Si exhibir la cabeza de James Foley en la televisión fue
un acto destinado a paralizarnos de miedo, significa que quienes lo llevaron
a cabo actuaban de acuerdo a una relación medio-fin, esto es, según los cánones
de una lógica estrictamente instrumental.
Quizás no fue casual que el principal verdugo yihadista
hubiera sido alguien proveniente de Europa; un londinense, según últimas
informaciones. Desde Pol Pot, líder comunista y genocida de Camboya, ex
estudiante de la Sorbona, han sido muchos los criminales exportados por Europa
hacia otras tierras, principalmente a las islámicas.
No obstante, la clave de la decapitación de Foley no está en la
cabeza, sino en su representación televisiva y digital.
No se trata –entiéndase bien- de extender un
velo de disculpas sobre los yihadistas. En el ámbito islámico, como en
cualquiera otra cultura, hay muchos asesinos. Sin embargo, ese matar utilizando
medios publicitarios y exhibir la cabeza del asesinado como si fuera un nuevo
producto comercial es, en sus formas, un hecho que lleva marca occidental,
tanto como la guillotina, los crematorios, el napalm e, incluso, la silla
eléctrica.
Como sea, hay que tener claro que yihadistas no mataron a
Foley por matar, o para satisfacer un simple deseo de venganza, ni por un odio
personal. De lo que se trata para ellos es de impartir una lección a través de
un mensaje. El mensaje era la propia cabeza de Foley. La cabeza de Foley era
una carta dirigida a Occidente, y esa carta, más allá de todo horror, hay que
saber leerla.
¿Qué querían que leyéramos los yihadistas? La respuesta
más elemental es que a través del horrible acto, salta a la vista de modo obvio
e incluso racional, que los guerreros de Allah mediante la decapitación
comunican al mundo occidental estar dispuestos a todo si sus exigencias no son
cumplidas de inmediato. Esa es precisamente la razón política que explica por
qué la mayoría de los gobiernos occidentales ya no aceptan pagar rescate por
los rehenes. Según esa posición, acceder a las peticiones yihadistas es
doblegarse ante la lógica del terror. Desde el punto de vista estratégico,
tienen quizás razón.
El problema es que Foley no es el primero ni será el
último en una ya larga lista de decapitaciones yihadistas. El año 2004 fue muy
generoso en esa materia, sobre todo en Irak. Diez años más tarde, los
terroristas del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), han vuelto a la
carga, y con redoblados bríos.
En ninguna decapitación las exigencias de los yihadistas
han sido aceptadas ¿Por qué insisten
entonces en realizar tan macabra publicidad? Si querían amedrentar, podrían
haber ahorcado, fusilado o envenenado a Foley. ¿Cuál es la lógica de la
decapitación? Evidentemente, hay algo más que la venganza por la no obtención
de un rescate monetario, hecha al estilo de los gángsteres de Hollywood.
Debemos imaginar que los yihadistas saben a quien dirigen
su mensaje. Luego, deben suponer que el símbolo de la decapitación puede ser
descifrado por sus “interlocutores”. Es decir, ellos creen que el tema de la
decapitación no es ajeno al léxico occidental y cristiano. ¿Cómo no -deben
pensar- si durante las Cruzadas los soldados cristianos se convirtieron en
expertos decapitadores de cabezas musulmanas?
Además, la técnica de la decapitación no solo está
situada en el centro de la cristiandad. También lo está en sus orígenes. Los
primeros santos cristianos, San Juan Bautista, San Pablo y San Santiago, fueron
decapitados. ¿Debemos creer que a través de la decapitación de Foley los
yihadistas intentan interpelar a la cristiandad en sus propios fundamentos?
Algo hay de eso, si no en un nivel consciente, por lo menos en uno
inconsciente.
No olvidemos que las matanzas cometidas a cientos de
cristianos residentes en Siria e Irak están situadas en el mismo tiempo que el
de la decapitación de Foley. Evidentemente, ISIS ha desatado, no una guerra
limítrofe ni económica sino, siguiendo la tradición mahometana, una de
expansión religiosa. Su objetivo es extirpar (descabezar) el cristianismo y a otras
religiones “bárbaras” de las que ellos imaginan son sus tierras sagradas para
así re-fundar los antiguos califatos. Esa guerra pertenece a un tiempo que no
es el nuestro, eso está claro. Pero no olvidemos, a pesar de que “los guerreros
de Dios” viven en el siglo Vl, usan armas y técnicas del siglo XXl.
Los yihadistas no ignoran que el occidente moderno fue
fundado sobre miles de cabezas cortadas es decir, que la decapitación no es un
rito ajeno a “nuestra” cultura. No es un secreto para nadie saber que en los
subterráneos de los cadalsos británicos yacen todavía restos de cráneos
decapitados de reinas como Ana Bolena, Catalina Howard, Juana Grey y María
Estuardo, así como la del muy lúcido estadista Tomas Moro, y muchos más.
Tampoco ignoran que el mito fundador de la revolución madre
de la Europa moderna, la francesa, fue la cabeza cortada de Luis XVl.
La revolución democrática nació de una decapitación y
continuó decapitando a sus hijos –entre ellos, al mas querido de todos, Danton-
hasta que el máximo decapitador, Robespierre fue también decapitado. Si desde
el punto de vista bíblico somos hijos de Caín, desde un punto de vista moderno,
somos hijos de la guillotina.
Cabe agregar que el acto de la decapitación posee una
fuerte carga simbólica. Descabezar, en términos militares, significa liquidar a
las cabezas pensantes del enemigo. Stalin lo sabía muy bien. Cuando ordenó a
Ramón Mercader asesinar a Trotski, exigió que lo fuera con un hachazo en la
cabeza.
Puede ser que a través de la decapitación de Foley los
yihadistas intentan decirnos que su objetivo no es solo apropiarse de la
técnica y de las armas occidentales, sino también de sus mentes. Lo que
probablemente no saben es que la hidra de Lerna -a la que cuando cortaban una
cabeza aparecían dos- fue para los fundadores del Occidente político, los
griegos, una metáfora de la propia condición humana.
El ser humano es esa hidra.