Pasó lo que tenía que
pasar. Hubo un no-encuentro con Michelle Bachelet, un semi-encuentro con Piñera y un encuentro con Carolina Tohá, este
último dedicado a conversar sobre un tema que ni a Capriles ni a Tohá
interesaba en esos momentos, el de la descentralización administrativa (¡!). Fotos, discursos de
cortesía, entrevistas (ninguna importante), encuentro con alguna momia del
viejo pasado, y las consabidas demostraciones públicas de la izquierda rabiosa, la misma turba que vociferaba siguiendo el mandato de la dictadura cubana en los
países que visitó la disidente Yoani Sánchez, esta vez en contra del “espía de
la CIA, el neoliberal, el asesino, el cerdo Capriles”.
Quizás lo más importante de
la intempestiva visita fue el no-encuentro de Capriles con Bachelet, hecho que
ha despertado el mal del cólera entre quienes imaginan que la política, como
suele ocurrir en la vida privada, se rige por sentimientos de amor y de odio.
Afortunadamente no es así, y eso lo experimentó muy fuerte Cristina Fernández
cuando su vecino Pepe Mujica se refirió a ella, en privado, como a "la
vieja". Mas, quien entienda un milímetro de política sabe que todas esas
cosas no cuentan. En política solo cuentan proyectos e intereses cuando están
orientados hacia ese punto omega sin el cual la política no existiría: El punto
del poder. En política como en la guerra -lo he dicho siempre- no hay
amistades, o solo amistades políticas y esas no tienen nada que ver con las
amistades entre amigos.
Las amistades políticas son
ocasionales e instrumentales y suelen aparecer cuando dos o más bandos se unen
en contra de otro. Para decirlo con un ejemplo histórico, Churchill y Stalin
fueron amigos políticos hasta que vencieron al monstruo alemán. Después de ese
acto de salvación, ambos volvieron a ser lo que habían sido siempre: enemigos a
muerte.
Por supuesto, un encuentro
Bachelet- Capriles habría sido fabuloso para Capriles. Pero no para Bachelet. A
la vez, un encuentro oficial de alto rango entre Capriles y Piñera habría sido -si Piñera fuera el gran político que no es- excelente para Piñera y malo para Capriles. Dos afirmaciones
que deberé fundamentar.
El encuentro con Bachelet
habría sido fabuloso para Capriles no solo porque le habría permitido
sintonizar con la futura presidenta, sino porque habría roto con la imagen del
candidato de ultraderecha, neoliberal y reaccionario que busca exportar el
post-chavismo madurista. Es decir, para Capriles -un socialdemócrata como
Bachelet- habría tenido un gran significado simbólico. No obstante, ese mismo
encuentro habría sido negativo para Bachelet pues su objetivo del momento era
unificar lo que solo ella y nadie más puede unificar: una estofado donde hay un
sector político muy decente y moderado, socialistas que viran para allá o para
acá, comunistas siempre amigos de dictaduras extranjeras, hasta llegar a un
lumpenaje chavista-navarrista ya enquistado en el futuro gobierno. En fin, una
reunión con Capriles habría revuelto las aguas justo en los momentos en que
Bachelet, por conveniencia electoral, intentaba apaciguarlas.
En cualquier caso la
negativa a recibir a Capriles fue el anticipo de lo que será el próximo
gobierno de Bachelet. La pobre señora pasará cuatro años de su vida
haciendo piruetas para que Nueva Mayoría no se convierta en nueva minoría y así no va
a tener tiempo para gobernar a nadie. Segundas partes –no sé si Bachelet leyó
el Quijote- nunca fueron buenas: ni en la literatura ni en la política.
Un encuentro de alto rango en la misma Moneda, habría sido, sin embargo, muy bueno para Piñera. Justo en los momentos en que la coalición de la derecha se muestra sin programa, sin ideas, sin candidatos, sin nada, Piñera habría podido perfilarse en los últimos tramos que restan a su gobierno, como un estadista que rinde culto a los derechos humanos en contra del fraude electoral venezolano, o como un amigo de la democracia y enemigo de toda autocracia. Afortunadamente para Capriles, Piñera tiene menos luces que las ciudades venezolanas.
Un encuentro de alto rango en la misma Moneda, habría sido, sin embargo, muy bueno para Piñera. Justo en los momentos en que la coalición de la derecha se muestra sin programa, sin ideas, sin candidatos, sin nada, Piñera habría podido perfilarse en los últimos tramos que restan a su gobierno, como un estadista que rinde culto a los derechos humanos en contra del fraude electoral venezolano, o como un amigo de la democracia y enemigo de toda autocracia. Afortunadamente para Capriles, Piñera tiene menos luces que las ciudades venezolanas.
¿Por qué afortunadamente?
Porque un encuentro de alto rango con Piñera habría permitido a la autocracia post-chavista mostrar a Capriles en
estrecha alianza con uno de los los representantes más dilectos de la
"derecha imperialista, neoliberal y fascista", es decir, precisamente
la imagen electoral que Maduro requiere para que Capriles no siga atrayendo más
chavistas hacia el campo democrático. No olvidemos que en política el símbolo
es siempre más importante que el objeto simbolizado.
Así miradas las cosas, el encuentro más importante de Capriles en Chile fue el que tuvo con la alcaldesa Carolina Tohá, aunque ambos se hayan aburrido hasta el infinito.
Así miradas las cosas, el encuentro más importante de Capriles en Chile fue el que tuvo con la alcaldesa Carolina Tohá, aunque ambos se hayan aburrido hasta el infinito.
Ahora bien, si dejamos de
lado a quienes injurian a los políticos que han desairado a Capriles y están
dispuestos a recibir con grandes honores a Maduro, como lo hizo el argentino
Papa, tenemos que abordar un tema ineludible, y es el siguiente: Maduro, nos
guste o no, es reconocido internacionalmente, incluso por los EE UU, como el
presidente de hecho de Venezuela.
Presidente de hecho no
quiere decir presidente de derecho y probablemente todos los presidentes del
mundo, incluidos Humala y Peña Nieto, saben que Maduro faltó al derecho al haberse nombrado presidente
impidiendo un recuento honesto (cuadernos en mano) de la votación. Pero esa
diferencia, reitero, no cuenta en política internacional. Para poner un
ejemplo, cuando gobiernos del mundo occidental reciben al mandatario chino, no se
preocupan si éste cuenta o no con la legitimidad constitucional. O cuando
Gadafi era recibido con los más grandes honores que se le puede dispensar a un
mandatario, nadie pensaba que ese asesino era un gran demócrata. Pero sí era el
presidente de hecho de una república petrolera de hecho. Por supuesto, sería
ideal que los presidentes de hecho fueran además presidentes de derecho. Mas,
hay que convenir que el mundo en el cual vivimos es desde un punto de vista
político más salvaje que el que deseamos. Y por el momento no hay otro. Con
ese mundo tendrá que contar Capriles. El aprendizaje, creo, ha sido duro.
Mas, quien sabe si llegará
el día, cuando Capriles sea presidente (y lo será, se lo firmo) una señora chilena con poco poder de hecho llamada Bachelet,
le pedirá una entrevista. Entonces Henrique mirará en su agenda, y recordando
el pasado, se la otorgará con todos los honores que él una vez, sin contar con el poder de
hecho pero sí con el de derecho, también se merecía.