El mismo tema, la misma
discusión que irrumpía en mis seminarios, o con ideologizados colegas; esa
instantánea reacción que surge frente a cientos de réplicas similares; en fin,
otra vez la sensación de impotencia ante el gran malentendido que se repite y
repite, sin contemplación ni descanso.
Para mí no es broma. Como
consecuencia de ese mal entendido ha habido grandes desastres históricos.
Es también el malentendido
que explica por qué hay personas a las que reconozco sensibilidad,
inteligencia, cultura y, sin embargo, no vacilan en identificarse con las más
terribles dictaduras aduciendo que ellas portan consigo la defensa de los
oprimidos, la promesa de la igualdad, la redención de los pobres, en fin, el
reino de los cielos sobre la tierra.
El remitente del E-Mail
mencionado pertenece sin duda a ese tipo de personas. Muy respetuosamente me
escribió que estaba de acuerdo con mi crítica a las dictaduras y a los
gobiernos autocráticos, crítica que he venido realizando en diversos artículos.
Pero no hay que olvidar –agregó- que en muchas así llamadas democracias existe
una dictadura de los más ricos sobre los más pobres. Luego, sin justicia social
no es posible hablar de democracia. El capitalismo es también –dictaminó- otra
forma de dictadura.
Yo entonces deslicé el ratón,
copié la respuesta que había enviado al penúltimo lector que me había escrito
algo muy similar, cambié el nombre del destinatario, una que otra palabra, y
envié el mismo mensaje. Dice así:
Yo creo que hay una confusión, y no sólo es suya.
Justicia social y democracia son dos cosas muy diferentes. La democracia es una
forma de gobierno y de organización política y esa forma no garantiza de por sí
la desaparición de las desigualdades sociales. Lo que sí otorga la democracia
son vías para que la lucha por una mayor igualdad sea posible. Esas vías no
existen en una dictadura. Y por supuesto, son muy importantes. En democracia
usted tiene la posibilidad de elegir su partido para luchar por la igualdad
social, y si no hay ninguno, puede fundar uno. Hay en este punto, creo yo, un
gran malentendido: El capitalismo es una forma de organización económica. La
democracia, en cambio, es una forma de organización política.
Le prometí, además, escribir un artículo sobre el tema. Y es lo que estoy
haciendo.
Si hubiera tenido más tiempo debí haber explicado a mi interlocutor que es
lo que entiendo cuando digo que la democracia es una forma de organización
política y no económica o social. En este caso –le habría dicho- la palabra
“forma” es muy importante pues la democracia significa poner la política “en
forma democrática”.
Para que haya política basta que exista una lucha no militar por el poder
entre dos bandos antagónicos, y eso es lo que han subrayado autores como Carl
Schmitt, ayer y Ernesto Laclau, hoy. La
política no requiere de la democracia para existir, pero sí a la inversa: sin
política no hay democracia. La democracia, por lo tanto, es sólo una “puesta en
forma” del juego político. Juego que necesita de un espacio de juego, así como
de reglas del juego. Las reglas, por supuesto, no resuelven la lucha por el
poder, pero -nótese- la garantizan.
Las más conocidas reglas son aquellas que garantizan la libertad de
pensamiento, de opinión, de movimiento y de asociación. Reglas que por supuesto
no pueden funcionar sin instituciones y éstas, sin la separación de los tres
poderes del Estado, los que si no están separados –obvio- no son poderes.
Puede ocurrir, y eso también es parte del juego democrático, que el legislativo llegue a ser
controlado por el ejecutivo a través de una mayoría parlamentaria. Lo que nunca
puede ocurrir en una democracia es que el poder judicial sea controlado por el
ejecutivo. En ese caso hablamos del fin de una democracia y del comienzo de una
dictadura.
¿Cómo puede haber
justicia si los jueces son sólo empleados de un gobierno? ¿Quién nos defiende
del gobierno, y lo que es peor, del Estado?
Esa es la razón por las cuales en todas las naciones donde no hay
independencia de la justicia con respecto al ejecutivo no sólo no ha hay
democracia; tampoco hay justicia.
La deducciones son simples. Por una parte, la democracia social no
existe. La democracia es política o no es. Debido a la misma razón, la justicia
política no existe. Si la justicia se subordina a un partido, a un gobierno, o a un líder, ya no es justa.
La justicia social no garantiza la existencia de una democracia política,
pero la democracia sí garantiza –esta es la parte más interesante del juego- la
posibilidad de la justicia social. Por lo tanto, justicia social y democracia
política son términos diferentes, pero no antagónicos. En cierto modo son
complementarios. Luego, el problema no reside en la unión entre lo uno y lo
otro, sino en la separación.
¿Cómo así? ¿No son diferentes? Exacto: pero para que las dos instancias
–democracia y justicia social- se unan, necesitan ser diferentes, pues si son
iguales no se pueden separar ni unir. O para decirlo así: no estoy
hablando de “la unidad de los contrarios” (Hegel) sino de “la unidad de las
diferencias” (Derrida).
La democracia implica la unidad pero también la aceptación de las
diferencias. Si no entendemos esa paradoja –es mi tesis- vamos a seguir
viviendo bajo el imperio de un gran malentendido. Y ya hay mucho muerto, mucha locura, mucho dolor, como para no intentar, alguna vez, un cierto
entendimiento.