Elegir es diferenciar. Abstenernos de votar no sólo
supone entonces una abstención con respecto a un conflicto, sino una abstención de diferenciar, una a través de la cual nos negamos como electores.
Ha habido autores que han escrito voluminosos libros y de
pronto escriben un artículo o ensayo muy breve donde se encuentra casi todo el
sentido del mensaje que querían comunicar. Pienso por ejemplo en la alegoría de
la caverna platónica (sólo dos páginas del libro Vll de la República) o en “Paz
Perpetua” de Kant, o en “Política como Profesión” de Max Weber e incluso en el
“Manifiesto Comunista” de Karl Marx. Pues los libros voluminosos suelen serlo
cuando el autor busca un objetivo que siendo pre-sentido no es todavía
encontrado. Hasta que llega el momento feliz del encuentro. Entonces la idea
surge simple y breve. ¿Ha pensado alguien cuántas noches de insomnio hay detrás
de la tan sencilla fórmula de Einstein, E=mc2?
Cuando leí por primera vez el artículo de Sigmund Freud
“La denegación” (Die Verneinung, 1934) me di cuenta de que estaba frente
a uno de esos breve textos reveladores. Es por eso que cada cierto tiempo
vuelvo a leerlo para encontrar una sugerencia, algo que obliga a seguir
reflexionando más allá del texto, algo que de pronto desemboca en ámbitos
lejanos al propio Freud. Como el de la política, por ejemplo.
Freud parte de una observación detectivesca. Si un
paciente decía que el personaje femenino de un sueño no es su madre, Freud
deducía: “es la madre”. De este modo logró percibir que al ser reconocido el
objeto, éste no era reprimido sino negado. Negado significa, en la formulación
de Freud, “algo que me gustaría reprimir”. Y bien, la diferencia entre lo que se
reprime y lo que se niega es central en el pensamiento de Freud.
Recordemos que convertir lo inconsciente en conciente era
para Freud un propósito del psicoanálisis. No obstante, la concientización de
lo inconsciente no significaba para él la eliminación del conflicto. Todo lo
contrario, lo que se busca hacer conciente en la escena analítica es el
conflicto mismo, esto es, el reconocimiento real de lo que uno niega. Así Freud
logró trazar la fina línea que separa a lo reprimido de lo negado.
Podríamos decir sin miedo que el arte del psicoanálisis
consiste en transformar “lo reprimido” en “lo negado” pues la negación es
siempre una acto de la conciencia, una decisión del yo, o como dice Freud, una
atributo del intelecto. Eso significa que sólo a partir del reconocimiento del
conflicto negado puedo dar el segundo paso: el de la afirmación. O en una
fórmula: no la afirmación posibilita la negación sino la negación a la
afirmación.
Para explicarme mejor: Si alguien dice “hoy yo no
quisiera hablar de “eso” ”, “eso” implica el reconocimiento de “algo” que
produce displacer, mas no su represión. La decisión de no hablar hoy de “eso” no niega entonces al conflicto, simplemente lo silencia. En cierto modo implica
la decisión de no-desear-enfrentar-el-conflicto lo que en ciertos casos es aconsejable, sobre todo en la vida privada. De ahí que en lugar de enfrentar,
posponemos al conflicto. ¿Cuántas veces dejamos para el Lunes lo que no
queremos hacer el Domingo?
No obstante, lo que puede ser cuerdo en la vida privada
no lo es siempre en la política. La razón es simple: sin conflicto no hay
política pues la política es conflicto (agonía, según Hannah Arendt) Y el
momento más conflictivo (o agónico) de la política es sin duda el de la
elección dado que en una elección se trata de elegir, y elegir significa
afirmar algo que pensamos es mejor a lo no elegido (negado).
Elegir es diferenciar. Abstenernos de votar no sólo
supone entonces una abstención con respecto a un conflicto, sino una abstención de diferenciar, una a través de la cual nos negamos como electores.
La abstención al ser dirigida en contra de
uno mismo no puede ser considerada como un acto de protesta pues nadie protesta
en contra de uno. Si queremos protestar podemos votar en blanco o simplemente,
como hizo Yoani Sánchez en Cuba, anular el voto y rayarlo. Yoani mostró incluso
su voto -donde ella había escrito la palabra “libertad”- a las cámaras. Yoani,
luego, no se abstuvo de votar. Tampoco de elegir. Ella eligió en contra de las
opciones propuestas, otra elección, una que en las condiciones imperantes en su
isla, no era todavía posible. Así es como se protesta.
Por supuesto, en una elección se puede votar sin elegir,
aunque –obvio- no se puede elegir sin votar. Dicha distinción entre votante
y elector podría haberla hecho Max Weber, pero como no la hizo, la hago yo.
A primera vista parece un exceso de sutileza, pero no es así. En efecto hay
quienes votan pero no eligen.
Hay quienes han votado y votarán por el mismo partido
hasta el fin de sus días. Esos según la expresión de Weber son los militantes (Mitgliedschaft)
a quienes diferenciaba de los simples partidarios (Anhängerschaft) y de
los electores (Wählerschaft)
Los militantes, algunos de los cuales han establecido con
la política una relación casi sacramental, al votar siempre por el mismo
partido no son electores pues nunca eligen. Son solo votantes. Los electores en
cambio son aquellos que realizan un ejercicio intelectual en cada elección y,
por lo mismo, eligen.
Según los militantes los electores poseen una baja
conciencia política. Pero quienes verdaderamente dan sentido a la vida política
son los electores quienes al elegir, deciden. Mas, para elegir, los electores
necesitan por lo menos de una diferencia. Si no hay diferencia no puede
haber diferenciación. Solo puede haber in-diferencia, la que en las
elecciones se traduce en abstención. La indiferencia aparece entonces en el
momento en el que nos negamos a negar.
La abstención, luego, comienza desde el momento en que
los electores –no así los votantes- no pueden encontrar las diferencias. Quizás
eso fue lo que sucedió en Chile en las elecciones municipales del mes de
Octubre del 2012 cuando -en el que se supone uno de los países más politizados
del continente- la abstención alcanzó un catastrófico 60%. No ocurría lo mismo en el
pasado reciente. Durante los tiempos de “la posdictadura” (Adolfo Castillo)
unos votaban para evitar el regreso de los pinochetistas. Los otros, para
evitar el regreso de la Unidad Popular. Las diferencias estaban muy claras.
Hoy, evidentemente, no es así.
La ausencia de las diferencias lleva a la indiferencia y
con ello al fin de la política ya que sin diferencias no hay antagonismos y sin
antagonismos no hay política. Cuando eso ocurre no nos encontramos entonces
sólo frente a una crisis política sino frente a la crisis de la política. Y
eso, desde una perspectiva política, es lo peor que puede ocurrir en un país.
Ahora ¿qué sucede cuando hay electores –estoy pensando en
Venezuela- quienes a pesar de que existen diferencias dramáticas entre los
candidatos de su país deciden de todas maneras no votar? En este caso –es mi
respuesta- estamos definitivamente frente a una muy grave patología política.
Lamentablemente Freud no escribió nada sobre ese tema.