Según doctrinas neo-liberales y neo-marxistas, el humano
es un “homo economicus”. Es por eso que sus ideólogos piensan que, superadas
ciertas necesidades materiales, no
habrá motivos para ninguna rebelión social. Y si de todas manera tiene lugar,
sus actores serán calificados desde el poder, de anormales, delincuentes, o como ya
es usual, de agentes financiados desde el exterior.
La política, vista de ese modo, es para los neo-liberales
un subproducto de la economía y para los neo-marxistas una superestructura
determinada por relaciones de producción. Ambas doctrinas son devotas de la
lógica de la razón económica. De ahí la admiración que profesan tantos
tecnócratas occidentales al “modelo chino” (un capitalismo perfecto, sin
organizaciones obreras, sin derecho a huelgas; una nación de compradores,
vendedores y consumidores: la unión amorosa entre el neoliberalismo más despiadado con los cultos estatistas del despotismo asiático). De ahí también el fanatismo de los “comunistas”
chinos por la tecnología occidental la que, apropiada por ellos, llevará a
China –ese es el objetivo- a convertirse en la mayor potencia económica del
planeta.
Ni a neo-liberales ni a neo- marxistas les cabe en la
cabeza que los seres humanos del siglo XXl exigen, además del cumplimiento de
necesidades materiales, determinadas libertades, como las de opinión, reunión y
de prensa. Y bien, esas libertades no están garantizadas en China. Y en Hong
Kong, debido al status de “Un país: dos sistemas” (vigente desde 1997),
solo lo están parcialmente. El objetivo de PC chino es, evidentemente, abolir
el status autonómico de Hong Kong y subordinar a la península bajo la férula de
“Un Estado y un solo sistema”.
La lucha de los jóvenes de Hong Kong tiene
lugar entonces en contra del imperialismo de Pekín. Pekín, por su parte, busca
apropiarse del sistema electoral de Hong Kong para designar desde las oficinas
del partido a los candidatos al parlamento.
Los estudiantes, liderados por el profesor Benny Tai Yiu,
forjador del movimiento Occupy Central, levantan por el contrario una plataforma
que contempla tres puntos: 1) Elecciones libres y secretas, 2) Libertad de
opinión y de prensa y 3) La inmediata renuncia del gobernador de Hong Kong, el
“pekinista” Leung Chun-Ying.
Casi está de más decir que la aceptación de uno solo de
estos tres puntos dejaría al presidente chino, Xi Jinpig, en posición
inconfortable frente a los sectores “duros” del Partido.
¿Cómo reaccionará Pekín? No pocos son los que temen una
reedición de la masacre de Tiannamen. Pero la China de hoy no es la de 1989.
China es uno de los países más imbricados en la globalización de la economía
mundial, sino su más decidido impulsor. Una nueva Tiannamen, cometida en un
territorio que no pertenece totalmente a China, desataría en contra de Pekín un
repudio internacional cuyas repercusiones económicas son incalculables.
La segunda alternativa es que los jerarcas chinos abran
un compás de espera para, en algún momento, establecer negociaciones con los
rebeldes. Esa sería la solución política adecuada, siempre y cuando las movilizaciones
de Hong Kong no entusiasmen a otras fuerzas disidentes al interior de la propia
China.
La tercera sería seguir el “camino ruso”, es decir, que
Pekín llevara a cabo una ocupación parcial de Hong Kong (como la de Putin en
Ucrania) aceptando cierta autonomía administrativa de la península.
Mas, cualquiera sea el camino que tome Xi,
lo cierto es que una vez más se demuestra que el talón de Aquiles de los países
no democráticos no reside en su economía sino en su incapacidad de acoger
demandas populares mediante el uso de mecanismos políticos. Pues, sea en una
dictadura tradicional, totalitaria, o una simple autocracia, expresiones como
“la revolución de los paraguas” (usados
por los estudiantes de Hong Kong para protegerse de los carros de agua y
de los gases lacrimógenos) no solo ponen en jaque a un determinado gobierno,
sino a todo un sistema de dominación. De ahí la brutalidad con la cual dichas
manifestaciones son reprimidas.
En el fondo los capitalistas-comunistas-chinos piensan
todavía como Mao: “Una sola chispa podría incendiar a toda una pradera”
La guerra que profetizó Samuel Hungtington para el siglo
XXl, la de las culturas, no será cultural. Tendrá lugar por cierto entre
Occidente y Oriente. Pero el Occidente político no está en el Occidente
geográfico (eso no lo entendió Hungtington). Está en el interior de muchos
países no occidentales, en el corazón y en la mente de sus mejores ciudadanos.
En ese sentido, si bien los estudiantes de Hong Kong son desde el punto de
vista geográfico, desde el cultural también, orientales, desde uno político,
son muy occidentales.
La revolución democrática de nuestro tiempo continúa su
camino. Ya triunfó en Europa del Este. En América Latina también, aunque a
medias. En el mundo árabe mostró sus posibilidades futuras. Hoy reaparece en
Hong Kong. La democracia, latente y no siempre realizada, es el “Viejo Topo de la Historia” que intuyó, pero no supo
reconocer Karl Marx.