Todavía, cuando aún
no se apagan los ecos de protesta frente al atroz asesinato cometido en
Santiago de Chile en la persona del joven homosexual Daniel Zamudio. Todavía,
cuando la mayoría de los intelectuales latinoamericanos señalan que lo ocurrido
en Chile no fue un accidente sino expresión de una cultura que ha hecho del
machismo una ideología dominante. Todavía, cuando hasta los más iletrados
comienzan a entender, después de la muerte de Zamudio, que la homofobia es una
de las formas que asume “el odio al prójimo” -ese mismo odio que otras veces
convierte en objetos a los enfermos (físicos y psíquicos), a los “negros”, “judíos”, “extranjeros” y, no por último, a las mujeres-. Y todavía, después de
todo eso, leo, sin poder creer, las palabras del Ministro del Exterior
venezolano Nicolás Maduro, quien en un discurso pronunciado en las afueras de
la Embajada de Cuba en Caracas, transmitido por la televisión estatal, utilizó
la palabra “mariconson” al lado de la palabra fascista para insultar al
candidato electoral de la oposición.
Que en los bajos fondos, en las
cárceles o en los cuarteles, los homosexuales sean objeto de escarnio, es lacra
imputable al inventario de una cultura que ha hecho de “la destrucción del
otro” uno de sus signos más notorios. Pero cuando un Ministro del Exterior -es
decir, un personero en contacto con el mundo, alguien que se codea con
políticos cosmopolitas, quien ha conocido en sus viajes a países y culturas- vitupera al prójimo con el calificativo de “mariconson”, llevaría en cualquier país medianamente democrático –no sólo en Europa- a
exigir la inmediata renuncia del
indigno funcionario.
Usar, además, la palabra
“mariconson” justo al lado de la palabra fascista, delata la perversidad ideológica
de un hombre, quizás de un régimen, quienes, al negar el derecho a la
diferencia en todas sus formas, se convierten, por eso mismo, en enemigos
radicales de la libertad.
No. No, la de Maduro no fue “una
picada de mosquito”. La de Maduro fue una afrenta, no sólo al candidato
opositor, sino a la misma condición humana; una afrenta que traspasa partidos e
ideologías, incluyendo a quizás cuantos chavistas que necesitan de sus
diferencias para habitar en ese mundo privado al cual ningún personaje público
debería tener jamás acceso.
Hitler envió a los homosexuales
a morir en los campos de concentración. Trujillo los usaba como alimento de
caimanes. Fidel Castro, cuando era mandatario y no gurú, se refería en una sola
tirada a “gusanos y homosexuales”. A esa odiosa especie pertenece el ministro
Nicolás Maduro.
Hay veces en las que el sentido
último de la política – sentido que se expresa en sus momentos más
existenciales como el que hoy vive Venezuela- es la lucha en contra de la
maldad. Eso significa, si se me permite una leve utopía, que si la maldad fuera
alguna vez políticamente derrotada, nunca alguien como Nicolás Maduro podría
ser ministro de nada. En el mejor de los casos ocuparía el cargo de simple y
torvo matón de lupanar.
Para escuchar las palabras de Nicolás Maduro haga clic Aquí
Textos relacionados con el tema:
Mario Vargas Llosa, A LA CAZA DEL GAY
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