No. No fue un impulso repentino el que llevó a Hasán
Rohaní y a Barack Obama a conversar por teléfono ese Jueves 26 de Septiembre de
2013. No, detrás de ese llamado hay muchos encuentros, muchos correos, muchas
consultas, muchos sondeos. No. El llamado tiene que haber sido la culminación
de un proceso que comenzó el día en que Rohaní fue nombrado Presidente de la
República de Irán como intérprete y mediador de un vasto movimiento social y
político que -después de la estagnación a que lo condenara el populismo
religioso de Ahmadineyah- clama por reformas
Nadie puede negar que ese telefonazo fue un
acontecimiento histórico. Tan importante que incluso hechos anteriores
ocurridos en la zona islámica comenzaron a adquirir un sentido y una lógica que
parecían no tener en el momento en que se originaron. Pongamos un ejemplo, el
más impactante: La renuncia de Obama a atacar Siria.
La renuncia de Obama a bombardear objetivos estratégicos
en Siria fue posible según muchos
gracias a la "genial" movida de Putin al ofrecerse como intermediario
para sustraer armas químicas que el mismo había entregado a Asad. En ese
momento casi no hubo quien no dijera que Putin se había convertido en amo de la
situación, mientras Obama estaba reducido a un papel secundario, casi ridículo.
No faltaron los que desde hace más de cincuenta años escriben sobre el fin de
la hegemonía norteamericana en el mundo. No calcularon con el hecho de que la
política internacional también es política y mucho menos que entre Irán y los
EE UU estaba teniendo lugar un dialogo político.
Y bien ¿Cómo aparece la escena después del telefonazo?
Muy distinta en todo caso a la de los días en los cuales
Putin emergió no solo como campeón del pacifismo mundial sino, además, como
brillante estrella medial.
Obama calculó evidentemente que una avanzada norteamericana hacia Siria
cerraría por mucho tiempo la posibilidad de un acercamiento entre EE UU e Irán.
A la vez, ese acercamiento parecía a Obama como fundamental pues a partir de
ahí podría desarticular el eje Rusia- Siria- Irán, a través del cual Putin
intentaba lograr un lugar hegemónico en el Oriente Medio en contra de aliados
de EE UU como Turquía, Arabia Saudita e Israel. Y bien, esa y no otra era la
principal preocupación del gobierno norteamericano.
Solo con el leve acercamiento a Irán que hasta ahora ha
tenido lugar, Obama retoma la iniciativa en la región en condiciones políticas
más ventajosas que antes. Pues, por una parte, al hacer Obama suya la iniciativa de
Putin, Asad será sometido a una revisión rigurosa de su arsenal químico, hecho
que solo puede ayudar a los rebeldes sirios. Por otra, Obama inaugura una relación
que podría convertirse con el tiempo en una alianza económica y política
pactada entre los EE UU e Irán. Más aún, a través del Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas los EE UU incorporarán a Rusia, junto a Inglaterra, Francia
y China, en la mesa de conversaciones donde participarán Rohaní y Obama. Los
chinos y los rusos solo serán espectadores pues ellos podrían oponerse a una
iniciativa de guerra pero jamás a una iniciativa de paz. Putin quedaría así -si
es que no tiene otra carta escondida en la manga- neutralizado.
Si el acercamiento entre Irán y los EE UU continúa, en la
misma relación deberá tener lugar un alejamiento entre Irán y Rusia con
inevitables consecuencias para Siria, hecho que sólo puede favorecer a Irán y a
los EE UU.
Quien lo iba a pensar. Justamente en los momentos en que
Putin celebraba su triunfo, las conversaciones entre Irán y los EE UU tenían
lugar a todo vapor. Y, lo más impresionante, detrás de las propias espaldas de
Putin.
La alianza entre Irán y Rusia es en cierto modo
antinatural. Los monjes chiítas están empeñados en modernizar la economía de su
nación, posibilidad muy lejos de agotarse con la simple posesión de armas
atómicas. Porque el objetivo de la conducción persa no es convertir a Irán en
un nuevo Pakistán, a saber, un país radicalmente empobrecido pero con bomba
atómica. El objetivo es otro. El Irán de los chiítas quiere ser una potencia
económica regional de no menor peso que Turquía. Pero para eso requiere de un
tipo de tecnología -no me refiero solo a la atómica- que nunca podrá
proporcionar Rusia o China.
Quizás, es solo una suposición, el Irán de Rohaní no solo
está posicionado en contra de Israel. Puede que tampoco esté demasiado interesado
en ejercer un -por lo demás, imposible- liderazgo sobre semipotencias sunitas
como Arabia Saudita o Egipto. Pero sí está interesado en ampliar, por ejemplo,
influencias en Azerbaiyán, país donde la confesión dominante es la chiíta. Y
Azerbaiyán es, digámoslo así, un problema congelado pero no resuelto entre Irán
y Rusia. A largo plazo Irán, Irak y Azerbaiyán están destinados a formar un eje
religioso, político y económico, posibilidad que aumentaría teóricamente las
tensiones entre Irán y Rusia. Y en esa situación a Irán convendría mucho más
una amistad que una enemistad con los EE UU.
En fin, todo parece indicar que muchos conflictos del
Medio Oriente serán tarde o temprano desplazados hacia el Asia Central. Del
mismo modo, tarde o temprano naciones como Turkmenistán, Kirguiztan,
Uzbekistán, y por cierto, Azerbaryán, aparecerán de modo muy frecuente en los
titulares de los periódicos occidentales. Todos esos conflictos tendrán que ver
algo con Irán. Pero también con Rusia. Naturalmente, un Irán aislado del mundo
tendría todas las de perder.
¿Cuál lugar ocupará Rohaní en esta “otra historia” que
recién está comenzando?
Lo más probable es que Rohaní no es un lobo con piel de
oveja como hoy quiere presentarlo Netanyahu, pero tampoco el Gorbachov del mundo
islámico, como tituló en primera página un eufórico periódico alemán, al tomar
noticia del histórico telefonazo entre Rohaní y Obama. Amanecerá y veremos. La
historia es una dama siempre imprevisible
.