Nadie ni nada lo oculta, la oposición venezolana está dividida.
Aunque más difícil será saber los términos exactos de la división.
¿Está dividida en dos programas diferentes? Imposible,
porque hasta ahora el único es el de la MUD, programa que hasta ahora nadie ha
cuestionado, quizás porque casi nadie lo ha leído.
¿Está dividida en torno a dos o tres o más líderes? Si es así, sería ridículo puesto que los
líderes se definen en primarias pre-presidenciales; y de eso estamos todavía
muy lejos.
¿Está dividida gracias a “La Salida”? Quizás, pero “La
Salida” terminó y hay que dar vuelta la página. Los temas de hoy son
diferentes. El pasado pertenece a la historia, no a la política.
¿Está dividida entre constitucionalistas y
parlamentaristas? El mismo López ha declarado que su llamado a reunir firmas
para la –por ahora- irrealizable Asamblea Constituyente, no está planteado en
contra de las elecciones parlamentarias. El Congreso Ciudadano de M. C. Machado
tampoco ha pronunciado un sí o un
no claro con respecto al ofrecimiento constitucionalista de López.
¿Está dividida entre electoralistas y abstencionistas? Es
probable. Pero hasta ahora no se conoce una sola declaración de ningún opositor
de relieve –dejemos a columnistas irresponsables a un lado- en contra de las
elecciones parlamentarias. Ni M. C. Machado ni L. López se han pronunciado de
modo explícito (repito, hasta ahora) en contra de la vía electoral y a favor de
una vía insurreccional que no pase por elecciones.
Una versión intermedia a la que supuestamente se da entre
electoralistas y abstencionistas surge entre quienes dicen aceptar las
elecciones, pero solo como una entre diversas formas de lucha. Sin embargo,
nunca nadie ha escuchado a Capriles o a Chúo Torrealba pronunciarse en contra
de huelgas, bloqueos de caminos, demostraciones estudiantiles, rayados de
paredes y “otras formas de lucha”. Todo lo contrario.
¿O esa división tiene lugar entre quienes se muestran
abiertos al diálogo con el gobierno y quienes se cierran a todo tipo de
diálogo? Por momentos pareciera que así es. No obstante, si tenemos en cuenta
que los principales enemigos del diálogo están en el gobierno, el problema
aparece resuelto por sí solo. Y aunque así no fuera, negarse al diálogo por
principios, es negarse a hacer política. De ahí que la disyuntiva no debería
ser diálogo sí o diálogo no, sino las condiciones, contenidos y objetivos de un
eventual diálogo. Para poner un ejemplo, realizar un diálogo sin exigir la
liberación de los presos políticos, solo llevaría a profundizar las divisiones
internas en la oposición. Mas vale no intentarlo. Pero negar por principio todo
diálogo si el gobierno da muestras de ceder en torno a ese o en otros puntos,
sería una aberración.
No obstante, plantear un diálogo cuando se avecina un
momento electoral, no parece ser algo muy inteligente. Ni en las democracias
más perfectas las fuerzas contendientes dialogan durante un periodo
pre-electoral. El verdadero diálogo político es siempre post-electoral. En un
momento habrá que hacerlo. Pero ese momento al parecer no ha llegado.
En fin, sabemos que la oposición está dividida, pero
nadie conoce muy bien los exactos términos de la división. De pronto se tiene
la impresión de que lo que tiene lugar no es una división, sino una lucha
cerrada por la hegemonía. A veces esa lucha se dirige en contra de la MUD. Pero
como quienes la encabezan están dentro de la MUD, es posible concluir que,
quienes están en contra de la MUD dentro de la MUD aspiran a controlar la MUD
y, si eso no es posible, formar otra MUD, sea desde la MUD, sea desde fuera de
la MUD. En fin, casi una locura
Lo que sí parece ser evidente es que ante la ausencia de
perspectivas y ante la imposibilidad de encontrar una alternativa inmediata,
algunos han optado por sustituir al enemigo principal por el enemigo
secundario.
La conocida tesis de René Girard con respecto a esa
arcaica tentación humana que lleva a la creación de chivos expiatorios –o sustitutivos-
sobre los cuales depositamos agresiones contenidas, tendría en Venezuela un
punto de comprobación. Pero la tesis de Girard es antropológica y ahora estamos
hablando de política.
En términos políticos cabe esperar que la cercanía con
respecto a las elecciones parlamentarias logrará distender algunos antagonismos
internos. No olvidemos que hay una línea constante en (no solo) la política
venezolana. Es la siguiente: Mientras más lejos se ven los eventos electorales,
las diferencias internas tienden a proliferar. Al revés: mientras más cerca, la
tendencia es a cerrar filas. En cierto modo las elecciones tienen un efecto
político disciplinario. Muestran en toda su plenitud donde está el enemigo de
verdad.
Naturalmente, frente a un régimen que controla todos los
poderes, la televisión, casi toda la prensa, el aparato represivo, los
para-militares, los tribunales electorales y que, por si fuera poco, comete
fraudes en los centros de votación, hay grupos que opinan que la batalla está
perdida de antemano y que solo una movilización general en las calles puede
cuestionar al gobierno en su “esencia dictatorial”. Desde el punto de vista de
una lógica puramente formal no faltan argumentos a favor de ese postulado.
¿Para qué gastar esfuerzos en una lucha electoral destinada al fracaso?
No insistiremos esta vez en decir verdades elementales.
No diremos que una batalla no se pierde o gana hasta que se da. No diremos que
uno vota no porque va a ganar sino porque es un deber ciudadano. No diremos que
uno no vota a favor o en contra de alguien sino a favor o en contra de sí
mismo. No diremos lo evidente, que mientras más gente vota, más difícil será
hacer un gran fraude. No diremos eso ni muchas otras cosas más. Vamos a
suponer, por el contrario y por un
momento, que los derrotistas, abstencionistas y salidistas, tienen toda la
razón del mundo (evidentemente, no creo eso) ¿Es ese un motivo para rechazar la
alternativa electoral? De ninguna manera. Las elecciones no son solo un medio
para alcanzar el poder. Son también un fin en sí.
¿Las elecciones son un fin en sí? ¿No es acaso el
objetivo de cada elección derrotar al enemigo? Por supuesto, nadie va a una
elección para perder. Pero al mismo tiempo, en cada elección, aún perdiendo,
pueden ser obtenidas ganancias. Entre otras, la tan ansiada movilización en las
calles. Basta solo hacerse una sencilla pregunta: ¿Cuándo las movilizaciones
callejeras son más masivas, más entusiastas, más combativas? ¿En periodos
electorales o en periodos no electorales? La respuesta es obvia. Cada elección,
sobre todo cuando se da entre dos fuerzas antagónicas, es una posibilidad para
que la gente –no solo los muchachos- salga de sus casas, discuta entre sí y
entre en abierta comunicación política con el entorno.
¿Y si esa oposición está dividida como cree estar la
venezolana? Con mayor razón todavía. Los momentos previos a la elección son una
oportunidad fabulosa para que las diversas fracciones que conforman un bloque
discutan públicamente sus diferencias. No olvidemos en ese punto que el
nombramiento de algunos candidatos deberá ser resultado de elecciones
primarias. Por lo mismo, a través de la contienda de esos candidatos primarios
la oposición se verá obligada a discutir consigo misma. Cuando los candidatos
sean nombrados no desaparecerán por cierto las diferencias, pero sí, podrán ser
mantenidas a un nivel político.
La MUD, no hay que olvidarlo, no es un
partido ni mucho menos una asociación de amigos personales. La MUD es un frente
constituido por la alianza de diferentes partidos algunos de los cuales, en una
democracia de verdad, serían adversarios. Solo porque hoy todos tienen al
frente a una adversidad superior están obligados a permanecer unidos.
Luego, las elecciones primarias –hay que subrayarlo- no
son secundarias. Mucho menos lo son dentro de una oposición plural como es la
venezolana. Pues a través de las primarias la oposición puede conocer lo que
antes de ellas era un misterio: su correlación interna de fuerzas, es decir, su
verdadero carácter. Es por eso que aquí se afirma que las primarias no son solo
un medio, son también un fin en sí.
Las primarias también son elecciones. En consecuencia, si
lo vemos desde ese punto de vista, las primarias -en momentos de no unidad-
pueden llegar a ser más decisivas que las propias parlamentarias. Aunque,
obvio, sin parlamentarias no puede haber primarias.
La celebración de primarias permite a la oposición
pensarse a sí misma. De este modo las diferencias pueden ser dirimidas mucho
mejor que en oscuros contertulios. A través de la lucha en primarias, la
oposición se abre hacia el “espacio
luminoso de lo público” (Arendt). O dicho casi igual: es el momento en el cual
las conspiraciones se transforman en discusiones.
Con las primarias a su favor los candidatos entran a la
palestra pública fortalecidos con esa legitimidad que solo los votos internos
otorgan, a combatir en contra del enemigo exterior, el principal. Por lo mismo,
no hay mejor chance para conquistar la mayoría externa si ya se cuenta con la
mayoría interna. Y esa es precisamente una segunda razón que hace de cada
proceso electoral no solo un medio sino también un fin en sí: Cada elección es
una escuela para la formación de líderes políticos.
Los líderes políticos no se prueban en gestos apoteósicos
sino en la capacidad de comunicar mensajes públicos. Ellos, a través de sus
campañas, serán los encargados de dar forma política al malestar generalizado y
desmitificar el discurso oficialista en cada pueblo y ciudad donde se
presenten. Ellos deberán demostrar que ni la carestía ni la escasez son
maldiciones del imperio, sino productos netos de un gobierno que tiene como
lugar de residencia un pasado mágico que nunca existió y como objetivo un
futuro luminoso que nunca llegará. Ellos deberán exigir la liberación de todos
los presos políticos, la supresión de los grupos para-militares, el
cumplimiento de los derechos humanos. Ellos en fin, serán quienes deberán
convertir a las elecciones en una fuerza social subversiva, pero sin que dejen
de ser elecciones.
El dilema entre calle o voto es, desde el hueso hasta la
médula, falso. La calle precisa del voto y el voto de la calle. ¿Habrá entonces
que repetir la frase?: “Sin elecciones, la protesta popular está destinada a
estrellarse con el aparato represivo del régimen. Pero sin un gran movimiento
de protesta popular, las elecciones están destinadas a perderse”.