Fernando Mires – EL 25-M FUE UNA FIESTA DE LA POLÍTICA


Para quienes pensamos que a través de elecciones los países se piensan a sí mismos, ese Domingo 25 de Mayo de 2014 fue un día muy intenso. Cuatro elecciones tuvieron lugar: las europeas, las presidenciales de Ucrania y de Colombia, y las aparentemente muy insignificantes en las ciudades de San Diego y San Cristóbal en Venezuela. Comencemos con las –también aparentemente- más importantes: las europeas.
Las encuestas funcionan bien en Europa de modo que antes de que se dieran a conocer los resultados, ya casi se sabían. Que el candidato conservador Jean Claude Juncker tenía algunas más opciones que el socialdemócrata Martin Schulz o que la no-participación iba a disminuir levemente o que los antiguos y nuevos partidos populistas de derecha iban a crecer, todo eso se sabía. Sin embargo, hubo una que otra sorpresa.
Si los sectores democráticos saludaron el revés electoral del peligroso xenófobo holandés Geert Wilders el 23 de Mayo, el 25 de Mayo tuvieron suficientes motivos para preocuparse frente al avance de la ultraderecha populista en el resto del continente.
Su xenofobia más sutil y menos brutal que la de su padre, permitió a Marine Le Pen y al Frente Nacional constituirse en la primera fuerza política de la nación (26%). Del mismo modo, el notable incremento de los ultraderechistas del Partido Popular (27%) indica que algo comienza a oler mal en Dinamarca. El FPÖ (Partido de la Libertad) austriaco subió al 20%. El éxito del UKIP (Partido Independista del Reino Unido, 28%) fue enorme. Los nazis del Amanecer Dorado de Grecia alcanzaron el 12%.
Los demócratas de Europa tienen motivos para preocuparse, pero tampoco hay que exagerar. Europa no está (todavía) ante las puertas de una nueva ola fascista similar a la de los años treinta del siglo XX. No hay que olvidar que la tendencia hacia el populismo siempre ha sido mayor en las votaciones europeas que en las nacionales. Además, no todos quienes votan por los populistas lo hacen en contra de los extranjeros. Una parte, y con razón, protesta en contra de la dispendiosa burocracia de la UE. Otros, y con más razón, por la creciente desigualdad social. Y si no hay una alternativa de izquierda, esa protesta será, obvio, canalizada por el lado derecho. El auge de la ultraderecha populista es correlativo a la crisis de la izquierda europea.
Interesante es mencionar, a manera de ejemplo, que en Alemania, país que recibe la mayor cantidad de extranjeros de toda Europa, la votación de ultra-derecha fue baja. Cierto es que el AFD (Alternativa para Alemania) obtuvo un 7% pero ese nuevo partido solo plantea críticas a la EU sin asumir con radicalidad el tema de las migraciones.
En fin, las encuestas fueron confirmadas, aunque las tendencias fueron superadas. Si esas tendencias siguen manteniéndose, lo más probable es que los partidos democráticos (conservadores y socialistas) deberán unir sus fuerzas en algunos países (Francia, Inglaterra) y formar bloques en contra del avance del populismo ultraderechista.
En Ucrania en cambio, las encuestas no funcionan tan bien como en la zona EU. Esa era una de las razones por las cuales los resultados fueron esperados con mucha expectación. ¿Logrará el separatismo impulsado por Putin boicotear las elecciones? ¿Podrá imponerse el abstencionismo? ¿Regresarán alternativas que fracasaron en el pasado reciente? Ninguna de esas posibilidades ocurrió. El independiente Petro Poroshenko ganó las elecciones con una mayoría absoluta (55%).
Los periódicos han resaltado su condición de millonario. Pero desde el punto de vista político eso no es lo más decisivo. Lo importante es que Poroshenko figura como una persona independiente, equidistante y dialogante, es decir, justo lo que necesita Ucrania en estos momentos.
El pueblo ucraniano votó de modo inteligente. Por de pronto, infligió una dura derrota a la exhibicionista Yulia Timoshenko quien hubo de conformarse con un magro 13%. La mayoría de los ucranianos no la quiere en la cárcel pero tampoco en la presidencia. Sí, en cambio, quisieron ver a Vitali Klitschko, el querido y simbólico boxeador del pueblo, como alcalde de Kiev (57,4%). Klitschko representa el espíritu ciudadano que dio origen a la revolución democrática de Febrero.
Poroshenko apoya una mayor integración de Ucrania en Europa pero a la vez mantiene relaciones amistosas con no pocos políticos del Kremlim. No por eso Putin lo dejará en paz. Lo más probable es que el autócrata ruso continuará alimentando a las fuerzas separatistas de Ucrania. Todo indica que del separatismo pro-ruso surgirá una especie de FARC a la ucraniana, es decir, una organización armada que nunca triunfará pero si podrá llevar a la militarización de la política y destruir a la incipiente estructura democrática de la nación.
Las FARC, las verdaderas, las colombianas, determinaron, y no por primera vez, el curso de las elecciones presidenciales. A través de la campaña electoral más sucia de las que se tiene noticia, se enfrentaron las posiciones del santismo y del uribismo, este último representado en la figura del ganador de las elecciones, Oscar Iván Zuluaga (29,26%), Sin embargo, más allá de la pasión retórica de ambos candidatos, hay motivos para pensar que las contradicciones entre ambos son más aparentes que reales.
Santos fue el iniciador de la política del diálogo con las FARC y por lo mismo es presentado por los uribistas como alguien que traicionó a la política militar de Uribe. Afirmación no muy cierta. Por una parte, desde el punto de vista militar, Santos asestó, durante su mandato, golpes decisivos a las FARC. Por otra, Santos entendió que la salida del conflicto militar deberá ser política y no militar. Luego, lo que está en juego en las conversaciones en La Habana es la posibilidad de una rendición pactada de las FARC. Y bien, eso, después de la derrota militar de las FARC, deberá ocurrir con Santos o sin Santos.
Numéricamente el ganador de las elecciones fue Zuluaga, pero no hay que olvidar, si sumamos la votación de los demás partidos políticos, que la mayoría electoral del país está más cerca de las posiciones de Santos que de las de Uribe, de modo que en la segunda vuelta podría darse la paradoja de si Zuluaga es elegido presidente, deberá hacerlo con la política de Santos y no con la de Uribe frente a las FARC. O dicho así: si Zuluaga quiere derrotar a Santos, deberá realizar alianzas, y por lo mismo, hacer concesiones. No extrañaría que un día Uribe llame “traidor” a Zuluaga.

Con Zuluaga o con Santos, Colombia ha entrado a la fase histórica del post-uribismo. Pues si el uribismo representó frente a las FARC la hegemonía de lo militar por sobre lo político, el post-uribismo, en cualquiera de sus formas, santistas o zuluaguistas, deberá representar la hegemonía de lo político por sobre lo militar.
La disputa entre la hegemonía militar y la política es también una de las marcas que signan la historia del país hermano de Colombia en los últimos 15 años. Esa lucha está presente en cada acontecimiento importante que ocurre en Venezuela, lo que lleva a que todas las elecciones –incluyendo a las que en cualquier otro país serían insignificantes- adquieran una dimensión nacional. Mucho más aún si se tiene en cuenta la pre-historia de los aplastantes triunfos de las candidatas de la MUD, Rosa Brandomicio de Scarano en San Diego con un 87,69% (¡) y Patricia Gutiérrez de Ceballos en San Cristóbal con un 73,69%
Ambas elecciones tuvieron lugar debido a que los alcaldes titulares Enzo Scarano y Daniel Ceballos fueron enviados a prisión por el gobierno Cabello/ Maduro acusados del “delito” de no reprimir y sumarse a las protestas populares iniciadas en Febrero. Tal vez el gobierno creyó que así la oposición sería dividida entre electoralistas e insurgentes, acentuándose la presunta crisis de hegemonía que parece afectarla. No ocurrió así: Rosa y Patricia no solo aplastaron electoralmente a los candidatos oficiales, sino, además, superaron las votaciones de sus propios esposos. La lección que han dado las dos mujeres al país es inequívoca: La salida del “gobierno cívico militar” será electoral, pero a la vez, las elecciones solo podrán ser ganadas sobre la base de protestas populares y democráticas.
Las protestas populares sin perspectivas electorales están destinadas a estrellarse contra el aparato militar y para-militar del sistema. Las elecciones, sin protestas populares, están destinadas a perderse. Rosa y Patricia, una en San Diego, la otra en San Cristóbal, han mostrado la ruta política a todo un país. Para que nadie se equivoque.
Europa, Ucrania, Colombia, San Diego y San Cristóbal. ¿Cómo escribir en un mismo artículo sobre elecciones continentales, nacionales y locales? ¿Tienen acaso todas la misma importancia? Evidentemente, no. Pero tampoco está de más recordar que vivimos en un mundo global en el cual nadie puede decir a ciencia cierta que lo que ocurre allí es más importante que lo que ocurre acá. La globalización, hay que admitirlo, no solo es económica y climática. Es también política. Una subida de precios en Tailandia puede alterar radicalmente los números de Wall Street. Un alza de las emisiones de gas en una industria china puede desatar una catástrofe en la Antártica. Con ello no quiero decir que la época de las historias nacionales está terminando. Pero también es cierto que, si escribimos sobre un país, no podemos hacerlo sin dejar de pensar en el mundo.