Las imágenes que reproduce la pantalla desde Kiev se parecen como una gota de agua a otras que había visto,
no hace mucho tiempo, desde las plazas de El Cairo, de Túnez e incluso de
Damasco. Las mismas de Varsovia, Praga y Berlín Oriental durante las jornadas
de 1989-1990. Rostros jóvenes, la mayoría universitarios, gentío que denota
educación, conocimiento, urbanidad, en fin todo eso que llamamos en lenguaje
corriente, cultura.
Hay, no se puede negar, si no una simbiosis, un cierto
acercamiento entre democracia y cultura. No siempre ha sido así. Pero no ha
habido ninguna revolución en la cual las clases cultas -también llamadas, “la
intelligentsia”- no hayan sido actores fundamentales. Y cuando las clases
cultas han logrado conexión con los sectores más empobrecidos, el triunfo de
las revoluciones sociales ha sido inevitable.
¿No fueron los bolcheviques durante Lenin una asociación
de intelectuales que actuaban en nombre de "obreros, campesinos y soldados"?
¿No fue el apoyo de los intelectuales el hecho que confirió legitimidad a la
ideología socialista en la mayoría de los países de Europa? Incluso la
revolución cubana ¿no fue posible sino gracias al apoyo de los intelectuales
locales y de las clases cultas de Europa? Jean Paul Sartre en la Habana
escribiendo "Huracán sobre el azúcar" es entre varias, una visión prototípica de lo que parecía ser en sus orígenes esa mal llamada revolución: La unidad del
pan con la libertad.
A la inversa, allí donde las clases cultas han dado la
espalda a la revolución, ésta comienza a languidecer. Sajarov en la URSS, los
intelectuales de KOR en Polonia, las "kavarnas" (cafetines) en donde
se reunía la gente de Havel en Praga, es decir, hechos a los cuales nadie daba
importancia, señalizaban -eso lo sabemos ahora- nada menos que el comienzo del
fin de las dictaduras comunistas. Por la misma razón no sería exageración
afirmar que la revolución (no la dictadura) cubana también terminó el día en
que fue atrozmente humillado Heberto Padilla, o cuando a Lezama Lima le
hicieron la vida imposible, o cuando Cabrera Infante entendió que si quería
seguir escribiendo no podía vivir más en Cuba, o cuando el suicidio de Reinaldo
Arenas fue inducido por el terror castrista. Esa es la razón también por la
cual la dinastía de los Castro tiene más miedo a Yoani Sánchez que a mil
ejércitos. Las revoluciones, cuando han perdido las ideas, ya no son
revoluciones.
Llenas de ideas, no solo de gente parecía estar en 2011
la Plaza Tahrir en El Cairo. Sus imágenes, como hoy las de Kiev, eran utópicas.
Estudiantes en jeans confraternizaban con mujeres embutidas en arcaicos velos
negros. Universitarios occidentalizados marchaban junto con salafistas y
"hermanos" religiosos. Demasiado bello para que fuera realidad. Muy
pronto quedó claro que Mubarak había sido derrocado por dos revoluciones
antagónicas: la de las clases cultas y las de las clases pobres, estas últimas
en nombre de Dios; las primeras, en nombre de la libertad. No pasaría mucho
tiempo para que la una se volviera en contra de la otra. División fatal que
hizo posible el regreso de los esbirros de Mubarak.
¿Por qué luchan la gente en Kiev? Los periodistas
afirman: ellos quieren pertenecer a Europa y no a Asia, es decir, quieren ser
miembros de la comunidad europea y no de la de Putin. Por supuesto, no se trata
de una pertenencia geográfica. Ser europeos significa para ellos acceder a los
derechos proclamados una vez en Francia, a la libertad de pensamiento y de
opinión, a la libertad de reunión y de asociación, a una prensa libre, a la
división de los poderes estatales, a elecciones no fraudulentas.
Sin embargo, a medida que en Kiev se iba la tarde y
comenzaba la noche, aparecían en la pantalla otras personas, ya no tan jóvenes.
Gente con rostros crispados. Gestos torvos y cuerpos mal vestidos. Algunos con
el evidente propósito de golpear a alguien; a quien fuera. O saquear alguna
tienda. También ellos desean, nadie puede discutirlo, ser miembros de Europa.
Pero la Europa que ellos quieren no es la de las clases cultas. Ellos desean
una Europa que les de trabajo, comida, casa, televisores, electrodomésticos,
automóviles. Y desde el punto de vista de sus carencias, tienen toda la razón
del mundo.
Nuevamente surge la pregunta. ¿Será posible que en Kiev
ambas imágenes coincidan alguna vez en el mismo tiempo y en el mismo espacio?
Tanto las clases cultas como las clases pobres levantan reivindicaciones
legítimas. Pero por el momento solo marchan unidas en contra de la autocracia.
¿Qué vendrá después? Lo mejor es no hacerse ilusiones.
Poco a poco he llegado al convencimiento de que solo hay
dos tipos de revoluciones: las fracasadas y las traicionadas.
Lo dicho no significa restar apoyo a la gente de de Kiev,
sean cultos o incultos. Pero hay que apoyarlos no porque son revolucionarios
sino porque los fines que ellos persiguen son justos. Y eso basta, eso
basta. Lo demás es pasto seco.