos dimensiones: la
pública propiamente tal y la secreta. Eso significa que para que la dimensión
secreta tenga un valor político, debe encontrarse al servicio de la cosa
pública y, en consecuencias, subordinada a ella.
Los
diálogos, las conversaciones y sobre todo las negociaciones, no pueden ser
conocidas por todo el público (ciudadanía). Eso es evidente. Pero el público sí
debe y puede conocer el objetivo y el sentido que poseen los intercambios no
públicos en la política. Si eso no es así, quiere decir que la política está
siendo llevada a cabo sin el conocimiento del público. Y bien: eso es lisa y
llanamente abuso de poder. Es también una práctica anti-política y, por ende,
anti-democrática.
Vale
la pena diferenciar entre objetivo y sentido de la política. Es
muy sencillo: El objetivo responde a la pregunta del “para qué”. El sentido a
la pregunta del “por qué”. Expliquémonos con ejemplos:
Cuando
Ángela Merkel conversa con Vladimir Putin, además de hablar acerca del clima,
lo hacen sobre temas existenciales de la política europea.¿Para qué? Para
asegurar las condiciones de la paz. ¿Por qué? Porque esa paz, desde que Putin
invadió Crimea, se encuentra, por lo menos en una parte de Europa, en peligro.
Y bien, ese “para qué” y ese “por qué” (objetivo y sentido) son conocidos por
casi todos los habitantes de Europa. Lo que, y cómo, se conversa, es, por supuesto, secreto. Lo importante es que el
“por qué” y el “para qué” sean de conocimiento público. Lo secreto se
encuentra, en este caso, al servicio, y por lo tanto, subordinado a lo público.
Podríamos
dar otros ejemplos: Todos sabemos “para qué” y “por qué” el gobierno colombiano
dialoga con las FARC. De la misma manera, todos sabíamos que las múltiples
conversaciones que tenían lugar entre delegados cubanos y estadounidenses
tenían como objetivo levantar el embargo y, como sentido, un mejoramiento de
las relaciones entre los EE UU y América Latina.
Ahora
bien, si nos hemos extendido en este preámbulo se debe a lo siguiente: el 16 de
Junio de 2015, dos representantes de gobierno, Diosdado Cabello, Presidente de
la Asamblea Nacional venezolana (investigado en los EE UU por tráfico de
drogas) y el consejero de Estado norteamericano, Thomas Shannon, se reunieron
en Haití para conversar no solo sobre temas que nadie conoce, sino, además,
cuyos objetivos y sentidos son, hasta el momento, secretos.
Si el gobierno venezolano eleva el secretismo a política de estado no
puede sorprender a nadie que conozca la deriva anti-democrática que dicho
gobierno ha venido experimentando. Pero que el gobierno norteamericano oculte
no solo a la ciudadanía venezolana, sino también a la norteamericana, el “para
qué” y el “por qué” (el objetivo y el sentido) de las conversaciones entre
Cabello y Shannon, el encuentro entre esas dos personas aparece como un hecho
políticamente inadmisible.
Puede
ser incluso que un diálogo entre ambos hombres de estado traiga consigo efectos
positivos en las relaciones de los dos países. Ese no es el problema. El
problema es que ni en su objetivo ni en su sentido ese encuentro se ajusta a
las normas más elementales de la política internacional.
Peor
todavía: si las ciudadanías estadounidenses y venezolanas no reciben ninguna
información acerca del objetivo y el sentido de lo que ambos representantes
conversaron o negociaron, esas ciudadanías tienen todo el derecho a sentirse
tratadas como idiotas por sus respectivos gobiernos.
Empleo
el término idiota en sentido griego. Los idiotas en la antigua Grecia eran
todos los que no tenían ningún derecho y por lo mismo ningún deber político.