Fernando Mires - UNA TRILOGÍA CHILENA

                                                           
(Bonsái (2006), La Vida Privada de los Árboles (2207), Formas de Volver a Casa (2010). Editorial Anagrama
Decidí usar el término trilogía no solo porque las novelas escritas por Alejandro Zambra sean tres, sino porque entre ellas hay una intensa relación biográfica, sentimental e incluso política.
Bonsái y la Vida Privada de los Árboles son dos historias levemente conectadas. En cambio, Formas de Volver a Casa puede ser leída como una novela aparte. No recomiendo hacerlo. Si uno lee cada una de las tres siguiendo un orden cronológico, la última adquiere una intensidad que sobredetermia a las dos primeras. En fin, una trilogía en el exacto sentido del término.
Una trilogía sobre seres que nacen, viven, crecen, envejecen y aman bajo las sombras de una dictadura. Pero cuidado. No estamos frente a una obra de denunciación. Sobre eso se ha dicho mucho, aunque nunca demasiado. Siempre habrá algo distinto, nuevas maldades serán descubiertas. Frente a ellas no cabe ni siquiera el asombro. Solo la náusea. Pero este no es el caso. Nadie al leer la trilogía sabrá más sobre la dictadura de lo que ya sabe.
O tal vez no. Tal vez no sabemos lo que saben los que no saben. Tampoco sabemos lo que saben los que no quieren saber. Los primeros son los niños nacidos en el Chile dictatorial. Los segundos, ese amplio contingente de gente normal, ciudadanos sin pasión política, la mayoría silenciosa: “personajes secundarios”. El niño de la tercera novela dice incluso: “Mi papá no es nada”.
Así nos lo confiesa Alejandro Zambra a través de uno de sus personajes de la última novela de la trilogía:  La novela es la novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras  la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer.
Las dos primeras novelas no pueden ser catalogadas como políticas. La tercera tal vez, pero con un poco de esfuerzo. Y sin embargo, esta es la paradoja – es también el logro de Zambra – en su no politicidad reside la carga política de las narraciones. La política está radicalmente ausente. Brilla por su ausencia. La política, en sus novelas, es el vacío de política.
La dictadura suprimió a la política. Con ello a la ciudadanía. Por eso los personajes de Zambra son seres disociados de “la cosa pública “. Han sido reducidos a su privacidad, condenados a vivir en el único mundo que conocen: el de la intimidad.
Hay encuentros y desencuentros. En la vida íntima del escritor las mujeres vienen, van, vuelven o no vuelven, mueren. Pocas estridencias. De pronto un inexplicable “ándate de mi casa conchetumadre”. Pero sin tragedias ni dramas. Incluso las separaciones y las muertes adquieren formas anecdóticas. Un imaginario bonsái, los árboles conversadores, simples objetos que cubren los espacios vacíos del ser, sean los de Julio, de Julián, o del mismo Zambra.
La novela Formas de volver a casa está dividida al igual que las dos anteriores en dos planos. Las vivencias de un niño y las del niño hecho hombre, ya en los treinta. A la vez, un amor de niños y un amor de adultos. Y, sin embargo, en esta novela el mundo se abre. Las cosas empiezan a ser nombradas por sus nombre. Los recuerdos y la ignominia dejan de ser partes del silencio. La vida íntima es conectada con el mundo externo. Asoma la democracia con todas sus imperfecciones. Y como es una historia chilena, todo comienza con un terremoto y termina con otro terremoto. Aclaro: en Chile los terremotos no son solo fenómenos sísmicos. Son, además, acontecimientos sociales.
Estamos frente a un sensible ejecutor de la frase oportuna. No nos vamos a topar con grandes metáforas ni con imágenes portentosas. El lenguaje es irónico, si se quiere, melancólico. Zambra sabe soltar en el momento preciso la palabra que te hace asociar figuras, historias y ambientes sin necesidad de describirlos con minuciosidad. Es la diferencia entre un buen escritor y un gran escritor.
Alejandro Zambra tiene “cosas” de gran escritor.  De eso no hay duda.