En los debates políticos a diferencias de un partido de
fútbol, suele no haber reglas claras. Hecho que no deja de ser problemático
porque los debates son la sustancia de la política. Hacer política es en gran
medida, debatir. Ese vacío de reglas o normatividad en los debates, es la razón
que me llevó a escribir este borrador –no es más que eso- de sugerencias para
la práctica del juego del debate. Anoté nueve puntos. Son los siguientes:
- Un debate es una lucha de posiciones. Razón que obliga
a medir, antes de iniciar un debate, los grados de diferencia que nos
separan del oponente. Eso significa que hay que tener muy claro si estamos
frente a un enemigo o un
adversario
o un simple contradictor. De esa claridad depende el tono y estilo de
cada discusión.
Entre enemigos totales casi no hay debates. Los enemigos
pactan, negocian, transan, pero por lo común, no debaten.
Los adversarios son, si así se quiere, enemigos
parciales, mas no totales. En cierto modo ellos son enemigos con los cuales
compartimos algunos puntos comunes.
Los contradictores, en cambio, son personas con las
cuales, compartiendo muchos puntos comunes, diferimos en los tiempos y modos de
llevarlos a la práctica.
- Todo debate está conformado
por palabras, escritas o pronunciadas. Por lo mismo, un debate es práctica semántica y sintáctica. En todo debate
se trata de establecer un orden discursivo en donde es necesario separar
el sujeto de sus predicados. La “puesta en orden” de las palabras recibe
el nombre de argumentación. Sin argumentaciones no hay debate.
- Para poner en forma un
debate requerimos, sobre todo si el debate es oral, de la retórica.
La retórica ha sido concebida solo como la técnica de
expresarnos bien, de subir o bajar el tono, de adornar lo dicho con una
anécdota o ironía puesta en el momento preciso (equivocar el momento es fatal).
Sin embargo, en su sentido griego originario, la retórica era el arte de separar lo principal de lo
secundario y es por eso que las diferencias entre retórica y dialéctica
eran para los griegos, mínimas.
No obstante, la mejor retórica no sustituye la intención ni el sentido
de lo que se quiere expresar.
Suele así suceder que la más efectiva retórica consiste en decir lo que
uno piensa con la mayor claridad posible. Con eso basta y sobra. No entres
entonces en un debate, oral o escrito, a hacer exhibición de conocimientos y
supuestas virtudes personales. Evita, en lo posible, el uso excesivo del “yo”.
El debate no es una práctica narcisista.
- Todo debate político es público, jamás privado. A la vez, todo
debate es personal. Pero, y este es un punto clave, la persona con la cual
debates, no solo se representa a sí misma.
Tú puedes sentir simpatía o antipatía hacia el oponente.
Eso no debe importar. Tú, a través de la persona contraria, no sólo hablas con
ella sino con los que esa persona representa.
Por lo tanto, tu deber no es convencer a los tuyos, esos ya están
convencidos. De lo que se trata es de convencer a las personas que representa
el contrario. Lo importante, en política, acuérdate siempre, es saber sumar. Si
no sabes sumar, olvídate de la política y no entres jamás a un debate.
- Sin el reconocimiento del otro, no hay debate. Eso significa
tomar en serio al oponente y argumentar, no de acuerdo a lo que tú crees
que él (o ella) debería decir, sino a lo que efectivamente ha dicho. Si
tergiversas su dicción o si sacas de contexto una frase, tú serás ante el
público que él representa, el gran perdedor. En un debate no basta con
hablar, hay que saber, además, escuchar.
- Al opositor, sea adversario o contradictor, nunca
hay que atacarlo por lo que es, sino solo por lo que dice o escribe.
Si atacas a alguien por su religión, su nacionalidad, su
edad, e incluso –como ya me ha sucedido- por su profesión, estás destruyendo el
sentido político (argumentativo) del debate. Si algún energúmeno te ataca en
esos términos, retírate de la discusión. Nadie entra a un debate para servir de
blanco a odios y resentimientos. Para
eso están los terapeutas. Y ningún polemista político debe serlo.
- Jamás insultes. Pero a la
vez, no te dejes insultar. Si eres insultado da por terminado el debate. El insulto es la retórica de los
salvajes.
- Recuerda que tú no eres representante de ninguna
verdad universal, nadie te ha dado ese derecho. Da por sentado que tu
oponente, por lo menos durante el debate, no es mejor ni peor que ti. Por
lo mismo, el objetivo de un debate no puede ser la revelación de una
verdad moral. De lo que se trata es solo de sacar a luz la verdad -o por
lo menos, la certeza- política.
La diferencia entre la verdad moral y la verdad política
es simple. Mientras la primera se extiende en el tiempo, la segunda se refiere
solo al objeto en discusión.
En similar sentido conviene diferenciar entre “las
verdades de opinión y las verdades de hecho” (Hannah Arendt). Si alguien dice,
durante Pinochet o Stalin reinaba la felicidad, es una verdad de opinión. Si tu
dices, Pinochet o Stalin violaron derechos humanos, es una verdad de hecho. No
confundir la una con la otra es fundamental para el desarrollo de un debate
- Nunca te dejes enredar en una discusión ideológica. Toda ideología es
un programa cerrado de ideas petrificadas y no admite, al ser un programa,
ninguna alteración. En el fondo, las discusiones ideológicas no existen.
Son solamente monólogos paralelos. Las ideologías, por cierto,
sobredeterminan el espacio de la política. Pero, dicho en su exacto
significado, ninguna ideología es política. Argumentar, por el contrario,
significa des-ideologizar.
PS. ¿Por qué escribí nueve
y no diez puntos? La razón es la
siguiente: si hubiera escrito diez, habría construido un decálogo. Pero un
decálogo tiene un tenor mesiánico y lo mesiánico es contrario a lo político.
Ahí donde aparece un mesías, termina la política.
Sin política no hay
debate y sin debate no hay política.