En política -salvo para quienes están ideológicamente
intoxicados- la decisión de votar conoce múltiples motivos.
“Díme por quien votas y te diré quien eres”
es quizás una frase vulgar, pero contiene un átomo de verdad. Pues la decisión
de votar dice más sobre la personalidad del elector que sobre la del candidato.
En ese simple acto está contenido un mundo de experiencias. Uno vota,
efectivamente, de acuerdo a lo que uno es, o quisiera ser.
1. Si yo por ejemplo fuese ciudadano norteamericano votaría
por Barack Obama. Pienso que es el presidente adecuado para revertir la
profunda crisis económica que heredó de Bush. La primera parte de su tarea, ya
está cumplida. La segunda, la de la cosecha, cuando los programas “keynesianos”
comiencen a reactivar el consumo, no debería ser heredada por los republicanos,
como ya es común en esa inmensa nación.
Mas, como no soy norteamericano, mi favoritismo por Obama
tiene que ver con asuntos de política exterior. Efectivamente, bajo su
conducción ha tenido lugar un cambio radical en la política internacional de
los EE UU, a saber: la sustitución del principio de dominación militar por
el de liderazgo político. El primer principio correspondió al periodo de la
Guerra Fría. El segundo, a las condiciones multipolares que priman en el siglo
XXl. Ahí los EE UU deben buscar “un nuevo lugar”
Durante esa búsqueda, los EE UU enfrentarán a lo largo
del siglo XXl a dos imperios: el ruso y el chino.
El primero es un imperio clásico. Su expansión se basa
todavía en la ocupación militar. En cierto modo puede ser que Putin pase a la
historia como el continuador post-moderno de Stalin (sin utopía revolucionaria,
sin Komintern y sin el apoyo mundial que gozó la URSS).
El segundo, el imperio chino, se basa en la
ocupación económica, y si la tendencia se mantiene, podrá controlar el sistema
financiero de diversas naciones hasta el punto de inhabilitarlas políticamente.
Es una buena carta y la está jugando.
De acuerdo al principio del liderazgo político, Obama
intenta apoyar, cuando es posible, a diversos movimientos antidictatoriales de
la tierra. Por cierto, no se trata de una ayuda filantrópica: la ausencia de
democracia es y será el talón de Aquiles de los otros dos imperios. El apoyo a
las revueltas árabes corresponde pues con ese principio. Es por eso que ninguna
rebelión árabe ha sido realizada con la quema de banderas norteamericanas, como
era “normal” en el pasado reciente. Además, la deteriorada Alianza Atlántica ya
está prácticamente restituida. No es muy poco para tan reducido tiempo.
2. Quizás por razones similares, en las elecciones más
decisivas que ha habido en América Latina durante este siglo, las de Venezuela
en Octubre del 2012, mi candidato no podría ser otro sino Henrique Capriles
Radonski, el contendor más serio que ha tenido Chávez en su vida política.
Chávez representa el proyecto de usar el gobierno como
medio de toma del poder, pero no del poder de una clase, sino de un grupo de
amigos personales cohesionado en torno a su liderazgo. Representa, además, la
anulación de una de las conquistas más caras de Occidente: la separación de los
tres poderes. Y por si fuera poco, representa el retorno del caudillismo
militar decimonónico, aunque esta vez venga vestido con el rojo color del socialismo.
Desde el punto de vista internacional,
Chávez ha bloqueado la ola democrática iniciada en la región después del
declive de las dictaduras militares “clásicas”. De acuerdo a ese objetivo, ha
contraído relaciones con las más espeluznantes dictaduras. Gracias a la
intermediación de Chávez, los gobernantes más asesinos de la tierra se han
paseado por América Latina como perro por su casa.
Pero no sólo por ser “el anti-Chávez” yo votaría por HCR.
Capriles levanta un proyecto cuyo objetivo es unificar
reivindicaciones libertarias con reformas sociales nunca realizadas por el
chavismo. Es por eso que en Venezuela, gracias a Capriles, se ha desatado un
movimiento social y político que trasciende a los partidos que apoyan al
candidato de la democracia.
3. Mucho más difícil sería para mí elegir algún candidato
en Chile, mi país de origen. En cualquier caso, si yo estuviera ahí, me
alejaría como de la peste de los partidos políticos, agotados en canibalescas
luchas internas. Simplemente actuaría en ámbitos ciudadanos asequibles. Esas
son las razones por las cuales, desde tan lejos, apoyo la candidatura a
concejal por la comuna de ñuñoa
de Jorge Gómez Arismendi, a quien casi nadie conoce en Chile (creo que en ñuñoa tampoco)
Si no fuese candidato por ñuñoa, también yo apoyaría a JGA. Porque mi apoyo a JGA no
tiene nada que ver con que casi toda mi niñez y juventud la haya vivido en ñuñoa, donde tuve mis primeros amigos,
mis primeras “pololas”, mis primeros partidos de fútbol, mis segundos y
terceros estudios, mis primeras curdas. No, mi apoyo virtual a JGA no tiene que
ver (sólo) con ñuñoa.
Tiene que ver con una posición ética de JGA, una que dice
más o menos así: “cuando los partidos políticos ya no te representan, en lugar
de quejarte debes representarte a ti mismo”. Ahora, para pensar de tal modo, y
luego actuar, hay que tener cojones. Es por eso que si tuviera diez años menos
viajaría a Chile a sumarme a la campaña de JGA: candidato quijote en un país donde hay tantos sanchos.
4. Pero como no vivo en Chile, he decidido votar en las
próximas elecciones comunales por Herr S., eterno candidato a concejal por la
circunscripción Eversten, en la ciudad de Oldenburg.
Nunca he votado por Herr S., conservador y cristiano. En
las elecciones nacionales voto por los socialistas y en las comunales por “los
verdes”. Sin embargo, en las próximas elecciones voy a votar por Herr S. Y no
lo haré sólo porque los demás candidatos son unas plastas, sino porque Herr S.
no lo es.
Herr S. vive frente a mi casa. Sale de la suya a la misma
hora; hace sus paseos a la misma hora; asiste a los servicios religiosos a la
misma hora; trabaja en su jardín a la misma hora.
Apenas me divisa Herr S. atraviesa la calle para
saludarme. Hablamos cordialmente del tiempo, del exceso de tráfico y, más
recientemente, de la vida lenta de los jubilados. En fin, creo que Herr S.,
hombre recto y cordial, es el ciudadano que habría deseado Kant para su
“república civil”.
Hace tiempo que no veo a Herr S. Una semana atrás divisé
a Frau S. Caminaba lento, mirando al suelo. En las noches la casa de Herr S. ya
no está iluminada, como solía estar. Y me extraña mucho que la maleza ya está
cubriendo gran parte de su cerco. Quizás en las próximas elecciones tampoco
podré votar por Herr S.