Fernando Mires: AMÉRICA LATINA: DOS PASOS ADELANTE, DOS PASOS ATRÁS


Al final del año, siguiendo antiguas tradiciones campesinas, llega el momento de hacer recuentos de las cosechas, en este caso, de las políticas. Pues bien, comparando el que se nos va con años pretéritos, muchos analistas llegarán a la conclusión de que el año 2011 ha sido uno de los más ricos en movimientos sociales y políticos del siglo XXl.
Efectivamente, la ola iniciada con las revoluciones democráticas- anticomunistas del siglo pasado, llegó en el 2011 al mundo árabe, el que durante 2012 continuará siendo escenario de revueltas cuyos resultados son imprevisibles. Por otra parte, la vieja Europa, en medio de una aguda crisis financiera, ve sus calles atestadas de “indignados” sin representación política, creándose así un peligroso vacío que, bajo determinadas condiciones, podría convertirse en tentación de infaltables populistas. En fin, comparando la situación árabe, la europea y la latinoamericana, habría que concluir que, a diferencias con lo ocurrido en años anteriores, esta última parece una taza de leche. Pero quizás las apariencias engañan.


1. La zona democrática

Puede ser que 2011 haya sido en América Latina el año en que las fuerzas en conflicto ordenan sus líneas para las batallas políticas que tendrán lugar en el 2012. ¿Entre quienes? Todos lo sabemos: a un lado, quienes apoyan proyectos autocráticos; al otro, los que apoyan proyectos democráticos. Esa es, por lo demás, la marca que ha dividido al continente en el último decenio.

En la zona democrática han tenido lugar más cambios que en la autocrática. Ya en Enero, con el ascenso de Dilma Rousseff, Brasil marcó ciertas distancias simbólicas con Venezuela. Por lo menos, a diferencias de Lula, Rousseff no abraza a Chávez todas las semanas. Mas, por otra parte, el gobierno brasileño no ha trasladado su supremacía económica al terreno político. El proyecto Lula de convertir a Brasil en una nación económica desarrollada, pero apolítica, ha terminado por imponerse. Lo que no tendría mucha importancia si Brasil no hubiera ocupado un lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas representando a Latinoamérica. Allí no hubo debate importante en el cual Brasil no practicara la abstención. Es una lástima: a diferencia del ALBA que sí tiene política internacional –intensificación de relaciones con todas las dictaduras del mundo- las naciones democráticas de América Latina carecen de política internacional.

Una segunda gran nación latinoamericana, Argentina, ha experimentado otro cambio político importante. Me refiero a la transformación del peronismo en kirschnerismo. Por cierto, Cristina Fernández dice ser continuadora de tradiciones peronistas, pero estas –si alguna vez existieron- se ven cada vez más lejanas.

Entre peronismo y kirchnerismo hay, por cierto, semejanzas. Entre ellas, la viudez. Mientras el viudo de ayer intentaba reencarnar el espíritu de Evita, la viuda de hoy porta los designios celestiales de Nestor Kirchner. Pues, conociendo al dedillo el carácter mitómano de la política de su país, Cristina, al igual que Juan Domingo, ha divinizado a su cónyuge. Por ejemplo, cuando lo nombra dice “El”. “El” es el presidente en el cielo. Ella, en la tierra de Argentina. Por si fuera poco, los tutti fruttis ideológicos peronistas y kirchneristas son muy similares.

Así como Perón no tenía empacho en declararse fascista, escribir cartas a Mao, apoyar a sus enloquecidos montoneros, y agasajar a grandes empresarios, Cristina hace algo parecido: cultiva cordial amistad con el “imperio”, abre sus manos al capitalismo chino, y para compensar, nombra de vez en cuando a Che Guevara o elogia las horrorosas pinturas de Chávez. No obstante, más allá de similitudes, las diferencias entre peronismo y kirchnerismo son importantes. La más decisiva es que Perón era populista y Cristina no lo es.

Mientras Perón gobernaba escuchando el clamor de la calle, Cristina lo hace desde las pantallas. O, de modo parecido: mientras en Perón lo importante era el discurso, en Cristina lo que importa es el gesto. Mientras Perón nadaba en las masas como un pez en el agua, Cristina se mueve muy fácil entre bastidores. Su habilidad para disolver y contraer alianzas secretas en función de objetivos inmediatos, es asombrosa. 

Bajo esas condiciones, el de Cristina Kirchner no será un modelo democrático a seguir, pero tampoco ha caído en el autocratismo de los gobernantes del ALBA. Los intereses de la política argentina son demasiado intrincados como para situarse sobre ellos. En cierto modo –quizás ahí reside el secreto- “ella” siempre deja una puerta abierta para convertir al enemigo de hoy en un amigo de mañana. La terrible enfermedad que amenaza a Cristina Fernández -de la cual hoy me he enterado con mucho pesar- contribuirá sin duda a reforzar el mito de su figura. Puede ser así posible que un día el kirchnerismo se transforme definitivamente en cristinismo
Pero a quien desde un punto de vista democrático importaba transformar no era a Cristina Fernández sino a Ollanta Humala. Habiendo aparecido en la política como militarista y racista y luego, en las elecciones de 2006 como confeso admirador del “chavismo”, ha pasado a convertirse en demócrata ejemplar. La metamorfosis de Ollanta Humala obedece por supuesto a razones de poder, lo que desde un punto de vista puramente político no siempre es criticable.
Fue Mario Vargas Llosa uno de los primeros que advirtió la metamorfosis de Humala, razón por la cual no dudó en darle su apoyo frente al peligro dictatorial que representaba el regreso de Fujimori y sus secuaces, hecho que costó al premio Nobel los más histéricos ataques de la derecha peruana y venezolana.
Hoy el peligro en Perú es otro. Ante la ausencia de apoyo de parte del centro y del centro-izquierda, Humala podría buscarlo –hay ya algunos signos- en la ultraderecha militarista y fujimorista, abandonando así su programa destinado a compatibilizar desarrollo económico con reformas sociales. Por el momento la posibilidad neo-fujimorista no se ha concretado, pero la expectación se mantiene. Si por algún extraño motivo Humala se inclinara hacia el “chavismo” –mediante la vía antichilena de Evo Morales, por ejemplo- sus días políticos estarán contados. Al revés también es cierto: si se inclina hacia el “fujimorismo”, puede desatarse en el Perú una crisis política de grandes proporciones. Humala, avezado político, debe saberlo. Su lugar está en el centro, su programa es de centro, y por eso mismo fue elegido. Su gobierno tiene que ser “bonapartista” o no ser.
Sin embargo, la más grande crisis política no ha sobrevenido en el Perú de Ollanta Humala, sino donde nadie creía que podía aparecer: en el próspero Chile de Sebastián Piñera.
Aparentemente la crisis política que tiene a Piñera en los subterráneos de todas las encuestas ha sido provocada por el vigoroso aparecimiento del movimiento estudiantil. Pero si se tiene en cuenta que la ausencia de popularidad de Piñera corre paralela con la de la oposición, tenemos que concluir que el movimiento estudiantil, menos que un generador de la crisis, es sólo una de sus consecuencias más visibles. Visto así, la que vive Chile en estos momentos es una muy profunda crisis de representación. Así se explica por qué el movimiento estudiantil, pese a que enfrenta al gobierno Piñera, nunca se identifica con la oposición.
En cierto modo los estudiantes chilenos –muy divididos entre sí- se encuentran situados entre una oposición desarticulada y un gobierno que confunde la razón política con la empresarial. Pero los estudiantes, así como otros sectores de la ciudadanía, no están todavía en condiciones de darse una representación política propia. En ese sentido los estudiantes chilenos podrían cumplir un rol parecido al de los “indignados” de España: dar a los “progres” el último empujón hacia el abismo, asegurando así el futuro gobierno de los “conservadores”.
La diferencia entre las fuerzas de gobierno y los partidos de la Concertación es que mientras los primeros viven una situación desoladora, los segundos viven una catastrófica. La verdad es que la Concertación después de haber administrado el Chile post-pinochetista no tiene ninguna otra misión que cumplir. La única alternativa que muchos ven hoy para subsistir es levantar en las próximas elecciones la candidatura de Michelle Bachelet. Pero ni siquiera la “vía chilena al matriarcado” asegurará posibilidades de éxito. Si Bachelet acepta el ofrecimiento, dejará de ser la candidata política que en un momento fue, para convertirse en un personaje mítico, “más allá de la política”. Y eso es justamente lo que no necesita Chile. En fin, todo hace presumir que Chile arrastrará la crisis política por un periodo más largo que corto, en esa, su siempre tan tortuosa historia. Ello puede tener costos para –como dicen los autómatas chilenos- “el modelo”.


2. La zona autocrática
Si en materia de política internacional la zona democrática de América Latina está políticamente neutralizada, la de la zona autocrática no está mejor, hasta el punto que es posible afirmar que la expansión ideológica y política del ALBA alcanzó ya sus límites existenciales. Quiero decir: de aquí en adelante lo único que espera al ALBA es retroceder.
Los autocracias electorales, o democracias híbridas –dentro de las que además de los gobiernos del ALBA hay que contar a la mayoría de los euroasiáticos y caucásicos, con Rusia a la cabeza- son formaciones políticas que se quedaron “a medio camino” en el proceso de evolución política que alguna vez debe culminar en la democracia. Propio a todos esos regímenes es introducir elementos democráticos formales, pero puestos al servicio de un gobierno uni-personal. Las características de esos gobiernos son, por lo demás, conocidas: identificación total entre gobierno, Estado y líder supremo; subordinación del poder judicial al ejecutivo, control del aparato militar y policial, partido único de Estado, ideología única, e inclusión corporativa (desde el Estado hacia abajo) de los llamados organismos populares. En fin, sin ánimo de establecer tipologías, es evidente que todos esos regímenes se parecen entre sí como una gota de agua a la otra. En el ALBA la única diferencia la marca Cuba; mientras los demás miembros son autocracias electorales, la cubana es una dictadura total, es decir, totalitaria.
Cuando el “chavismo” vivía su periodo de gloria, algunos analistas imaginaron que el ALBA podía llegar a ser una asociación hegemónica en América Latina. Durante el año 2011 ha quedado claro, en cambio, que el ALBA comienza a vivir el comienzo de su descenso. La razón es la siguiente: Si bien gobiernos como el ecuatoriano y el nicaragüense –más por debilidades opositoras que por méritos- se mantienen firmes en la silla, los dos ocupan dentro del ALBA un lugar periférico. El eje central del ALBA constituido por Cuba, Venezuela y en menor medida Bolivia, ha comenzado a mostrar grietas que anuncian un eventual derrumbe. Y eso no es banal. Cuba es el proveedor ideológico, Venezuela es el proveedor económico y Bolivia es el proveedor mítico del ALBA.
Cuba ya no tiene vuelta. Sólo quedan dos preguntas en torno al futuro de ese enflaquecido país: una, es la de quien morirá primero: si el oprobioso sistema o Fidel Castro. Ambos están íntimamente ligados, de modo que es difícil predecirlo. La otra pregunta es si el derrumbe cubano precipitará el fin del chavismo o el fin del chavismo (al menos como gobierno) precipitará el derrumbe cubano. En este caso, como en las matemáticas, el orden de los factores no alterará el producto final el que deberá anunciarse –si los astros no me engañan- el 2012. Como diría un cubano: “Esto se acabó”.
El proyecto totalizador que a través del MAS y Evo ha intentado introducir Alvaro García Linera en Bolivia podría, bajo determinadas condiciones, sobrevivir a la desarticulación del eje La Habana/ Caracas. Sin embargo, enormes errores de cálculo en la cúpula dirigente han determinado que el 2011 no haya sido un año de repunte gubernamental sino, como dice la mayoría de los analistas, “un punto de inflexión”. Primero fue el “gasolinazo” de Diciembre de 2010. Después la represión despiadada a los indios y campesinos que se oponían a la construcción de la carretera del Tipnis (Septiembre de 2011). En ambos acontecimientos Morales y García Linera mostraron una insensibilidad que en nada tiene que envidiar a la de los gobiernos más reaccionarios de la historia de Bolivia. El resultado: Evo Morales ha bajado 50% en su apoyo popular, hecho que no tendría mayor importancia –al fin, todos pueden repuntar en las encuestas- si el mismo Evo Morales no hubiese anunciado la descomposición de su proyecto. ¿Cómo? En el mejor estilo chauvinista de los gobiernos del pasado: Reclamando a Chile la validez de acuerdos limítrofes suscritos por el propio Estado boliviano (1904), en territorios habitados por una población “recontra” chilena. No deja de ser sugerente que Morales haya decidido usar esa carta marcada justo en los momentos cuando el “bloque indígena-plebeyo” (García Linera) acusa notorios signos de fractura.
Una notoria fractura no ha alcanzado todavía al régimen que impera en Venezuela, capital económica del ALBA. Pero allí está ocurriendo algo distinto. Allí se está formando una oposición política que, a estas alturas, debe ser la mejor organizada de todo el continente. Coordinados por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), los partidos de la oposición, muchos surgidos durante el largo mandato de Chávez, y con una evidente hegemonía de la centro-izquierda, se aprestan a realizar primarias, contrastando con la candidatura única del partido único, propiedad única del líder único.
Las primarias venezolanas, gracias a la cerrada contienda que mantienen cuatro candidatos con posibilidades de vencer, han logrado rebalsar el interés de la simple oposición. Chávez, a su vez, se apresta a dar la gran batalla y nadie duda, recurrirá a todos los medios para imponer su victoria. Miles de neveras, televisores, casas pre-fabricadas, inusitados y repentinos aumentos de sueldos y salarios, inicios de cientos de obras públicas, el erario fiscal, más represión policial o intimidaciones de pistoleros encapuchados y –no hay que descartar- manipulaciones en los recuentos electorales, todo eso, será puesto al servicio de la reelección presidencial. Mas, por otra parte, hay que tener en cuenta que nunca el gobierno de Chávez ha estado peor situado frente a la opinión pública. 
Quien sea el vencedor en las primarias, deberá enfrentar a un implacable adversario. Si el candidato de la oposición logra derrotar a Chávez, sólo podrá hacerlo sobre la base de dos presupuestos: levantar un programa de inclusión social que penetre en las filas del chavismo y representar un ideal de reconciliación nacional que termine de una vez por todas con esa división absurda que atraviesa a la nación de punta a cabo. En cualquier caso, del resultado de esas elecciones dependerá gran parte de la futura arquitectura política de América Latina.


3. Una declaración acuática
La futura arquitectura política de América Latina intentó ser diseñada en la primera reunión de CELAC, en Caracas, Noviembre de 2011. Allí se enfrentaron tácitamente dos tesis: la de una CELAC en contra de los EE UU o la de una CELAC sin los EE UU. La primera, sustentada por las autocracias del ALBA, en cuyo interior hay gobiernos que no sólo mantienen, además intensifican excelentes relaciones comerciales con los EE UU. Como era de esperarse, ninguna tesis se impuso. De modo que los presidentes acordaron redactar una declaración muy parecida al agua: inodora, incolora e insípida.
Ahora, cuando un comunicado firmado por diferentes gobiernos es tan ambiguo, sólo hay dos posibilidades: están de acuerdo en todo o no están de acuerdo en nada. Es evidente en este caso que la segunda posibilidad está mucho más cerca de la verdad que la primera. En fin, en América Latina la política del 2011 fue llevada a cabo como siempre: avanzando dos pasos y retrocediendo otros dos.