15.08. 2014
Las jornadas d8e protesta iniciadas en Venezuela el 12 de
Febrero de 2014 tuvieron (por lo menos) un doble carácter. Desde un lado fueron
entendidas como un llamado de un sector de la oposición, destinado a mostrar en las calles el descontento frente
a un gobierno incapaz de manejar la profunda crisis económica en la que ha
sumido al país. Desde otro, una fracción opositora, la de La Salida (“Maduro vete
ya”) intentó imprimir a la legítima protesta callejera una impronta frontal y
maximalista sin consultar ni informar a la MUD, organización que hasta ese
momento agrupaba a todos los partidos de la oposición. La Salida, en
consecuencias, no solo partió dividida;
además, nació dividiendo. La política del “salidismo” ha sido, hasta ahora, la
política de la división.
Si agregamos que La Salida fue convocada poco tiempo
después de la derrota de la oposición en las elecciones municipales, no hay que
extrañarse de que hubiera sido entendida -y no solo por el chavismo- como un
desconocimiento de la legitimidad electoral, es decir como un intento destinado
a cambiar el curso adoptado, hasta ese momento, y de modo unánime, por la
unidad opositora (incluyendo a los salidistas). En palabras directas, no pocos
vieron en La Salida, y con razón, un golpe a la MUD, o como dijo en un momento
de ira Capriles, “una cuchillada en mis espaldas”
Hoy conocemos los resultados. Jóvenes heridos y
asesinados por el régimen. Dirigentes políticos en prisión, entre ellos, uno de los más valiosos,
Leopoldo López. Desconcierto total en las filas opositoras. Rencores mal
disimulados. La posibilidad de que a partir de un sostenido trabajo opositor
entre los más pobres pudiese ser reestructurada la oposición en su conjunto, ha
sido lamentablemente postergada.
El régimen, gracias al pretexto que otorgó La Salida, ha
terminado por militarizarse por completo, creciendo en su interior las
posiciones más “duras”. El gran triunfador de La Salida fue, sin duda, Diosdado
Cabello.
Existen por cierto grupos que culpan a la MUD de haber
traicionado a La Salida a través del fracasado diálogo con el gobierno (¿cómo se puede traicionar algo de lo cual no se forma parte?). Dicha explicación
invierte los hechos. Si no hubiera aparecido La Salida, la oposición no habría
tenido necesidad alguna de dialogar con Maduro. Por lo demás, el diálogo fue
impuesto, tanto al gobierno como a la oposición, por una fuerte presión
internacional, incluyendo la del propio Vaticano; un Papa no es poca cosa.
Si la oposición no hubiese asistido a dialogar, Maduro
habría creado frente al mundo la imagen de un dialogante presidente enfrentando
a una oposición que solo acepta la confrontación armada. Que el principal
enemigo del diálogo dentro del gobierno hubiera sido Diosdado Cabello, es un
hecho que habla por sí solo. De tal modo, si Maduro fue “desenmascarado” frente
a la opinión internacional, no lo fue por la Salida –que en el momento del
diálogo vivía su fase terminal, o guarimbera- sino por las palabras acusatorias
que tuvo que escuchar en el llamado diálogo. Dichas palabras recorrieron el mundo.
Error sobre error. Después de la derrota de La Salida,
una fracción de quienes la propiciaron hizo un llamado a formar una Asamblea Constituyente, como si ya hubiera
derrotado al régimen y tuviera detrás de sí a la absoluta mayoría del pueblo y
más aún, a todo el ejército. Pero además, llamaron a derogar a la
Constitución vigente, a esa misma por la cual la oposición unida se había
batido en un triunfante plebiscito, hasta ahora, la derrota más grande propinada por la oposición al chavismo.
La práctica consecuente de la política de la división no
tardaría en apoderarse de los propios convocadores. Llegó un momento en el
cual, en un ejemplo de absoluto desorden e incapaces de diseñar algo parecido a
un objetivo común, cada uno ofrecía al “pueblo” un objetivo diferente. Así,
mientras unos llamaban a una asamblea constituyente, otra llamaba a un exótico
congreso ciudadano (algo así como una junta de notables del siglo XlX) y el
otro llamaba a una encerrona de la MUD consigo misma.
Ahora bien, todo esto tendría una explicación coherente
si entre los tres convocadores y la MUD, y entre los tres entre sí, hubiese
grandes diferencias programáticas. Pero, evidentemente, no las hay. Y si nos
las hay, no queda otra alternativa sino pensar que lo que los une, y al mismo
tiempo separa, son solo mezquinas luchas por el liderazgo. Si eso es así,
alguna vez tendrán que convencerse de que el liderazgo no lo puede ejercer
ninguno por sí solo, por muchas que sean las cualidades personales. Eso quiere
decir, o hay liderazgo compartido en el marco de una oposición unida en sus
diferencias, o no habrá liderazgo.
Henrique Capriles, quien ha sido atacado por los
plumarios del divisionismo de una forma aún más brutal que por el chavismo, ha
optado por retirarse al terreno donde mejor se mueve: entre los sectores más
pobres, lejos de las disputas de dirigentes sin dirigidos y de fracciones
conspirando en los grandes hoteles de Caracas. La prensa diaria, sobre todo la
digital, lo muestra preocupado por la escasez que azota a cada hogar,
distribuyendo títulos de viviendas, materiales de construcción, rodeado de amas
de casa mirandinas a las que les interesa un carajo una asamblea constituyente o un congreso de ciudadanos y mucho menos las frases huecas de oradores
rimbombantes que solo hablan para que los escuche la historia.
Hace bien Capriles. Quizás a través de su intensa
práctica social ya ha aprendido que la siembra comienza no con la cosecha sino
con el arado. La suya es una lucha que si bien requiere de la MUD, trasciende a
la MUD. Por lo menos ya sabe que si alguien no es capaz de conquistar el apoyo
de los que ayer creyeron en las promesas del chavismo, esto es, si no se
ensucia en los caminos, pueblos y cerros, nunca va a haber un cambio importante
en su país.
El tiempo trabaja a su favor. Cada día las elecciones
parlamentarias estarán más cerca. Llegará el momento en el que no pocos tendrán
que decidir si continúan realizando actos políticos de gala, escuchándose y
aplaudiéndose entre sí, o se suman al trabajo gris de una campaña electoral
donde cada candidato será un líder local en contra de un régimen política,
social y económicamente destructivo.
Capriles, por lo visto, ya comenzó la campaña parlamentaria
por su cuenta. De algún modo parece
haber intuido que no vale la pena sacrificar nada por una unidad sin objetivos.
Y si es necesario romper con algunos de los que ayer lo acompañaron, deberá
hacerlo.
Al fin, en la política, a diferencias de lo que ocurre en
la vida íntima, no existen los matrimonios por amor.