Muchos, quizás demasiados son los textos que ilustran acerca del populismo. No obstante la mayoría solo se refiere al fenómeno de ascenso y auge. No conozco estudios relativos al momento del descenso populista, omisión extraña pues desde el punto de vista político el declive de una forma de dominación, en este caso la populista, es por lo menos tan relevante como su ascenso.
Lo dicho adquiere importancia si
tomamos en cuenta que en América Latina estamos presenciando el ocaso de un
sistema populista de dominación, me refiero al chavismo venezolano, el que sin
duda será puesto al lado del peronismo como uno de los modelos populistas más
paradigmáticos habidos en el continente.
El chavismo como
"modelo de populismo" ya es, por lo demás, objeto de estudio y
análisis en diversos institutos de Ciencias Políticas. Sobre ese tema han sido
escritos ensayos, ponencias, y -he podido comprobar- doctorados.
Si el chavismo vino para
quedarse, como dicen sus apologistas, no fue para hacerlo en el poder sino en
los léxicos de politología. Ahí será analizado como un modelo más en una
extensa galería en donde figuran, amén del peronismo, otros tipos de dominación
como el cesarismo, el bonapartismo, el nasserismo, el fascismo, y muchos más.
No será por supuesto en
estas líneas donde se analizará el fenómeno de descenso del populismo.
Sólo será destacada una sus características y es la siguiente: cuando el
populismo entra a su fase de declive asoman con nitidez rasgos delictivos los
que siendo consustanciales al fenómeno, se convierten en dominantes. O dicho en tesis: El gangsterismo político es
signo de que el populismo ha entrado a su fase terminal la que, como ocurre con
algunas enfermedades agónicas, también podría ser duradera.
Nótese que hablamos de
gangsterismo político y no de gangsterismo a secas. A diferencias del segundo
que es una actividad delictiva y organizada destinada a apropiarse de bienes y
dinero por medios coercitivos, el gangsterismo político tiene como objetivo el
-valga la redundancia- "apoderamiento del poder" por parte de
diferentes bandas (gangs), aunque también mediante la recurrencia a medios
ilícitos. Es precisamente lo que estamos observando en la Venezuela de Nicolás
Maduro, lugar en donde los desacatos a la Constitución de parte del gobierno ya
no son la excepción sino la regla.
Ya no es un misterio: Cuando el gobierno venezolano intenta conseguir un objetivo, viola la Constitución sin ningún reparo. Controlado a su antojo el poder judicial y el
parlamentario, la ley juega un rol secundario. En ese sentido el gobierno de
Maduro no se diferencia de ninguna dictadura.
El allanamiento
anti-constitucional de la inmunidad parlamentaria al diputado Richard Mardo es
solo un pequeño eslabón en una larga cadena de violaciones a la Constitución. Como escribió Teodoro Petkoff, Venezuela vive un abierto proceso de
des-constitucionalización.
¿Dónde está la novedad?
-dirán algunos- ¿No violan la constitución otros gobiernos? Por supuesto,
muchos lo hacen. También en Europa. Los casos de enriquecimiento ilícito, malversaciones y estafas llevados a cabo por políticos en España, Grecia e Italia,
llenan páginas de periódicos. Berlusconi, sólo para poner un
ejemplo, podría dar clases en materia de corrupción y otras actividades
ilícitas que lo han llevado a la fama. Luego, la diferencia con el gobierno de
Venezuela es otra.
Mientras en los casos
mencionados los políticos violan a la Constitución para obtener algún provecho
extra-político, el gobierno de Venezuela lo hace con el objetivo explícito de
destruir a la oposición. O dicho de otro modo: el gangsterismo de los políticos
europeos persigue objetivos no políticos. El del gobierno venezolano
-independientemente a que también ha llevado al enriquecimiento ilícito de
muchos de sus personeros- persigue objetivos predominantemente políticos.
Como se puede advertir,
quien escribe estas líneas está lejos de idealizar a la política. Pero eso no
significa condenarla. La política es actividad humana y por lo mismo
radicalmente imperfecta y en no pocos casos, gangsteril. No solo en Venezuela,
en cualquier lugar del mundo, fracciones políticas (gangs) usan procedimientos delincuenciales, y si se trata de derribar a un adversario
recurren a medios reñidos con la legalidad. Baste pensar acerca del
éxito que obtuvo en toda Europa la muy política teleserie danesa titulada
"Borgen". Ese formidable filme reveló, mejor que cualquier libro,
como incluso en la super civilizada Dinamarca, la política suele oler a
podrido.
La política es lucha por el
poder y, como ocurre en el fútbol, sin un árbitro situado por sobre el juego,
ésta volvería a su condición originaria, que no es otra sino la guerra, cuya
fase inferior es la guerra de todos contra todos. Pues bien: En Venezuela ya no
hay ningún árbitro por sobre la política. Esa es la diferencia.
Todos los medios de lucha
están en Venezuela permitidos para el gobierno, y ninguno para la oposición.
Eso quiere decir que bajo Maduro la política ha vuelto a su condición primaria:
a la del imperio de la fuerza bruta. Y no lo digo solamente por la emboscada
hecha a los diputados de la oposición en el parlamento, cuando fueron
salvajemente golpeados por matones del oficialismo, ante la risa siniestra del
jefe: Diosdado Cabello. Las fotos han dado la vuelta al mundo. Pero esa, en
toda su brutalidad, no fue más que leve muestra del gangsterismo político imperante, o si se prefiere, una de sus tantas consecuencias.
¿Dónde está la novedad?
-volverá a preguntar algún lector. ¿No fue ese el estilo de gobierno que
impuso el anterior presidente del cual Maduro no es más que un simple seguidor?
Hay una diferencia; y
es muy decisiva.
La delictividad del occiso,
aunque existía, no era método principal de gobierno. Por supuesto, también en
su largo periodo fue violada la Constitución, pero -es lo que no ocurre con
Maduro- todas las violaciones estaban subsumidas a un indiscutible principio, a
uno del que Maduro carece. Es el principio de la legitimidad. O mejor dicho: el
gobierno anterior a Maduro si no procedía de acuerdo a la legalidad, sí lo
hacía de acuerdo a una legitimidad asegurada por una mayoría electoral que
pocos ponían en discusión. He de explicarlo.
Fue el jurista alemán Carl
Schmitt quien reivindicando a Hobbes subrayó la tesis de que no es la
legitimidad la que procede de la legalidad sino la legalidad de la legitimidad.
De ahí que, a diferencias del derecho público, regido por el principio de la
legalidad, el derecho político es, según Schmitt, regido por el de la
legitimidad. Luego, de acuerdo a Schmitt, hay gobiernos legales sin legitimidad
y hay gobiernos legítimos sin legalidad.
Ahora, siguiendo la tesis
de uno de los teóricos simpatizantes del chavismo, el post-peronista y también
"schmittiano" Ernesto Laclau, la razón del populismo -elevada por
Laclau a razón de la política- al devenir de una articulación de demandas
disímiles en torno a una entidad simbólica (Mussolini, Perón, Chávez) se rige
por el principio de legitimidad y no por el de legalidad. Se trata,
siguiendo a Schmitt y Laclau, de una legitimidad otorgada por las grandes masas
y no por los textos constitucionales.
En ese sentido Chávez era
fiel a su legitimidad, pues la legitimidad chavista precedía y a la vez estaba
"por sobre" cualquier principio constitucional. Motivo que explica
por qué Chávez era un gobernante esencialmente plebiscitario.
Chávez necesitaba, en
efecto, renovar cada cierto tiempo el contrato legitimatorio establecido con "su" pueblo, algo que jamás entendió Fidel Castro,
según palabras de Mario Silva. Ahora bien, de acuerdo a Schmitt -enemigo a
muerte del parlamentarismo- la legitimidad política al poner al líder en
directo contacto con su pueblo, será siempre plebiscitaria. De ahí que las violaciones
a la Constitución realizadas por Chávez eran ilegales, pero a la vez, desde el
punto de vista de la razón populista, eran legítimas.
Dichas violaciones estaban
avaladas por una gran mayoría dispuesta a conceder todo el poder a una persona,
comprobándose una vez más el díctum de que no puede haber populismo sin líder
populista.
El chavismo "era"
Chávez, escribió Teodoro Petkoff. Con
ello quería decir, el chavismo "no es" Maduro. En términos más
sofisticados eso significa que sin una gran mayoría electoral o plebiscitaria
no rige ningún principio de legitimidad.
Maduro es un presidente que
no cuenta con una mayoría electoral aplastante. Más todavía, si aceptamos los
resultados publicados por institutos de investigación política, ya se encuentra
en abierta minoría. Si hubiera mañana elecciones entre Maduro y Capriles
-concuerdan todos- ganaría Capriles con amplísima mayoría. Luego, Maduro, no
puede, aunque lo quiera, ser un presidente populista. Para eso le falta
mayoría; le falta popularidad; le falta populismo; y por si fuera poco, le
falta eso que no se compra en las farmacias: le falta clase.
Con Maduro -es lo
importante- ha terminado, y me atrevo a decir, para siempre, no el chavismo
como ideología, pero sí el chavismo como fenómeno populista. El mismo Maduro ha
enterrado al populismo. Por lo mismo Maduro no puede recabar para sí el
principio de legitimidad que monopolizaba Chávez. Esa es también la razón por
la cual sus reiteradas violaciones constitucionales al no estar avaladas por
ningún principio legitimatorio, por ninguna mayoría aplastante, ni siquiera por
masas enfervorizadas, aparecen hoy como lo que son: simples hechos ilegales,
actos delictivos cometidos por las "gangs" políticas que lo secundan.
El populismo venezolano ya
ha entrado -como ocurrió con el peronismo en los aciagos días de Isabel Perón y
su ministro López Rega, o como ocurrió en los últimos días políticos de Fujimori y su ministro Montesinos- a su fase delictiva
de vida. El gangsterismo, se comprueba una vez más, es la última fase del
populismo.
Para ser más claro: la
ilegitimidad populista de Maduro no proviene sólo del hecho de que desde su
origen su administración ha estado marcada por el signo de la ilegitimidad. Por cierto, fue ilegítimo su nombramiento por
sucesión, pues la sucesión no figura en ninguna Constitución que no sea
monárquica. Fue ilegítimo (e ilegal) su nombramiento como presidente provisional,
pues ese cargo correspondía ser asumido por el presidente de la Asamblea. Fue
por último ilegítima su negativa a realizar un recuento de la votación
del 14 de Abril. Triple ilegitimidad que arrastra como una pesada
piedra colgada a su grueso cuello.
Pero, además de una ilegitimidad tanto de origen como de forma, hay otra razón que permite
hablar de gangsterismo político en Venezuela. Me refiero a los medios que usan
tanto el presidente como quienes lo rodean para obtener poder fáctico, aunque
sea en contra de los principios de legitimidad y legalidad a la vez. Nombremos algunos.
1- El lenguaje brutal a
que es sometida diariamente la oposición. Por cierto, Chávez también
incurría en desproporcionadas descalificaciones en contra de sus adversarios
y muy lejos se está aquí de idealizarlo. Pero Maduro lo ha superado. Su
lenguaje político, a diferencia de el de Chávez, es pobrísimo, pero a la vez
más insultante. Dudo de que exista un presidente en el mundo que
use un lenguaje tan pobre y a la vez tan procaz como el que usa Maduro. Para
Maduro, por ejemplo, todo quien se le opone es fascista. Ese es, por lo demás,
un procedimiento fascista. Infamar al adversario llamándolos rata como hacía Hitler, malayaerba como hacía Pinochet, gusano como hacía
Castro, fascista como hace Maduro, es un medio que busca su eliminación
gramática. Y ya lo sabemos: entre la eliminación gramática y la
física, hay un corto paso. Eso es simple gangsterismo.
2.- El uso de la mentira
sistemática como método de acción política. No deja de llamar la atención
que todas las numerosísimas mentiras elaboradas por Maduro buscan atraer la
atención pública hacia temas que el presidente no se atreve a enfrentar ante
sus propias huestes. Por ejemplo, cada vez que asoma un proyecto de devaluación monetaria o de regulación financiera, o simplemente de corrección de los desastres heredados de Chávez y Giordani, Maduro inventa un magnicidio.
Eso es simple gangsterismo.
Confieso que hasta el autor
de estas líneas creyó en un momento que Maduro había heredado el mal paranoico. Pero no. De lo que se trata, en el mejor sentido
“goebbeliano” del término, es desviar la atención pública hacia un clima de
supuesta guerra de acuerdo al cual fuerzas siniestras, colombianas o
norteamericanas, quieren acabar con la vida del mandatario. Pero la
mayoría de los venezolanos ya lo sabe: cada vez que el presidente ordene una medida impopular, se sentirá "amenazado de muerte". Eso es simple
gangsterismo.
3.- La coerción y el
chantaje. Imagino a Maduro dialogando con sus íntimos: ¿A quién hay que eliminar políticamente antes que a Capriles?
Leopoldo es todavía popular. Corina se defiende bien. Henri es muy querido en
Lara. Empecemos entonces con Mardo, algo más vulnerable. Llama entonces tú a Luisa (Ortega), que ella se encargue del trámite, nosotros lo metemos preso, y
después, si la oposición no es muy fuerte, seguimos con los demás. Eso es
simple gangsterismo.
4. El uso de la
violencia programada. Cada vez que la oposición salga a las calles,
lancemos a los nuestros a la calle aún a riesgo de que muchos mueran en
un enfrentamiento. Para eso tenemos a los motorizados, a los desesperados de
"La Piedrita", tupamaros , y no por ultimo, a nuestros
"batallones obreros". Después, los caídos, se los endilgamos al
"fascista" Capriles. Eso es jugar con la sangre de los otros. Eso es
simple gangsterismo.
5. El amedrentamiento.
Cada vez que un opositor alce demasiado la voz, díganle: "Lo vamos a
investigar". A sabiendas que aún el mejor entre los mejores tiene sus
legítimos secretos ese "lo vamos a investigar" cumple una función
psico-estratégica. Y bien, si no se amedrenta, lo investigamos, le incrustamos micrófonos
en su residencia y le adjudicamos lo que se nos venga en gana.
Para eso está Luisa. Después lo metemos preso. Eso es simple gangsterismo
Lo que no saben Maduro y
los suyos es que tales procedimientos están generando en Venezuela una
creciente ola de protesta ciudadana. No saben que la oposición democrática
incluirá en las próximas elecciones municipales -además de los justos reclamos
sociales- el tema de la defensa de la Constitución y de los derechos
ciudadanos. Tampoco saben que en el curso de la historia ha habido regímenes
que han perdido la legitimidad y han subsistido gracias a la legalidad. O que
ha habido regímenes que han perdido la legalidad pero han subsistido gracias a
su legitimidad. Y quizás tampoco saben que los gobiernos que han perdido la
legitimidad y la legalidad a la vez, están condenados a perecer. Y si lo saben,
el momento es muy peligroso para Venezuela.
Baste decir que mientras
para el chavismo de Chávez las elecciones eran un procedimiento necesario para
la acumulación de poder, para el chavismo de Maduro las elecciones serán, ya se
está viendo, un obstáculo para mantenerse en el poder.