Menos que analogías son
reminiscencias. Pero hay demasiados puntos para no hablar de casualidades. El
paso implacable del tiempo me ha convencido de que la historia no se rige por
leyes hegelianas. Todo lo contrario. Si hay ley esa es la simple contingencia.
Y si hay una tendencia esa no es otra que la inimitable estupidez de la raza
humana, presta siempre a tropezar mil veces con la misma piedra. Esta vez en
Egipto. Una vez fue en Chile.
No se trata de especular
sobre lo que habría sucedido si la nariz de Cleopatra hubiese sido más larga,
pero sí de criticar el mínimo conocimiento de los políticos respecto a lo que
tienen que hacer para salvar a un país de la barbarie. En ese sentido pienso
que gran parte de la responsabilidad de lo ocurrido en Egipto recae sobre la
oposición democrática a Morsi como también estoy convencido de que el ascenso
de Pinochet en Chile fue el resultado de la capitulación de quienes estaban
llamados a salvar a la democracia.
Esa oposición democrática
que había sido durante 2011 el núcleo de la revolución que derrocó a Mubarak
fue la que llevó al poder a Morsi y a sus fanáticas hermandades. Durante un
tiempo Morsi gobernó sobre la base de una coalición cívico-religiosa cuyo
objetivo era desmontar el aparato de dominación de la ex-dictadura militar.
Pero bajo su sombra las hermandades salafistas se apoderaban de las
instituciones con el objetivo de construir un Estado islámico en contra de la
mayoría de la nación.
En el Chile de la Unidad
Popular ocurrió algo parecido. En la coalición de gobierno de centro-izquierda
ganaba fuerza, sobre todo al interior del Partido Socialista, el
fundamentalismo castrista. Los comunistas, en ese tiempo distanciados de Cuba,
postulaban una política realista tendiente a concertar una alianza con el
centro político, sobre todo con la Democracia Cristiana. Pero la sujeción de
los comunistas a la URSS les restaba toda credibilidad.
Desde fuera de la UP, la
dirección del MIR se subordinaba totalmente a los socialistas más extremistas
del gobierno, siguiendo las instrucciones de Fidel Castro. Razones que
obligaron a la mayoría del Comité Regional de la ciudad de Concepción (cuna del
MIR) a oponerse a las posiciones del MIR de Santiago. Nosotros, los de
Concepción, postulábamos que el momento no era insurreccional y que había
llegado la hora de agrupar defensivamente nuestras pocas fuerzas. Debido a esa
evaluación el comité regional de Concepción fue intervenido por el Comité
Central de Santiago. El propio autor de estas líneas fue alejado de todo puesto
de dirección, justo una semana antes del golpe. Antes de morir escribiré los detalles de esa historia. Parece que hubiera sido ayer. Desde entonces no volví a militar
en ningún partido político.
Naturalmente la oposición
democrática egipcia hizo bien al levantarse en contra de Morsi. Pero en lugar
de buscar la unidad entre todos sus partidos y canalizar electoralmente el
enorme descontento en contra de los salafistas, decidieron acortar camino
plegándose al ejército de Mubarak soñando en que muy pronto el poder les sería
devuelto. Error mortal que pagaron muy caro. Tan caro como lo pagó la otrora
poderosa Democracia Cristiana chilena al haberse negado –salvo la fracción
minoritaria de Renán Fuentealba- a asumir una posición firme en contra de la
posibilidad golpista que se avecinaba.
El argumento de que en
Chile el golpe era la única salida frente a una toma del poder por parte del
castrismo es tan falsa como la que hoy afirma que si no hubiera habido intervención
militar los salafistas habrían instaurado una dictadura religiosa. Tal vez eso
es lo que querían, pero carecían de medios militares y políticos, tanto o más
que los castristas de dentro y de fuera de la UP en Chile.
Los salafistas en Egipto a
la hora del golpe estaban siendo derrotados en todas las elecciones locales, y
el enorme apoyo que una vez habían gozado entre las grandes masas decrecía –en
medio de una situación económica espantosa- más y más. Lo mismo ocurrió en
Chile en vísperas del golpe de 1973.
Los obreros de las minas del
cobre en El Teniente rompían su compromiso con la izquierda y se pasaban a la
oposición. Seis días antes del golpe la izquierda perdió sin apelaciones las
elecciones entre los obreros de las refinerías de acero de Huachipato, otrora
feudo socialista. En las elecciones de 1973 de la CUT (Central Única de
Trabajadores) la UP hubo de cometer fraude para impedir que los obreros democristianos
se hicieran de ese bastión. Y por si fuera poco, los escolares de los liceos
fiscales, hoy tan aplaudidos por la izquierda, llenaban las calles de Santiago
con sonoras consignas en contra de la UP. La UP, en fin, estaba antes del golpe
tan terminada como Morsi y sus hermanos antes del golpe egipcio. En las futuras
elecciones presidenciales, la UP -no había otra alternativa- se habría dividido
en dos partes, una insurreccional castrista y otra electoral. La derrota estaba
cantada para ambas. Frei padre habría sido, sin dudas, el futuro presidente,
apoyado por toda la derecha unida.
En fin, tanto en Egipto
como en Chile el ejército se montó sobre el descontento general con el objetivo
claro y preciso de convertir al Estado político en un Estado militar.
Por supuesto hay
diferencias. Morsi, quien por sus creencias ama la muerte, está vivo y Allende
quien amaba la vida, murió. La oposición musulmana tiene en lugar de una
ideología una religión y está más unida que nunca mientras que en la izquierda
chilena cada uno andaba por su lado. Tuvieron que pasar 17 años de sangrienta
dictadura para que esa izquierda recobrara su unidad consigo y con el centro.
No tengo la menor idea cuanto durará ese mismo proceso en Egipto.
En suma, aunque deniego de
la razón analógica, no puedo dejar de pensar –mientras miro en la pantalla correr la sangre por las calles- en
esos días horribles en los cuales El Cairo fue la capital de Chile.