Así como en la historia
venezolana ya han sido trazadas líneas que marcan el antes, el durante y el
después de Chávez, en el último capítulo deberá ser trazada otra que marque el
antes y el después de Mario Silva. No porque el siniestro personaje hubiese
sido relevante para la historia de su país, sino porque a partir de la
publicación de sus conversaciones con el agente cubano, las que dio a conocer
la MUD el 20 de Mayo, el régimen post-chavista deberá enfrentar una crisis
cuyas profundidades son difíciles de dimensionar. Tarea más difícil si se
considera el hecho de que esa crisis resulta de la combinación de otras tres
crisis paralelas.
A la crisis económica que
creó Chávez y a la crisis de legitimación producida por un mal escondido fraude
electoral, se suma –de acuerdo a las revelaciones de Mario Silva- una crisis de
gobernabilidad que amenaza arrastrar a todo el aparato del estado. Eso
significa que, de modo independiente a cuanto tiempo dure la agonía del
régimen, nos encontramos frente a un típico caso de crisis política
terminal.
Para captar el sentido
terminal de las crisis, es conveniente situar el momento histórico por el cual
atraviesa Venezuela.
Como ha sido señalado en
otros textos, el chavismo no solo fue un tipo de gobierno sino, también, un
tipo de estado. Eso quiere decir: el chavismo, originariamente un movimiento
social con profundas raíces populares, se convirtió durante Chávez en un
gobierno autocrático que lentamente fue apoderándose de todos los mecanismos
estatales, hasta alcanzar el punto en el cual gobierno y estado llegarían a
confundirse en una sola unidad. Dicha transformación fue posible gracias al
liderazgo mesiánico del caudillo, única persona que podía unir, al menos
simbólicamente, la dimensión popular con la estatal.
De este modo, el poder
social, el poder económico (petróleo), el poder judicial, el poder electoral,
el poder parlamentario y el poder militar, se articularon de modo vertical con
una cúspide en la cual reinaba Chávez, rodeado por una camarilla incondicional
a la que pertenecían, entre varios, Maduro y Silva. Por lo mismo, muerto
Chávez, no extrañó que en Venezuela hubiera tenido lugar un rápido proceso de
desarticulación política inter-estatal. Esto significa que más allá de si hay
chavismo sin Chávez, o si el chavismo “era” Chávez, problema central es
si el estado chavista podrá sobrevivir sin Chávez. Ahora, después de
las declaraciones de Mario Silva, es posible deducir que es más fácil que un
auto funcione sin motor a que el estado chavista funcione sin Chávez.
Por supuesto, nada de lo
dicho por Mario Silva era un secreto. Todo se sabía. Pero una cosa es saber y
otra, certificar. Las declaraciones de Silva son, si así se quiere, la certificación
formal de un conocimiento informal.
Que hay una guerra caníbal
entre los seguidores de Cabello y los de Maduro; que hay proyectos golpistas;
que los agentes cubanos controlan la información, la represión y sectores del
propio ejército; que el poder electoral es manipulado desde el gobierno; y que
la corrupción carcome a todas las instituciones del estado; todo eso y mucho
más se sabía en Venezuela. El "mérito" de Mario Silva reside solo en
haber convertido el saber en certeza y la certeza en verdad pública. Sus
palabras no son, por tanto, chismes. Por el contrario, son testimonios de alto
valor historiográfico.
Más aún, como si fuera un
Max Weber tropical, Mario Silva ha aportado a los estudiosos del periodo con
categorías politológicas irrenunciables. Una es la de “vampiros” (ladrones). La
otra, por deducción, es "castrismo". Efectivamente, si después de las
palabras de Silva tuviéramos que destacar la contradicción principal que sufre
la “nomenklatura” post-chavista, esa sería la de vampiristas versus castristas.
Eso significa a su vez que en estos momentos el botín del estado está siendo
disputado entre dos "partidos" formados bajo el amparo del presidente
muerto.
Las grietas en la cúspide
del poder son signo de crisis, las que pueden ser parciales o totales. El
problema es que las grietas mostradas por Silva no son, como es usual, entre
conservadores y reformistas; tampoco entre revolucionarios y reaccionarios, y
mucho menos entre "buenos" y "malos". Se trata -es el drama
venezolano- de grietas que separan a dos mafias: una, la vampirista, dedicada
al robo de dineros que pertenecen al pueblo (la de Diosdado, según Silva) y
otra, a entregar la soberanía nacional a una dictadura militar extranjera
(mafia a la que pertenece el mismo Silva). La oposición democrática -ese es un
problema- no tiene en este caso donde elegir, ninguna esperanza de dialogo,
ninguna posibilidad de alianza táctica con alguna fracción del bloque
dominante. Porque, digámoslo de una vez, elegir entre esas dos mafias sería igual
a elegir entre la peste y el cólera. Acerca de cual es la peste y cual es el
cólera es un tema que queda a la imaginación del lector.
Lo dicho no descarta la
posibilidad de que frente a la crisis total, aparezca alguna vez dentro del
post-chavismo una tercera fracción a la que podríamos llamar provisoriamente,
“romántica”, es decir, una que intente recuperar las –supuestas o reales-
tradiciones originarias del movimiento. Si uno lee con atención algunos
artículos de la revista Aporrea, será posible percibir que esa fracción se
encuentra en condición latente, aunque hasta el momento no ha adquirido
presencia orgánica. Es, por lo tanto, solo una posibilidad entre varias.
La situación se vuelve más
problemática si se tiene en cuenta que ambos "partidos", el vampirista
y el castrista, aunque algunos de sus representantes se detesten entre sí, no
pueden separarse sin el riesgo de
perderlo todo. Ese "todo" es el propio estado. Razón por la cual no
es probable que a muy corto plazo tenga lugar una implosión de tipo
físico-política. Por el contrario, tales regímenes terminan sólo cuando son -permítaseme la expresión- "implosionados" desde fuera del poder establecido; así ocurrió al
menos con las dictaduras comunistas de Europa del Este.
La rebelión democrática y
pacífica que comienza a cristalizar en las asambleas multitudinarias convocadas
por Capriles, podría ser, entre otras, una de las fuerzas "implosionadoras" de Venezuela.
Más problemática es la
posibilidad de colapso inter-estatal si se tiene en cuenta que las líneas
divisorias que marcan las grietas entre ambos "partidos" son a veces
muy difusas. Hay, efectivamente, castristas vampiros y vampiros castristas. O
para decirlo con otra de las "categorías" surgidas de la experiencia
venezolana: ambas fracciones están "enchufadas" al aparato del
Estado. Unas, conectadas al enchufe político-ideológico (la de Maduro). Otras,
al económico (la de Cabello). No faltan tampoco -destaca Mario Silva- quienes
están conectados a los dos enchufes a la vez (cita como ejemplo a José Vicente
Rangel).
Todos los señalados son
-reiteramos- signos que muestran la existencia de una crisis de carácter
terminal del estado chavista. Cuan larga será, nadie lo puede saber pues entre
nigromancia y política hay ciertas diferencias. Tampoco es posible excluir,
como adelanta el gran teórico Mario Silva, la posibilidad de una salida
golpista. Si ella será con Maduro o sin Maduro, tampoco lo sabemos. Sin
embargo, toda Venezuela sabe que las tropas que sacó Maduro a las calles para
combatir a la delincuencia, asustan a todos, menos a la delincuencia.
Cuando hay crisis
económica, crisis de legitimación, crisis de gobernabilidad, y si a ello se
suma, una corrupción que alcanza los más altos niveles, las condiciones están
dadas para una alternativa anti-política, y esa alternativa –experiencia
sufrida por muchos países latinoamericanos- es, casi siempre, militar.
No obstante, el hecho de
que se den condiciones para el cumplimiento de una alternativa no significa
necesariamente que ésta deberá cumplirse. Menos todavía si se tiene en cuenta
que en Venezuela existe una oposición mayoritaria, con alta capacidad de
organización y con un liderazgo conquistado a punta de difíciles batallas
políticas. O dicho en otras palabras: en Venezuela tiene lugar, como diría
Gramsci, una lucha entre dominación y hegemonía. El estado-gobierno ejerce
dominación, pero carece de hegemonía. La oposición, a su vez, carece de
dominación, pero ya ha obtenido la hegemonía. Esta es, al fin, la conclusión
principal que se desprende de las revelaciones de Mario Silva.