Escribo desde
Venezuela, patria de la revolución revolucionada, del golpe de estado sobre el
golpe de estado, de los cinco climas y las siete Miss Universo. He cruzado el
Atlántico por cuarta vez en mi vida, con la única compañía de mis tres libros
de poemas y la promesa de un hallazgo feliz: el XI Encuentro Internacional de
poesía Universidad de Carabobo, donde me toca sumar acento extremeño a un
crisol de voces ya de por sí ecléctico e ilusión española de Quijote a una cita
ya de por sí ilusionante.
Escribo desde Venezuela. País verde de aguacate, de papaya, de uniforme militar. País de la sonrisa limpia y el gobierno sucio. País de almas chéveres. Paisaje y paisanaje de hombres dudosamente guapos bailándoles las caderas a mujeres indudablemente bellas. Donde un litro de agua es diez veces más caro que un litro de gasolina, donde la izquierda y la derecha son lo mismo y lo contrario y qué quiere usted que le cuente de esta vaina de malandros, mi pana. País de refranes y afanes, donde todo lleva el nombre o la sombra de Bolívar y el reggaetón rompe los tímpanos y la mentira huele a petróleo y la poesía brilla por su decencia y la arepa hace funciones de desayuno, almuerzo y cena.
Escribo desde Venezuela. Hay miedo en las calles cuando llega la noche y ojos de precaución a todas horas. Pero suena Simón Díaz en los transistores y todo se apacigua. Largas colas de coches adornan Caracas y Valencia. Los atracadores van en moto y gritan quieto por la espalda. Los centros comerciales están atestados de sonrisas y pechos operados. En el aeropuerto encaro dos controles antidrogas en diez minutos. Y todos me preguntan que a qué vine, que cuánto dinero traje, que cuántos días estaré. Digo que soy poeta y se sonríen. Digo que soy español y me aseguran que tienen familia en Tenerife. En las esquinas del centro los predicadores vociferan sobre Cristo, Buda o Jehová y una anciana vende tequeños fritos con la mirada perdida en la sartén.
Escribo desde Venezuela. Aquí mis compañeros me llaman Poeta Díez y siempre es buen momento para brindar con una Polar verde o un ron Santa Teresa. En las paredes se leen consignas inverosímiles, perfiles de Maduro , epígrafes de los próceres, palabras podridas por tanto mal uso... Y en todas las casas hay doble puerta, y en todas las ventanas hay barrotes, y en la universidad los perros sin dueño son los invitados de honor. Chavistas y escuálidos; vencedores, vencidos y convencidos; cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo.
Escribo desde Venezuela. He venido para desnudar las naranjas y vestir las alondras. He venido para vislumbrar a Armando Reverón, Arturo Michelena, Vicente Gerbasi y Rómulo Gallegos . He venido para comprender que el edificio no es el edificio sino las vidas que soporta. Y no todo el que canta está feliz, y no todo el que sopla sabe hacer botellas. Aquí he probado la cachapa, el queso telita, la torta tres leches, la empanada dominó, la tarta de arequipe y la caraota con queso. Aquí he conocido Trincheras, la Boca de Aroa, Tucacas, Falcón, Morón, Puerto Cabello, Cayo Los Juanes, Casabe, Caracas y Valencia. Y he sentido el Caribe abrazándome la cintura y he visto una lluvia de estrellas en el parque nacional de Morrocoy.
Escribo desde Venezuela. Hay pájaros de colores en cualquier árbol raquítico, iguanas y osos perezosos. Y animales de nombres que jamás había escuchado, como el Chigüire, la Baba, el Tuqueque, la Tonina o el Oso Frontino. Hay prostitutas de difícil clasificación sexual en la calle Bolívar de Caracas y una naturaleza salvaje envolviéndolo todo, como en los mejores cuentos de Jack London. La lluvia tropical descarga con fuerza y las ciudades se inundan por momentos. Los cortes de luz parecen una broma a las cuatro de la tarde, pero no hacen tanta gracia si te sorprenden dentro de un ascensor en un octavo piso.
Escribo desde Venezuela. Aquí no hay malos ni buenos, me explica un taxista. El malo puede invitarte a tomar ron en su casa y el bueno puede necesitar tu dinero o tus zapatos. Aquí el beisbol es el deporte nacional y el fútbol español la enfermedad internacional. Aquí los perros calientes son superiores a los hot dogs americanos y el merengue y la salsa son mejores que en Cuba. A las cinco de la madrugada las ciudades se despiertan y a las nueve de la noche hasta las puertas de los hoteles echan la llave.
Escribo desde Venezuela. Y sé que ya me voy, sin irme del todo. Y sé que permaneceré en los versos de Edda Armas, Antonio Trujillo, Carlos Osorio . En las drogas silvestres de Teófilo Tortolero , en los cuarenta y siete años de música de UC Jazz, en las mejores portadas del periódico Carabobeño, en las traducciones italianas de Alejandro Oliveros y en el número 158 de la revista Poesía.
Escribo desde Venezuela y, de paso, para Venezuela. País donde he dejado un trozo de corazón y una pasión de versos tan pura como inexplicable. País donde no me he sentido extranjero ni por un fugaz segundo. Y tampoco español ni venezolano, sino tan solo poeta, la que quizá es mi única y verdadera identidad. País al que volveré, siquiera en sueños.
Escribo desde Venezuela para escribirme y describirme; mejor en la distancia de un país cercano; mejor en las alturas de un país profundo; mejor en la unidad de un país dividido. La palabra GRACIAS es la única posible. Esa palabra que une idiomas y borra fronteras. Esa bendita palabra, y todo el silencio que queda al pronunciarla.
(José Manuel Diez es poeta español. El texto pertenece a la edición en papel de El Periódico Extremadura)
Escribo desde Venezuela. País verde de aguacate, de papaya, de uniforme militar. País de la sonrisa limpia y el gobierno sucio. País de almas chéveres. Paisaje y paisanaje de hombres dudosamente guapos bailándoles las caderas a mujeres indudablemente bellas. Donde un litro de agua es diez veces más caro que un litro de gasolina, donde la izquierda y la derecha son lo mismo y lo contrario y qué quiere usted que le cuente de esta vaina de malandros, mi pana. País de refranes y afanes, donde todo lleva el nombre o la sombra de Bolívar y el reggaetón rompe los tímpanos y la mentira huele a petróleo y la poesía brilla por su decencia y la arepa hace funciones de desayuno, almuerzo y cena.
Escribo desde Venezuela. Hay miedo en las calles cuando llega la noche y ojos de precaución a todas horas. Pero suena Simón Díaz en los transistores y todo se apacigua. Largas colas de coches adornan Caracas y Valencia. Los atracadores van en moto y gritan quieto por la espalda. Los centros comerciales están atestados de sonrisas y pechos operados. En el aeropuerto encaro dos controles antidrogas en diez minutos. Y todos me preguntan que a qué vine, que cuánto dinero traje, que cuántos días estaré. Digo que soy poeta y se sonríen. Digo que soy español y me aseguran que tienen familia en Tenerife. En las esquinas del centro los predicadores vociferan sobre Cristo, Buda o Jehová y una anciana vende tequeños fritos con la mirada perdida en la sartén.
Escribo desde Venezuela. Aquí mis compañeros me llaman Poeta Díez y siempre es buen momento para brindar con una Polar verde o un ron Santa Teresa. En las paredes se leen consignas inverosímiles, perfiles de Maduro , epígrafes de los próceres, palabras podridas por tanto mal uso... Y en todas las casas hay doble puerta, y en todas las ventanas hay barrotes, y en la universidad los perros sin dueño son los invitados de honor. Chavistas y escuálidos; vencedores, vencidos y convencidos; cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo.
Escribo desde Venezuela. He venido para desnudar las naranjas y vestir las alondras. He venido para vislumbrar a Armando Reverón, Arturo Michelena, Vicente Gerbasi y Rómulo Gallegos . He venido para comprender que el edificio no es el edificio sino las vidas que soporta. Y no todo el que canta está feliz, y no todo el que sopla sabe hacer botellas. Aquí he probado la cachapa, el queso telita, la torta tres leches, la empanada dominó, la tarta de arequipe y la caraota con queso. Aquí he conocido Trincheras, la Boca de Aroa, Tucacas, Falcón, Morón, Puerto Cabello, Cayo Los Juanes, Casabe, Caracas y Valencia. Y he sentido el Caribe abrazándome la cintura y he visto una lluvia de estrellas en el parque nacional de Morrocoy.
Escribo desde Venezuela. Hay pájaros de colores en cualquier árbol raquítico, iguanas y osos perezosos. Y animales de nombres que jamás había escuchado, como el Chigüire, la Baba, el Tuqueque, la Tonina o el Oso Frontino. Hay prostitutas de difícil clasificación sexual en la calle Bolívar de Caracas y una naturaleza salvaje envolviéndolo todo, como en los mejores cuentos de Jack London. La lluvia tropical descarga con fuerza y las ciudades se inundan por momentos. Los cortes de luz parecen una broma a las cuatro de la tarde, pero no hacen tanta gracia si te sorprenden dentro de un ascensor en un octavo piso.
Escribo desde Venezuela. Aquí no hay malos ni buenos, me explica un taxista. El malo puede invitarte a tomar ron en su casa y el bueno puede necesitar tu dinero o tus zapatos. Aquí el beisbol es el deporte nacional y el fútbol español la enfermedad internacional. Aquí los perros calientes son superiores a los hot dogs americanos y el merengue y la salsa son mejores que en Cuba. A las cinco de la madrugada las ciudades se despiertan y a las nueve de la noche hasta las puertas de los hoteles echan la llave.
Escribo desde Venezuela. Y sé que ya me voy, sin irme del todo. Y sé que permaneceré en los versos de Edda Armas, Antonio Trujillo, Carlos Osorio . En las drogas silvestres de Teófilo Tortolero , en los cuarenta y siete años de música de UC Jazz, en las mejores portadas del periódico Carabobeño, en las traducciones italianas de Alejandro Oliveros y en el número 158 de la revista Poesía.
Escribo desde Venezuela y, de paso, para Venezuela. País donde he dejado un trozo de corazón y una pasión de versos tan pura como inexplicable. País donde no me he sentido extranjero ni por un fugaz segundo. Y tampoco español ni venezolano, sino tan solo poeta, la que quizá es mi única y verdadera identidad. País al que volveré, siquiera en sueños.
Escribo desde Venezuela para escribirme y describirme; mejor en la distancia de un país cercano; mejor en las alturas de un país profundo; mejor en la unidad de un país dividido. La palabra GRACIAS es la única posible. Esa palabra que une idiomas y borra fronteras. Esa bendita palabra, y todo el silencio que queda al pronunciarla.
(José Manuel Diez es poeta español. El texto pertenece a la edición en papel de El Periódico Extremadura)