Para quienes pensamos que a través de
elecciones los países se piensan a sí mismos, ese Domingo 25 de Mayo de 2014
fue un día muy intenso. Cuatro elecciones tuvieron lugar: las europeas, las
presidenciales de Ucrania y de Colombia, y las aparentemente muy
insignificantes en las ciudades de San Diego y San Cristóbal en Venezuela.
Comencemos con las –también aparentemente- más importantes: las europeas.
Las encuestas funcionan bien en Europa de modo que antes
de que se dieran a conocer los resultados, ya casi se sabían. Que el candidato
conservador Jean Claude Juncker tenía algunas más opciones que el
socialdemócrata Martin Schulz o que la no-participación iba a disminuir
levemente o que los antiguos y nuevos partidos populistas de derecha iban a
crecer, todo eso se sabía. Sin embargo, hubo una que otra sorpresa.
Si los sectores democráticos saludaron el revés electoral
del peligroso xenófobo holandés Geert Wilders el
23 de Mayo, el 25 de Mayo tuvieron suficientes motivos para preocuparse frente
al avance de la ultraderecha populista en el resto del continente.
Su xenofobia más sutil y menos brutal que la de su padre,
permitió a Marine Le Pen y al Frente Nacional constituirse en la primera fuerza
política de la nación (26%). Del mismo modo, el notable incremento de los
ultraderechistas del Partido Popular (27%) indica que algo comienza a oler mal
en Dinamarca. El FPÖ (Partido de la Libertad) austriaco subió al 20%. El éxito
del UKIP (Partido Independista del Reino Unido, 28%) fue enorme. Los nazis del
Amanecer Dorado de Grecia alcanzaron el 12%.
Los demócratas de Europa tienen motivos para
preocuparse, pero tampoco hay que exagerar. Europa no está (todavía) ante las
puertas de una nueva ola fascista similar a la de los años treinta del siglo
XX. No hay que olvidar que la tendencia hacia el populismo siempre ha sido
mayor en las votaciones europeas que en las nacionales. Además, no todos
quienes votan por los populistas lo hacen en contra de los extranjeros. Una
parte, y con razón, protesta en contra de la dispendiosa burocracia de la UE.
Otros, y con más razón, por la creciente desigualdad social. Y si no hay una
alternativa de izquierda, esa protesta será, obvio, canalizada por el lado
derecho. El auge de la ultraderecha populista es correlativo a la crisis de la
izquierda europea.
Interesante es mencionar, a manera de ejemplo, que en
Alemania, país que recibe la mayor cantidad de extranjeros de toda Europa, la
votación de ultra-derecha fue baja. Cierto es que el AFD (Alternativa para
Alemania) obtuvo un 7% pero ese nuevo partido solo plantea críticas a la EU sin
asumir con radicalidad el tema de las migraciones.
En fin, las encuestas fueron confirmadas,
aunque las tendencias fueron superadas. Si esas tendencias siguen
manteniéndose, lo más probable es que los partidos democráticos (conservadores
y socialistas) deberán unir sus fuerzas en algunos países (Francia, Inglaterra)
y formar bloques en contra del avance del populismo ultraderechista.
En Ucrania en cambio, las encuestas no funcionan tan bien
como en la zona EU. Esa era una de las razones por las cuales los resultados
fueron esperados con mucha expectación. ¿Logrará el separatismo impulsado por
Putin boicotear las elecciones? ¿Podrá imponerse el abstencionismo? ¿Regresarán
alternativas que fracasaron en el pasado reciente? Ninguna de esas
posibilidades ocurrió. El independiente Petro Poroshenko ganó las elecciones
con una mayoría absoluta (55%).
Los periódicos han resaltado su condición de millonario.
Pero desde el punto de vista político eso no es lo más decisivo. Lo importante
es que Poroshenko figura como una persona independiente, equidistante y
dialogante, es decir, justo lo que necesita Ucrania en estos momentos.
El pueblo ucraniano votó de modo inteligente. Por de
pronto, infligió una dura derrota a la exhibicionista Yulia Timoshenko quien
hubo de conformarse con un magro 13%. La mayoría de los ucranianos no la quiere
en la cárcel pero tampoco en la presidencia. Sí, en cambio, quisieron ver a
Vitali Klitschko, el querido y simbólico boxeador del pueblo, como alcalde de
Kiev (57,4%). Klitschko representa el espíritu ciudadano que dio origen a la
revolución democrática de Febrero.
Poroshenko apoya una mayor integración de
Ucrania en Europa pero a la vez mantiene relaciones amistosas con no pocos
políticos del Kremlim. No por eso Putin lo dejará en paz. Lo más probable es
que el autócrata ruso continuará alimentando a las fuerzas separatistas de
Ucrania. Todo indica que del separatismo pro-ruso surgirá una especie de FARC a
la ucraniana, es decir, una organización armada que nunca triunfará pero si
podrá llevar a la militarización de la política y destruir a la incipiente
estructura democrática de la nación.
Las FARC, las verdaderas, las colombianas, determinaron,
y no por primera vez, el curso de las elecciones presidenciales. A través de la
campaña electoral más sucia de las que se tiene noticia, se enfrentaron las
posiciones del santismo y del uribismo, este último representado en la figura
del ganador de las elecciones, Oscar Iván Zuluaga (29,26%), Sin embargo, más
allá de la pasión retórica de ambos candidatos, hay motivos para pensar que las
contradicciones entre ambos son más aparentes que reales.
Santos fue el iniciador de la política del diálogo con
las FARC y por lo mismo es presentado por los uribistas como alguien que
traicionó a la política militar de Uribe. Afirmación no muy cierta. Por una
parte, desde el punto de vista militar, Santos asestó, durante su mandato,
golpes decisivos a las FARC. Por otra, Santos
entendió que la salida del conflicto militar deberá ser política y no militar.
Luego, lo que está en juego en las conversaciones en La Habana es la
posibilidad de una rendición pactada de las FARC. Y bien, eso, después de la
derrota militar de las FARC, deberá ocurrir con Santos o sin Santos.
Numéricamente el ganador de las elecciones
fue Zuluaga, pero no hay que olvidar, si sumamos la votación de los demás
partidos políticos, que la mayoría electoral del país está más cerca de las
posiciones de Santos que de las de Uribe, de modo que en la segunda vuelta
podría darse la paradoja de si Zuluaga es elegido presidente, deberá hacerlo
con la política de Santos y no con la de Uribe frente a las FARC. O dicho así:
si Zuluaga quiere derrotar a Santos, deberá realizar alianzas, y por lo mismo,
hacer concesiones. No extrañaría que un día Uribe llame “traidor” a Zuluaga.
Con Zuluaga o con Santos, Colombia ha
entrado a la fase histórica del post-uribismo. Pues si el uribismo representó
frente a las FARC la hegemonía de lo militar por sobre lo político, el
post-uribismo, en cualquiera de sus formas, santistas o zuluaguistas, deberá
representar la hegemonía de lo político por sobre lo militar.
La disputa entre la hegemonía militar y la política es
también una de las marcas que signan la historia del país hermano de Colombia
en los últimos 15 años. Esa lucha está presente en cada acontecimiento
importante que ocurre en Venezuela, lo que lleva a que todas las elecciones
–incluyendo a las que en cualquier otro país serían insignificantes- adquieran
una dimensión nacional. Mucho más aún si se tiene en cuenta la pre-historia de
los aplastantes triunfos de las candidatas de la MUD, Rosa Brandomicio de
Scarano en San Diego con un 87,69% (¡) y Patricia Gutiérrez de Ceballos en San
Cristóbal con un 73,69%
Ambas elecciones tuvieron lugar debido a que
los alcaldes titulares Enzo Scarano y Daniel Ceballos fueron enviados a prisión
por el gobierno Cabello/ Maduro acusados del “delito” de no reprimir y sumarse
a las protestas populares iniciadas en Febrero. Tal vez el gobierno creyó que
así la oposición sería dividida entre electoralistas e insurgentes,
acentuándose la presunta crisis de hegemonía que parece afectarla. No ocurrió
así: Rosa y Patricia no solo aplastaron electoralmente a los candidatos
oficiales, sino, además, superaron las votaciones de sus propios esposos. La
lección que han dado las dos mujeres al país es inequívoca: La salida del
“gobierno cívico militar” será electoral, pero a la vez, las elecciones solo podrán
ser ganadas sobre la base de protestas populares y democráticas.
Las protestas populares sin perspectivas electorales
están destinadas a estrellarse contra el aparato militar y para-militar del
sistema. Las elecciones, sin protestas populares, están destinadas a perderse.
Rosa y Patricia, una en San Diego, la otra en San Cristóbal, han mostrado la
ruta política a todo un país. Para que nadie se equivoque.
Europa, Ucrania, Colombia, San Diego y San Cristóbal.
¿Cómo escribir en un mismo artículo sobre elecciones continentales, nacionales
y locales? ¿Tienen acaso todas la misma importancia? Evidentemente, no. Pero
tampoco está de más recordar que vivimos en un mundo global en el cual nadie
puede decir a ciencia cierta que lo que ocurre allí es más importante que lo
que ocurre acá. La globalización, hay que admitirlo, no solo es económica y
climática. Es también política. Una subida de precios en Tailandia puede
alterar radicalmente los números de Wall Street. Un alza de las emisiones de
gas en una industria china puede desatar una catástrofe en la Antártica. Con
ello no quiero decir que la época de las historias nacionales está terminando.
Pero también es cierto que, si escribimos sobre un país, no podemos hacerlo sin
dejar de pensar en el mundo.