No hablaremos esta
vez de las monedas de Monedero y en su lugar nos haremos preguntas más serias:
¿Por qué apareció Podemos? O mejor, ¿de dónde viene su éxito? Porque nuevos
grupos con aspiraciones políticas se forman todos los días y casi siempre
fracasan.
Partiendo de lo
simple: el éxito en política es numérico. Mientras a más representas, mayor
será tu éxito. Luego, para tener éxito debes operar sobre lo que los
politólogos llaman “un campo vacío de representación”. Y no por jugar con
palabras, hemos de convenir en que un campo de representación está vacío cuando
ha sido vaciado. Por lo mismo, un campo vacío y vaciado tiene que ver con los
que más pierden con el ascenso de Podemos. Y esos –que duda cabe- son los socialistas,
el PSOE.
Mientras más grande
Podemos más chico será PSOE. Hecho matemáticamente demostrable. Sume usted los
votos que las encuestas asignan a Podemos con los últimos obtenidos por PSOE y
resulta casi la misma cantidad obtenida solo por el PSOE, en los tiempos de
Felipe Gonzáles. Por lo tanto si operamos con los criterios izquierda –
derecha, podemos decir que las tendencias políticas españolas no han cambiado
casi nada desde 1982. Solo hay más partidos. La relación se mantiene. Ese
fenómeno, por lo demás, no es nuevo. En Alemania ocurrió, hace ya tiempo, algo
parecido a lo que ocurre hoy en España.
Según estudios
electorales alemanes, cuando apareció Die Linke (La Izquierda) en 2007,
heredero de SED de la RDA, tuvo un comienzo espectacular muy similar al de
Podemos. Pero sumando los votos SPD (socialdemocracia) y los de Die Linke nunca
lograron superar en conjunto a lo que obtenía la SPD por sí sola en tiempos de
Willy Brandt. Lo mismo que hoy en España, las tendencias se mantienen pero con
dos partidos de izquierda en vez de uno. Hoy Die Linke es un partido más del
establishment. Sucede igual en Grecia en la relación Syriza - PASOK. No así en
Francia, donde el proceso es más complejo (y más peligroso) pues el Frente
Nacional atrae no solo a la derecha sino, además, a mucha gente que ayer votaba
socialista o comunista.
¿Proviene el éxito
de Podemos de un resultado de su oferta política o del descenso del PSOE? La
hipótesis más lógica es la segunda pues ya antes de que apareciera Podemos la
votación PSOE venía bajando
notablemente.
Recordemos: Fue en
España donde apareció el movimiento de Los Indignados (2011) dirigido en contra
de toda la clase política a la cual Podemos bautizó después como “la casta”.
Los indignados eran, en estricto sentido, el movimiento de los no representados
quienes al estar en contra del PP, votaban
-aunque cada vez menos- casi por inercia por PSOE. Podemos llenó
entonces el vacío producido por el declive del PSOE. Entonces la conclusión es
la siguiente: no fue el aparecimiento de Podemos la razón que lleva al declive
del PSOE, sino al revés: el declive del PSOE llevó al aparecimiento de Podemos.
PSOE es (¿o era?)
un partido clásico de la “sociedad industrial”. Pero en la escena post-industrial, que es la que estamos viviendo,
ha aparecido una multiplicidad de actores sociales sin representación política
ante cuyas demandas los socialistas no saben como responder. No me refiero solo
a los “parados” sino a ese ejército laboral que vive de oficios transitorios,
trabajos a la negra, profesionales sin ocupación fija, taxistas con título
académico, estudiantes radicalizados y un sin fin de mini- trabajos en el
sector servicios, sin contar actividades que tienen lugar al margen de la ley,
llevada a cabo por seres a los que nadie saca de las sombras (solo aparecen en
algunas películas de Almodóvar). No
pocos de ellos se sienten, con razón, mal tratados e indignados. ¿Qué representa para ellos Podemos? ¿Una esperanza? (Iglesias:
“somos la esperanza”). Tal vez.
¿Esperanza frente a
la irrupción de algo nuevo? Si es así,
la crítica a Podemos pasaría por dilucidar si su oferta es realmente nueva. Eso
es precisamente lo que no está muy claro pues si analizamos el discurso de Podemos
con cierta detención veremos que la fascinación que ejerce no reside en su
novedad sino más bien en todo lo contrario. Podemos, en efecto, reactiva
paradigmas anidados –diría C. G. Jung–
en las profundidades más oscuras del inconsciente colectivo español.
Cada vez que Pablo
Iglesias habla, desenrolla teorías que cualquier socialista antiguo podría
suscribir sin problemas: repartición igualitaria del ingreso, protección
estatal a los menos favorecidos, impulso a la demanda, aumento del salario
mínimo, etc. matizadas todas con alguna frase tomada de Paul Krugman o Thomas
Piketty.
Iglesias, al igual que los socialistas de hoy, nunca nombra a la sociedad futura y apenas habla de socialismo. El suyo es un mensaje neo-keynesiano envuelto en ropaje político gramsciano, matizado con frases heroicas de revoluciones ya muertas. En fin, Iglesias no se presenta como alternativa frente a la socialdemocracia sino como un mejor socialdemócrata. Ahí no hay nada post-moderno como han creído ver algunos comentadores.
Iglesias, al igual que los socialistas de hoy, nunca nombra a la sociedad futura y apenas habla de socialismo. El suyo es un mensaje neo-keynesiano envuelto en ropaje político gramsciano, matizado con frases heroicas de revoluciones ya muertas. En fin, Iglesias no se presenta como alternativa frente a la socialdemocracia sino como un mejor socialdemócrata. Ahí no hay nada post-moderno como han creído ver algunos comentadores.
El discurso
pronunciado por Iglesias en la Puerta del Sol (02. 2015) tampoco tuvo nada de
post-moderno. Todo lo contrario: fue en el estilo, en la forma y en el
contenido, arcaico, incluso conservador. Pocas veces, por ejemplo, se ha
escuchado a un político de la era post-Franco mencionar tanto a la palabra
“patria”. Ahí la intención parece ser evidente: Podemos intenta oponer en contra del tema
de las autonomías, el de una España unida y arrebatar al PP el monopolio sobre
el discurso de la nación para convertirse en un “partido transversal” siguiendo
el lema: “no somos ni de izquierda ni de derecha; somos de abajo”. Ese punto es
quizás lo más interesante del recién fundado partido. Pero, por favor, no se
nos diga que es nuevo. Tampoco es muy original: cuando los Verdes alemanes
aparecieron en la política oficial, hace más de treinta años, lo hicieron
siguiendo el lema: “ni izquierda ni derecha; hacia adelante”. El de Podemos es
solo una mala copia del lema de los Verdes.
Tampoco las
representaciones simbólicas de Podemos son nuevas. Pablo Iglesias, por ejemplo,
parece un personaje sacado de un congelador de los años sesenta. Su pinta, su
pelo, su modo de hablar es sesentista. En Alemania o Francia sería visto como
un fantasma. Pero en España no. La razón salta a los ojos. A diferencia de
Alemania o Francia, España nunca tuvo su 68 (Grecia tampoco).
Desde la España
franquista de los sesenta, los jóvenes miraban con envidia a las rebeliones
estudiantiles de Berlín, Frankfurt y París. Por eso los estudiantes españoles
adoptarían del sesentismo europeo solo sus formas e ideologías. Algunos de esos
estudiantes serían después profesores. No habiendo hecho una revolución en las
calles, intentaron hacerla en las aulas, pero no como estudiantes sino como
maestros. Sus alumnos, chavales obedientes como Iglesias y Monedero, fueron
formados en esa escuela. Después, como profesores, ellos repetirían las mismas
oraciones a sus alumnos: El mundo está dividido entre ricos y pobres, los
pobres padecen la maldad del imperio, el Tercer Mundo es la vanguardia de la
revolución (¡viva Chávez!), desde las aldeas tercermundistas la revolución
llegará a las metrópolis (España).
Si hay lugares en
donde existen castas sagradas –sé muy bien lo que digo– es en algunas
universidades. En ellas, académicos de cierto renombre e incluso de grado
menor, tienden, como si fueran señores feudales, a rodearse con séquitos de
fieles asistentes los que, después convertidos en maestros serán los
encargados de repartir sus grandes “verdades” por el mundo, independientemente
a que estas “verdades” no tengan nada que ver con la realidad
extra-universitaria. Lamentable es decirlo, pero hay universidades e institutos
de investigación social que no pasan de ser fábricas de ideologías superadas
por la historia.
Iglesias y
Monedero, entre otros, son miembros de la casta de los cientistas sociales de
la Complutense: portadores de atávicas ideologías, reaccionarios del saber,
pasadistas del presente. España es para ellos un simple campo de proyección
ideológica. ¿Será por eso que hablan tanto en contra de la casta política?
Probablemente es así: Ellos vienen de una casta.
La esperanza es que
en contacto con “las ardientes luces de lo público” (Arendt) los de Podemos se
descasten para convertirse en políticos de profesión y dejen de ser así lo que
han sido hasta ahora: zombis ideológicos de tiempos que se fueron, románticos
de una revolución que nunca hicieron ni nunca harán.
Las incertidumbres
desaparecerán recién en los próximos comicios electorales: las Municipales de
Mayo y las parlamentarias de Diciembre de 2015. Allí no solo será decidido el
destino de Podemos sino, además, el de la España que viene. No obstante, aunque
la palabra irreversibilidad debería ser erradicada de la política, hay algo que
parece ya haberse establecido sobre la realidad política española. Me refiero
al fin del bi-partidismo.
Mérito o desgracia
de Podemos: su tarea objetiva ha sido y es poner fin al bi-partidismo de la era
industrial. España, gracias a, o por culpa de, Podemos, será un país con dos izquierdas. ¿Cuál izquierda se
impondrá? ¿El padre (PSOE) o el hijo (Podemos)? El tema no es edípico. Es cien
por ciento político.
La, hasta hace poco
letárgica vida política española, será de ahora en adelante escenario de
vibrantes contiendas políticas. Eso es bueno para la política. Pero ¿será bueno
para España?