Publicado de nuevo en POLIS con algunas correcciones
A propósito de la santificación de dos papas en virtud de sus supuestos milagros, no pocos se hacen la siguiente pregunta: ¿A quién quiere impresionar
la Iglesia con esas supersticiones desprovistas de razón y fe, dignas de
hechiceros o brujos?
A los que guardamos un
respeto inmenso a todas las religiones, la malévola pregunta nos deja sin
respuesta. ¿Cómo defender a la Iglesia de sus inquisidores agnósticos y
ateos? Incluso para los que creemos en milagros el tema no deja de ser
complicado. Pues hay razones de peso, difíciles de contrarrestar: ¿Para hacer
milagros hay que ser católico? ¿Es que los seres piadosos de otras religiones
no son capaces de hacer milagros? Y ya que los milagreros católicos se dedican
a curar enfermos ¿para hacer milagros hay que ser
curandero? Afortunadamente no todos los días alguien es canonizado. De
otra manera médicos y farmacéuticos estarían sin trabajo. O en huelga.
Sin embargo, pienso que los milagros existen. Más todavía, afirmo sin temor a provocar que los milagros son hechos racionales, tan racionales como una fórmula física, como un logaritmo o como un tratado de lógica instrumental. Quizás debo explicarme:
Entiendo por milagro lo
mismo que entendía San Agustín: Un acontecimiento que "siendo arduo e
insólito parece rebalsar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo
contempla" (De Utilitate Credendi).
La definición es buenísima.
Por una parte se trata de un acontecimiento insólito; por otra, de uno que
supera las esperanzas y nuestra capacidad de entender. Y no por último, uno que
requiere de la presencia de un sujeto: el o los que los contemplan. Porque sin
espectadores, así como en el cine, no hay milagros.
La definición de Agustín
era, además, estrictamente etimológica. La palabra milagro viene de la palabra
latina miracolum de donde proviene el verbo mirari que significa algo así como mirar con
admiración. Entre los romanos del tiempo agustino (siglo 3 DC), la palabra miracolum formaba parte del léxico cotidiano
hasta el punto que, cada vez que alguien quería decir, esto es difícil de
comprender, decía: "esto
es un miracolum"
La definición del santo de
Hipona (en su vida no era tan santo) proviene también de lo más profundo de la
tradición cristiana, es decir, del pueblo judío. Porque la verdad es que el
llamado Antiguo Testamento no se queda corto en narraciones milagrosas. Algunos
de esos milagros fueron fabulosos: El de las aguas cuando se convirtieron en
sangre (Éxodo 7: 20-24) El de las Aguas del Mar Rojo (Éxodo 14: 21-31) El del
maná que cayó del cielo (Éxodo 15:14-35) El del agua que brotó de la roca
(Números 20: 7-11) El de Daniel y los leones (Daniel 6: 16-23) El de Jonás y la
ballena (Jonás 2:1-10) El de la estatua de sal (Génesis 19: 26) El de la zarza
ardiente (Éxodo 3), y tantos llevados a la pantalla por la Metro Goldwin
Meyer y la Century Fox en producciones gigantescas como las de Dino di
Laurentis, entre otros
No obstante, hay una
diferencia formal entre los milagros judíos y los cristianos.
Los milagros de la religión
judía son, en su gran mayoría, realizados directamente por Dios quien
interviene cada cierto tiempo a favor de su pueblo torciendo la nariz de la
historia, la de la naturaleza, e incluso la de la geografía. Los milagros
cristianos en cambio son, en su mayoría, personales, es decir, realizados por
personas de acuerdo a una supuesta dote sobrenatural concedida por la
divinidad. ¿Es una contradicción teológica? No necesariamente.
Si analizamos el discurso
del cristianismo originario, los milagros de Jesús también fueron realizados
directamente por Dios ya que para los cristianos Cristo es Dios, Dios hecho
hombre. No un representante de Dios, entiéndase bien, no sólo un enviado de
Dios, sino Dios, Dios en persona. No mitad Dios y mitad hombre. Ningún híbrido.
Dios hecho a sí mismo a escala humana.
Jesús, desde esa
perspectiva, no sólo es hijo de Dios, es también el Padre en el Hijo, ambos
unidos por el Espíritu Santo (quien me ha visto a mí ha visto al Padre,
Jn.14,9) El 1 en el 3 y el 3 en el 1, expresado matemáticamente.
La trinidad es la marca de
fábrica del cristianismo. El punto que lo diferencia de su religión madre y de
todas las demás, y esa diferencia dice: Dios apareció una vez en este mundo en
la persona de Jesús. Luego, Jesús no sólo hacía milagros. El mismo era un
milagro. Esa es la razón por la cual afirmo que no hay contradicción
teológica, y si la hay es mínima, entre los milagros del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Los dos tipos de milagros son realizados por Dios y por nadie más.
En el primer caso por el Dios invisible de Abraham, Isaac y Moisés. En el
segundo, por el Dios hecho persona en el judío Jesús.
El problema parecería
surgir entonces no de los milagros de Jesús sino de los que realizaron sus
continuadores desde Pablo de Tarso hasta llegar a Juan Pablo ll. Sin embargo,
si leemos el mensaje de Jesús según quien mejor lo entendió, Pablo, el problema
es leve. Jesús, efectivamente, vino a decirnos que si lo interiorizamos (poesía
paulina del pan y del vino) podemos vivir todos en comunión con El. Es decir,
podemos ser en Dios, estar con Dios, ser divinos. Luego, si alcanzamos ese
punto máximo, el de ser en Jesús, la discusión teológica entre judíos y
cristianos acerca de si Jesús era o no el Mesías, pierde parte de su
relevancia.
El Mesías, visto desde la
perspectiva paulina, no es un personaje que vino o que vendrá. La tesis de
Pablo es que la propia condición humana después del milagro de la vida y
muerte de Jesús será mesiánica, y por lo mismo, potencialmente milagrosa.
Razón por la cual Benedicto XVl nunca se cansó de repetir: "Jesús es el
nuevo Adán".
El ser humano desde la
perspectiva de una teología antropológica es un animal milagroso. Eso no
significa por supuesto que después de Jesús cada uno va a caminar por el mundo
sanando enfermitos. Quiero afirmar simplemente que cada uno está dotado de una
posibilidad: la de interferir en el orden de las cosas, e incluso cambiar el
curso de la historia. Y, en sentido estricto, aunque no hagamos uso de esa
posibilidad (potencia, según Aristóteles) ella es de por sí un milagro. Ahí
reside, a mi juicio, el núcleo de la teología paulina.
Desde la perspectiva
paulina, la nueva religión -la del Hijo, la del Cristo-Dios- continúa la
tradición judía en un punto central: Dios no está sólo SOBRE nosotros -como
reza el legado islámico- sino también ENTRE nosotros. Ese ENTRE que involucra
plenamente al "otro" (sujeto básico de la filosofía judía de Buber y
Levinas) no sólo habita en los cielos. Dios anda dando vuelta entre nosotros
como Jesús cuando peregrinaba a través de los campos y de las calles de su
tiempo. Esa es la razón por la cual los profetas judíos discutían con Dios
frente a frente e incluso, como hizo Job, a veces lo interpelaban con enojo.
Dios, ni para judíos ni
cristianos es "el dictador del más allá". Es, por el contrario, un
interlocutor dialógico situado en el más cercano "más acá". El más
cercano posible.
No obstante, Jesús y Paulo
agregaron una tercera dimensión, latente pero no explícita en el Antiguo
Testamento (aunque sí en la visión socrática de la vida). Dice así: Dios no
sólo está cerca de nosotros, también está EN nosotros. De tal modo que cada uno
puede ser Dios -¡nada menos!- si se pone en comunicación con el pensamiento que
lleva al Espíritu. Ese fue el mensaje de Cristo: Dios está SOBRE, ENTRE,
pero además, EN nosotros.
Por si alguien no se ha
dado cuenta, estoy nuevamente hablando del misterio trinitario.
El Padre está SOBRE
nosotros, el Hijo ENTRE nosotros y el Espíritu Santo, EN nosotros. Un físico
cuántico diría lo mismo de otro modo: Dios es sobre-material, inter-material
e intra-material a la vez. No otra es la verdad del milagro de la vida
humana, vida que, de acuerdo a la intuición de Teilhard de Chardin, continuará
ascendiendo (evolucionando) hasta llegar a encontrarse con el origen de todos
los orígenes. En ese momento, según de Chardin, nos reflejaremos en los propios
ojos de Dios. Y bien, ese Dios en, o dentro de nosotros, es el
"factor" que nos convierte a todos, según la lección paulina, en
seres potencialmente milagrosos.
Somos portadores del
espíritu de Dios. Pero ese espíritu no nos vigila ni desde dentro ni desde
fuera. Ese espíritu, el de Dios, viene al mundo cuando lo llamamos (lo
recordamos, dice Agustín) desde nuestra insondable soledad. Porque Dios es la
presencia de la vida eterna en medio de la finitud. Es lo OTRO en el uno, es el
Ser que da vida y sentido al ser que cuando es siendo, somos. Dios, repito, no
existe si no lo llamamos. La existencia de Dios no sólo es, por lo tanto,
objetiva; es también radicalmente subjetiva.
Dios acude como persona al
llamado del pensamiento expresado en una oración gramatical. Dios solo existe
(aparece) en la comunicación, en su palabra, en su verbo y en su lógica; en el
Logos de Juan, en el otro y en el uno. Dios es, en consecuencia, una opción
gramática del ser. Puedes llamarlo o no. Como quieras. Es tu problema, no
es el mío. Dios te ha dado la libertad de vivir en El o de vivir sin El, e
incluso -como ha ocurrido con tantos demonios de la historia- vivir en contra
de El.
No otro fue el sentido
revelador de los milagros de Jesús. Pues si Jesús fue un milagro de Dios, sus
llamados milagros forman parte de un solo milagro, de ese milagro llamado
Jesús. Quiero decir: el milagro de Jesús fue uno solo. Fue el milagro de la
vida. De la vida de Jesús y de la vida en general. Jesús era, y así lo
confirmó el mismo, el enviado de la vida eterna cuyo reino no está en este
mundo. De La Vida: nombre femenino de Dios. Es por eso que todos los
milagros del Nazareno, todos sin excepción, portan consigo el signo
inconfundible de la vida.
Curación de espíritus
inmundos; cinco curaciones de paralíticos; cuatro curaciones de ciegos; dos
curaciones de lepra; más curaciones; milagros sobre la naturaleza; milagros
sobre la resurrección; milagros que llevan a transformar el agua en vino, los
que multiplican los panes, los que llenan de peces las redes de los pescadores,
los que resucitan muertos. En fin, por donde caminaba Jesús nacía La Vida
(Dios) y "moría la muerte".
Incluso su muerte fue el
camino que llevó a su resurrección dándonos a entender que no solo la mortalidad, también la
natalidad circunda la vida pues en cada ser que nace resucita (renace) el
espíritu del ser total al cual pertenecemos todos. Luego, los muertos nacerán
de nuevo en la totalidad infinita de la existencia del Ser. O como lo entendió
de modo tan directo Pablo en su carta a los Gálatas: "El amor es más
fuerte que la muerte".
Los milagros son
revelaciones del ser total sobre esa superficie donde habitan los seres
parciales, entre ellos, nosotros. Es por eso que,
hayan tenido lugar o no los milagros de Jesús, todos ellos poseen un mismo
sentido, y es al fin lo único que importa. Conclusión que se desprende, por
cierto, de una lectura poética y no literal de los Evangelios pues quien quiera
entender la Biblia en sentido literal nunca va a entender la Biblia.
Los milagros de la Biblia
no revelan la historia de los milagros, pero sí revelan -es algo muy distinto-
el sentido histórico de los milagros. Ese sentido nos
dice entre otras cosas: Primero, la realidad no termina en nuestras
percepciones de la realidad; quizás ahí recién comienza, pues la realidad
-enseñanza de Lacan- es sobre-real, es sobre-sensorial y, por si fuera poco, es
infinita. Segundo, el milagro altera el orden de las cosas y marca con su
aparición una línea que separa a la vida antes y después del milagro. Desde ese
punto de vista, la vida de Cristo pensada como un único milagro fue un hito
histórico tan profundo que logró marcar a fuego la historia universal en un antes
y en un después de El. Efectivamente, Cristo quebró a la historia partiéndola
en dos, naciendo así una cronología que rige y seguirá rigiendo el tiempo del
mundo.
La propiedad histórica de
los milagros, dividir la historia en un antes y en un después, trasciende en su
significado a todos los discursos teológicos habidos y por haber. Y con esa
afirmación creo que ha llegado el momento de formular una tesis. Dice así: La
noción de milagro no se agota en el pensar teológico y por eso mismo ha de
trascender hacia los umbrales del pensar filosófico.
En honor a la verdad, no la
formulación, pero sí el sentido de la tesis pertenece a la filosofía de Hannah
Arendt tal cual como ella la desarrolló en su libro "La vida y el espíritu". Ahí leemos como Arendt tuvo no sólo la virtud, además el
coraje, de haber rescatado para la filosofía moderna el concepto de milagro,
antes de ella monopolio absoluto de las religiones. Riesgosa aventura que solo
pudo culminar gracias a que ella bebió del agua de tres fuentes. La primera, su
fuente religiosa originaria, la judía. La segunda, su conocimiento exhaustivo
de la teología cristiana, sobre todo de la agustina. La tercera, la ontología
de Heidegger.
El concepto del milagro
arendtiano es judío, pues para ella todo milagro es un acontecimiento que
irrumpe con fuerza sobre la realidad, interrumpiendo el curso de la historia.
Es a la vez cristiano, porque el milagro es realizado por personas en comunión
recíproca. Y es heideggeriano, porque siguiendo al Heidegger platónico cuando
analizaba la poética de Hölderlin, el milagro proviene desde lo más oculto de
la tierra e irrumpe de pronto como una flor que nace a la luz del mundo.
El milagro, en síntesis, es
para Arendt un gran acontecimiento, según como lo interpreta en su libro "Pasado
y Presente". Pero no se trata de cualquier acontecimiento, sino de uno
que aparece ante nuestros ojos sin mediación ni causa aparente,
sorprendiéndonos y obligándonos a pensarlo e incluso a vivirlo en toda su
intensidad. El milagro, entonces, es para Arendt un hecho que no solo ocurre en
la historia. Además, "hace historia". Luego, el milagro no es un
suceso irracional. Todo lo contrario. Gracias a esos acontecimientos que
llamamos milagros, la historia adquiere sentido y razón. O de otro modo: no
la razón de la historia determina al acontecimiento sino la razón del
acontecimiento (milagro) determina a la historia. O lo que es igual, solo
el acontecimiento permite narrar la historia que existía antes del
acontecimiento (milagro).
El acontecimiento inesperado
-ocurre también en nuestras historias personales- construye su propio pasado o
su propia historia. Más aún, da sentido al pasado, lo ordena, lo secuencia e
incluso lo "causaliza". Un pasado sin acontecimientos que lo ordene
es como ese Angelus Novus que nos legó Paul Klee, el mismo Ángel de la Historia que
impresionó tanto a Walter Benjamin antes de su suicidio, cuando vio al ángel
empujado hacia adelante por un pasado brumoso, arrastrando las ruinas que deja
consigo la historia no narrada, en ese trayecto que nadie sabe hacia donde nos
conducirá.
Arendt comparte la visión
de Klee y Benjamin en el sentido de que el único tiempo que conocemos es el
pasado, uno que nos presiona hacia un futuro infinito que nadie conoce. Pero a
la vez se distancia de ambos genios cuando intuye como gracias a esos
acontecimientos, concebidos por ella como milagros, podemos entender, es decir
narrar el pasado, de un modo medianamente coherente.
En fin, la noción del
milagro arendtiano es parte de una teoría de la historia expresada por la
propia filósofa, y del modo más sintético posible, en un breve párrafo del
ensayo "Entender y política". Dice así: "Siempre que
sucede un acontecimiento lo suficientemente grande como para iluminar su propio
pasado, surge la historia. Solamente así se muestra el laberinto de lo ya
acontecido como una historia ("story") que pueda ser narrada porque
tiene un comienzo y un final (....)"El acontecimiento ilumina su propio
pasado, uno del cual no se puede deducir nada" (sin el acontecimiento
FM)
Ahora, ¿en dónde reside el
milagro del acontecimiento arendtiano? Antes que nada, en su espontaneidad,
pues es insólito e inédito, no esperado por nadie y, en el sentido de Agustín,
"rebalsa las esperanzas posibles y las capacidades de quienes lo
contemplan". Enseguida, en su poder iluminador: el milagro es como un faro
que iluminando el pasado hace posible caminar hacia el futuro sin perdernos. Y
no por último, un acontecimiento es milagroso cuando permite comenzar a vivir
de nuevo el mundo que nos ha sido dado.
El milagro, para Arendt, es
antes que nada, natal: el milagro es, en el sentido literal del término, un
nacimiento: un nuevo comienzo
No extraña así que para
ella los tres más grandes milagros de la historia han sido: el nacimiento de la
polis griega, el nacimiento de la Constitución de los EE UU, y - tenía que ser
mujer para decirlo- el nacimiento de cada niño que viene al mundo. Como ese
niño Jesús -agrego yo- quien como todos los niños vino a vivir por primera vez,
dando origen a una nueva historia gracias al milagro de una vida que es el
milagro de la vida toda.
Desde la perspectiva
arendtiana entonces, nunca un Papa habría podido ser santificado. No en
todo caso gracias a los milagros que se le adjudican. Afirmación que obliga a
bajar un poco el nivel del discurso a fin de afirmar: Ni en sentido
arendtiano, pero tampoco en sentido judío y mucho menos en sentido cristiano,
las curaciones mágicas que supuestamente realizarlon los ex-Papas acreditan la
condición de milagros.
Los de Juan Pablo ll -de los de Juan XXlll casi no se habla- no
fueron grandes acontecimientos históricos, ni asombraron a multitudes de
espectadores, ni permiten narrar el pasado de un modo diferente. En el mejor de
los casos los suyos fueron milagros "italianos". ¿Qué es lo que
quiero decir?
La respuesta es dura, pero
cierta. Así como hay países que se han especializado en la agricultura, otros
en la industria, otros en la digitalización, Italia se ha especializado en la
confección de milagros. No se tome lo dicho como una ofensa. Todo lo contrario,
viene del hecho de que el pueblo italiano, no sé por que razón, tiene ansias de
santidad, lo que de por sí es una gran virtud. El problema es que el pueblo
italiano nombra primero a los santos y después les endilga los milagros
requeridos por los expedientes de la burocracia vaticana.
No estoy inventando nada. Hay testimonios. Recordemos por ejemplo el comienzo del clásico filme de Fellini, 8 1/2, mostrando con detalles la fabricación de un milagro en Roma. O el hermoso libro de Sandor Marai, El Milagro de San Genaro. Si no lo ha leído todavía, hágalo por favor. Es una joya literaria.
No estoy inventando nada. Hay testimonios. Recordemos por ejemplo el comienzo del clásico filme de Fellini, 8 1/2, mostrando con detalles la fabricación de un milagro en Roma. O el hermoso libro de Sandor Marai, El Milagro de San Genaro. Si no lo ha leído todavía, hágalo por favor. Es una joya literaria.
Fue así como Juan XXllll y Juan Pablo ll,
por carisma, por simpatía, por bondad, e incluso por longevidad, se ganaron el
corazón de los italianos. Sin ser populistas fueron nombrados santos por aclamación
popular, teniendo lugar, como diría Ernesto Laclau, un típico caso de articulación
populista, aunque en este caso no política, pero sí religiosa.
La gran ironía de la
historia reside en que precisamente Juan Pablo ll ha sido el único Papa que ha
realizado un milagro de verdad. No me refiero, claro está, a sus supuestas
curaciones. El suyo fue un acontecimiento de enormes dimensiones históricas en
el sentido de los dos testamentos bíblicos e incluso en el sentido arendtiano
del término. Ocurrió el 9 de junio de 1979 en la Plaza de la Victoria, en
Varsovia.
Más de un millón de seres
agrupados para oír la voz del Papa en un país donde el ateísmo era doctrina
oficial de Estado. Ese día la dictadura comunista que había reinado más de 50
años, comenzó a venirse abajo. Porque allí, escuchando a Karol Woljtyla no sólo
había católicos; había además, ateos, judíos, incluso comunistas, todos
portando consigo el estandarte de la Madona de Varsovia. Fue un día de gloria.
Un milagro.
Aún resuenan las palabras
proféticas de Woljtyla: "Yo grito, yo, hijo de la tierra polaca, y al
mismo tiempo yo, Juan Pablo ll, Papa, yo grito desde lo más profundo de este
milenio, grito en la vigilia de Pentecostés, ¡Desciende tu Espíritu, desciende
tu Espíritu y renueve la faz de la tierra! De esta tierra. Amén"
¿Por qué la Iglesia no
reconoce ese momento apoteósico como a un milagro? Fue un acontecimiento
imprevisto, dividió la historia de la nación en dos partes, permitió que los
obreros y después toda la nación democrática cerrara filas en tono a
Solidarnosc, y dio inicio al fin del comunismo, el que tendría lugar gracias a
la aparición de otro milagro de la historia, representado en la conversión
democrática de Michael Gorbachov, venido al poder desde las propias entrañas del
estalinismo, en la ex URSS.
¿Y no fue también Nelson
Mandela un milagro de la historia? Partidario de la lucha armada, convertido
por el mismo a través de sus diálogos internos y externos, logró después de 20
años de prisión -suficientes para acumular un odio inmenso- convertir con su
ejemplo a un político como Willem de Klerk -formado en los moldes del más
despiadado racismo- hacia el camino de la democracia y de la paz. ¿No fue acaso
un milagro?
Pero Mandela nunca será
santificado. Es más fácil que la Iglesia Católica santifique a un budista que a
un cristiano metodista como Mandela. Pero no importa. Mandela mostró al mundo
que los milagros son posibles, que pueden ocurrir justo cuando nadie los
espera, y que la esperanza es lo último que debemos perder. Pues el Espíritu
desciende cuando desde la más profunda desesperación lo llamamos, sea desde una
cárcel, como Madiba, o frente a las multitudes de Varsovia, como Karol
Woljtyla.
Los milagros existen. Pero
existen no sólo porque son milagros. Los milagros existen porque la vida
misma es un milagro y la vida es Dios y Dios es la vida. Lo señaló el mismo
Jesús: La vida, es decir Dios, es el milagro. "Mirad las aves del
cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta" (....)"Mirad los lirios del campo, como
crecen: No trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón en toda su
gloria se vistió así como uno de ellos" (Mateo 6: 25-34)
Podría escribir páginas y
páginas para referirme a los milagros de cada día, a los que se presentan en el
vuelo enigmático de las aves, en cada gota de agua, en quien de pronto te mira
y sonríe, en el “panivino” de cada noche, en un adagio o en un andante
cantabile, en el sol hiriente de Van Gogh, en la consagración de la primavera,
o simplemente en el bueno tan lejos del malo.
Pero he de confesar que
pocas veces he encontrado la idea del milagro de la vida tan bien expresada
como cuando casi por casualidad leía un cuento de James Salter, en mi opinión
uno de los escritores modernos que mejor conoce el arte de la bella prosa. El
cuento se llama Bangkok. El párrafo que subrayé dice lo siguiente:
"Yo te voy a decir
algo extraño, dijo Hollis" (quien recibía la visita de Carol, una mujer a la que él
siempre había amado) "Es algo que yo he oído. Se dice que todo en el
universo, los planetas, las galaxias, todo -el universo total- surgió
originariamente de algo que no era más grande que un grano de arroz. De pronto
estalló y llegó a ser lo que nosotros vemos, el sol, las estrellas, la tierra,
el mar, todo, todo lo que hay, incluyendo lo que yo he llegado a sentir por ti".
No voy a comentar el
párrafo. Solamente voy a decir que en ese momento entendí mejor que antes por
qué la vida es un milagro. Porque el milagro es el hecho, o quizás solo un
momento, que pone en comunicación a lo más diminuto del ser con la infinitud
del universo. Quiero decir, el milagro es una relación, y en el ejemplo del
cuento, entre algo menos grande que un grano de arroz, el “big-bang” que
supuestamente dio origen a todo, y “lo que yo he llegado a sentir por ti”. No
sé si me explico.