Desconcierto, irritación, enojo, y otros sentimientos nada
positivos fueron los que despertó en primera instancia la decisión de la MUD
de suspender la marcha a Miraflores anunciada por Henrique Capriles el 26-O.
Las escuetas explicaciones ofrecidas por Henry Ramos Allup contribuyeron a
atizarlos. Los enemigos internos de la MUD, así como esa cáfila de tuiteros
conocida como “la oposición a la oposición” comenzaron a vivir horas de fiesta.
Al fin la MUD se había quitado la careta. Su cobardía quedaba al desnudo. Había
llegado el momento de volverle las espaldas y plegarse a las voces disidentes
de la MUD para marchar con todo hacia Miraflores.
La verdad, “el frenazo” fue muy brusco. Todo parecía marchar
por “el lado correcto de la historia”. Sobre todo después de que el régimen
robara el RR16 y con ello el derecho de los ciudadanos a elegir y a des-elegir.
La marcha a Miraflores iba a ser el comienzo del final. El pueblo destronaría a
Maduro, el ejército se pasaría a las masas insurrectas y los dirigentes de la
oposición llamarían a nuevas elecciones. Y de pronto la contraorden de la MUD
del 01 de Noviembre lo enfrió todo. La marcha a Miraflores fechada para el 3-N
fue suspendida, hasta nuevo aviso, a petición del Papa.
Probablemente si la MUD hubiese convocado a una simple marcha
callejera y esta hubiera sido suspendida, “el frenazo” no habría sido tan
brutal. El problema es que fue convocada hacia Miraflores y Miraflores, en la
reciente historia venezolana, es una palabra mítica.
Si bien Henrique Capriles intentó explicar que Miraflores no
es más que un edificio público situado en un lugar hacia el cual todo ciudadano
tiene el derecho a marchar, lo cierto fue que muchos, en su imaginación
encendida, entendieron la marcha a Miraflores como “la toma de Miraflores”.
Maduro y Cabello en sus militarizadas cabezas la entendieron, dicho con toda
seguridad, del mismo modo.
Miraflores ocupa desde los acontecimientos de Abril del 2002
un lugar privilegiado en la mitomanía venezolana. Desde que los militares,
montados sobre desordenadas manifestaciones derrocaran a Chávez para volver
después a ponerlo, Miraflores ha sido visto por muchos como el centro no
simbólico sino real del poder. Como escribiera Paulina Gamus en un artículo que
tuvo el efecto de arrojar un saludable balde de agua fría sobre las cabezas más
calientes, Miraflores ocupa en determinados sectores de la oposición venezolana
el lugar de “la tierra prometida”.
¿Qué habría sucedido si hubiera tenido lugar la marcha a
Miraflores tal como la entendían algunos de los convocados? preguntó con su
directo realismo Paulina. La respuesta: o una masacre de enormes proporciones,
o una hábil maniobra del régimen, invitando a dialogar en Miraflores, o un
golpe militar que derrocaría a Maduro para instaurar un madurismo militar sin
Maduro. O simplemente –se puede agregar- un “aquí no ha pasado nada” y
calabaza, calabaza, cada uno pa su casa.
Pese a que la oposición también ha rendido tributo al mito
Miraflores, su tarea será la de explicar en los días que sigan a la suspensión
de la marcha, por qué Miraflores no es la torre de la Bastilla ni el Palacio de
Invierno. Deberá explicar, además, que el dilema no es ir o no ir a Miraflores
sino restaurar el principio constitucional de las elecciones libres y
soberanas, principio violado por Maduro, Cabello y su gente. En otras palabras,
que el tema central no es la ocupación
de Miraflores sino la vigencia del RR16 o en su defecto, el adelanto de
las elecciones presidenciales, lucha enmarcada por una vía electoral, pacífica,
constitucional y democrática. Como se ha dicho siempre. Como debe ser.
Generalmente las movilizaciones sociales y políticas no
excluyen el diálogo, siempre y cuando ese diálogo no obstruya ni destruya a las
movilizaciones. En el reciente caso venezolano, el llamado papal no solo
interfirió a las movilizaciones sino, además, desactivó a la protesta
internacional, los gobiernos latinoamericanos encontraron el pretexto para
desentenderse del candente tema en nombre del diálogo, y en el interior del
país, desmovilizó a las fuerzas opositoras.
La oposición, sin embargo, no tenía otra salida que acatar el
llamado papal. Las razones son varias. Esa misma oposición había solicitado con
anterioridad la mediación papal. Mal podía negarla si después de la visita de
Maduro al Papa, el Vaticano ofrecía sus artes mediadoras. Después de todo el
Papa no es cualquier tipo.
Dejemos de lado -no vale la pena gastar palabras con esa
gente- a quienes ven en Francisco un Papa populista, miembro de una
conspiración internacional en la que participan Obama y la señora Merkel y cuyo
objetivo es frenar las luchas democráticas en aras de la estabilidad mundial.
El Papa es, antes que nada, representante máximo de una Iglesia cuya religión –así lo escribió Hannah Arendt (como elogio y no como crítica)- es la más antipolítica de todas. No es una religión de libro, sus mandamientos judíos están circunscritos al plano religioso y, por si fuera poco, sobre toda ley pone el principio del amor a Dios y al próximo, incluyendo a nuestros enemigos.
El Papa es, antes que nada, representante máximo de una Iglesia cuya religión –así lo escribió Hannah Arendt (como elogio y no como crítica)- es la más antipolítica de todas. No es una religión de libro, sus mandamientos judíos están circunscritos al plano religioso y, por si fuera poco, sobre toda ley pone el principio del amor a Dios y al próximo, incluyendo a nuestros enemigos.
Fue Benedicto XVl quien desde su perspectiva profundamente
teológica admitió que la Iglesia contrajo un compromiso con la democracia
occidental, no por decisión política, sino porque es la forma de gobierno que
mejor garantiza la libertad de pensamiento y de culto, a diferencia de los
regímenes dictatoriales, en su mayoría de índole teocrático o idolátrico (el
carácter idolátrico del chavismo no escapa seguramente a la mirada vaticana).
El poder del Papa es un poder espiritual. Justamente por eso
–es la paradoja- el Papa, a diferencia de los representantes de otras
religiones, es solicitado como mediador en diversos conflictos nacionales e
internacionales. Y el Papa, por ser Papa, no puede pronunciarse sino por la paz
y por la armonía entre y dentro de las naciones.
El rol del Vaticano no es por lo tanto tomar partido, y si lo
toma debe hacerlo en contra de toda confrontación y conflicto (o si no, no
sería mediador). El problema, es que sin confrontación ni conflicto, no hay
política. Pero como el Papa no puede ni debe suprimir a la política, su tarea
es evitar que la política sea desbordada y llegue a transformarse en una
guerra. Eso explica la presencia de su enviado en Venezuela, país cuya gran
mayoría profesa la confesión católica. Con ciertos ribetes paganos sí, pero
católica.
Bajo esas condiciones la oposición no podía sino aceptar la
mediación papal, acatar sus disposiciones y acceder a sus solicitudes en aras
de una paz que, frente a las condiciones de guerra interna impuestas por el
régimen militar de Maduro (su palabra más recurrente es guerra) solo
puede convenir a la oposición. Más todavía si la exigencia de la oposición es
el restablecimiento de la norma constitucional violada por el régimen.
La oposición, en verdad, no tiene nada que negociar. Su
petición es solo una: que el régimen acate la Constitución. Dentro de esa
Constitución está el Revovacorio y la liberación de los presos políticos. Fuera
de la Constitución solo está la dictadura, la represión y las cárceles.
Naturalmente, la MUD es conciente de que el régimen, con la
mediación papal, solo busca reconocimiento democrático internacional y ganar
tiempo al “enemigo”. Para obtener lo primero ha liberado a algunos presos
políticos. De a poco, tal como hacen los asaltantes de banco cuando toman como
rehenes al personal y sueltan uno a uno a cambio de concesiones. Espectáculo
cruel y deplorable. Para obtener lo segundo, utilizará la buena voluntad papal
y solicitará alargar al máximo los plazos de mediación. La MUD deberá ser en
ese punto implacable. Los plazos no pueden alargarse hasta el infinito. No más
de una semana, dijo Capriles.
El régimen no está en condiciones de exigir nada. Solo debe
restablecer la Constitución. Con la Constitución restablecida no habrá presos
políticos y las elecciones deberán ser fijadas en el tiempo más rápido. En esas
circunstancias lo más probable es que el diálogo fracasará. Pero no será por
culpa de la MUD. Y esto es muy, pero muy importante.
La MUD, como representante de los partidos de la oposición
está facultada para convocar y por lo mismo para desconvocar. De acuerdo al
principio de delegación no está obligada a dar cuenta de cada uno de sus pasos.
Pero si se trata de un viraje, o en este caso, de un “frenazo”, sí debe dar cuenta
clara a sus seguidores. Ojalá por escrito, en un comunicado público puesto al
alcance de cada ciudadano. Si no lo hace se expone a pagar altos precios
políticos, a fomentar la división y a crear innecesarias desmovilizaciones.
Padecemos de un problema comunicacional, han dicho algunos
dirigentes de la MUD. Puede que así sea. El problema, sin embargo, no es
técnico. Obedece a una concepción política muy latinoamericana de acuerdo a la
cual los movimientos están divididos en vanguardias y en retaguardias. Estas
últimas son concebidas como masa en permanente disposición a la que es posible
movilizar para allá o para acá. Pero los seguidores de la MUD no son iguales a
los del PSUV.
La MUD es un frente de partidos, es decir de partes
diferentes. Por lo mismo, sus divisiones son inevitables. En ciertas ocasiones,
necesarias. Los simpatizantes y partidarios de la MUD son deliberantes. A
través de las redes y de otros modos de comunicación forman –a veces de modo
muy primitivo- diversas opiniones. Pueden transformarse en multitudes pero no
son “masa” en el sentido tradicional del término. Piensan y actúan. No son
objetos, son sujetos. Saben cuando hay que ir a una manifestación o cuando hay
que quedarse en casa. Por eso hay marchas que han sido escuálidas y otras
apoteósicas. En suma, los partidarios de la MUD no son solo público. Son
actores políticos y como tales deben ser informados. Sobre todo cuando se toman
decisiones tan fundamentales como fue “el frenazo”.
Lo último ha sido escrito en un tono muy crítico pero a la vez
muy solidario.