Las imágenes son de una película italiana cuyo título no recuerdo. En un edificio los vecinos escuchaban durante las noches terribles golpizas que un marido propinaba a su esposa. Pero al día siguiente la pareja aparecía sonriendo, saludando a todo el mundo, como si no hubiera pasado nada. En la noche volvía el infierno. Golpes, gritos, muebles despedazados. Un día la mujer apareció con un ojo ennegrecido, imagen que me hizo recordar el bello rostro de la diputada venezolana María Corina Machado golpeada alevosamente frente a la sonrisa de Diosdado Cabello. Los vecinos, volviendo al filme italiano, movían la cabeza, pero nadie dijo nada. Hasta que una noche apareció la ambulancia para llevarse a la mujer, probablemente muerta. Los vecinos apiñados en la calle se miraban entre sí, perplejos, mientras la ambulancia desaparecía en lontananza. The End.
Las imágenes las recordé cuando María Corina
manifestó en una entrevista sentirse traicionada por los gobiernos democráticos
de América Latina, los que a sabiendas de lo sucedido en la Asamblea Nacional
durante la encerrona, deben haber movido la cabeza como los vecinos en la
película italiana, pero sin decir nada.
Comprendo la tristeza de María Corina. Es
la misma que uno siente cuando escucha a Maduro tratar de fascista a quien se
le ocurre. O la que emerge cuando el CNE niega el conteo honesto de los
votos. Es el dolor de una ciudadanía desprotegida frente a un “estado
mafioso” (Moisés Naím). Hay que tener coraje para
resistir tanta injusticia, tanta maldad.
Como en el caso de la película italiana, los
gobiernos que cometen inequidades se presentan hacia el exterior exhibiendo
poses democráticas. Sin embargo, no siempre lo logran. De uno u otro modo el
vecindario se da cuenta de lo que ocurre en el departamento. Pero, como en la
película, nadie dice nada. Son las formas, son las malditas formas.
Ninguna nación quiere enredarse en problemas
ajenos si es que no le atañen. Son tantos los ejemplos y tan pocas las
excepciones que nadie se equivoca si afirma que los derechos humanos cuentan
sólo cuando conectan con temas de interés estatal. Tal vez es así: la política
internacional es siempre nacional.
Para poner un ejemplo, la "nueva
amistad" entre Colombia y Venezuela se debe a que Chávez retiró su ayuda a
las FARC. Si lo hubiera hecho durante Uribe, Chávez y Uribe habrían sido dos
“nuevos amigos”. O un ejemplo
inverso: cuando los países del ALBA lideraron una cruzada por la democracia en Honduras y Paraguay, lo
hicieron sólo porque habían perdido dos fichas importantes en el tablero
internacional. Desde la misma perspectiva, ¿por qué Dilma Rousseff va a
criticar el incumplimiento de normas al gobierno de Venezuela si Brasil no ha
perdido ninguna ficha en el tablero? Ese es el punto. No es cinismo; es
realidad.
Incluso una de las intervenciones
internacionales más nobles de la historia, como fue la entrada de los EE UU en
la Segunda Guerra Mundial, ocurrió después del ataque japonés a Pearl Harbor, recién en 1941. Del mismo modo, la intervención de la OTAN en contra de
Serbia sucedió sólo cuando Milosevic se convirtió en amenaza para la paz
continental. Las “limpiezas étnicas” ya habían tenido lugar.
Lo expuesto no es ni siquiera una crítica.
Imaginemos que una gran potencia decidiera jugarse por razones humanitarias en
contra de las naciones donde los derechos son violados. Lo más probable es que
muy pronto estaríamos al borde de una tercera guerra mundial. “Humanidad es
bestialidad” –escribió Carl Schmitt-. Y en ese punto, creo, tenía razón.
Cierto; uno quisiera que una intervención
internacional pusiera fin a las masacres que comete el dictador sirio Al Assad.
Pero, ¿no agravaría esa intervención los problemas de la región árabe? ¿No
basta un solo Irak? Esas deben ser preguntas que se hace Barack Obama.
Los demócratas venezolanos están
desilusionados de los gobiernos de la región. Y con razón. Pero en Europa –ojo: no es un consuelo- la
situación tampoco es mejor ¿Cuáles gobiernos reclamaron por las masacres cometidas
por Putin en Chechenia, tan similares a las de Milosevic en el Kosovo? Quizás si lo hubieran hecho a tiempo Putin no habría intervenido en Ucrania. ¿Va
Alemania a arriesgar la provisión de gas ruso por el incumplimiento de derechos
internacionales que no le incumben? ¿Donde están las demostraciones en contra del partido
semi-oficialista Jabbick de Hungría el cual proclama la expulsión de judíos y
gitanos? ¿No miran todos los
gobernantes para otro lado cuando el tirano de Bielorrusia, Lukashenko, se hace
elegir en elecciones cada una más fraudulenta que la otra?
En la filosofía rige el principio socratiano
del “conócete a ti mismo”. La política internacional, a su vez, se rige de modo
tácito por el principio del “ayúdate a ti mismo”. Es por eso que los demócratas
venezolanos deben seguir el ejemplo dado por las disidencias de Europa del Este
cuando, sin ayuda internacional, levantaron una resistencia en contra de
las dictaduras, derrumbando a uno de los imperios más poderosos de la historia.
Recordemos que el mismo Kissinger se pronunció en contra del Solidarnosc polaco en nombre de la conservación de un supuesto equilibrio internacional.
Eso no quiere decir que una oposición acosada
no deba recurrir a instancias internacionales. Cada acusación en contra de un
gobierno ilegítimo puede ser un punto ganado en la opinión pública. Opinión a
la cual los gobiernos suelen prestar
más atención que a los principios internacionales. Sin embargo, tampoco hay que
olvidar una premisa; y es la siguiente: En este mundo no hay nada más egoísta
que un Estado nacional.